Un Corazón que revive desde la fe, la esperanza y la caridad.



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Transcripción:

Un Corazón que revive desde la fe, la esperanza y la caridad. Por Marcelo Mora Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Señor, yo creo en ti, pero aumenta mi fe. Todo lo que hiciste, aún al más pequeño de los míos, a mí me lo hiciste. Estas jaculatorias, que acompañan mi oración diaria, me ayudan a comenzar estas reflexiones sobre el Corazón a través de la fe, la esperanza y la caridad. Todo el que crea en mí, vivirá eternamente.(jn 6, 47) Qué significa creer, tener fe? Qué es la fe? Desde el punto de vista humano, la fe según los entendidos, es una de las experiencias profundas de la vida de las personas. Consiste en dar crédito a algo o alguien, que aunque no sea manejable o entendible y esté fuera de su control, se presenta como digno de confianza. Por lo tanto involucra a toda la persona y a toda su vida. Desde el punto de vista cristiano, la fe significa creer y aceptar el testimonio sobre Jesús, el que muere en la cruz y el que resucitó; además, decir sí a los hechos predicados como acontecimientos de salvación. La Pascua es el acontecimiento central en la vida de Jesús y por lo tanto, para nosotros también. Una actitud primordial es acercarnos al Corazón de Jesús, es decir, a la persona de Jesús, reviviendo su Pasión, contactarnos con sus sentimientos y dejarnos penetrar por este misterio de Amor. Nosotros los cristianos, y especialmente los dehonianos, sabemos que el Corazón en el sentido bíblico señala el centro de la persona de donde emana todo. El Corazón de Jesús (Jesús entero, como hombre) estaba invadido por una tristeza de muerte en aquel momento impresionante por lo dramático y absolutamente humano de Jesús en el huerto de los Olivos en Getsemaní, con el rostro a tierra, angustiado, expuesto a la debilidad frente a lo que viene, sudando sangre por la tensión y el temor, pidiendo a su padre que aparte ese trance de su vida, Cuántas veces estamos nosotros, personalmente y como humanidad, pidiéndole a Dios que aleje de nosotros el flagelo de la guerra, de la cesantía, del hambre, de la enfermedad, de la soledad, del temor, del vacío y sin sentido de la vida?, ponemos ante el Santísimo, en la adoración, todos estos clamores? Luego Jesús va a ver a sus discípulos quienes duermen y los reprende por no acompañarlo en este momento. Ellos (nosotros) duermen, distrayéndose de lo esencial, escapando de la realidad. El dolor se asume en soledad, en lo profundo del ser, del Corazón. Pero Jesús tiene clara su misión, él se hizo hombre para hacer la voluntad del Padre y así rescatarnos y salvarnos, dando un sentido profundo y eterno al mundo y a la vida. 1

En nuestra iglesia pocos viven, saben o sienten este misterio Pascual como un todo. Algunos hacen hincapié en la cruz, olvidando un poco la resurrección y otros se fijan solo en la resurrección dejando de lado el dolor, la Cruz. En la Cruz Jesús no asumió la muerte sólo como un acto de heroísmo, ni la aceptó como una pura expiación del pecado: la muerte la vivió como un sacrificio y entrega total de la propia libertad. El día de la resurrección contiene el acontecimiento más decisivo de toda la historia humana, se indica y se representa por medio de categorías únicas, en el lenguaje y en la experiencia humana no existen analogías que sirvan para señalar el misterio de la resurrección que es algo muy distinto de la reanimación de un cadáver. La resurrección de Jesús indica el paso de una forma de existencia mortal a otra forma de existencia en la gloria eterna del Padre. Es la respuesta de Dios, que declara redentora la muerte de Jesús, iluminando y dando sentido a la cruz y al sepulcro. En la resurrección se verifica el encuentro del amor del Padre y del Hijo. Es esta dinámica de paternidad-filiación la que constituye el núcleo central de nuestra fe y la meta de la práctica de los cristianos. Jesús no aniquila en sí mismo ni en nosotros el deseo de vivir, sino que lo articula con el deseo del Padre, que puede dar vida verdadera, la vida más fuerte que la muerte, ya que es la fuente absoluta de la vida. Para el Concilio Vaticano II, el misterio Pascual constituye la cima de la revelación al señalar: Sobre todo con su muerte y su gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte, y para hacernos resucitar a una vida eterna (DV 4). Cristo en su muerte en la cruz se manifiesta como el siervo de Yavhé que ama a su pueblo, como el Buen Pastor que ha venido a servir y a dar la vida por sus ovejas (LG 27). Ahora bien, este misterio de salvación vivido por Jesús, constituye el centro de las virtudes llamadas teologales: fe, esperanza y caridad. Ellas están intrínsecamente unidas. Dios, cuando revela a Cristo y se revela en Él, une en un mismo acto de amor, la promesa y la realización. A la palabra que manifiesta sus designios salvíficos une el deseo de que sea aceptada, la promesa y el amor. La respuesta de la fe debe ser al mismo tiempo adhesión a su verdad, esperanza de cuanto promete y el amor a la persona que se comunica a nosotros. Es difícil referirse a una de estas virtudes sin referirse a las otras, están íntimamente ligadas. En la existencia cristiana la fe ocupa el primer puesto, pero el primado pertenece a la esperanza. Sin el conocimiento de Cristo que se posee gracias a la fe, la esperanza se convertiría en una utopía. 2

Pero sin la esperanza, la fe decae y se vuelve muerta. La fe en Cristo hace que la esperanza se convierta en certeza. La esperanza es la verdadera dimensión de la fe, es el caminar de la fe hacia su objetivo: Dios Padre. Por eso no puede decirse que la fe se refiere a lo ya acaecido y la esperanza mira exclusivamente al futuro. La fe recuerda la realidad de la resurrección de Cristo como acontecimiento creador de futuro. La esperanza a su vez, alimenta la tendencia hacia el futuro basándose en la realidad de lo que ya ha acontecido. La actitud fundamental del hombre frente a la resurrección de Cristo como cumplimiento y promesa es la de fe-esperanza, es decir, la del abandono valiente a su fidelidad. Por otra parte la fe - esperanza en cuanto acto de confianza absoluta en Dios, que salva mediante el misterio pascual de Cristo, implica la entrega absoluta en Dios y a los hermanos; es decir, a la caridad. Confiar en Dios significa amarlos. Ahora bien, el amor se realiza y es auténtico en las obras. Por eso la esperanza cristiana no es puramente personal, sino esencialmente comunitaria: une entre sí a los cristianos en su común relación con Cristo. La esperanza está llamada a asumir el significado ilimitado del amor divino. En este sentido se convierte en el fundamento que hace posible el amor. Para el amor se necesitan siempre esperanza y certeza de futuro, pues el amor dirige su mirada a las posibilidades no captadas todavía de la otra persona, por ello le da libertad y le garantiza futuro al reconocer sus posibilidades. Si Jesús es el rostro definitivo de la promesa de Dios, hay que pensar y ver que Jesús ha creído plenamente en el padre. He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado (Jn 6, 38), es decir, Jesús se presenta como la fe bajo la obediencia absoluta de la Voluntad del Padre. (Ecce venio). Sin embargo esta obediencia tiene un carácter de acción libre, es el sujeto real y concreto de hacer la voluntad. Mi sustento es hacer la voluntad del que me ha enviado hasta llevar a cabo su obra de salvación. (Jn 4, 34) Yo te he glorificado Padre aquí en el mundo, cumpliendo la obra que me encomendaste (Jn 17, 4). La fe sólo se comprende en las determinaciones históricas en las que se nos revela. Fe significa aceptar, creer y tener confianza en una persona. La fe del cristiano implica tener como verdadero y reconocer que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios vivo, el enviado de Dios que con su vida, muerte y resurrección trae a los hombres los dones del perdón, de la misericordia, de la justicia y del Espíritu de santidad. 3

La esperanza pone al hombre en actitud de espera. Pero esto no significa inercia o falta de compromiso, porque el Dios que vendrá es el Dios que ya ha venido, que ya ha redimido al mundo y la historia humana. Por eso el hombre debe aceptar el riesgo de su libertad, asumiendo la responsabilidad histórica que le compete en el horizonte de la dependencia trascendental de Dios. La esperanza es esa aceptación de este riesgo, sabiendo que las obras realizadas en el mundo no se perderán en la caducidad de la muerte, sino que pasarán con el hombre a la nueva vida. Con su acción el cristiano se dispone y dispone al mundo a recibir la gracia de la salvación futura. El futuro de la esperanza cristiana no es el horizonte vacío de un esperar indefinido, sino la plenitud real del hombre en todas sus dimensiones fundamentales de su existencia: en su apertura al absoluto, que será colmada con la visión de Dios; en la comunión interpersonal, que será consumada y expresada con la participación de todos en la gloria de Cristo; en la relación con el mundo y con la historia, que no será destruida sino asumida en la nueva existencia de la humanidad. Cristo es la fuente, centro y fin de la caridad cristiana. A través de su fe en Cristo y su comunión viviente con él, el cristiano está en condiciones de amar a los hombres como Cristo los amó y continúa amándolos todavía. Claramente en el mensaje del evangelio se puede ver que la fe, la esperanza y la caridad están indisolublemente unidas como realidades fundamentales de la vida cristiana. Si la esperanza es abrirse a Dios y la fe apropiarse de las cosas esperadas, la caridad es vivir las realidades de la esperanza lo mismo que las de la fe. Si la fe obra por medio de la caridad, la esperanza en la esfera cristiana no puede ser nunca egoísta, porque se espera lo que espera también para los otros. La caridad es por su naturaleza universal, pues Dios ama a todos y en su amor paterno, nos hace uno con Él. Jesús suprime para siempre la restricción del amor al prójimo limitado a los cercanos y lo concentra en los humildes y necesitados (parábola del buen samaritano). El hace de la cuestión jurídica de quién es mi prójimo un cuestión de corazón y de modo tan categórico que excluye reservas y excepciones. Esto último es particularmente necesario en un tiempo que la humanidad se muestra sensible a los problemas sociales y desea resolverlos no ya tanto en términos de transferencia de bienes materiales sino en términos de cambio de estructuras que creen una nueva justicia y nuevas relaciones humanas. Pensemos en todos los movimiento sociales que hay por todo el mundo y en nuestro país. Se está pidiendo el desarrollar los recursos de este mundo, a fin de permitir a todos los hombres no sólo tener el pan suficiente, sino dignidad humana y sanidad psicológica. 4

La caridad hace creíble al mundo el mensaje cristiano, siendo en el mundo el signo del Reino de Dios. La caridad es Dios entre nosotros, el impulso ascensional que nos lleva a Él y hace de nuestra experiencia en la sociedad la experiencia del amor a Él. Y hasta donde ella se realiza se actualiza en el mundo el Reino de Dios. La sociedad dirigida por la caridad es el Reino de Dios en la tierra. Si se lee y medita el evangelio de San Juan se descubre el carácter evidente de la fe como constante y como obediencia total al Padre y como confianza total en la única relación de fundar a la persona en su ser de creatura y de hijo. Y es en esta relación con el Padre lo que Jesús, al ofrecer su vida en la cruz, y lo que puede parecer un fracaso, es confirmado por el Padre como lugar desde el cual toda persona pude realizar esa misma consumación. Como dehonianos también nos unimos diariamente a Jesús en este cumplir la voluntad del Padre. Cómo está nuestra oblación? Muchas veces se plantea que la muerte de Jesús estaba predeterminada y que Jesús no pudo hacer nada por evitarla, que no tuvo libertad ni voluntad propia. Esta obediencia no debe separarse de la libertad que caracteriza la actividad de Jesús. El Evangelio no lo presenta como un mero ejecutor de la voluntad del padre que le es extraña, o como un lúcido saber lo que desea el Padre, sino más bien como un Hijo encarnado que realiza su misión mediante una decisión de todos los días siempre presente. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre. (Jn 10, 17-18) La acción de Dios a través de la persona humana y de Jesucristo es el centro de la fe cristiana. Por lo tanto la fe del cristiano no es una mera imitación de la fe de Jesús, sino una participación en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Con respecto a la esperanza, hay varios textos en el nuevo testamento que se refieren a ella. Nos quedamos con éste de San Juan: Queridos, ahora ya somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es. (1 Jn 3,2). La esperanza es el estado presente de los hijos de Dios, que identifica al cristiano como hombre viajero y hace que la vida nuestra sea como una peregrinación de la historia hacia la manifestación final del rostro de Dios. Jesús vive su muerte como la entrega personal de su esperanza en Dios Padre. Jesús tienen su esperanza desafiando al máximo todas las fatalidades, malos entendidos, rechazos, resignaciones y angustias. La muerte vivida en la esperanza en el Dios de la vida desemboca para Jesús en la propia vida de Dios: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46). La resurrección es la respuesta de Dios a la esperanza del crucificado, el cumplimiento de la esperanza. 5

El cristiano aprende la esperanza del testimonio de Jesús. Esperar es confiar en el amor de Dios, que es más fuerte que todo mal, es la esperanza máxima en la vida, profesada en medio del dolor y la muerte. Allí donde no encontramos razones ni certezas y nos rendimos, entregándonos a la angustia, la esperanza de la fe es la roca del amor indefectible de Dios en Cristo Jesús. La esperanza en Dios es fuente de acción y no un motivo para esperar tranquilamente y tener una falta de compromiso con el mundo. Se nos acusa que nosotros nos evadimos del mundo y nos proyectamos hacia el cielo, desinteresándonos del presente del mundo y de la historia. Sería como una especie de premio de consuelo frente o en medio de las dificultades, injusticia y dolores del presente. Pero no es así. El Vaticano II señala: Están lejos de la verdad quienes, por saber que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la venidera, piensan que por ello pueden descuidar sus deberes terrenos, no advirtiendo que precisamente por esa misma fe están más obligados a cumplirlos, según la vocación personal de cada uno. (GS 43) La esperanza escatológica no disminuye la importancia de los compromisos terrenos, sino que añade nuevos motivos para sostenerlos y realizarlos. (GS 21) La esperanza no es una espera pasiva, sino misionera, con nosotros mismos y con los demás, significa ser responsables de la promoción humana como exigencia imprescindible para la credibilidad de la salvación final. Cómo estamos viviendo el llamado a ser profetas del amor y agentes de reconciliación del mundo en Cristo Jesús? Por lo anterior se subraya la vertiente caritativa de la esperanza. No hay esperanza sin caridad: amor indivisible a Dios y al prójimo. Porque la esperanza no es privada, ni individualista de la salvación que no se preocupa de los demás, sino la profesión de una salvación solidaria. La caridad es la camino de la esperanza. Cuando se habla de los cielos nuevos y la tierra nueva que se prometen y esperan en la esperanza, en los que habita constantemente la justicia, no son un más allá alternativo que niega un más acá del mundo, sino son estos mismos cielos y esta misma tierra que se tornan nuevos por la novedad de Dios, del mismo modo que la resurrección de Jesús no ha supuesto la destrucción de su humanidad corporal, sino su transfiguración gloriosa. Trabajar por construir un mundo mejor y cooperar en éste, no se pierde nada de lo verdadero, bello y bueno que el ser humano realiza. El Concilio Vaticano II dice al respecto: la espera de una vida nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la familia humana nueva que puede ofrecer ya un cierto esbozo del tiempo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el 6

progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo. Los bienes de la dignidad humana, la comunión fraterna y la libertad, es decir, todos estos frutos buenos de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el Reino Eterno y Universal (GS 39). Qué podamos vivir este tiempo litúrgico en verdadera comunión con nuestros hermanos siendo testimonio de nuestra fe, esperanza y caridad presentes en nuestro corazón unido al Corazón de Jesús! 7