La soledad del bosque

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Claudia López Fidalgo
hace 6 años
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1 La soledad del bosque Después de tantos años, después de tantas vidas vividas y cuántas más por vivir. Solo, completamente solo. Así se encuentra el bosque. Ya nadie canta en sus praderas, ya nadie juega en sus arbustos. Buenos eran aquellos tiempos donde el hombre solía vivir en el cobijo de sus árboles, en el refugio de sus cuevas. Ya ni siquiera se acerca para beber de sus arroyos, para comer de sus frutos. Solo. El bosque está completamente solo. Llora todos los días. Llora porque no es feliz, no puede ofrecer aquello para lo que ha sido creado. Pero nadie parece escuchar su llanto. Llora aún más fuerte, pero solo le responde un castigo aún mayor que el olvido: la soledad. Ni siquiera la música, ahora casi muda, de los restantes animales ayuda a apaciguar el dolor que siente. Los hombres ya no se acuerdan de él, ya no comparten sus vidas juntos. Y de quién es la culpa, si no, del ser humano mismo. Ha sido el hombre que se ha alejado más y más de sus templadas brisas en una calurosa mañana de verano. Ha sido él quien ha huido de la tranquilidad de la naturaleza, escondida pero presente, quien vela por ellos aún en los sitios más oscuros. Muy atrás quedan los tiempos en los que vivían al unísono, uno con el otro, como dos hermanos luchando para sobrevivir. Demasiado tiempo ha pasado desde que crecían juntos. Desde que la vida de uno tenía que ver con la del otro. Ya el bosque no forma parte de la historia, es un personaje de relleno en el gran cuento de la vida. Antaño quedan las historias de amor, odio, venganza, tristeza de cualquier sentimiento humano posible. Esas historias en las que el hombre no amaba, no odiaba, ni lloraba solo, porque el bosque estaba con él acompañándolo. El bosque era su íntimo amigo, su confidente. 1

2 Tanto, que tenía su propia voz. La voz que sin hablar susurraba al oído del que lo necesitara las palabras adecuadas para liberar los corazones atormentados, para dar tranquilidad a las mentes inquietas. También tenía su propio tacto; ése que sin tener la capacidad de tocar o sentir, calentaba los corazones de muchos, influía valor en las mentes débiles y arrancaba fuerzas de donde no las había. Sin tener oídos era también capaz de escuchar en el mismo corazón del hombre sus pesares, y gracias al sentimiento que se tenían uno por el otro podía aplacar esos tormentos. Pero ahora está triste. Ellos le han privado de ese tormento. Le han arrebatado una de sus pertenencias y sus objetivos en la vida, y lo han hecho poco a poco, casi sin remordimientos. Pero no importa. El bosque ya se ha acostumbrado. Acostumbrado a dejar pasar los años, a dejar que la humanidad se ocupe de sus cosas. El bosque no necesita de ellos para seguir siendo lo que siempre ha sido: el lugar más tranquilo, pero a la vez más peligroso. El más feliz, pero al mismo tiempo el más triste. El más apacible pero también el más espeluznante. Sigue y seguirá estando allí, para quien lo necesite. Para los pocos que aún encuentran consuelo en la tranquilidad de su ambiente. Para esos que aún sin saber lo que están buscando, logran encontrarlo. Esos que aún son capaces de escuchar su voz, de calmar su llanto y de sonreírles. Pronto pasará a estar en el olvido, como han sido olvidados sus familiares las montañas, las selvas, los mares. Parece que poco a poco la humanidad va desechando aquello que cree no necesita, y está dispuesto a aceptar su destino. Si le piden que calle su voz, que oprima su tranquilidad, eso hará. Nada suena como antes, como aquella agradable música auditiva y visual en una tímida mañana primaveral que escapa del duro y frío invierno. Ahora todo es ruido, desentonando con la tranquilidad y la bellaza únicas que ofrece el 2

3 bosque. Está resignado, pero mucho le duele empezar a formar parte de las maravillas olvidadas. Cuánto daría por volver a sentir las emociones humanas a su alrededor. Cuánto daría por poder observar, oler y escuchar el amor que se tienen los humanos entre sí, en escuchar las risas de los niños, demasiado pequeños e inocentes para entender los peligros que les acechan en casa esquina. No le importaría poder tener la oportunidad de protegerlos. Y es que lo cierto es que el bosque estuvo enamorado. Enamorado del hombre, la mujer y de ambos al mismo tiempo. Cada vez que sentía pasar una persona a su lado, sentía la necesidad de extender sus ramas hacia ella. Toda la belleza que poseía se lo debía al sentimiento que compartía con los hombres. Si alguna vez el bosque hizo feliz al ser humano, fue porque el ser humano hizo sentir feliz al bosque. Pero eso pertenece al pasado. Ahora no es más que un bosque con el corazón roto. Y difícil será que alguien pueda reemplazar el lugar que antaño ocupaban los seres humanos. Pues nadie ha sido, es, ni será capaz de ser como son ellos. Cuenta una leyenda que en épocas pasadas, cuando ni siquiera el hombre había pisado la tierra, que convivían en armonía todos los animales y plantas del mundo junto con el mar, los ríos, el sol, las montañas y cómo no, el bosque. Eran la flora y la fauna en su apogeo. Todos se querían, todos eran felices. Pero el bosque sentía muy en el fondo de su corazón, que aún podía albergar algo de cariño. El problema era que por más que intentaba encontrar eso que llenara su alma, no lo podía encontrar. Buscaba entre las nubes, en el fondo de los océanos, en la brisa, incluso en el calor del sol. Pero nunca conseguía resultados. Un día un zorro se acercó a él, y le preguntó: 3

4 - Dime, Bosque, por qué aparentas estar feliz, cuando en el fondo de tu corazón sientes una enorme tristeza y estás tan solo? - Querido amigo Zorro. Tú vives tan feliz en tu pequeña cueva. Naciste teniendo padres y hermanos que jugaban contigo y te querían. Después hiciste amigos zorros con quien tuviste aventuras, para más tarde conocer a tu señora Zorra con quien te enamoraste y tuviste hijos. Ahora juegas con ellos y les traes comida, y ellos te quieren. Estarás muy feliz de tenerlos. - En efecto, para mí lo son todo. - Y así como estoy seguro que eres feliz, estoy seguro también que serías desgraciado si lo perdieras. - Vuelves a tener razón. No podría vivir si alguno de ellos me faltara. Soy muy afortunado con lo que me ha tocado. - Pues bien. Ahí está mi tristeza y soledad. Yo todavía no he encontrado esos padres, hermanos, amigos e hijos con quien llenar mi felicidad. Yo os tuve a vosotros, mis amigos, con quienes viví en perfecta armonía y paz. Pero ahora parece como si hubierais desparecido. Estáis aquí conmigo, pero para mi no es lo mismo de antes. El zorro pareció por un momento estar triste por su amigo el bosque, pero no sabía cómo podía calmar sus preocupaciones. - Zorro, amigo mío, tranquilo. No te preocupes por mí. Ya se me pasará. Tengo buenos amigos que me quieren y a los que aprecio. Pero ve ahora, junto con los tuyos. Te están esperando. Zorro se fue cabizbajo, y se decidió ayudar a su amigo el Bosque. Habló con todos los demás, el cielo, el mar, el sol y el resto de los animales. Todos concordaban en que el bosque estaba triste y como sus amigos se veían en la obligación de hacer lo posible por ayudarlo. 4

5 Y juntos decidieron crear al hombre y a la mujer. En ellos depositaron parte de sus corazones llenos de amor y armonía. Una pequeña fracción de su felicidad. Todos esos pedazos de felicidad se unieron para lograr una creación tan fuerte, que desde ese día, el bosque nunca más se sintió solo. El bosque disfrutaba con la presencia de sus antiguos amigos, pero se sentía completo por la presencia del ser humano. Al mismo tiempo, éste disfrutaba de todos y cada uno de sus compañeros. Era una perfecta fraternidad la que habían creado. Con el tiempo, el corazón del hombre sintió que podía albergar mucho más regocijo del que había estado compartiendo con sus amigos animales, el bosque, la selva, la montaña y los mares. Al cabo de muchísimo tiempo, sintió en su corazón que debía explorar el mundo por sí solo. Poco a poco empezó a convertirse en lo que hoy es. Olvidó su procedencia, desoyó la voz de sus antiguos amigos y nunca más pudo entenderlas. Empezó a velar sólo para sí mismo. Sólo perduró el amor y la felicidad entre los de su especie. El hombre quería solo a los de su clase. Mucho tiempo ha pasado desde aquel entonces. Ahora el bosque vuelve a estar triste y vacío. Pero también lo están el mar, el sol, el cielo, las montañas y los animales. Pocos son los que se entienden, y muchos han copiado el comportamiento egoísta del hombre. Sólo una cosa es cierta, y es que cada uno de ellos espera a que un amigo Zorro venga en su ayuda. Aguardan con calma y paciencia, pues saben que el efecto de una alegría se multiplica cuando la antecede un periodo de tristeza. Por eso el bosque aún tiene esperanzas. Está solo, sí. Pero sabe que será pasajero. Por ahora se conforma con apreciar a los pocos seres humanos que se atreven a acercarse a sus dominios. Sabe que todos estamos creados con una fracción de felicidad, cariño y amistad de aquellos amigos olvidados. Amigos verdaderos que en el momento más inoportuno volverán en su ayuda. 5

6 Sabe que algún día volveremos a vivir todos bien. Como antaño lo hacían sus amigos. Solo hay que esperar al señor Zorro que venga en nuestra ayuda. 6

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