EL LLAMADO A UNA ESPECIAL CONSAGRACIÓN

Transcripción

1 237 EL LLAMADO A UNA ESPECIAL CONSAGRACIÓN JEREMIAS 1, 4-19 o la vocación como diálogo con Dios Organización literaria de Jr 1, 4-19 Jr 1, 4-10: llamado y dotación. 1,5: elección soberana y gratuita de Dios. 1,6: objeción del elegido. 1,7-8: mandato y fórmula de ánimo. 1,9-10: dotación o capacitación. Jr 1,11-16: visión e interpretación La primera visión de la rama del almendro (Jr 1, 11-12) contiene el tema central del relato vocacional: la palabra eficaz de Dios se cumple siempre por ser de Dios (20, 8-9). La segunda visión de la olla hirviendo (Jr ) explicita el castigo: una terrible desgracia (1, 14) por el ataque y sitio de Jerusalén (1, 15) a causa de la maldad y la idolatría incontenible de los habitantes de Judá (1, 16). Jr 1, 17-19: misión y dificultades. El profeta es convertido en ciudad fortificada por lo que cuenta con Dios que lo protege y libera, por tanto, con el poder y la victoria de Dios. Dios está de su lado, quién podrá derrotarlo? Las acciones de un Dios seductor Jr 1, 5: conocer (intimidad), consagrar (separación) y constituir (encargo) son las acciones con las que Dios privilegia y prepara a su elegido. Tales acciones constituyen por siempre al elegido en tal. Volver a las fuentes de la vocación es potenciar la comunión de existencia con Dios (conocer), y ser signo de la santidad y misericordia divina (consagrar) y renovar el carisma apostólico inspirado por el Espíritu (constituir).

2 Mons. Santiago Silva 238 Nada de esto se hace sin diálogo con Dios. Sobresale de manera evidente, en el relato vocacional de Jeremías, el empleo de verbos como decir y hablar (Jr 1, , etc.) que según los contextos literarios se pueden traducir por preguntar, responder, afirmar. Incluso la orden al profeta consiste en decir lo que Dios ordene (1,7.17). En realidad, el relato vocacional se estructura como diálogo fluido y confiado de un hombre con su Dios, donde hay preguntas y respuestas, pero sobre todo disponibilidad. La rebeldía inicial del elegido Jr 1, 6: El miedo y la inseguridad ante el futuro gatilla la oposición. Jeremías, sin embargo, no se opone a Dios, sino a su cargo. Soy un niño, no sé hablar, alega Jeremías. Un niño no tiene autoridad ni independencia; no puede decir lo que quiera, no puede ir a donde quiera, pues depende de sus padres. Un niño no tiene status de ciudadano; nadie, pues, va a hacer caso de su palabra. La identidad y autoridad de Jeremías no le vendrá de sus padres, sino de Dios que lo asume como hijo y discípulo, por lo que debe ir donde él lo envíe y debe decir lo que él le ordene. La vocación o elección exige necesarias rupturas y a veces dolorosas. Sin embargo, no son rupturas traumáticas, pues en Dios se recuperan por ejemplo las relaciones básicas de filiación, fraternidad, y señorío aunque en perspectiva misional. Un Dios conmigo Jr 1, 7-8: Dios resuelve la objeción declarándose a favor de su elegido ( Yo estoy contigo para librarte ; ver 1, 19). De aquí la orden general y tajante: Irás donde te envíe, dirás lo que te ordene (1,7); por ser una orden general exige disposición absoluta en todo tiempo y para cualquier encargo, por ser tajante no caben nuevas y futuras objeciones. Es imposible no recordar las palabras de Jesús: El que pone las manos en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios (Lc 9, 62). La misión se plantea problemática, y no se realiza sin lucha ni sacrificio permanente. De nuevo la recomendación de Jesús: Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga (Mc 8, 34). La falta de comprensión y el esfuerzo por realizar el querer de Dios es una constante en los vocacionados: Abraham no entiende por qué debe ofrecer a su hijo único en sacrificio cuando Dios le prometió una numerosa descendencia (Gn 22, 1ss), Moisés no concibe como él puede presentarse al Faraón para exigirle la liberación del pueblo (Ex 3, 1ss), Isaías, que se sabe indigno e impuro (Is 6,5), debe entregar un mensaje aparentemente absurdo (6, 9-10). La lista es larga y la conclusión clara: la falta de comprensión inicial, la conciencia de la propia debilidad y el conflicto son signos patentes de vocación. A éstos, hay que agregar el temor: toda vocación auténtica se ini-

3 El llamado a una especial consagración cia con altas cuotas de miedo ante las rupturas del presente y lo incierto del futuro; por el contrario, un signo clarísimo de ausencia de vocación es la ausencia de temores. La inicial conflictualidad personal, espiritual y social con que se vive el llamado explica la insistencia en que Dios estará con su elegido (Jr 1, 8.19) para librarlo de los males que lo acechen y de la reacción de la gente al mensaje (20, 7b ). Dios pone su sabiduría al servicio de su escogido, de forma que éste cuente en todo momento con Dios. Su presencia, sin embargo, siendo real y segura, no siempre es evidente y palpable. El encargo de un Dios señor de los pueblos y de la historia Jr 1, 9-10: Dios toca la boca de su profeta; toca, pues, lo esencial para su función, el órgano propio de la comunicación, y lo dota con la palabra o mensaje. El profeta no habla cuando quiere y porque quiere, sino porque cuenta con la palabra de su Señor. Cuando no la tiene se calla y se marcha por donde vino (Jr 28). El profeta es un hombre suscitado para decir a Dios. Con la palabra viene la fuerza y la potencia de su Dueño, de Dios, creador del cielo y de la tierra, que no miente como el hombre, que no se echa atrás cuando promete, que hace lo que dice y cumple lo que anuncia (Nm 23,19). Por ser de Dios, la palabra proclamada por boca del profeta cobra eficacia para arrancar y plantar (el profeta como agricultor), para derribar y edificar (el profeta constructor), es decir, para anunciar el mensaje y gracias a su potente luz desvelar las sombras (denunciar). A estas imágenes del profeta como agricultor y constructor hay que agregar una tercera: el profeta como vigía, imagen clásica en la concepción de Ezequiel (*). Dios le pregunta a Jeremías: qué ves (Jr 1, 11.13), y el profeta responde como vigía o centinela puesto sobre reyes y pueblo para anunciar lo de Dios. El profeta es quien ve el plan de Dios, el corazón de los hombres y la macha de la historia (ver 1 Re 22, 19-23). Al profeta, pues, no sólo se el exige actuar (agricultor y constructor), sino también y sobre todo contemplar (vigía). Si un profeta no contempla, qué anunciará?; es la gran diferencia entre el profeta verdadero y el falso; éste como no ha sido llamado a contemplar a Dios habla porque le pagan y le llenan el estómago (Miq 2, 6-11; 3, 5-8), es decir, hablan por su cuenta sin haber visto nada (Ez 13, 1-16). Dios como alfarero (Jn 1, 4: formar en el vientre, el mismo verbo que en Gn 2,7) prepara a su elegido y el Creador del mundo rehace y recrea al hombre y a la mujer que escuchan su llamado y se disponen a cumplirlo. Si Dios llama, él mismo capacita y prepara para la misión. El Dios atento a que se cumpla su palabra Jr 1, 11-12: estos versículos constituyen el centro del relato vocacional. 239

4 Mons. Santiago Silva 240 La palabra puesta en la boca del elegido lleva en sí misma no solo su significado, sino también su eficacia, porque su Señor (es palabra de Dios) está pendiente que se cumpla. Basta que sea lanzada al mundo y a la historia, para que fecunde la tierra de los hombres y de los pueblos (Is 55, 10-11). Si la palabra de Dios lleva en sí su eficacia, se relativizan completamente las presentes y futuras objeciones del elegido. La confianza cambia de objeto: ya no es necesario confiar en las propias capacidades para cumplir tal o cual misión, pues si Dios es quien llama y manda, está garantizada la realización de su querer. En la historia de la salvación frecuentemente es el menor y el más pequeño a quien se escoge para llevar a cabo proyectos y acciones de envergadura de forma que no quede duda que todo es obra de Dios. Frente a una vocación auténtica es inútil preguntarse por las capacidades, menos por los méritos propios, pues la elección divina tiene sólo un fundamento: el amor de Dios que regenera y plantea desafíos nuevos. La misma inquietud fue la de Israel, y la respuesta de Yahveh fue la siguiente: El Señor se fijó en ustedes y los eligió, no porque fueran más numerosos que los demás pueblos, pues son el más pequeño de todos, sino por el amor que les tiene y para cumplir el juramento hecho a sus antepasados (Dt 7, 7-8). El poder del desvalido Jr 1, 17-19: Dios no solo dota con lo necesario a su elegido, sino que lo prepara para el combate, haciéndolo cual ciudad fortificada e inexpugnable; frente a ella ni los más poderosos (el país, reyes, príncipes, sacerdotes, terratenientes) que lucharán contra el escogido podrán hacer callar la palabra del profeta, porque es palabra de Dios (Jr 18, 18). En los cinco textos conocidos como confesiones de Jeremías (11, 18-12, 6; 15, 10-21; 17, 14-18; 18, y 20, 7-18), el profeta revela su intimidad al respecto; por ejemplo: Ay de mí, madre mía, pues me engendraste hombre de pleitos y controversias con todo el mundo! (15, 10)... Tú me engañaste, Señor, y yo me dejé engañar... Se ríen de mi sin cesar, todo el mundo se burla de mí... Maldito el día en que nací, el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito!... Por qué no me hizo morir en el vientre? Mi madre habría sido mi tumba, y nunca me habría dado a luz...! (20, 7ss). Que el desvalido, pues, se arme de valor y anuncie lo que Dios le mandó o haga lo que le ordenó, porque Yahveh está ahí, con él, para librarlo. El apóstol Pablo retoma el mismo motivo de modo explícito cuando exhorta a su comunidad diciendo: Y si no, hermanos, tengan en cuenta quiénes han sido llamados, pues no hay entre ustedes muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo con-

5 El llamado a una especial consagración sidera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo. De este modo nadie puede presumir ante Dios (1 Cor 1, 26-29). Textos para la Lectio divina: AT: 1 Sm 3; Is 6, 6-13; Am 7, NT: Mt 4, 18-22; 9, 9-13 y Mt 10 (vocación y misión); Jn 1,