LAS VOCES DEL BARRANCO Todos los días, a la salida de la es - cuela, Roberto iba a casa de sus abuelos dispuesto a colaborar en las tareas de su pequeña granja. Abuelita, qué tengo que hacer? le preguntaba entusiasmado, después de darle un beso. Y la abuela siempre le encontraba ocupación: que si regar las flores, que si recoger los huevos, que si acompañarla a coger algunas frutas... Qué feliz era Roberto en aquella casa grande rodeada de árboles y animales! El niño estaba tan acostumbrado a re - correr el camino entre las dos casas que casi podía hacerlo con los ojos cerrados. 5
Cuando el sol se colocaba sobre los árboles, como si quisiera dormir sobre ellos, era el momento de despedirse de sus abuelos. De vuelta a su casa, escogía por el camino las flores más bonitas pa ra llevárselas a su mamá, aunque a veces se entretenía escuchando las melodiosas conversadas de los pá jaros. Una tarde ventosa de otoño, cuando el niño estaba charlando con su abuela en la terraza, comenzó a llover. De repente, un manto negro se echó sobre la tarde y apareció la no - che tenebrosa. Se desató una terrible tormenta eléctrica que asustaba hasta a los ratones. Roberto corrió a refugiarse dentro de la casa y se encogió temeroso en el sofá junto a la ventana. 6 7
De pronto, en medio de aquel espectáculo de rayos, relámpagos, truenos, lluvia y viento que lo aterraban, recordó que había quedado con su amigo Ari dane, a las ocho de la tarde, para que le enseñara a jugar con la consola. Miró el reloj y vio que eran las ocho menos cuarto. «Aún tengo tiempo», pensó. Y, a pesar de la tormenta, se levantó decidido a encontrarse con su amigo. Espera, mi niño, espera! dijo la abuela. En cuanto venga tu abuelo, te acerca a tu casa en el coche. Pero él ya lo tenía decidido y salió corriendo sin escuchar los consejos de la mujer. A mitad del camino, el viento y la lluvia arreciaron con tanta fuerza que los truenos resonaban como cañonazos de salvas. Entonces, Roberto hizo un alto, dudando entre seguir hacia su casa o volver a la de sus abuelos. 8
Las voces del barranco Pensando en que su amigo lo esperaba, se armó de valor y caminó ligero por la vereda entre la negrura más profunda. No había dado muchos pasos cuando, justo en el recodo del camino don - de la arboleda era más espesa, es cuchó una voz que lo llamaba: VEEEEEENNN! VEEEEEENNN! VEEEEEENNN! La voz se repetía una y otra vez como un lamento: VEEEEEENNN! VEEEEEENNN! VEEEEEENNN! El corazón de Roberto latió tan rá - pido que parecía querer salírsele del pecho. Sacando fuerzas de flaqueza, apuró el paso mientras intentaba localizar el sonido. En esos momentos, la noche guiñó su ojo de luna y Roberto pudo ver en medio de la claridad unos brazos gigantescos, gelatinosos, que se movían hacia él. 10
Las voces del barranco Su primer impulso fue echar a correr; pero enseguida sintió el roce húmedo de unos dedos intentando atraparlo. Así que dio la vuelta y corrió tanto como pudo, mientras escuchaba: VEEEEEENNN! VEEEEEENNN! VEEEEEENNN! Volvió a la casa de sus abuelos tembloroso y asustado: Vienen a buscarme! Vienen a buscarme! decía. La abuela lo abrazó amorosa. Des - pués, le dio una taza de leche bien caliente y lo abrigó junto al fuego. Al cabo de un rato, mientras el ni - ño contaba su tenebrosa historia, llegó el abuelo y también escuchó lo que decía. Ahhh! exclamó la abuela. Ufff! dijo el abuelo. Qué alegría que estés aquí, abuelo! Me llevas a casa en coche? 12
Las voces del barranco Ah, no, no! Esta vez no te llevo en coche! Te voy a acompañar caminando hasta tu casa para que me en - señes los miedos. Cogido de la mano de su abuelo, Roberto volvió a recorrer el camino de los miedos. La tormenta había amainado y la luna, más radiante que nunca, les marcaba el camino. Así, anduvieron seguros a enfrentarse con el más allá... Y, justo en el recodo del camino, donde la arboleda era más espesa, el niño exclamó: Allí, abuelo, allí! El abuelo levantó su linterna... y conocieron los miedos... La voz que a él le llamaba era una cabra perdida y la pobre balaba: Beeee! Beeee! Beeee! Y los gigantes, abuelo? 14
Los gigantes eran ramas de pino, que movidas por el viento parecían en movimiento y tapaban el camino. Y colorín colorapoco... los miedos están en el coco. 16