Historia de un bombillo

Transcripción

1 Historia de un bombillo Había una vez, perdido entre esos millares de estrellitas diminutas que chispean en las noches heladas de diciembre, un pequeño asteroide brillante y travieso que saltaba y bailaba entre los demás sin darse cuenta de que así, pequeño como era, ponía en peligro la estabilidad del universo. Todos los demás planetas eran

2 14 serios y cumplían sesudamente su itinerario conocido, pero este pequeño cuerpo celeste se empeñaba en transgredir todas las leyes de tránsito de ese inmenso mundo. Nadie sabía de dónde había llegado. Todos los demás se conocían, pues alguna vez sus órbitas se habían encontrado y habían cambiado señales que volvían a repetirse por períodos regulares; pero a este pequeño desconocido, nadie lo había visto antes. Unos decían que era una burbuja de espuma que se había escapado del mar en una noche de luna, otros pensaban que podía ser una pelota con la que jugaba el Niño Jesús en los jardines del cielo, o quizás la pompa de jabón que se le voló al angelito rubio que cada noche salía a jugar a la ventana de un lucero. La verdad era que ese pequeño fastidiaba a los astros mayores con sus travesuras y había que darle un escarmiento. El código de señales empezó a transmitir un mensaje que fue captado

3 15 por todos los planetas, astros y demás cuerpos celestes; un cometa, que volaba veloz con su cabellera luminosa, llevó la noticia a través del espacio: se había resuelto exiliar al pequeño asteroide porque constituía un peligro, y lo más lógico era mandarlo a la Tierra. El pequeñín trató de escaparse una vez más, pero no le fue posible. Los grandes astros empezaron a estrechar sus círculos y él, para no morir achicharrado, decidió acatar el veredicto. Descendió a toda velocidad en la noche viendo cómo se acercaba momento a momento la masa oscura de la Tierra. Conforme más caía, más iba distinguiendo formas y contornos; reconoció a sus hermanitas las luces eléctricas y a las luciérnagas que bailaban entre las frondas y, al fin, viendo una ventana abierta, se coló en un gran aposento y fue a colgarse de la rama de un hermoso árbol que lucía mil frutos de colores brillantes entre los cuales podría pasar desapercibido.

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5 17 Había música y muchos niños jugaban por allí; de pronto, una hermosa niña de ojos soñadores y sonrisa traviesa, atraída por el brillo de esos frutos se acercó a mirarlos como si les acariciara y asegurándose de que los mayores no la vieran, se atrevió a tocar algunos con las yemas de los dedos; de repente, vio el pequeño asteroide que relucía entre los demás con mil juegos de luces diferentes y atraída por él, lo anidó en sus manitas rosadas y lo acarició como si fuera un pajarito, pero en un leve descuido se le escapó de las manos, como si tuviera alas y oh milagro de Navidad! al chocar el asteroide contra el suelo, produciendo un dulce sonido de cristal quebrado, voló de entre los luminosos pedazos un azul colibrí, que se puso a revolotear de aquí para allá y, saltando travieso, fue a posarse en el hombro de la niña y le contó, en finos trinos azucarados, su historia: él había sido condenado a vivir preso en una esfera luminosa, por un Mago llamado Baltasar, una

6 18 noche en que, aterido de frío, se había refugiado en un portal y, sin darse cuenta, creyéndolo una flor, había querido libar miel en la palma rosada de la manita de un Niño que dormía en un pesebre. En lugar de miel, su alado pico había hecho brotar sangre y, viendo que el Niño lloraba, el Mago había decidido castigar al colibrí atrevido encerrándolo en la esfera en la cual él veía las cosas del futuro y, luego, saliendo hacia la noche de Belén, con un gran impulso de su largo brazo, lo había echado a volar eternamente al espacio infinito. Sólo el travieso amor de esa hermosa niña en una noche de Navidad pudo salvarlo del sortilegio Y para quedar en paz, voló hacía el Belén que había en una esquina del aposento y, con una suavidad inmensa, libó la gota de sangre que, al cabo de los siglos, aún conservaba el dulzor de la miel. Cuenca, diciembre de 1949