El hijo del carbonero y la pastorcilla



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El hijo del carbonero y la pastorcilla Texto: Sandra Gómez Rey Ilustraciones: Guillem Escriche Los cuentos de la abuela

Había una vez un niño que se llamaba Juan. Era muy tímido y más bien miedoso. Y tenía un deseo que latía con fuerza en su corazón: un día se convertiría en un gran piloto y volaría en avioneta por todo el mundo. Viajaría muy lejos, en avioneta. Hasta África. E incluso más lejos. Mucho, mucho más lejos. La familia de Juan no tenía dinero. Era pobre como las ratas. El padre era carbonero y la madre, pastorcilla. Vivían en una cabaña vieja y andrajosa en medio del bosque. La única esperanza que tenían era que su hijito Juan trabajara mucho, se convirtiera en un hombre de provecho, ganara mucho dinero y les sacara de la miseria. Pero a Juan no le interesaba la vida en el bosque. Él quería ser aviador y recorrer el mundo. 1

A pesar de todo, Juan aprendía el oficio de carbonero que le enseñaba su padre. Lo aprendía tan bien como podía. Pero el muchacho tenía la cabeza en las nubes, volando hacia aquí y hacia allá, pilotando una avioneta imaginaria que volaba más alto que las estrellas. Pero fíjate, quieres? lo riñó su padre. De qué color es ahora el humo que sale de la carbonera? Ey, papá, no me grites, eh se quejó Juan. Ya está bien de hacer castillos en el aire! Pon los pies en la tierra, Juan. El oficio de carbonero requería paciencia y atención al humo y el olor que desprendía la carbonera. La gran piña de leña seca, de madera, de leña verde, de hierba y de tierra tenía que quemar poco a poco durante dos o tres semanas, para que los tronquitos se convirtieran en carbón. Juan y su padre hacían la piña de leña con cuidado. Pero el carbonero siempre creía que el trabajo de Juan no era lo suficientemente bueno. El carbonero mascullaba. Aquí hace falta tierra. Allí sobra hierba. Y todo el día lo reñía. Después, mientras la carbonera quemaba, Juan se aburría. Por suerte, podía dar rienda suelta a la ilusión y se pasaba las horas soñando que pilotaba la avioneta en grandes travesías sobre el desierto. Y sueña que soñarás, la carbonera se volvía a apagar. Qué desastre de hijo me he tocado! gritaba el carbonero. Eres un torpe, un tonto, un soñador bobo! No sirves para nada. Y dices que quieres ser aviador? le decía a Juan, que no levantaba los ojos del suelo. Fíjate en el hijo del carbonero Serrano. Más joven que tú y ya es un experto! gritaba el carbonero, desesperado. Qué desastre de hijo me ha tocado! El pobre de Juan estaba bien desanimado. Él sentía que no era ningún torpe, ni tonto, ni soñador bobo. Pero claro, si a su padre le parecía que él era un desastre tenía que ser verdad. Los padres y las madres siempre tienen razón, pensaba Juan mientras se adentraba, abatido, en el bosque. 2

3

Al día siguiente, Juan acompañó a su madre al prado a pasturar las ovejas y corderos. De este modo, aprendía el oficio de pastor. Su madre le pidió que se avanzara. Ella debía ir a casa de los Serrano a llevar queso y leche. Se volverían a encontrar en un rato. Juan, no apartes la vista del rebaño. No fuera caso que se marcharan. le advirtió la pastorcilla mientras le acariciaba el pelo. Ey, mamá, no te preocupes de las ovejas y los corderos quedan a buen recaudo respondió Juan. Pero el muchacho tenía la cabeza en las nubes, volando de aquí para allá, pilotando una avioneta imaginaria que volaba más alto que las estrellas. Y sueña que soñarás, los animales se fueron. Mamá, los he llamado y buscado por todas partes se disculpó Juan, con tristeza. Qué perfección de hijo me ha tocado! respondió la pastora. Eres muy espabilado, listo y soñador. Eres un soñador encantador! le decía a Juan, que abrió los ojos de par en par de la alegría. Llegarás a ser un gran pastor. Qué perfección de hijo me ha tocado! Pero a Juan le pasó la alegría de golpe. Ahora, el pobre chico estaba muy desanimado. Sentía que no era demasiado listo, ni demasiado encantador. Pero claro, si a su madre le parecía que él era perfecto tenía que ser verdad. Los padres y las madres siempre tienen razón, pensaba Juan mientras se adentraba, abatido, en el bosque. Cuando ya estaba cerca del río, de repente, se le apareció un gigante terrible. Sucio como el carbón y con unas zarpas afiladísimas, parecía que de los ojos le salían relámpagos y fuego. Hablaba con voz de trueno. Ah, gusano asqueroso! Qué haces en mi río? No sabes que es aquí donde me baño? Ahora te comeré por haberme arruinado la hora del baño! Aaah! roncó el gigante. 4

No, por favor, no me comas suplicó Juan, muerto de miedo. Si me comes tendrás que esperarte un buen rato antes de poderte bañar. Si no, podrías sufrir un corte digestivo razonó rápidamente para que el gigante no se lo comiera y pudiera escapar. Tienes razón respondió el gigante. Gracias por recordármelo. Muy bien, te doy una oportunidad: si aciertas la respuesta a una pregunta que te haré, salvarás la vida. Pero, si no aciertas, te ataré a este árbol y te comeré después del baño. De acuerdo dijo Juan con la esperanza de acertar la respuesta y poder huir. Existen niños buenos y niños malos dijo el gigante, y yo solo como de un tipo. Así, la pregunta es: tú eres un niño bueno o un niño malo? Aaah! gruñó el gigante. La boca abierta del gigante era monstruosamente, gigante. Desde dentro salían chispas y llantos de otros niños y niñas que se había comido. Juan sintió que estas vocecitas decían: Socorro! Ayúdanos a salir de la tripa del gigante. Ayúdanos, por favor. Entonces, Juan se armó de valor y dijo: Si acierto la respuesta me dejarás marchar. Pero, también dejarás que se marchen los niños que te has comido. De acuerdo. Hace demasiados días que llevo en la tripa. Me parece que se me han indigestado respondió el gigante. Pero si te equivocas, te comeré de un mordisco e irás directo a hacerles compañía. Juan no sabía la respuesta: era un niño bueno o malo? Según su padre, era un desastre, pero, según su madre, era perfecto. Cómo soy?, se preguntaba Juan, angustiado. Juan no sabía qué pensar de él mismo. Por eso tampoco no sabía qué responder a pregunta del gigante. 5

Y como no sabía mentir, dijo la verdad: La verdad es que no lo sé respondió Juan, con un hilo de voz. El gigante se enfureció. No lo sabes? Esta respuesta no sirve. Eres bueno o malo? Responde! Aaah! resonó la voz del gigante y rechinó los dientes. Ya te he dicho que no lo sé! Y no grites, eh; que me duelen las orejas! gritó Juan plantándole cara. De acuerdo calló de pronto el gigante. Haremos otra prueba: ves estas gafas? Son mágicas. Si te las pones lo verás claro. Sirven para aclarar las ideas. Úsalas y descubrirás como eres. Y después vuelve y dame una respuesta. Si acierto la respuesta dejarás que me vaya. Pero, también, dejarás ir a los niños que te has comido. insistió Juan. De acuerdo. Pero si te equivocas, te comeré de un bocado e irás derecho a hacerles compañía le amenazó el gigante. Juan cogió las gafas y se fue. Hacía rato que andaba por la orilla del río cuando se sentó a una piedra a descansar. Rumiaba la forma de liberar a los niños de la panza del gigante, cuando se acordó de las gafas mágicas. Se las puso y buscó el reflejo de su cara en el agua cristalina del río. Entonces, mirándose de arriba abajo se preguntó: Cómo soy? y él mismo poco a poco se respondió. No estoy seguro, pero me parece que soy tímido y más bien miedoso. Ahora bien, no me daría ningún miedo volar. Me gustan las avionetas y los aviones. Y de mayor quiero ser explorador. Viajaré por todo el mundo y descubriré islas remotas y sobrevolaré el desierto bajo un cielo repleto de estrellas. La libertad es eso. 6

Se conmovió y continuó: Es un deseo tan grande que me parece que si me esfuerzo mucho podré conseguirlo: aprenderé lo que haga falta y mejoraré cada día un poco. Y nada me detendrá, ni el desánimo ni el cansancio. Yendo tras de mi sueño estaré contento conmigo mismo. Juan se quitó las gafas lentamente. Fue como si se despertara de un sueño. Por primera vez había visto claro quién era. Se fue corriendo a explicárselo a sus padres. El carbonero trabajaba en la carbonera y la pastorcilla le echaba una mano. Padre, madre, mirad qué gafas me ha dado un gigante. Son mágicas. Ponéroslas y veréis qué forma tan distinta de ver las cosas. Dónde te habías metido? gruñó el carbonero. Gruñó tan fuerte que asustó a Juan, y las gafas le salieron disparadas de las manos. No tenías que estar aquí toda la tarde vigilando la carbonera? Por tu culpa está apagada otra vez. No sirves para nada dijo el padre. No es verdad que no sirva para nada dijo la pastorcilla, que había cogido las gafas del suelo y se las había puesto. Juan se puso muy contento. El carbonero se quedó muy parado al escuchar que su esposa le llevaba la contraria. Estas gafas hacen que lo vea claro: Juan no es perfecto. Nadie lo es. Él es despistado y debería esforzarse más y estar más atento cuando lleva a pasturar las ovejas y los corderos. Pero la mayor parte del tiempo los cuida bien. Juan, los guías con gracia y autoridad. Los animales te quieren y te hacen caso. Hay que felicitarte. 7

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Gracias, madre. Después, el carbonero, que refunfuñaba y refunfuñaba sin parar, aceptó ponerse las gafas mágicas y, muy sorprendido, dijo: Juan, tienes poca maña con la carbonera. Me parece que es porque este oficio no te gusta. Pero debes hacerlo mejor y ayudarme antes de que te vayas a la ciudad a estudiar para ser piloto. Al escuchar estas palabras, el chico saltaba de alegría. Deberíamos hacer y vender mucho carbón. Ganar dinero y ahorrarlo para pagar los estudios. Me parece que juntos lo podremos conseguir dijo el padre. Padre, mejoraré la técnica con la carbonera. Sé que puedo hacerlo. Gracias a las gafas mágicas, el chico ya tenía la respuesta a la pregunta del gigante. Se fue a verlo rápidamente. Venga, dime, que tengo muchas ganas de comerte: Eres un niño bueno o eres un niño malo? le preguntó el gigante. Ni bueno ni malo. Esta es la respuesta dijo Juan. Te equivocas, gigante. No hay niños buenos o niños malos. Hay niños que quieren aprender a hacer las cosas bien y hay que ayudarlos. Eso es todo. Entonces, ahora, no sé si debo comerte o no. Te diré lo que debes hacer: cambiar la dieta. Dejar de comer niños y comer judías verdes y patatas, que es lo más sano que hay. Así que abre la boca y deja salir a los niños que tienes en la tripa. Tienes razón. Por su culpa tengo ardor de estómago. 9

El gigante abrió su bocaza, y los niños salieron y pudieron volver a casa. El gigante monstruoso hizo caso a Juan y se hizo vegetariano. Nunca más se comió un niño. Los padres de Juan siguieron usando las gafas mágicas durante un tiempo. Querían aprender más y más aquella visión optimista y constructiva de ver la vida, que tan bien iba para ayudar a crecer a su hijito. Y Juan no sólo había ganado la partida al gigante y liberado a los niños, sino que también había ganado en autoestima y confianza. Había aprendido que tenía muchas habilidades para conseguir lo que se propusiera. La aventura para convertirse en un gran piloto y explorador justo acababa de empezar. Fin 10

La guía de la salud y el bienestar para tus hijos Los cuentos de la abuela es un recopilación de cuentos que el Observatorio de la Infancia y la Adolescencia FAROS pone al alcance a través de su página web (http://faros.hsjdbcn.org/) con el objetivo de fomentar la lectura y difundir valores y hábitos saludables en la población infantil. FAROS es un proyecto impulsado por el Hospital Sant Joan de Déu con el objetivo de promover la salud infantil y difundir conocimiento de calidad y actualidad en este ámbito.