La mejor de las casas posibles. Estaba hecha como se hacían antes, sin mucho y con muchas

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María Dolores Díaz Maidana
hace 6 años
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4 LA CASA DE MI ABUELA. La mejor de las casas posibles. Estaba hecha como se hacían antes, sin mucho y con muchas cosas. Con zócalos de aquí y de allí; con muros de bloques de arena de playa; con puertas por aquí y por allá, y con poco o mucho más. Lo tenía todo. Tenía flores por doquier. Colorines y callaos en pasillo del patio principal, con un pino enorme, impresionante, que la abrigaba y presidía. Era un mundo. Era blanca y también verde, con un montón de escaleras. Con aguacateros, almendreros, manzaneros, naranjeros, durazneros, limoneros y cirueleros entre tantos más. Era un ejemplo de diversidad tan fructífera y próspera como la vida misma. Era otro mundo. Te podías perder donde quisieras y estar cómodo en cualquier sitio, incluso al lado de la cabra o junto a la conejera. Era una granja humilde y muy pintoresca y era encantadora. Había gallinas y llegó a haber pollitos, cochinos y "ratonillos". Era un libro, una enciclopedia, un sito especial, con una especial fauna y flora. Llena de recovecos y escondites, era perfecta para dejar volar la imaginación. Estaba unida con todo, con más casas, huertas y patios. Había una bodega y un cuarto pequeño bajo la escalera. Era la mejor de las casas posibles. Era vida. Me encantaba. Era como un laberinto, una guarida perfecta, una mansión presidida por la más noble de las reinas, la mejor de las abuelas. Era libertad. Lo tenía todo, incluso una cocina como un puzle de piezas de mil colores en la que no pegaba el suelo con la pared, ni las sillas con la encimera, ni tampoco los muebles con la nevera. Pero sin duda era genial. Era mi morada, mi castillo, mi reino, mi galera. Era la casa de mi abuela, la mejor de las casas posibles. Hoy está casi igual, pero el casi es muy grande y pesado. Parece la misma, aunque con alguna magulladura y alguna humedad de más. Le falta quizás algún arreglo y una mano de pintura, pero los cuadros siguen puestos igual que antes. El pino si que no está y lo que queda de él son sus raíces en la tierra por debajo de la casa, invisibles como los sentimientos que hoy me afloran y que me agarran la garganta. A pesar de todo, la casa, la mejor de las casas posibles, está casi igual. Aunque en el patio crezcan hierbajos que nunca vi y las flores que había ya casi no estén, no ha cambiado tanto. Pese a que algunos de los muebles estén vacíos y en el cuarto de la tele no haya tele ni sillón. Aún cuando al entrar, no se vean resplandecer la camelias desde la entrada y las esterlicias no me miren como antes, la casa está casi igual. Hoy el suelo no está

5 mojado en el pasillo y puedes pasar porque no está fregado. A salvo de algunas de estas pequeñas cosas, en apariencia, la casa está prácticamente igual. Hace tiempo que la tiene menudo elemento, un personaje de cuento, un genio, un confesor, un fiestero, un mentor y un excelente compañero. El pequeño de los hermanos, el más loco y enrollado de mis tíos la acabó heredando. No cabe duda de que hace todo lo que puede por cuidarla, por tenerla bonita, porque si la tiene, pero sé que más la tiene donde no hay papeles, ni escritos, un poco más adentro de la piel. Seguramente él la ve más cambiada, más vieja y la siente más que yo. Sin embargo hoy, como muchas veces que estoy en la casa de mi tío, la casa de mi abuela, la mejor de las casas posibles, me habla o me recuerda en silencio, sin decirme una palabra. Me habla a solas y me habla entre el ruido de la gente. Me habla como hoy, que ha estado llena, llena de gente, de amigos, hermanos, sobrinos, esposas, maridos, cuñados, abuelos, de hijos, tíos y nietos. Ha sonado el albedrío, y entre el murmullo hemos cantado, comido... Algunos, hasta emborrachado. Pero, sin duda, que todos nos hemos reído. La casa estaba llena, y de celebración, de cumpleaños, de estar juntos, de compartir y brindar por los próximos años. Parecía feliz, rebosante como hace tiempo no estaba y pareció no echar de menos las flores, los naranjeros, las gallinas o el pino. Puede, puede y seguramente no los echaba de menos porque la compañía suplía sus sentimientos, sus recuerdos, el resplandor de antaño. Pero todo tiene un pero. Estaba contenta, pero eso no me lo dijo, estaba feliz y eso no me lo contó, se encontraba radiante y ni siquiera lo comentó. La casa, la casa de mi abuela, la mejor de las casas posibles solo me susurro una cosa. La casa me dijo estoy vacía. Mi mansión, mi laberinto, mi bulevar de sueños perdidos me hizo sentir que no estaba, que faltaba y que la echo de menos con toda mi alma. Que la quiero y que mis lagrimas no mienten, solo sienten que no está. Que en esta casa sola, llena, vacía, en esta parte de mí falta ella. Que la mejor de las casas posibles no es la mejor si no está. Que la magia que había, la luz, el calor, era ella. Ojalá no fuera así y hoy pudiera verte en el patio y corriera para darte un abrazo. Ojalá pudiera. Ojalá estuvieras aquí. Ojalá pudiera decirte que hoy y por siempre te quiero, ABUELA.

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