Servidores y testigos de la Verdad. Meditaciones 15. Amén. El Credo fundamento de la vida

Transcripción

1 Servidores y testigos de la Verdad Meditaciones 15 Amén El Credo fundamento de la vida

2 Meditaciones 15 Amén El Credo fundamento de la vida Catecismo de la Iglesia Católica Compendio 217 Youcat 165 ÍNDICE El credo y la vida cristiana... 3 La fe transforma nuestra vida...3 La respuesta del hombre al Dios que se revela: «Amén»...5 Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida... 8 Edita: Arzobispado de Madrid C/Bailén, Madrid 2

3 El credo y la vida cristiana El Credo es un instrumento fundamental para el crecimiento en la vida cristiana. Nos ayuda a recordar de manera resumida lo que Dios ha querido revelarnos de sí mismo y de su designio amoroso: - Que Dios es Padre y Creador todopoderoso; por eso nos dio el ser y la vida e hizo surgir de la nada todo este mundo maravilloso que nos rodea. - Que su bondad y misericordia son infinitas, y por eso nos ha redimido y liberado del pecado por medio de su Hijo Jesucristo. - Que es fuente de vida eterna, y por eso nos ha dado su Espíritu Santo y nos ha hecho asimismo miembros de la Iglesia, para santificarnos y hacernos ciudadanos del cielo. Nos ayuda también a conocer ordenadamente la fe de la Iglesia, y funda y cimienta la unidad de los creyentes en una misma fe, la fe de los apóstoles, la fe que nos salva. No obstante y como bien sabemos, la vida cristiana no puede reducirse tan sólo al aprendizaje de las fórmulas de fe contenidas en el Credo. Por ello, a lo largo de la presentación de los distintos artículos, hemos intentado conocer básicamente el significado y alcance de cada uno de ellos, tal y como la Iglesia lo ha querido transmitir con cada una de esas fórmulas, sin olvidar lo que suponen para nuestra vida de cada día y las consecuencias que tienen. La fe transforma nuestra vida Sabemos que la fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios en el hombre. Es decir, que si creemos es porque Dios, por medio del Espíritu Santo, mueve interiormente el corazón de cada creyente y lo dirige a Él, abriéndole la mente y la voluntad para que acepte gustosamente y crea en la Verdad. Sin esta ayuda interior del Espíritu, nos resultaría imposible dar el salto de la fe. Esta fe, infundida por Dios en el hombre, transforma radicalmente nuestra vida. La fe, en primer lugar, ilumina la mirada del creyente, de modo que éste es capaz de ver más allá de las apariencias. Quien cree en Dios experimenta que 3

4 su vida tiene sentido; que hemos sido creados, no por azar, sino por amor, y que nuestro destino no es la muerte sino la comunión definitiva con Él. En efecto, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (Gaudium et Spes 22). La luz de la fe ayuda también al creyente a tomar conciencia de que nada hay que esclavice más a los hombres que caer en las trampas de la apariencia, del engaño, de la adulación. Por eso el creyente no busca hacer el bien para ser visto y aplaudido por los hombres, sino porque busca la gloria de Dios, huyendo de buscar la suya propia (cfr. Mateo 6,1 8). El creyente en Dios descubre que no es lo grande sino lo pequeño lo que Él ha escogido para revelarse al mundo (cfr. Mateo 11,25 y Lucas 10,21) y por ello se siente llamado a entrar en la lógica del Reino, en la que los que son pequeños como los niños llegarán a ser grandes (cfr. Mateo 18,4); los primeros serán últimos (cfr. Mateo 20,16) y los que quieren ser importantes han de ser servidores de todos, como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida por todos (cfr. Mateo 20,28; Marcos 10,45). El creyente es consciente de que es el Padre del cielo quien cuida de cada una de las criaturas y las viste; y sobre todo quien cuida del hombre, porque lo ama infinitamente más que al resto de las criaturas (cfr. Mateo 6, ). Por ello, no siente necesidad de apegarse a los bienes materiales; sabe en el fondo que de ellos no depende su vida (cfr. Mateo 6,25.27). El creyente, incorporado a Cristo por el Bautismo (cfr. Romanos 6,5), siguiéndole y en unión con Él (cfr. Juan 15,5), puede conformar sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con los sentimientos de Cristo (cf. Filipenses 2,5) y seguir sus ejemplos (cfr. Juan 13, 12-16). El creyente, como templo del Espíritu Santo (cfr. 1 Corintios 6,19), queda sanado de las heridas del pecado y, puesto que es renovado (cfr. Efesios 4,23), iluminado y fortalecido interiormente, puede vivir como hijo de la luz (cfr. Efesios 5,8) y actuar movido por este mismo Espíritu, el cual le hace dar frutos de vida y no de muerte (cfr. Gálatas 5,22). El creyente experimenta continuamente que Dios es su roca y su salvación; por eso en los momentos de duda, se 4

5 acoge a Aquel que le sostiene y le hace perseverar a pesar de sus debilidades. En esos momentos, escucha en su interior lo mismo que Dios le dijo a san Pablo: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad (2 Corintios 12, 9). Esta novedad de vida que nos otorga la fe sacia plenamente el corazón del hombre y le hace ser feliz de un modo único y singular. Pues se trata de una felicidad que descansa sobre el pilar más firme y seguro: el amor de Dios, que nos ha sido revelado en Cristo (cfr. Romanos 8,35-39). La respuesta del hombre al Dios que se revela: Amén La fe es asimismo un acto verdaderamente humano, en el sentido de que se trata de una respuesta de adhesión a Dios que se revela y, al mismo tiempo, a cuanto nos ha manifestado. No se trata de ninguna imposición, sino de un acto libre. Por ello nadie puede obligar a otro a creer; ha de ser él quien voluntariamente diga: creo. Los cristianos estamos llamados a acoger el Credo y cuanto conlleva para nuestra vida. Esta acogida la expresamos en el Amén final, un término de origen hebreo que, como nos dice el Catecismo, recoge y confirma su primera palabra: Creo. De hecho, creer es decir Amén a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Cristo el Señor, el Amén (cfr. Apocalipsis 3,14) de amor infinito y de perfecta fidelidad. Sin embargo, en el camino de la fe, aunque contamos con el auxilio de la gracia interior y con multitud de signos que prueban la verdad que nos es revelada, constantemente nos asaltarán dudas; y, cuando eso nos ocurre, enseguida pensamos que ya no tenemos fe, porque decimos: si tuviéramos verdadera fe nunca dudaríamos. Sin embargo, habría que afirmar lo contrario: precisamente porque creemos, nos vienen dudas. Debemos, por tanto, reavivar continuamente nuestra fe, tratando de vivir arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (cfr. Colosenses 2,7). La fe se cuida y se conserva: viviendo de ella, poniéndola en práctica, fiándonos cada día de la Palabra de Dios, que se ha de convertir en el alimento cotidiano del creyente (cfr. Mateo 7,24-27). 5

6 mediante la oración constante, por la que pedimos al Señor que aumente nuestra fe (cfr. Lucas 17,5). por medio del ejercicio de la caridad, porque la fe sin obras está muerta. De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago, y no les dais lo necesario para el cuerpo; de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe. Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo sin espíritu es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver (Santiago 2, ). apoyándonos en la esperanza. Porque, si esperamos de Dios el cumplimiento de sus promesas, la fe evidentemente crecerá: Hermanos: En esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Pero además el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios (Romanos 8,24-27). enraizándonos en la fe de la Iglesia, porque es la Iglesia la que cree en primera persona y la que nos invita a creer a todos y a cada uno de nosotros; y además, la Iglesia, como madre y maestra de la fe, no deja de instruirnos para que nos afiancemos en ella más y más, hasta alcanzar la plenitud en Cristo: Queridos hermanos: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa (1 Juan 1,1-4). 6

7 Para la reflexión y el diálogo - Qué ámbitos de tu experiencia fe han sido especialmente iluminados a lo largo de la exposición de los diferentes artículos del Credo?; qué cuestiones necesitas reflexionar más? - En qué sentido podrías afirmar que la fe ha transformado tu vida? Para la oración De la Carta del Apóstol san Pablo a los Romanos (10, 8-15) Hermanos: La Escritura dice: La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación. Pues dice la Escritura: Nadie que crea en él quedará confundido. En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Ahora bien, cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? Y cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito: Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buen Noticia del Bien! Esta oración litúrgica nos invita a profesar nuestra fe en Dios y a reconocer y a agradecer los beneficios de su amor. Unidos a los ángeles y a los santos y, por nuestra voz, también todas las criaturas, bendecimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, con el deseo de poner nuestra fe y nuestra confianza enteramente en Él y de poder participar un día en la asamblea festiva del cielo. 7

8 Oración final de alabanza (Te Deum) A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. A ti, Eterno Padre, te venera toda la Creación. Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran. Los querubines y serafines te cantan sin cesar: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del Universo. Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, la multitud admirable de los profetas, el blanco ejército de los mártires. A ti la Iglesia Santa extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo defensor. Tú eres el Rey de la gloria, Cristo. Tú eres el Hijo único del Padre. Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana, sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el Reino del Cielo. Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre. Creemos que un día has de venir como Juez. Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa Sangre. Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos. 8

9 Para la vida - Qué aspectos de la vida cristiana necesitas actualmente madurar para que toda tu existencia tienda a convertirse en un amén a las palabras, promesas y a los mandamientos de Dios recogidos en el Credo? - Puesto que la fe que profesamos es la que hemos recibido de Cristo por medio de los apóstoles, cómo podemos nosotros transmitirla a nuestros contemporáneos? Credo del Pueblo de Dios (Pablo VI) Profesando esta fe y apoyados en esta esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Bendito sea Dios, santo, santo, santo. Amén. 9

10 ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres, te alabamos y te bendecimos. Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe. El Padre te ha enviado para que creamos en Ti y, creyendo, tengamos Vida eterna. Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe: conviértenos a Ti, que eres la Verdad eterna e inmutable, el Amor infinito e inagotable. Danos gracia, fuerza y sabiduría para confesar con los labios y creer en el corazón que Tú eres el Señor Resucitado de entre los muertos. Que tu Caridad nos urja para encender en los hombres el fuego de la fe y servir a los más necesitados en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre a impulsos del Espíritu. Te pedimos con sencillez y humildad de corazón: haznos tus servidores y testigos de la Verdad; que nuestras palabras y obras anuncien tu salvación y den testimonio de Ti para que el mundo crea. Te lo pedimos por medio de Santa María de la Almudena, a quien nos diste por Madre al pie de la cruz y nos guía como Estrella de la Evangelización para sembrar en nuestros hermanos la obediencia de la fe. Amén.