EL CANTO DE DIOS. Meditaciones sobre el arte de elevar un canto a Dios

Transcripción

1 Roberto Duretti EL CANTO DE DIOS Meditaciones sobre el arte de elevar un canto a Dios

2 A Tina y Stella

3 Índice Introducción...9 Cantar, porque...13 El canto del éxodo...23 El canto del templo...29 El canto de la asamblea...35 El canto de Dios...43 El origen...48 Íntegramente...55 La escucha y el canto...59 El corazón y el canto...63 El alma y el canto...69 La fuerza y el canto...73 La mente y el canto...77 El prójimo y el canto...85 Pausa...89 Conclusión...93

4 Introducción Por qué cantar en la iglesia? Qué le ofrece la práctica del canto al creyente? Qué significa cantar con la vida misma? Alguna vez Dios le ha cantado al hombre? La búsqueda de las posibles respuestas a estas interrogantes es la base de este texto. En él, se han trazado los principales ejes de un itinerario espiritual dividido a su vez en catorce etapas, una especie de peregrinaje por los lugares en los que el canto es testigo de la presencia de Dios en la vida del hombre. De esta manera, se le propone al lector un punto de vista diferente gracias al cual pueda ver reflejada su propia fe y descubrir (o redescubrir) las razones y los motivos potenciales de esta práctica melódica dirigida al Señor y a nuestros hermanos. Así, nace la narración de un viaje que tiene como punto de partida el hombre y su instintiva necesidad de expresarse con los sonidos. El inicio de este camino es entonces el espacio cotidiano en el que cada quien vive, con cansancio, dolor y alegría, la propia condición de ser humano, ahí en donde uno se aferra o no al deseo de entablar una relación con el ser divino, a la necesidad de confesar la fragilidad 7

5 El canto de Dios propia, a la urgencia de entender el sentido de la existencia. Por lo tanto, se trata de un viaje que inicia fuera de los muros de la iglesia, muros que por lo general están destinados a albergar los agradecimientos melódicos de los fieles, ya que la necesidad del canto es la respuesta a una súplica de todos los hombres que toma forma en el espíritu humano, y que posteriormente se ofrece como voz al mundo; en este sentido, el templo-iglesia es un punto de llegada que acoge y amplifica el canto de los hombres. Sin embargo, antes de que este canto sea acogido, es necesario que cada individuo emprenda una migración simbólica, un éxodo de liberación que nos lleve fuera de los senderos de las costumbres, de las pequeñas y grandes esclavitudes de nuestra vida diaria hacia esa búsqueda que parte de los lugares de nuestra vida cotidiana y llega hasta el templo, lugar adonde el canto sagrado pertenece indiscutiblemente. Y es en este espacio de celebración y encuentro en donde los llamados y creyentes se reúnen como pueblo y, como tal, pueden entonar juntos un gran canto en coro: el canto de la asamblea. El canto de aquellos que, de manera unánime, deciden elevar una melodía, transformando así sus propias voces, distintas y dispersas, en un canto sonoro de multitud, de gente. Éxodo, templo y asamblea son espacios de experiencia, lugares sonoros y vibrantes por la presencia de Dios, que ofrecen a los hombres la posibilidad de percibir la esencia y el motivo de la expresión melódica y sagrada. Atravesando estas zonas acústicas, pareciéramos ser investidos por una fuerte percepción sensorial, una sensación que se vuelve certeza, la certeza de ser precedidos, acompañados y habitados durante el camino, por una fuente sonora 8

6 Roberto Duretti que se revela al ser humano como un don de amor, de redención y de salvación: el canto de Dios. Un canto perfecto que pide ser acogido, escuchado y que demanda una sincera participación, ya que tiene como objeto mostrar la completa atención y el absoluto interés que Dios manifiesta, en todo momento y a pesar de todo, por las vicisitudes de su creatura. Después de un momento de reflexión sonora en un lugar abandonado y olvidado por el paisaje vocal humano (el capítulo El origen), haremos algunas observaciones en el camino sobre la posibilidad que el hombre tiene de incluir, durante el canto, una serie de modalidades comunicativas (escucha, alma, corazón, fuerza, mente y relaciones con el prójimo). Al participar con ellas musicalmente, tales modalidades pueden llenar al hombre de plenitud y entereza, ya que le permiten responder a un llamado de amor con todo aquello que cada quien administra responsablemente como un bien sumamente valioso: la propia integridad del ser humano. En resumen, estas son las etapas del peregrinaje sonoro hacia Dios, hacia la búsqueda de un renovado o reencontrado vigor de una práctica (el canto), cuya principal intención es vivir y celebrar con inteligencia el encuentro con Dios. Roberto Duretti 9