2. Id también vosotros a mi viña!

Transcripción

1 2. Id también vosotros a mi viña! Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo. [ ] La voz del Señor resuena ciertamente en lo más íntimo del ser mismo de cada cristiano que, mediante la fe y los sacramentos de la iniciación cristiana, ha sido configurado con Cristo, ha sido injertado como miembro vivo en la Iglesia y es sujeto activo de su misión de salvación. (San Juan Pablo II, Christifideles laici, n. 2-3) EN LO PROFUNDO DEL CORAZÓN HUMANO corazón humano arde un deseo de una vida plena, de una vida con verdadero sentido. En algunos corazones este deseo arde sosegadamente, como una pequeña brasa bajo gruesas capas de fría ceniza. Las personas en esa condición pueden ignorar este anhelo o tratan de saciarlo llenando su vida con comodidades y logros terrenales, pensando que esas cosas serán suficientes para satisfacerlos. En otros corazones el deseo resplandece más violentamente y con impaciencia se menosprecia cualquier cosa que no contribuya directamente a la causa particular a la cual se hayan avocado. En este caso, la vida puede perder su balance y armonía porque las personas pueden obsesionarse y convertir en ídolos los trabajos legítimos y necesarios (como curar el cáncer, acabar con el hambre mundial). Esto puede incluso llevar a la violencia y destrucción cuando la causa adoptada o los medios escogidos para promoverla contradicen la dignidad humana. Matar personas para salvar una especie de animal o planta en peligro de extinción, por ejemplo, es peligrosamente desequilibrado. La fuente de una vida plena Ni las comodidades y logros terrenales, ni los ídolos ideológicos pueden llenar los anhelos del corazón humano. Nuestros corazones están hechos para Dios y su reino, están hechos para la vida eterna. Nada en este lado de la eternidad puede verdaderamente satisfacerlos. Aquí tan solo podemos comenzar a experimentar la plenitud de vida a la cual Dios nos está

2 llevando, pero aún ese principio es, por mucho, superior a cualquier cosa que el mundo terrenal nos puede dar. Dios desea que encontremos y sigamos un camino con un verdadero sentido. Él desea que experimentemos la plenitud de un auténtico crecimiento que se produce cuando se sigue ese camino. De hecho, Jesús resumió la misión de su vida en esos términos: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Juan 10,10). Ser evangelizado por la Iglesia nos da acceso a este camino. De hecho nos pone sobre el camino que lleva a la Vida (Mateo 7,14) al unirnos a la fuente misma de la vida: Jesús. Por el bautismo nos convertimos en miembros de esta Iglesia, donde Cristo sigue presente en el mundo, renovando y redimiendo a la familia humana desde dentro. Nuestro ADN espiritual está reforzado por el bautismo, a fin de que todo cristiano se convierta en otro Cristo. Como san Cipriano lo expuso desde el siglo tercero: Christianus alter Christus Cada cristiano es otro Cristo. Los otros sacramentos nutren esta vida divina de Cristo en cada persona bautizada, como lo hace la instrucción y guía que cada uno recibe de parte de miembros más experimentados de la Iglesia: los padres, maestros, sacerdotes y demás. Las plantas sanas producen fruto El sano crecimiento de esta vida divina de gracia tiende irresistiblemente a producir fruto. Los cristianos auténticos comparten con los demás, de manera natural, los dones de gracia que han recibido. A medida que crecen en su madurez espiritual, producen frutos espirituales, de manera análoga a la forma que las plantas maduran para producir la fruta. Jesús utilizó esta imagen para describir el crecimiento de su reino: También decía: El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. (Marcos 4, 26 29)

3 Una semilla sana crece y da fruto eso es lo que hace. De acuerdo con el Señor, la semilla de gracia no es diferente. La necesidad de ayudar a otros a vivir la vida en plenitud, el deseo de ayudarlos a descubrir las verdades liberadoras del Evangelio y experimentar la misericordia y amor revitalizante de Jesucristo, surge desde el interior de todo cristiano autentico. Es parte de lo que somos. Es un signo vital espiritual. Las expresiones clásicas de este anhelo de difundir el amor que nos ha sido dado se encuentran esparcidas a lo largo del Nuevo Testamento en los escritos de san Pablo, el misionero por excelencia. Porque el amor de Cristo nos urge escribió a los cristianos en Corinto (2 Corintios 5,14). En una carta anterior, él había explicado su propio sentido de misión con otra frase que ha sido tomada por todas las generaciones cristianas desde entonces: Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ay de mí si no predicara el Evangelio! (1 Corintios 9,16). Las personas versus las plantas Por supuesto que los seres humanos son diferentes a las plantas que crecen y dan fruto inconscientemente. En la vida espiritual, sin embargo, el crecimiento y el dar fruto están vinculados a nuestra cooperación libre, a nuestra decisión de escuchar y obedecer a medida que la voz del Señor resuena claramente en lo profundo de nuestras almas, citando de nuevo a san Juan Pablo II. Como cristianos bautizados somos evangelizadores por nuestra misma naturaleza, pero somos capaces de negar esa naturaleza, de hacerla pasar hambre, o de esconderla, o de actuar contra ella. Cuando hacemos eso, impedimos la misión de la Iglesia, fracasamos en nuestro llamado a amar y nos desviamos del camino de sentido que por sí mismo puede satisfacer los anhelos más profundos de nuestro corazón. La descripción de Jesús sobre este aspecto misionero de nuestra identidad cristiana ilustra ambas dimensiones que somos evangelizadores por naturaleza a partir de nuestro bautismo, pero que podemos actuar contra esa naturaleza. Durante su Sermón de la Montaña, por ejemplo, Él explicó:

4 Vosotros sois la sal de la tierra. Más si la sal se desvirtúa, con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5, 13 16) Los seguidores de Cristo son la sal de la tierra y la luz del mundo. Nuestra identidad implica dar sabor e iluminar un mundo sofocado y oscurecido por el pecado. Como dijo san Juan Pablo II: Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia. Esta vocación y misión personal define la dignidad y la responsabilidad de cada fiel laico. (San Juan Pablo II, Christifideles Laici, n. 58) Y sin embargo, para nosotros es posible volvernos sal insípida y luz oscurecida. Como miembros de la Iglesia somos parte de su misión, pero tenemos que decidir vivir de acuerdo con esa identidad, decidir dejar que nuestra luz brille ante los demás y así cumplir el mandamiento del amor. Para eso fuimos creados, eso es lo que somos llamados a hacer, eso es lo que el mundo necesita que hagamos y eso es lo que calmará nuestra sed existencial de plenitud duradera: hacer una contribución a la historia, con un sentido verdadero. Cuando el Viñador nos mira y dice: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. (Mateo 20, 4), lo dice con una tierna, anhelante y amorosa sonrisa. Preguntas para reflexión personal o discusión en grupo 1. Cuál de las ideas en este capítulo te llamó más la atención y por qué? 2. Cuándo has experimentado de manera aguda la sed de sentido y propósito que Dios ha implantado en la profundidad de tu alma? Qué hiciste al respecto? 3. Qué tan profundamente te identificas con este aspecto de ser seguidor de Cristo? Cómo te hace sentir tu condición de ser misionero, de ser la sal y la luz del mundo? Por qué?

5 4. Tomar conciencia de esta dimensión misionera puede ser abrumador. No siempre nos sentimos aptos para seguir tan alto llamado. No siempre nos sentimos debidamente capacitados, entrenados, dotados o talentosos. Y sin embargo, el hecho permanece, todos compartimos la vocación común de todos los discípulos de Cristo, la vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo (CCC, 1533). En los capítulos siguientes exploraremos las muchas diferentes maneras que la misión puede ser vivida, las cuales pueden ayudar a que sea menos sobrecogedora. Pero por ahora, cómo expresarías de manera consciente este aspecto central de tu más profunda identidad y tu más profunda fuente de sentido? 5. En qué sentido la dirección espiritual periódica puede ayudar a vivir esta dimensión misionera que tiene nuestra vocación cristiana? Visitaré mi parroquia o alguna otra Iglesia y me daré el tiempo para reflexionar en todo el trabajo de arte y decoración dentro de la misma, preguntándome lo que aquellas imágenes me dicen sobre mi identidad como misionero cristiano. Leeré una descripción de la vida de mi santo favorito, poniendo especial atención en cómo vivió esa persona la dimensión misionera de ser cristiano. Hablaré sobre mi fe en una conversación donde usualmente no lo haría, aunque sea indirectamente. Oración final Dios nuestro, que has querido que tu Iglesia sea sacramento de salvación para todos los pueblos, de forma que así perdure la obra redentora de Cristo hasta el fin de los tiempos, despierta los corazones de tus fieles y has que se sientan llamados a trabajar por la salvación de todos, con cuanta mayor urgencia, cuanto es necesario que, de todas las naciones, surja y crezca para ti una sola familia y un solo pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Misal Romano, oración colecta para la Evangelización de los Pueblos.