RUTA 2 La ruta del agua La presencia del agua, y más en entornos dominantemente esteparios, como es el de Paracuellos del Jarama, es algo que siempre cautiva, algo que hechiza. El agua es vida, y en torno a ella ha discurrido siempre la vida de las gentes. "Algo tiene el agua cuando la bendicen, dice un refrán. Y ella también bendice con su presencia a los lugares donde mana. Por estos lugares con agua de Paracuellos, especialmente gratos en los meses secos y calurosos, aunque también agradables en los periodos más húmedos, discurre una interesante ruta que les animamos a realizar. Un recorrido breve y sencillo, pero - haciendo cierto aquello que nos decían en la escuela de que lo bueno si breve dos veces bueno- repleto de encanto, tanto por los lugares que conoceremos en ella, por sí mismos, como por lo que estos lugares podrán evocar en nosotros. Son lugares que nos hablan de otros tiempos. Otros tiempos en que las gentes vivían de diferente manera, y en que la vida de los hombres, las mujeres, los mozos y las mozas se reflejaba en sus aguas. Las aguas son, decía don Miguel de Unamuno, la conciencia del paisaje. Y una parte de la conciencia y de la historia, de Paracuellos, puede vivirse o revivirse, junto a ellas. Escuchando su sonido cantarín es como si, de forma misteriosa, alguien nos hablase y nos contase cosas.
Comenzamos nuestra ruta: la Fuente Seca y el lavadero Y así, tras este prólogo sobre las aguas, comenzamos nuestra ruta, que tampoco es bueno reflexionar tanto sino, muchas veces, simplemente caminar y ver, sobre todo ver. Nuestros pasos nos llevan, en primer lugar, en esta nuestra pequeña ruta, a uno de estos lugares de los que hablábamos. A un lugar con agua, a pesar de su contradictorio nombre, que podría desconcertarnos: la Fuente Seca. Sí, porque aunque así fuese bautizada, el agua corre por aquí. Antaño, hace más de un siglo, era un humilde manantial de aspecto silvestre, hasta que alguien cambió su aspecto y la vistió un poco de obra humana para mejorar el abastecimiento a los vecinos con el líquido elemento a principios del siglo XX. Tras detenernos un poco en ella, podemos seguir camino. Y así, en un breve paseo, nos dirigimos a otro punto hídrico de interés en el propio pueblo de Paracuellos. Cruzando algunas de sus calles, en una vaguada, llegamos al antiguo lavadero y abrevadero. Dicen algunos que el agua tiene memoria, no lo sabemos, pero si la tuviera recordaría infinidad de chismes y de anécdotas, ya que antaño venían aquí las mujeres de la villa a lavar las ropas de sus familias.
Podemos imaginarnos, estando aquí y dejando volar nuestros pensamientos, algo a lo que el agua siempre incita. Aquellas escenas de la vida tradicional de las gentes desde que, al finalizar los años 20 de la anterior centuria, se construyese el lavadero.
Eran tiempos en que no había lavadoras automáticas, sino lavadoras humanas que convertían su labor, muchas veces, en un acto de encuentro social en torno al agua. Hoy de aquello solo queda el recuerdo. Este lugar, y su entorno, convertido en parque, merece una visita, para reposar un rato a la sombra de sus árboles o tomar algo relajados en su merendero. Segunda parada: subimos a los Altos del Jarama Estamos en los cerros que dominan vastos paisajes, más allá de las pistas del aeropuerto, hasta las cumbres de la Sierra de Guadarrama.
Estas laderas, a veces de aspecto aparentemente desolado, aunque a veces también con algo de vegetación arbórea, tienen no obstante, una rara y sugerente belleza, tal y como sucede donde el agua las ha erosionado labrando pequeños vallejos o barrancos en torno a los cuales domina una vegetación rala de tomillos y otras plantas aromáticas. No es raro encontrar en ellos aves, algunas típicamente esteparias, como las pertenecientes a la familia de las alondras, las omnipresentes urracas, los coloridos jilgueros o los cernícalos, que son pequeños halconcillos que hacen honor a su nombre cuando se quedan como colgados en el aire, cerniéndose para localizar algunas de sus pequeñas presas. Entre los mamíferos que perviven por aquí, y con los que acaso podríamos topar, están los conejos, los erizos, las comadrejas... Final de ruta: el río, repleto de sendas y rincones donde perderse Bajamos por estas laderas, camino de un polígono industrial que hemos de reconocer que, como todos los polígonos, cuesta encontrar en él algo bonito donde posar la mirada, pero lo hacemos porque, tras él, se encuentra el último de los lugares de interés de nuestro pequeño recorrido por los lugares con agua. Tras cruzar las naves, de estética escasa, nuestra mirada, sedienta de algo de belleza, podrá abrevar y tendrá, al fin, una pequeña recompensa en nuestra última parada de esta ruta. Porque llegaremos a las aguas de un río muy importante de la Comunidad de Madrid, que pasa por aquí, hacia el sur, camino del Tajo: el Jarama. El río que, como queriendo resaltar lo que al principio decíamos, acerca de la importancia del agua, como elementos centrales de los paisajes y la vida de las gentes, dio su apellido a Paracuellos, como un padre da apellido a sus hijos.
Hay en esta zona, una pasarela que se tendió hacia los años 70, y que sirve ahora para nuestro mejor encuentro con el río y sus orillas. Es el Jarama aquí un río ya maduro (e incluso sufrido, podríamos decir) que tras haber nacido y recogido las aguas cantarinas y cristalinas de los montes del extremo norte de la Comunidad y de la lindante zona de la provincia de Guadalajara, ha ido recogiendo caudales de otros ríos como el Lozoya o el Guadalix. Y también, hay que decirlo, algo de contaminación. Lo que no es óbice como tantas veces pasa, para que reste en esta zona algo de belleza. Si queremos dar un buen paseo podemos seguir el camino que acompaña el río sin cruzar la pasarela, o bien atravesarla.
Si decidimos esta segunda opción, al salir de la espesura descubriremos lo cerquita que estamos del aeropuerto. Una vez allí podremos quedarnos a contemplar el ir y venir de los aviones o recorrer la amplia pista que sale hacia derecha e izquierda. Si escogemos el camino de la derecha podemos llegar incluso hasta Alcobendas. Y está bastante bien para recorrerlo en bici. Está aquí el Jarama en su tramo medio, en el que es ya un río de llanura, un río tranquilo, aplacerado, que con sosiego discurre entre arboledas. Bosques de ribera que son, en cierto modo, como oasis lineales en el corazón de la estepa mesetaria.
Una especie de pequeña selva lineal, más ancha en algunos tramos, más estrecha en otros, en la que conviven aquellos árboles más amantes del agua: sauces de varias especies, álamos, fresnos, alisos... Y junto a ellos otros como los singulares tarays. Aunque el desarrollo de la zona haya alterado mucho la fisonomía de parte de estos lugares aún podemos hallar en ellos algunos rincones bonitos. Y en ellos, además, gozar, según sea la época del año, de la contemplación de muchas especies de aves. Desde algún pato, sobre todo ánades reales, que frecuentan la zona, hasta garcillas bueyeras, pasando por infinidad de pajarillos como escribanos, lavanderas, pájaros moscones, currucas, mirlos, petirrojos... e incluso la oropéndola de la que es más fácil escuchar el aflautado canto de sus machos que ver su fascinante plumaje amarillo. Y si damos un paseo nocturno quizás se nos cruce alguna lechuza extrañada de nuestra presencia. Llegados aquí, y tras estar un rato disfrutando en estas riberas, podremos retornar hacia el pueblo, por el mismo camino que nos había traído al lugar, tras haber conocido algunos de sus bellos y escondidos enclaves con agua. Autor: Carlos de Prada Fotografía: Lourdes Martín