6. LA CIUDAD DE ROMA

Transcripción

1 6. LA CIUDAD DE ROMA La Ciudad Eterna, Roma. Pocas ciudades han visto su nombre pronunciado durante tantos siglos por tantos miles de personas. Hoy, con el bullicio de sus coches y la anarquía de su tráfico rodado, la belleza de sus edificios y el encanto de sus rincones, sigue ejerciendo una innegable fascinación sobre el viajero que la visita. Y Roma es hoy hasta cierto punto mucho más de lo que fue ayer; el cristianismo, de un lado, y todo el movimiento renacentista y barroco, del otro, han hundido en ella sus raíces y la han embellecido y enriquecido todavía mucho más. Pero viajemos nosotros a la antigua Roma. Es muy difícil detenernos: De qué ciudad queremos hablar? De la Roma de los reyes? De la Roma de la República? De la Roma de los emperadores? Intentaremos trazar un perfil de la Roma más cargada de historia y monumentos de época antigua. Así, después intentaremos trazar un mapa de la Roma de fines del Imperio. Hablamos de la ciudad embellecida por Trajano y Adriano en el siglo II d.c., y que, como es natural, se aleja notablemente de aquella ciudad que venía a ser la primera y primitiva fusión de aldeas aledañas a las siete colinas. Estas fueron siempre, eso sí, punto de referencia a la hora de trazar el perímetro de la ciudad. Obviamente el aumento incesante de la población -más de un millón de personas en tiempo de Augusto- determinó el crecimiento de la urbe. Con los referentes del Tíber y las siete colinas, la ciudad fue creciendo en un mosaico de contrastes; suntuosas edificaciones públicas la fueron embelleciendo, mientras los habitantes se iban apiñando de forma un tanto anárquica y desordenada. Un fenómeno que recuerda sin cesar lo que sucede en muchas ciudades del mundo actual. EDIFICACIONES PÚBLICAS El centro neurálgico de la ciudad desde comienzos de la época republicana fue el foro, especie de plaza mayor de nuestras ciudades y punto de referencia obligado que permaneció con pocas variantes hasta bien entrada la época del Imperio. En torno a él se vertebra la actividad política, pero sobre todo la actividad comercial de la ciudad. Cuando Roma va extendiendo su dominio por toda Europa y parte de África y del Oriente, varios emperadores van engrandeciendo la ciudad con nuevos foros que llevan sus nombres; así, Julio César, Augusto, Vespasiano, Nerva y muy especialmente Trajano. Añádase a ello la construcción de acueductos -Claudio-; arcos triunfales -Tito, Constantino, Septimio Severo entre otros-; anfiteatros -Coliseo de los Flavios-; termas fastuosas en las afueras de la ciudad -Caracalla-; templos, basílicas, y se obtendrá como resultado un conjunto monumental realmente espectacular. Ante la imposibilidad de ir realizando un recorrido exhaustivo por todos los rincones de la ciudad, destacamos toda una serie de edificios que agrupamos según las funciones a las que están destinados.

2 CONSTRUCCIONES RELIGIOSAS Un súbdito del Imperio que viajara a la Roma de Diocleciano encontraría, en primer lugar, edificios con finalidad religiosa: los templos, que no son en la religión romana un lugar en el que se congregan los fieles para rezar, sino más bien monumentos erigidos en honor de las distintas divinidades. La nómina es interminable (templo de Juno, de Cibeles, de Cástor y Pólux, de Apolo, de Venus y Roma, del divino Julio, este dedicado a Julio César, que fue divinizado por Augusto, etc.), pero hay dos fundamentales que deben tenerse siempre presentes: el templo de Vesta y el de Júpiter Capitolino. El templo de Vesta, de planta circular, es el más antiguo. Ubicado en el primitivo foro, en él se mantenía encendido el fuego sagrado en honor de Vesta, la antigua diosa del hogar. De su cuidado y mantenimiento se encargaba un colegio de muchachas vírgenes, las vestales. El templo solo se abría a las mujeres casadas el 9 de junio de cada año, con motivo de la festividad de Vesta. La mentalidad tradicional siempre vinculó ese templo circular al primitivo hogar del rey de Roma, que tenía esa forma, y las vestales, a sus hijos. El templo de Júpiter Capitolino era sin duda un punto emblemático de la ciudad; no en vano Júpiter era considerado su protector. Allí los cónsules tomaban posesión de sus cargos y a los pies de sus escalinatas acababan los grandes desfiles triunfales. El templo había sido fundado por Tarquinio el Soberbio; en él recibían culto no solo Júpiter, sino también Juno y Minerva, las tres divinidades básicas de los romanos, conocidas en conjunto con el nombre de tríada capitolina. EDIFICIOS POLÍTICOS Y JUDICIALES Un segundo conjunto lo integrarían edificios con finalidad netamente política y judicial. Nos referimos fundamentalmente a la Curia, sede de reunión del Senado, situada junto a la sede de la Asamblea Popular (comicios) de época republicana al noreste del foro. Destruido el primitivo edificio por un incendio, Julio César construyó muy cerca la nueva sede, de planta rectangular y con lujosos escaños de mármol. De difícil clasificación son las basílicas, imponentes edificaciones cubiertas, de corte rectangular, divididas en naves por filas de columnas. La basílica es, a decir de algunos, la evolución de la stoa o galería porticada de los griegos. En sus orígenes tenía finalidad comercial y poco a poco fue siendo un lugar en el que se administraba justicia. La basílica Aemilia y la basílica Iulia, aledañas al foro primitivo, quedaron ensombrecidas por la espectacularidad de la basílica Ulpia de Trajano y la basilica de Majencio, una de las últimas obras públicas de época imperial. EDIFICIOS PARA LOS NEGOCIOS PÚBLICOS El tercer conjunto estaría formado por edificios destinados, no única pero sí fundamentalmente, a actividades de tipo económico y comercial. Son los llamados foros imperiales. Sin alterar esencialmente la fisonomía del foro antiguo, a partir de Julio César varios emperadores deciden prolongarlo o extenderlo de alguna manera a fin de ofrecer mayores áreas de servicios públicos a los ciudadanos y de dejar huella de su gestión impresa en diversos monumentos y edificaciones. Nos referimos al foro de Julio

3 César, al norte de la Curia; al foro de Augusto, prolongación hacia el norte del de Julio César; al foro de Vespasiano, que incluía una biblioteca; al pequeño foro de Nerva, y muy especialmente al foro de Trajano. Este era algo más que una plaza del mercado cerrada o limitada por un templo, como sucedía en el caso de los foros anteriores. Se trataba de todo un conjunto monumental de primer orden compuesto por la gran plaza, una basílica a la que hemos aludido (la basílica Ulpia), dos bibliotecas, una para los volúmenes griegos y otra pan los latinos, y un espectacular mercado cubierto. Consistía en una hilera de tiendas colocadas en semicírculo, con entrada y salida a la calle a la que se superponían varios pisos con más tiendas y diversas dependencias. Una estatua ecuestre de Trajano y una imponente columna conmemorativa de sus victorias en la Dacia completaban un conjunto magnífico. EDIFICIOS PARA EL OCIO Roma ofrecía también al viajero de antaño excelentes muestras de edificaciones dedicadas al ocio y el esparcimiento de los ciudadanos. Destacan tres por encima de todas: el teatro de Marcelo, el Circo Máximo y el Coliseo. El teatro de Marcelo, muy cerca del Tíber, en el Campo de Marte, se levantó en tiempos de Augusto. Tenía capacidad para cerca de espectadores, con lo que superaba a los inmediatamente anteriores teatros de Pompeyo y de Cornelio Balbo, ambos del siglo I a.c. En la llanura existente entre las colinas del Aventino y el Palatino se extendía el Circo Máximo, el más antiguo y el más amplio de todos los circos de Roma. Diseñado en época de Tarquinio Prisco, fue ampliado durante la República y reconstruido y embellecido por Julio César. En él tenían lugar las careras de carros, que apasionaban a los romanos de todas las épocas. Si espectacular resultaba el Circo, absolutamente indescriptible era la sensación que experimentaba el viandante al pasar junto al impresionante anfiteatro de los Flavios, llamado Coliseo a partir de una colosal estatua de Nerón erigida en sus inmediaciones. Situado en la falda del Esquilino, se comenzó a construir en época de Vespasiano y se inauguró en 80 d.c., durante el reinado del funesto Domiciano. En él tenían lugar combates de gladiadores, enfrentamientos de hombres con fieras, lucha de animales salvajes y naumaquias o combates navales. Con capacidad para cerca de espectadores, conmociona todavía al viajero; nuestros estadios más emblemáticos no le superan en capacidad ni en majestuosidad. Al teatro, al anfiteatro y al circo se unen las termas, especie de baños públicos. Lugares para el relax, la charla, el cotilleo y la tertulia, gozaron siempre de gran afluencia de público; los romanos se esforzaron por crear buenas infraestructuras con vista a mantener las diversas dependencias a sus temperaturas adecuadas: frigidarium, tepidarium y caldarium con aguas fría, templada y caliente, respectivamente. A estas estructuras se sumaban los vestuarios -apodyterium- y las salas de gimnasia, acicalamiento y embellecimiento. Hombres y mujeres estaban separados; no así en las piscinas al aire libre, que podían encontrarse en recintos anexos a las termas más lujosas de mayor capacidad. Las más espectaculares, si bien situadas un tanto alejadas del centro urbano, fueron las construidas por el emperador Caracalla.

4 EDIFICIOS CONMEMORATIVOS Cierra este recorrido apresurado por la ciudad un último conjunto de edificaciones de tipo ornamental, por un lado, y funcional, por otro. En el primero incluimos las columnas conmemorativas -a la ya citada de Trajano hay que sumar la de Marco Aurelio- y de modo muy especial los arcos triunfales; son especialmente llamativos los de Tito, Constantino y Septimio Severo. Por último, el visitante quedaría perplejo ante el magnífico acueducto construido en tiempos del emperador Claudio. Nada menos que casi 43 kilómetros de longitud para asegurar el suministro de agua a Roma. No era el único; casi una decena podían contarse en la ciudad en la época de máximo apogeo del Imperio. EDIFICACIONES PRIVADAS Este era el panorama de lo que podríamos llamar las grandes edificaciones públicas de los romanos. Cabe preguntarse ahora por el ciudadano de a pie. Dónde se ubica ese millón y pico de habitantes con los que contaba la ciudad ya en época de Augusto? La respuesta parece clara: en casas deslavazadas que se apiñan sin orden ni concierto. Unas, como si de pequeños palacetes se tratara, son las villae, lujosas casas señoriales; otras -las de la mayor parte de la población- formando bloques, al modo de nuestros pisos actuales, son las llamadas insulae. No faltan tampoco montones de chozas en las que se apiña el grupo de los que entonces como ahora eran la población marginal, gentes sin recursos, sin oficio ni beneficio, llegados a Roma en busca de un futuro mejor. La casa señorial, domus o villa, nos es bien conocida por los restos encontrados en Pompeya. Está orientada hacia el interior, esto es, carece de ventanas y vista exterior; es de una sola planta, y cada habitación tiene una función determinada. La casa se construye alrededor del atrium, espacio cuadrangular que tiene una abertura en el techo, impluvium, bajo el que se construye una especie de piscina o pilón, compluvium, destinada a recibir el agua de la lluvia. En los tiempos más antiguos, el atrium era el centro de reunión de amos y criados en torno al llamado hogar doméstico. Por delante, el vestibulum, decorado con estatuas, era una especie de zaguán o sala de espera en la que se amontonaban los clientes para el ritual de la salutatio. Una estancia contigua al atrium era el tablinum, estancia ocupada en un principio por el pater familias; posteriormente fue la sala de estar de la familia. En la parte posterior podía haber un jardín, el hortus. A ambos lados del atrio se extienden las alae, en las que estaban ubicados los que hoy llamaríamos dormitorios. A medida que los romanos fueron haciéndose más refinados comenzaron a ampliar sus viviendas con nuevas dependencias. Destacaron dos por su esbeltez, su lujo y el amplio uso de que fueron objeto; nos referimos al triclinium, el comedor de las casas actuales en el que se celebraban banquetes y fiestas que duraban hasta el amanecer, y el peristylum, especie de jardín rodeado de un pórtico sostenido por columnas al que iban a dar una serie de habitaciones. Las casas más lujosas introdujeron dependencias especiales para baños, balnea, y cocinas, culina. Este tipo de casa señorial se edificaba sobre todo a las afueras de Roma, en emplazamientos especialmente atractivos por sus vistas panorámicas o la belleza natural del entorno. Eran las villae rusticae, que acompañaban la casa de lujosos y cuidados jardines.

5 LA INSULA Frente a este tipo de casa señorial o villa existían las insulae; bloques de pisos, por decirlo con la expresión actual, donde se apiñaban los romanos de las clases menos pudientes. Son casas por lo general de alquilen orientadas al exterior, con ventanas muy pegadas unas a otras. Cada una de las escasas dependencias desempeña funciones variadas. Serían lo más parecido -salvando las distancias como es natural- a nuestros apartamentos y estudios. La altura de los bloques raras veces superaba los cuatro pisos, pero ya era suficiente para proporcionar a la ciudad un aspecto muy distinto al de cualquier ciudad griega. Por esa ciudad de fisonomía deliciosamente anárquica deambulan los habitantes día y noche. El mido y el bullicio son permanentes; los testimonios de los antiguos son inequívocos y abundantes al respecto. No importa; son los ciudadanos los que dan la personalidad a la ciudad; ellos y no sus monumentos son su pulso, su latido y su vida.