Apuntes sobre la nobleza y la hidalguía en España y América



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Apuntes sobre la nobleza y la hidalguía en España y América Aunque a partir de la Revolución Francesa todos los hombres son considerados iguales ante la ley, y esto es lo que hoy todos encontramos natural y justo, no siempre había sido así, o para ser más exactos, nunca antes había sido así. Todas las formas de organización del Estado y de la sociedad habían encuadrado hasta entonces a los hombres en diferentes estratos, según unas determinadas condiciones personales y sociales: libres y esclavos, ciudadanos y extranjeros, nobles y pecheros, etc. Las instituciones que conformaron las sociedades medievales europeas y que perduraron hasta bien avanzada la edad moderna, siguieron ese mismo modelo, que tuvo su origen en la edad media. Estas instituciones existieron en toda Europa y también en los distintos reinos de la España cristiana y por eso tienen un cierto interés para los descendientes de españoles, porque nos ayudan a enmarcar a nuestros antepasados en el contexto de su nacimiento. En muchas ocasiones nos encontramos el nombre de un antepasado español seguido de dos palabras: encomendero, hidalgo. En estas páginas intentaremos aclarar un poco las diferentes condiciones sociales en las que podía nacer un español de la época. En la antigua Europa de la época feudal, la sociedad era una sociedad estamental, que se organizaba, de manera genérica y con algunas diferencias entre los diferentes reinos, en tres estados o estamentos : tres grupos sociales con diferentes misiones en la vida: los bellatores: nobles y caballeros que combatían con armas y defendían los territorios del enemigo. Los Oratores: clérigos, monjes y monjas que oraban por todos, y los laboratores, que trabajaban en las ciudades o cultivaban el campo, y mantenían con su trabajo y sus impuestos a toda la estructura social. En los reinos de España también se mantuvo este esquema durante toda la edad media y parte de la edad moderna, con variaciones, no solamente en las diferentes zonas geográficas, sino, ante todo, en los diferentes períodos cronológicos en que pueden dividirse estos siglos. La necesidad de reconquistar los territorios que permanecían en manos de los musulmanes y la posterior defensa de los mismos hizo que existiesen unas sociedades diferentes de las del resto de Europa y que iban cambiando y adaptándose a los diferentes momentos por los que atravesaban los reinos de la península ibérica. El primer estado de esa sociedad estamental eran los bellatores: los nobles en todas sus formas y acepciones. En los documentos más antiguos se les llama de diversas formas: seniores, mayores, potentes, milites, etc. Lo propio de ellos, su oficio, era la guerra, en contraposición a todo oficio agrícola o artesano. Como el uso de la caballería era la forma fundamental de hacer la guerra, la única que se consideraba digna de un noble, con el

tiempo el término de noble y el de caballero acabaron por fundirse en una zona común, aunque en esencia no sean lo mismo. El proceso histórico y los cambios a los que se ve sometida esta clase social a través de los siglos es muy complejo. En un principio, en los lejanos tiempos de los reinos de Asturias y León, el grado más alto de la nobleza eran los llamados magnates o ricos hombres, un pequeño grupo de personas siempre cercanas al rey, muchas veces inclusive por parentesco, y cuyas características como grupo eran la riqueza, basada sobre todo en la posesión de enormes extensiones de tierras; el poder que les otorgaban la riqueza y su cercanía al rey, y la nobleza de su sangre que se trasmitía a toda su estirpe. Aunque no se sabe mucho de sus orígenes, muchos estaban emparentadas con los reyes y casi todas eran de orígenes godos, como se puede ver por los nombres que utilizaban, en contraposición a los nombres de origen latino del resto de la población. Ellos utilizaban nombres como Froila, Vermudo, Rodrigo y Alfonso, mientras que la gente corriente bautizaba a sus hijos como Domingo, Justo o Juan. Los hijos de estos magnates o ricos hombres y sus descendientes podrían ser los posteriormente llamados infanzones. Nos encontramos a veces en la documentación de la edad media unos grupos sociales en algunas poblaciones que se llaman a sí mismos infanzones y que tienen unos privilegios dentro de esas poblaciones adquiridos desde tiempos muy antiguos. Según diversos investigadores, serían los hijos y descendientes de aquellos magnates y ricos hombres, asentados mucho tiempo atrás en esas poblaciones. No todos los hijos de un magnate del siglo XI destacaron en la guerra ni fueron conocidos y se comportaron como ricos hombres, pero todos gozaban de unas condiciones de nobleza de nacimiento que dieron lugar a esta nueva clase llamada de los infanzones. Pero el grupo de los magnates o ricos hombres no era lo suficientemente numeroso para encargarse con éxito de todas las labores de la reconquista. Era necesaria más gente para reconquistar nuevos territorios, todavía en poder de los musulmanes. Esos nuevos ejércitos se fueron reclutando entre los hombres libres, o sea entre los que no eran siervos ni esclavos, y que poseían los medios económicos suficientes para poseer y mantener un caballo y el armamento propio necesario para el combate. Porque la tierra había que reconquistarla pero también defenderla y mantenerla después de conquistada. Para ello se fundaban o reorganizaban poblaciones y a su cuidado se dejaban hombres armados encargados de defender todo el conjunto del nuevo pueblo: castillo o torre si los había, iglesia o monasterio, casas, personas y cultivos. Conforme se avanzaba en la reconquista de nuevas tierras, éstas, que correspondían por derecho al rey, eran cedidas por éste, para su explotación y defensa, bien a un magnate o ricohombre, bien a un monasterio, o también a un conjunto de hombres libres, que pasaban a formar una comunidad de aldea, donde la tierra se explotaba, utilizaba y defendía en común por todos sus habitantes. Este proceso produjo en los reinos de España y en especial en León y Castilla un fenómeno

desconocido en el resto de Europa: un gran número de hombres libres que eran propietarios de pequeñas parcelas de tierra alrededor de una aldea y cuyo único señor era el rey. Algunos de estos hombres libres, miembros de esas comunidades y defensores de ellas desde su fundación, probablemente los más ricos y capaces de entre ellos, pasaron poco a poco a imponerse sobre los demás, como sucede siempre en cualquier comunidad humana, hasta llegar, con los siglos, a hacerse con el poder y el dominio sobre sus propias aldeas y a veces también de las vecinas. A este proceso ayudó la propia población de esos pueblos, que acordó con los más fuertes de entre ellos el pago de unos impuestos y unos servicios a cambio de ser defendidos por ellos. A esto se llamo la encomendación. Las formas de encomendación fueron muy variadas, según la condición jurídica del encomendado, que podía ser o no un hombre libre. Con el tiempo la encomienda de las villas o pueblos a un señor fue cuajando en cuatro formas diferentes de dominio: el realengo, el señorío solariego, el abadengo y la behetría. En el realengo el señor era el rey y la población estaba sometida directamente a su autoridad. En el señorío solariego el rey cedía su autoridad a un señor que ejercía la potestad jurisdiccional: cobrar impuestos y administrar justicia. El abadengo era lo mismo que el anterior, pero bajo la autoridad de un abad o un obispo. La behetría era una forma de dominio directamente heredada de las primitivas comunidades de aldea antes mencionadas: los habitantes de pueblo tenían el derecho de elegir su propio señor entre los distintos miembros de una familia poderosa, y en algunos casos entre todos los posibles señores. Es en la behetría donde mejor se ven las consecuencias del proceso original del pacto con un señor fuerte a cambio de la defensa de la aldea. Estos hombres, los más fuertes y ricos, surgidos de entre los hombres libres de las poblaciones, llegaron, con el tiempo a ser una segunda nobleza privilegiada, basada en las armas, en la guerra y en la riqueza. Ellos reprodujeron los comportamientos de esa primera y más antigua clase privilegiada, y poco a poco fueron mezclándose con ella por medio de matrimonios, o suplantándola cuando esa nobleza más antigua se fue extinguiendo por causas naturales. A esta clase social se la llamó en Castilla desde el siglo XII Fijodalgos: hijos de algo, hidalgos. El nombre de Fijodalgo aparece por primera vez en el Poema del Cid Campeador, y el de Fijo de algo aparece en el fuero de la población de Castroverde de Campos, en 1.187. La forma romance que perdura y que se generaliza desde finales de la edad media es la Hidalgo. Aunque literalmente quiere decir hijo de algo, hay discusiones sobre el sentido último de la expresión. Don Ramón Menéndez Pidal lo deriva del término del bajo latín filius de aliquod con el sentido de hombre de valía, hombre que tiene un valor heredado. Para María del Carmen Carlé, el término algo se refiere a un bien o un haber, o sea que, según Carlé, el

término hidalgo se aplicaría en un principio a los hombres libres de las villas o villanos que poseían haberes o bienes suficientes para poseer un caballo y unos aperos de guerra. En un principio, esos hijos de algo lo eran solo ellos y su condición no se trasmitía a sus hijos, pero desde las llamadas Leyes de Estilo del siglo XIII se reconoció también como hidalgos a los hijos. Desde ese momento la condición de hidalgo se confundió con la de infanzón y se usaron estos dos nombres indistintamente para llamara a los nobles de segunda categoría que pudiesen probar debidamente ser descendientes de hidalgos más antiguos, aunque solo fuese desde una generación atrás. En algunos de los reinos de España, como Aragón y Navarra, este grupo siguió llamándose infanzones, y dentro de esta denominación se incluían grupos de muy diferentes orígenes. En Aragón por ejemplo se llamaban infanzones hermunios a los de abolengo o nacimiento, infanzones de carta a los que habían conseguido su infanzonía por concesión del Rey, e infanzones de población a los que el rey les había dado un privilegio colectivo de infanzonía como habitantes de una población. Esta hidalguía o pequeña nobleza, que tuvo nombres muy diversos según la zona de procedencia, y también según el método seguido para llegar a formar parte de ella, fue siempre una clase social abierta a la que accedieron, a lo largo de las edades media y moderna, muchos hombres libres de villas y ciudades por muy diversos métodos: por su riqueza, por su actuación guerrera, por su condición de clérigos o por la misma concesión real, que concedía el privilegio de hidalguía para agradecer servicios prestados a la Corona. Dentro de esta pequeña nobleza existieron muchos grupos distintos y con diferentes grados de privilegios que iban desde los hidalgos, con los mismos derechos que un noble de los antiguos, hasta los caballeros villanos, que gozaban de ciertos derechos, pero que también tenían obligaciones propias de los villanos. La variedad era muy grande, sobre todo si se incluyen las formas de privilegio existentes no solamente en Castilla, sino también en Aragón y Navarra. Con el transcurrir de los siglos, al disminuir las necesidades guerreras y cambiar las leyes medievales, todos estos grupos se fueron asimilando a la hidalguía hasta confundirse con ella. Todos los nobles gozaban de un mismo estatuto jurídico de privilegio que les proporcionaba unos determinados derechos, que como es lógico, fueron cambiando con el tiempo y las formas de vida. Estos privilegios se referían a las prestaciones o servicios que debían hacer al Reino, al Estado, y también a unas condiciones penales y procesales especiales dentro del derecho privado. Todos los nobles estaban exentos del pago de tributos, y sus propiedades no estaban gravados por ninguna carga ni impuesto, al contrario que los villanos o pecheros, sujetos al pago de muchos tipos de impuestos o pechos. También sus propiedades tenían

privilegios de inmunidad y no podían ser allanadas sin motivo por los oficiales del rey. A cambio de sus privilegios, los nobles tenían la obligación de acudir a la llamada del rey, para ir a la guerra. Por medio de sus enviados, el Soberano llamaba al Fonsado del rey, su ejército, de fossatum, foso, límite. Este ejército estaba compuesto por las tropas o huestes del rey, las huestes señoriales y las milicias de los Concejos o poblaciones. Las huestes del rey estaban compuestas por los vasallos nobles del séquito Real y por las tropas formadas en los territorios que dependían directamente del monarca. Las huestes señoriales eran reclutadas directamente por los señores en sus dominios y señoríos, y combatían bajo sus propias banderas o pendones. Eran mantenidas por el señor durante las campañas, y por ese motivo a estos señores poderosos, que levantaban ejércitos a su costa, se les ha llamado señores de pendón y caldera Toda la nobleza dependía de la jurisdicción del Rey y sus litigios se resolvían ante la Curia o Tribunal Regio. No podían ser juzgados más que por otros nobles. Como esta condición no siempre se cumplía, en las Cortes de Toro de 1.371 se decretó que hubiese dos jueces o Alcaldes de los hijosdalgo, para juzgar las causas y litigios de los nobles. Inclusive los condenados a muerte tenían su manera especial de ser ajusticiados, reservada a los nobles. Desde el siglo XII los nobles españoles, como los de toda Europa, eran armados caballeros, bien por el rey o por otro caballero, en una ceremonia guerrero-religiosa, que suponía, para el neófito, el paso de la niñez a la edad madura. Suponía la vela de las armas durante la noche previa a la ceremonia, y luego unos actos en una iglesia o capilla, con el noble revestido de todas sus armas, y donde el padrino de la ceremonia le propinaba el espaldarazo con su espada. En el monasterio de las Huelgas de Burgos era el propio brazo articulado de la estatua de Santiago Matamoros el que se encargaba de golpear en la nuca con la espada al nuevo caballero. Estos caballeros se fueron organizando a partir del siglo XII en diferentes ordenes de caballería u ordenes militares, con la intención de la reconquista y defensa de las tierras españolas en manos musulmanes. A través de muchas vicisitudes y cambios, y con el paso de los años, cristalizaron unas ordenes militares genuinamente españolas: Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Todas ellas exigían, como condición indispensable, el pertenecer a la nobleza, amén de otras condiciones que variaban de una a otra, pero su intención era siempre la misma: conquistar nuevas tierras a los musulmanes y mantener las nuevas fronteras conseguidas. Con este fin el rey les entregaba grandes extensiones de tierras fronterizas, de forma que sirviesen de barrera y defensa de las tierras interiores. Toda esta organización, montada y mantenida durante siglos por unos reinos permanentemente en armas, siempre preparados para un ataque del

enemigo, se fue haciendo cada vez menos necesaria conforme los musulmanes fueron empujados hacia el sur y quedaron reducidos a unos pequeños reinos en la costa mediterránea. Pero cuando los Reyes Católicos conquistan la ciudad de Granada en 1.492, esta organización de la sociedad guerrero-nobiliaria empezó a perder todo sentido. Todo era ya distinto: no había infieles con los cuales luchar, las ciudades habían crecido y muchos hombres abandonaban el campo en contra la ley y la voluntad de los señores, para ejercer otros oficios en la ciudad. Las poblaciones más grandes ya no dependían de los señores sino de los concejos y en ellas empezaban a desarrollarse otras formas de vida que ya no eran medievales. Los burgueses aumentaban y cada vez se hacían más poderosos como clase social y el papel del noble como defensor de todos en las guerras ya no era necesario. Que papel le quedaba entonces a la nobleza? Es necesario aquí hacer una distinción entre las grandes familias que van a formar lo que se llama la nobleza titulada y la llamada pequeña nobleza o hidalguía. Las grandes familias, una vez superados los problemas surgidos entre ellos y la corona, en tiempos de los Reyes Católicos, se integraron en la marcha de los reinos. Ese es otro tema diferente. Aquí nos interesa saber lo que ocurre a los hidalgos. Los descendientes de los hidalgos medievales habían ido aumentando hasta alcanzar, en líneas generales, un 10% de la población, aunque ese porcentaje no se repartía de una manera uniforme. Mientras todos los vascos eran considerados hidalgos, al menos dentro de su propia tierra, y en Asturias la proporción era muy alta, en Galicia se acercaba solamente a un 5% de la población. Pero muchos o pocos, todos estaban cobijados por unas mismas leyes y se regían por unas normas de vida. El hidalgo no trabajaba con las manos ni se dedicaba a los llamados oficios viles. Como dice el antiguo refrán: O guerra o ley o casa del rey. Acabadas las guerras, los hijos segundones de familias hidalgas se vieron obligados a buscar otros horizontes donde continuar con la forma de vida que conocían. Y dónde había un nuevo mundo, abierto a los aventureros y a los valientes, a los que conocían la dura vida del soldado? Pues en América, donde además la promesa de una gran riqueza compensa del peligro. Muchos de los más lejanos antepasados de los americanos, aquellos que llegaron en los primeros lustros, los que fundaron los gérmenes de nuestros más antiguos pueblos y ciudades, eran pequeños hidalgos sin más herencia que su valor y su capacidad de aventura, pero en muy pocos casos eran lo que nos pintan las más negras historias de la conquista: no eran ni presos ni penados ni galeotes ni exiliados expulsados de los reinos de España. Eran simplemente personas que no encontraban su lugar en su propia tierra y que buscaban nuevos horizontes. Y cual fue el peso y el papel de los hidalgos en la América española? Algunos autores han intentado calcular el número de hidalgos que pasaron a América. Dichos cálculos, aunque incompletos, lo han cifrado entre un 2.5 y un 5% de los recién llegados, pero esta hidalguía fue exhibida por muchos de ellos para apoyar sus peticiones para conseguir

una encomienda o un cargo público, y con buenos resultados, pues muchos de ellos obtuvieron lo solicitado. En la América española aparece desde el principio el germen de una nueva aristocracia, con notas que nos recuerdan a España, pero con otros caracteres diferenciadores, que van evolucionando a lo largo de todo el período colonial. En esta nueva elite se reproducen todas las características propias de una clase aristocrática: valoración de los lazos de sangre, ideario aristocrático, riqueza personal y acceso al poder político. Para empezar, aparecen en América las Encomiendas, basadas en la antigua institución española de ese nombre. Un conquistador recibía en encomendación un grupo de indios que debían darle un tributo en trabajo o en especie, y a cambio el encomendero estaba obligado cuidar de ellos, defenderlos y cristianizarlos. Estas Encomiendas estaban destinadas, en principio, a los conquistadores y primeros pobladores y a sus descendientes, y solo se concedían por un número determinado de vidas, lo que dificultó que en América se crease la institución del mayorazgo que hacía necesaria la propiedad de la tierra. Los descendientes de estos conquistadores y primeros pobladores formaron el grupo social que se llamó Beneméritos de Indias, que pronto se convirtió en una oligarquía dominante que acaparaba los cargos públicos y las encomiendas en las nuevas poblaciones. Pero la caducidad de las encomiendas y la disminución de su rendimiento económico, y la ausencia de la institución del mayorazgo hizo que todos los miembros de un linaje, con independencia de su sexo, fuesen útiles para fortalecer el clan. Las mujeres tuvieron el papel de introducir en la familia a peninsulares recién llegados y con cargos de importancia en la administración. Así todo el mundo sale beneficiado: lo recién llegados acceden a encomiendas o a cargos en la administración local, y la familia consigue nuevas conexiones con la administración y con la península. No podemos dejar de hablar aquí del tema del mestizaje y su incidencia en la idea que la nueva hidalguía americana tenía de sí misma. El mestizaje surge desde el principio mismo del descubrimiento y aparece en todas las primeras y grandes familias de los conquistadores: Cortés, Pizarro, Belalcázar, etc. Con la llegada de los esclavos de África, una nueva raza se une a las anteriores. Está claro que en los primeros tiempos y en aquellas pequeñas poblaciones, todos sabían todo sobre todos y sobre sus orígenes, pero con el tiempo estos orígenes se fueron olvidando y las familias que se consideraban más distinguidas se esforzaron denodadamente por limpiar sus orígenes. Se inventaron matrimonios, se falsificaron expedientes de hidalguía y se imaginaron escudos que supuestamente significaban nobleza. No contentos ya con descender de los primeros conquistadores y pobladores del nuevo continente, quisieron buscar unas raíces más antiguas entre la nobleza y hasta entre la realeza española, y para justificar esas afirmaciones se inventaron genealogías que aún hoy son aceptadas por muchos incautos, porque a quién no le produce una cierta satisfacción creer, aunque sea sin ninguna prueba, que desciende de Iñigo Arista, rey de Navarra? Pues esta afirmación aparece en una probanza presentada por alguien con el talento de nuestro ilustre sabio y prócer de la independencia don Francisco José de Caldas y Tenorio.

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