Prólogo a la segunda edición. Un hacedor de sonetos

Transcripción

1 Los Ojos de la Luz Victorio Zamora Martínez Prólogo a la segunda edición Un hacedor de sonetos Victorio Zamora es un hacedor de sonetos y su libro, Los ojos de la luz, una colección abundosa de poemas sujetos a esta formalización estrófica. El soneto constituye una estructura lógica en sí misma. Catorce versos de arte mayor, endecasílabos en el canon clásico, articulados en dos cuartetos y dos tercetos, que desarrollan un concepto, una impresión, un sentimiento, un alegato e incluso un razonamiento. El soneto para nosotros es una estrofa importada. Nacido en Sicilia, pasó después a la Italia central y fue utilizado en el siglo XIII por los poetas de dolce stil nuevo. En el siglo siguiente creció en donosura poética gracias a los dedicados por Dante Alighieri a su amada Beatrice, insertos en su libro Vita nuova. Y aún más si cabe, a los compuestos por Petrarca, y también amorosos en su temática, incluidos en su Cancionero. Parece ser que en siglo XV llegó a España. El marqués de Santillana comenzó a componer con esta estrofa que era combinación de otras, y con esta métrica inusual hasta entonces en la poesía castellana. Posiblemente, el primer soneto que se escribió en nuestro idioma sea el que se inicia: Lejos de vos y cerca de cuidado, pobre de gozo y rico de tristeza, Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, viajeros y humanistas, introdujeron de forma definitiva el soneto en nuestra literatura, pulieron la forma, ampliaron su temática. Este es el primer cuarteto del Soneto XXIII de Garcilaso, que constituye un excelente ejemplo de su madurez: En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena. 1

2 A partir de entonces, el soneto avanzó impetuoso por las veredas de la literatura hispana. Irrumpió en el teatro y se convirtió en soliloquio en donde el personaje reflexiona, se interroga, protesta, brama improperios, maldice, ruega y acostumbra a tomar decisiones. Los grandes escritores del manierismo y el barroco, desde Cervantes a Calderón, pasando por Lope, Góngora, Quevedo, Herrera y muchos más, escriben sonetos con maestría, sobre temáticas muy diversas y estilos muy diferentes. Cervantes, por ejemplo, escoge una estructura estrófica combinatoria ABBA para los cuartetos y CDE duplicada para los tercetos. Es una innovación respecto a los tercetos encadenados CDC- DCD, que predomina en Lope. Así hace en su famoso y excepcional soneto que comienza: Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso. Cervantes, además de contribuir en mucho a la composición cargada de ironía, podíamos decir que habita el mundo de la ironía, propone juegos como el del soneto dialogado: B. Cómo estáis, Rocinante, tan delgado? R. Porque nunca se come, y se trabaja. B. Pues, qué es de la cebada y de la paja? R. No me deja mi amo ni un bocado. Pero también el soneto sirve a los grandes maestros para hablar de la tierra de uno, como hace Góngora en su soneto a Córdoba Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor, de majestad, de gallardía! Oh gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles, ya que no doradas! Al igual que Quevedo cuando expresa lo que entiende como la decadencia de España: 2

3 Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía. Aunque en aras de esa versatilidad de ingenios y estrofa, el propio Quevedo escriba aquellos cuatro sonetos soeces, indignos e ignominiosos contra Góngora. No hay que olvidar que la acusación de judaísmo podía llevarte de forma directa al palo o a la hoguera. Yo te untaré mis obras con tocino porque no me las muerdas, Gongorilla, perro de los ingenios de Castilla, docto en pullas, cual mozo de camino. Así como el primero que concluye con este terceto procaz: Este, en quien hoy los pedos son sirenas, este es el culo, en Góngora y en culto, que un bujarrón le conociera apenas. Tengo mis sonetos preferidos, claro está, son aquellos que además de la excelencia de la forma poética, me despiertan razones o sensaciones que tienen que ver con mi vida, con mi memoria, con los comportamientos humanos, con mis concepciones del mundo... Solo recordaré uno que reúne muchas de estas claves. Se trata de La despedida, escrito por Leandro Fernández de Moratín. Tiene una estructura de cinco rimas, a la manera de Garcilaso o Cervantes, aunque un poco más compleja en su combinatoria: CDE-DCE. Estos dos tercetos contienen la parte más expresiva de la ocasión que los provoca: Su marcha al exilio: Dócil, veraz, de muchos ofendido, de ninguno ofensor, las musas bellas mi pasión fueron, el honor mi guía. Pero si así las leyes atropellas, si para ti los méritos han sido culpas, a Dios, ingrata patria mía. Versátil en la forma, ruleta de combinaciones, sin hablar del soneto a la inglesa que reúne tres cuartetos con un pareado final, sin aludir a la elección 3

4 de alejandrinos en lugar de endecasílabos desde que lo introdujeron los parnasianos y en la poesía en español los modernistas, el soneto se ha acomodado a las necesidades expresivas del poeta. Y ha sido instrumento para recorrer todos los caminos, patrióticos, religiosos, intimistas, amatorios, fantásticos, evocadores, eróticos, etc. El soneto se erige en estrofa de matriz matemática abierta al torbellino de los sentimientos, a la mirada exquisita sobre el entorno, a la reflexión razonada y contumaz. Escribir sonetos implica inscribirse y articularse en esta tradición que abraza como exégesis insondable, como condición ineludible. Lo sé bien porque también yo escribo sonetos de cuando en vez. Nuestro hacedor de sonetos, Victorio Zamora, entronca con esta tradición, la respeta y la asume, confiriéndole además su propio sello. Este libro, Los ojos de la luz, es buena muestra del apego a esta norma literaria y a su práctica ferviente. Se trata de un poemario de cuarenta y tres sonetos realizado con rigor formal y mirada intimista, por lo general, de lo que constituye su entorno. Todos mantienen la misma estructura, dos cuartetos y dos tercetos encadenados con la rima habitual CDC-DCD, propia de Lope y Calderón. Este escribe en su soneto «A las flores»: A florecer las rosas madrugaron, y para envejecerse florecieron: cuna y sepulcro en un botón hallaron. Tales los hombres sus fortunas vieron: en un día nacieron y espiraron; que pasados los siglos, horas fueron. Siguiendo el mismo enunciado, «Las flores», Victorio Zamora lo hace así: Pigmento de fresón, ecos de cuna, prendieron en su blusa amoratada una noche de fuego y de fortuna. Rubio jazmín de miga nacarada que, por jurar su esencia solo a una, quiso ser, con sus pétalos, almohada. 4

5 Los tercetos conservan la misma estructura y responden a un idéntico enunciado, pero su expresión es muy diferente. Las consideraciones del poeta barroco sobre la existencia, no son las mismas que las de un ciudadano de nuestro tiempo. Y en esto reside el aspecto personal, legitimador, de la mirada poética de Victorio Zamora. El libro aparece dividido en tres secciones: «Cáscara y miel», «El mundo a sus pies» y «Almendra y flor». Agrupan cada una sonetos que se definen claramente por sus títulos. En el primer ciclo que se abre con «El camino», todos hacen referencia a fenómenos naturales, «El sol», «El día»,»el océano y la mar», «La lluvia», «El río», «La fuente», etc., o bien a objetos que se inscriben en el paisaje: «El nido» y «El banco». En la segunda sección, la más breve, los títulos nos remiten a objetos cotidianos pertenecientes al mundo del aprendizaje: «El lápiz», «El cuaderno», «El libro, «La goma de borrar», «La navajita». Son instrumentos ligados a la infancia como tanteos, como ejercicios de saber o de soñar. Sirva de ejemplo el postrer terceto del dedicado al libro: Y cabalgó con un trote embebido sobre algodón de ideas, tierra y pan, porque soñar es todo cuanto pido! La tercera nos propone la observación poética sobre objetos de uso cotidiano: «La casa», «La ventana», «El vaso», «La mesa», «La silla», «El puchero», «La cafetera»... «La cama» es el último soneto de este poemario que comenzó con «El camino». Su significación no es un remate ni un punto final, sino la espita abierta hacia el anhelo de revivir la vida en cada amanecer: Quieren los sueños, por curar la herida, alcanzar el alivio en su morada y descorchar la soledad temida por tener, cuando llegue la alborada, su pecho con el alma decidida y el impulso que da su calma alada. Esta sucinta descripción del poemario de Victorio Zamora, me lleva a considerar un cierto gusto minimalista en la contemplación del mundo del 5

6 escritor, en sus recuerdos, en sus ensoñaciones, en sus fantasías. La búsqueda de su propia esencialidad en los objetos cotidianos, en las circunstancias constitutivas del paisaje, responden a este criterio que define la poética de Victorio Zamora como algo íntimo, sosegado, sin dramatismos agudos y envuelto en una especie de quietismo en su propia indagación. Pero creo también y así lo digo, que las opiniones aquí vertidas no pasan de ser eso, consideraciones que reflejan mis conocimientos, mis gustos, mis deseos, mis esperanzas. El lector debe sentirse libre para leer estos sonetos y decantarse por lo que le sugieran, le descubran y le remuevan. Ahí se los dejo y que ustedes los disfruten. Juan Antonio Homigón 6