Capítulo 1 Tengo púas. Camino con las manos en los bolsillos y, cuando llueve, me gusta sentir las gotas cayendo sobre mi cabeza. Es un masajito que me acompaña mientras camino, sola, de vuelta a casa, de regreso a los brazos de papá. Mi padre me dice que soy su muchacha punk. Me llamo Cécil, que viene de Cecilia y Luisa. Cécil, así tal cual. Y, como tengo púas, me dicen Cecilpúas o Cecilpincho. Mi sueño es ser cantante. Pero de las que cantan con las manos en los bolsillos, como buscándose algo, muertas de frío. Hay cosa más rica que meter las manos en los bolsillos? A papá no lo he podido convencer. Él siempre está moviendo las manos. Dice que es necesario para que la gente lo entienda. Lo raro es que él me comprende cuando tengo las manos en los bolsillos. Basta que yo lo mire a los ojos y él sabe qué voy a decir, como si fuera mi brujo personal, con bolita y todo. Somos tres. O sea, según mi profesora, los humanos somos más de 6 500 millones, que es muchísimo, pero nosotros somos solo tres. Mi papá, CICILPUAS.indd 11 5/16/07 11:19:47 AM
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13 Wantán y yo. Él y su muchacha punk. Antes éramos cuatro, por mamá, que ya no está acá, en la Tierra. Wantán es el perro shar-pei que me compraron mis papás cuando aprendí a decir wantán. Hubo un año en que papá compró día y noche comida china, bien china, de esa que a una la termina por convencer de que es una karateca punk. Pero yo no quería ser karateca, aunque a papá la idea le llene la cara de una sonrisa que él dice que tienen solo los papás de los karatecas cuando estos ganan una competencia en el mismísimo Japón. Pero, cómo iba a ganar si a mí me gusta meter las manos en los bolsillos? Papá dice que en el karate importa la mente. El cuerpo y la fuerza son secundarios. Que antes había personas que se llamaban ninjas, y que su principal gracia estaba en vestirse de negro, como yo, y en mover cosas con mucha concentración, flotar en el aire, desaparecer con el poder de la mente. Yo desaparezco cuando no llueve. Me encierro en mi habitación y, con las manos en los bolsillos, hago fuerza con la mente para que el cielo se llene de nubes negras, para que caigan gotas que manchen la tierra con lunares. Wantán tiene un lunar. Un lunar pequeño sobre el cuero que cuelga de su mejilla. Es un cuero grueso que le tapa los dientes y que me dan ganas de apretar. O de volverme pequeña y arroparme bajo la mofletuda mejilla, una suerte de abrigo que los niños pobres recibirían con gratitud. No debería haber pobres, verdad? Papá dice que no todos pueden ser ricos y que por eso es normal que haya gente que a fin de mes recibe más dinero que otra. CICILPUAS.indd 13
14 Si pienso en eso, me acuerdo de inmediato de la Erizo, una de mis mejores amigas punk. Llegó un día al colegio con el primer disco de los Sex Pistols, que ella, que es pésima para los idiomas, llama Seis Pistolas. A mí me dieron ganas de comprarlo por Internet, pero papá me dijo que no tenía dinero. Es muy costoso. Como una joya de museo. Por suerte, se me pasó rápido la tristeza. Metí las manos en los bolsillos, escuché un poco de música en mis audífonos y... asunto arreglado. Cuando sea grande voy a tener una casa. Ni más cara, ni más alta que la de papá. Pero con fantasmas. Los fantasmas no son malos. Esas son cosas que inventan los papás. Es clásico que aconsejen que te metas bajo las sábanas a dormir. Si no, va a aparecer el cuco. Buuuuuu! Yo me río. Papá nunca me dijo que existía el cuco o la vieja de los paquetes. Él nunca me estimuló un temor infundado. Además de decirme que no debía hablar con extraños, también me alentó a que me diera el tiempo de conversar con gente nueva, de mi edad. Como los fantasmas. Que no son malos. Solo son espíritus. Personas que ya no están y que de vez en cuando se animan a darte una visita para sentirse más cerca de los que estamos vivos. Nostalgia, lo llama mi papá. Si yo fuera un fantasma, sería un fantasma punk. Caminaría por las casas del barrio. Marcaría las puertas, a la medianoche, con mis púas, provocando el grito de los niños de la cuadra. Buuuuuuuuaaaaaa! No, mentira. Yo no creo en eso. Y tampoco soy mala. Soy una muchacha punk y de las buenas. Tan buena, que la Erizo me prestó una vez su CICILPUAS.indd 14
15 disco de los Seis Pistolas. Cuando se lo mostré a papá al llegar a casa, me miró como cuando me observa preocupado, tomándose el mentón, pensando una y otra vez qué va a decirme, cómo, con qué velocidad. Al final, dijo: Puede rayarse. Pero bastó con que yo bajara mis púas y metiera mis manos otra vez en los bolsillos, para que agregara: Por eso vamos a ir a comprar una aguja nueva para el tocadiscos. Mi papá es lindo. Aunque no le guste el punk. Él escucha jazz. Dice que el punk es música entretenida. Y que a su edad busca conmoverse, la emoción. Es que a mi papá lo he visto llorar. Me refiero a llorar por verme correr seguida por Wantán, ladrándome para alcanzar mis talones, y yo gritando como una punk loca, sonriendo, muy feliz. Él se emociona con facilidad: mi primera caligrafía, la vez que le dije que, si tenía una pena, yo le podía dar un abrazote de oso Grizzli; cuando mira la fotografía de mamá y compara mi pelo negro, la manera en que ella también abrigaba sus manos en los bolsillos. Así aparece mamá en todas las fotos. Siempre con las manos dentro del pantalón, mirando lejos, con el pelo desordenado por el viento. Papá dice que ella me buscaba con la mirada, desde antes de que yo naciera. Mamá se llamaba Cecilia. Como la abuela, que provoca que Wantán se esconda bajo el sofá cuando llega a casa. Es que la abuela le aprieta los mofletes. A mí me dan ganas, pero me aguanto. Ella no. Se los aprieta fuerte y, como Wantán es un caballero, no puede morderla porque respeta a los mayores. Tal como en la China milenaria. Wantán tiene parientes CICILPUAS.indd 15
16 muy importantes. Algunos jugaban con los emperadores chinos. Por eso hay esculturas gigantescas que rinden homenaje a los tataratataratataratatarabuelos de Wantán. Yo también creo que hay que respetar a los mayores. Sobre todo si fueron punk. Papá me cuenta que mi mamá me ponía música cuando yo estaba en su pancita. A los Seis Pistolas. Y que cada vez que los escuchaba, yo me movía y pateaba como si estuviera en un concierto. De ahí viene el gustito ese, dice mi abuela, con esa cara de asco que pone cuando ve la comida de Wantán. Yo he intentado que Wantán coma arroz con palitos, pero es imposible. El muy sucio entierra su hocico en la comida que le prepara papá y no hay quien lo haga respirar. En un abrir y cerrar de ojos el plato está vacío y limpio, como si recién hubiera salido del lavaplatos. En eso soy tan distinta de Wantán. Mmmm... Sí, muy distinta. Yo como paso a paso, y siempre la mitad del plato. Mi papá me reprende y me hace juegos para que coma con ganas, como cuando era más pequeña. Lo ha intentado todo. Y yo sigo sin mucho apetito. A veces me pasa que miro el asiento desocupado de mamá y se me quitan las ganas de comer. El doctor Jacinto dice que es normal. Que ya va a pasar. Pronto voy a pegar un estirón más grande y mi cuerpo me va a pedir comida a montones, a puñados, cosa que no me hace tanta gracia. No es que no me guste comer cosas ricas. Claro que sí, pero tampoco quiero tener sobrepeso. Hay una sola cosa que yo me como al estilo Wantán, con el hocico metido en el plato, CICILPUAS.indd 16
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18 llenándome la boca a montones. El maní. Me fascina. Dulce o salado. Papá dice que en la otra vida fui mono. O elefante. Yo prefiero haber sido elefante. Los monos son ágiles, pero se están riendo todo el tiempo y yo no soy así. A mí me gusta caminar con mis amigos, como si fuéramos una pequeña manada de elefantes que avanza por África. Y a ratos disfrutar de la lluvia cayendo sobre mi cabeza, un pequeño masajito que un mono no sabría apreciar. Además, los elefantes entierran a sus seres queridos en cementerios, donde les hacen cariñitos a los huesos de sus parientes. Es como lo que hacemos papá y yo todos los meses, cuando vamos a ver a mi mamá al cementerio y dejamos flores y echamos agua en los floreros. Intento hacerle cariñitos a mamá, frotando la losa que protege su tumba. Sé que ella no está ahí sino, como dice papá, dentro de nosotros dos, pero me gusta frotar la losa, sacar por un instante las manos de los bolsillos y hacer como si le diera un inmenso abrazo. Para darle calor a mi mamita punk. En ese instante siento el calor por toda la piel, una brasita que sube y baja por la columna. La misma temperatura que permanece en mí luego del abrazo de papá al salir hacia el colegio. Un empujoncito tierno con olor a mermelada, el recordatorio de papá de que el futuro es mío, de que pase lo que pase tengo púas para defenderme y la capacidad para convertirlas en cabello suave cuando reciba su abrazo. Yo sé que ya va a llegar el día en que crezca, en que vuelva a comer como antes, con la boca llena, como sueña papá. Un sueño hermoso, como CICILPUAS.indd 18 5/16/07 11:19:50 AM
19 un cuento para niños. Una historia que comienza diciendo: Camino con las manos en los bolsillos y, cuando llueve, me gusta sentir las gotas cayendo sobre mi cabeza. Wantán, mi perro shar-pei, me persigue por el patio de casa y sus arrugas se alargan al final de las patas, como medias flojas en forma de acordeón; mi abuela nos ve felices y la lluvia es un masajito que me acompaña, mientras mi veloz carrera me salva. Este señor con algunas canas, orgulloso de Cecilpúas, de su muchacha punk, compara mi pelo con el cabello negro de mamá, me levanta y me da vueltas como la hélice de un helicóptero, un viento que me hace invencible, un remolino que me invita a sacar las manos de los bolsillos y a sentir que a la lluvia, como a mi madre, también se la puede querer con las manos. CICILPUAS.indd 19 5/16/07 11:19:50 AM