«Joven, a ti te hablo, levántate. Se sentó el muerto y comenzó a hablar» (Lc 7, 14).

Transcripción

1 29 marzo 2017 «Joven, a ti te hablo, levántate. Se sentó el muerto y comenzó a hablar» (Lc 7, 14). En la muerte, Dios ha triunfado, porque la muerte es por el pecado, no es una condición, una exigencia, en la naturaleza del hombre. El hombre, sin el pecado, tenía que morir, pero a ejemplo de la muerte de la Santísima Virgen María, la cual no fue en realidad una muerte, sino un irse el cuerpo allí donde moraba para siempre el alma, con Dios, en la unión transformante con Dios. Era una muerte sin romper la unión entre alma y cuerpo. El cuerpo permanecía unido a su alma, pero esperaba que fuera asumido por ella. Eso es la Asunción de la Virgen María: mientras su alma estaba ya en la divinidad, el cuerpo esperaba, pero unido a su alma, sin la ruptura que se da en la muerte. Y parecía que dormía, pero ni dormía ni estaba muerta. El alma que ha conseguido la plena santidad para su vida merece que su cuerpo también la posea. Cuando el alma es transformada en ese grado de santidad, el cuerpo vuela hacia el alma, vuela en la unión que posee con el alma, va hacia la unión plena con ella, es asumido por ella, y se hace perfecto, glorioso, allí donde está el alma. Pero con el pecado original, todo hombre tiene que morir, es decir, el alma tiene que desprenderse de su cuerpo, tiene que dejar el cuerpo, tiene que abandonarlo. Y el alma comienza el camino de purificación, en el purgatorio, hasta alcanzar la santidad debida a ella. El cuerpo se pudre en la tierra y hasta la resurrección final, el alma no obtiene su cuerpo según el grado de santidad. También los que están en el infierno obtienen un cuerpo digno de su condenación, un cuerpo abominable, según hayan sido sus pecados en la vida, según el grado y perfección de su maldad. Jesús resucita a un niño que ya lo iban a enterrar, que estaba en el féretro, que estaba bien muerto. Y lo resucita porque Jesús es la vida: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Jn 11, 25).

2 Jesús es la Resurrección, resurrección que es diferente a ser vida. Dios es vida, y siempre es vida, es una vida eterna, una vida simple, en donde no se da la muerte ni, por lo tanto, es posible la resurrección. Jesús es la vida por ser Dios, en su naturaleza divina. Pero, Jesús, antes de ser vida para los hombres, es resurrección para sí mismo y para ellos. Es resurrección en su naturaleza humana. Es resurrección porque tiene que pasar por la muerte, porque su humanidad tiene que morir. Jesús se encarnó para la obra de la redención de los hombres, para llevar a los hombres a la vida verdadera, a la vida en Dios, a la vida en plenitud. Una vida en el Espíritu, una vida en donde no existe la muerte. Pero, Jesús tiene que pasar por la muerte para llegar a esa vida, aunque viva ya en esa vida, por ser Dios. Ese pasar por la muerte es lo que dice San Pablo: «existiendo en la forma de Dios Jesús vive en la vida de Dios, en la vida en donde no se puede dar la muerte se anonadó se hizo semejante a los hombres los cuales viven en la muerte. se humilló, y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» Jesús, siendo vida eterna, probó la muerte, murió verdaderamente en su humanidad. No murió en su divinidad. No murió como Dios. Sólo como hombre, sólo en cuanto hombre. Este el Misterio de la Cruz y de la Resurrección, Misterio de la Redención del Hombre por Dios. Jesús, al ser Dios, no tenía que morir; pero, sin embargo, se anonadó, cargó con los pecados de los hombres, y como el pecado trae la muerte, Jesús carga con la muerte de todos los hombres, teniendo que morir él también por obediencia a su Padre. De este modo, por esta obediencia a Su Padre, Jesús alcanzó la Resurrección, volvió a la vida, pero a la vida ya según el Espíritu, a la vida sin ya anonadarse más por el hombre, sin ya hacerse de nuevo semejante al hombre, sin ya cargar ni con el pecado de los hombres ni con la muerte, que es fruto de ese pecado. Jesús, en Su Resurrección, no vuelve a la vida humana de antes, sino a la vida propia del alma glorificada por Dios, a la vida divina. Su humanidad ya no está anonadada, ya no es un hombre semejante a los hombres, sino que es un Hombre en todo semejante a Dios.

3 Y, por eso, Jesús, una vez que ha resucitado, lleva al hombre hacia esa Resurrección, que es Él mismo, y lo lleva por el mismo camino que Él recorrió, por el camino de la cruz. Lleva al hombre a su transformación divina, mediante la purificación de toda su humanidad. Lleva al hombre: Jesús te hace amar el dolor en tu vida humana para que consigas la vida divina. Jesús hace que tu vida humana pruebe la muerte, porque la muerte es lo propio de una vida en pecado. Si pecas, tienes que morir. Si has nacido en pecado, tienes que morir. Esta vida humana no es vida, porque está sellada por la muerte, está abrazada por la muerte. La muerte pone un sentido falso a la vida de todo hombre, porque la muerte no da plenitud al hombre, le corta las alas, le corta la esperanza, le rompe la vida. El hombre vive, pero tiene que morir algún día, tiene que dejar esta vida. Y, entones, ante la muerte, aparece la pregunta: para qué se vive si hay que morir? Qué es la muerte? Después de la muerte, hay vida o no hay vida? La muerte pone al hombre en un interrogante que no lo sabe resolver. Sólo se puede resolver en Cristo, en la Resurrección de Cristo. Por eso, dice San Pablo: Si Cristo no ha resucitado, entonces vana es nuestra fe Vana es nuestra vida. Si Cristo sigue muerto, entonces para qué vivimos? para tener que morir algún día? para tener que separarnos de nuestro cuerpo y de nuestra existencia para siempre? Una vida sin la resurrección de Cristo es una vida falsa, es una vida sin esperanza, es una vida sin camino. Es lo que expresa el alma angustiada de la sunamita, que hemos leído en Reyes: Pedí yo a mi señor un hijo? Eliseo le había anunciado que iba a tener un hijo. Y ahora ese hijo estaba muerto.

4 Para qué Dios me ha dado un hijo, si la muerte me lo ha quitado? Yo no pedí un hijo, entonces para qué Dios me lo da si después se lo lleva? Esta es la amargura de la muerte, es el sin sentido que la muerte trae a la vida de los hombres. La vida se corta en la muerte. La vida aparece falsa ante la muerte. La vida no tiene esperanza, porque existe la muerte, que arrebata la vida. La muerte existe porque existe el pecado: este es el misterio del mal. El pecado nos trae algo que no está en Dios, que no pertenece a la naturaleza del hombre. La muerte es a causa del pecado. Y es un pecado que alcanza a todo hombre que viene a este mundo. Y, por lo tanto, es una muerte para todos. Ninguno se salva de pasar por la muerte, por el túnel de la muerte. Jesús tuvo que morir y, entonces, es Resurrección antes de ser Vida para los hombres. Es Resurrección para el hijo de esta viuda. Jesús es la Resurrección: es hacer que el hombre vuelva a la vida que perdió por la muerte. Eliseo dio vida a ese niño muerto. Jesús hizo que la vida volviera al hijo de la viuda. En los dos, los hijos vuelven a la vida que antes tenían, la misma vida humana, la propia de acá. No es la resurrección definitiva. Jesús lo resucita, pero no le da una vida divina, gloriosa, plena, pues todavía no se había obrado la Redención de los hombres, todavía Jesús no había muerto. Y lo mismo pasó con el hijo que Eliseo resucitó: lo volvió a esta vida, vida que está sellada por la muerte. Eliseo es figura de Jesús, del Redentor de los hombres, se encoge para adaptarse a la medida del cuerpo del niño, se une fuertemente a todos sus miembros, se hace uno con el cuerpo muerto del niño. Eso es ser figura de Cristo, que se hizo uno con la muerte del hombre, se hizo uno con el pecado del hombre; cargó con el pecado del hombre, cargó con la muerte del hombre, pero ni fue pecador, ni Cristo quedó en la muerte, sino que Cristo venció a la muerte, porque Él es la Vida. Eliseo se hizo uno con el cuerpo del niño muerto, y el Verbo se encarnó en la Virgen María, se hizo uno con nuestra naturaleza humana. Y en esta unión se produce la transformación: el niño, que estaba muerto, después de siete veces, después que su pecho se dilata 7 veces, que es signo del Espíritu Santo, entró el Espíritu Santo con sus dones, y produce

5 la resurrección: el niño vuelve a la vida. Así, Jesús trajo a la humanidad el Espíritu con sus dones, cuando murió y resucitó. Jesús es la vida de todo hombre. Por eso, al ver a ese niño en el féretro, y al ver a todo el cortejo, a su madre, a los parientes, que estaban desconsolados, Jesús, por Misericordia, les trae la vida. Viéndola el Señor, se compadeció de ella, y le dijo: no llores se acabó la muerte, se acabó la tristeza, se acabó el dolor. No llores, y acercándose tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron, y él dijo: Joven, a ti te hablo la Palabra de Dios que es una obra, la Palabra de Dios que es vida para el hombre, que es voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la obra de la vida, la vida, la obra de la verdad que trae la vida al hombre Joven, a ti te hablo: levántate Este levantarse es indicar que se vuelve a la vida, una vez que se está postrado en el lecho de la muerte. Aquí, en este episodio, se ve la tierna compasión de Jesús con la pobre y desolada viuda, la misericordia que Dios tiene para con los hombres. Aquí no se habla del pecado, ni de la viuda, ni del hijo; se habla de la resurrección de un niño, independientemente del estado que tenga el alma de ese niño, ya muerto, o del estado que tenga la familia, si están en pecado o si no están en pecado. Y, a causa de esta acción, se apoderó de todos el temor, y glorificaban a Dios, diciendo: un gran profeta se ha levantado entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo. Es un milagro para que la gente crea en el poder de Jesús, en el poder de la vida, en el poder de la verdad, con Jesús toda tristeza se acaba, con Jesús la muerte ya no triunfa, con Jesús Dios triunfa, tanto del pecado como de la muerte. P. JosephM