DIOS IMPASIBLE O SENSIBLE A NUESTRO SUFRIMIENTO



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Transcripción:

DIOS IMPASIBLE O SENSIBLE A NUESTRO SUFRIMIENTO Según nos cuenta su discípulo y colaborador Herbert Vorgrimler ("Entender a Karl Rahner: Introducción a su vida y su pensamiento", Barcelona 1988,180-181), en una entrevista y en el lenguaje coloquial propio de la entrevista, Rahner tachó de gnosticismo la teología de Urs von Balthasar y Adrianne von Speir, e independientemente de ellos, la de J. Moltmann. Tras reprocharles de especular sin fundamento acerca de la divinidad afirmando que en ella existe la realidad del sufrimiento, expresaba Rahner así su propio modo de pensar: "Dicho de una manera simple y directa, para salir de mi miseria, de mi confusión y de mis dudas, de nada me aprovecha que Dios -por volver a las palabras simples y directas- sea tan miserable como yo. Lo que me sirve de consuelo es que, si Dios entra en esa historia, y en la medida en que entra como en su propia historia, se inserta en ella de una manera distinta. Porque yo estoy ya de antemano emparedado en estos muros de horror, mientras que Dios -si es que esta palabra aún tiene alguna significación- es para mí en un sentido auténtico, verdadero y consolador para mí, el Dios impasible". El artículo de Metz que precede a éste está en la línea de Rahner. Por lo que se refiere a Moltmann, su postura está expuesta en un artículo publicado en "Carthaginensia" que SELECCIONES presentó en el número anterior a éste (n 129, vol. 33 [1994] 17-24). Tras el artículo de Moltmann, "Carthaginensia" (8 [19921657-659) publicó también una carta "póstuma" a Rahner ("Vd. ya sabrá ahora más que antes y más que yo"). En ella, entre otras cosas, escribe el teólogo de la esperanza: " Cómo puede ser el Dios impasible Dios en un sentido consolador para Vd.? Quizás en el sentido de que en Dios ya no hay sufrimiento, dolor ni llanto, y que nosotros anhelamos entre sufrimientos dolores y gemidos la redención en él. Pero, sin duda, no en el sentido de que Dios está a su vez "emparedado" en su impasibilidad, en su inmovilidad y en su indeseada falta de amor".la controversia entre estos dos grandes teólogos de nuestro tiempo sirve de telón de fondo y de punto de arranque para el artículo que presentamos a continuación y en el que el autor, tras mostrar que no hay tal dilema entre un Dios impasible y un Dios sensible, intenta una síntesis que ayude a comprender cómo podemos concebir la "impasibilidad" de un Dios que en Jesucristo se ha querido involucrar en toda la historia del sufrimiento humano.dios sensible a nuestro sufrimiento desde la plenitud de su felicidad, Carthaginensia 9 (1993) 315-326 CUESTIÓN DE FONDO De la humanidad de Cristo a la intimidad de Dios 1. Rahner y Moltmann coinciden en la posibilidad de decir algo de la intimidad de Dios a partir de la humanidad de Cristo, de ver el sufrimiento de Cristo como sufrimiento de Dios. a) Rahner realiza ese tránsito sobre la base de dos de sus aportaciones más significativas. La primera, su famoso axioma: la Trinidad económica es la inmanente. La "economía" es la sabia dispensación de la salvación a través de la historia, cuyo lugar central es Jesucristo. De ella afirma Rahner que es el ámbito de la revelación, o sea, de todo cuanto podemos saber de la vida íntima de Dios (Trinidad inmanente). Por

medio de Jesucristo, Dios ha vivido entre nosotros. No ha de decirnos esta realidad algo sobre la vida íntima de Dios? La segunda aportación consiste en la fuerza con que Rahner señaló que la humanidad de Jesucristo no es una máscara o un disfraz que oculta la intimidad del Hijo de Dios. La palabra y los gestos de Jesús nos dicen algo no sólo de su conciencia humana, sino, a través de ella, también de la persona del Verbo que se encarna y, por tanto, del mismo Dios. Sobre esta doble base se puede afirmar perfectamente que el sufrimiento de Jesús nos dice algo del mismo Dios. b) Moltmann realiza el tránsito de la humanidad a la divinidad de modo mucho más directo. Él considera el acontecimiento de la cruz como el lugar por excelencia de la revelación trinitaria. Al sufrimiento de Cristo ha de corresponder el sufrimiento de Dios: "el Hijo sufre la muerte y el Padre sufre la muerte del Hijo con infinito sufrimiento de amor". 2. Ambos teólogos matizan sus afirmaciones. Moltmann afirma el sufrimiento de Dios, pero hace ver que éste no priva a Dios de su libertad ni de su felicidad. Rahner afirma la inmutabilidad de Dios, pero hace ver que ésta no puede significar indiferencia ante la suerte de los hombres. a) Moltmann admite que la situación de Dios respecto al sufrimiento es distinta de la muestra. Dios no está sometido al sufrimiento: un Dios sometido por necesidad al sufrimiento sería incapaz de liberarnos de él. La diferencia entre el sufrimiento de Dios y el de los hombres se halla en la libertad con que Dios se somete al sufrimiento. El amor de Dios se entrega de tal forma que elimina libremente la alternativa de dejar de sufrir por el amado. Para referirse a la capacidad de Dios de sentir el sufrimiento humano habla Moltmann de empatía divina. Psicológicamente, la empatía implica capacidad de sentir con la otra persona, de entrar en su situación. Moltmann piensa que la empatía divina es incompatible con su impasibilidad. Pero esto es discutible. Cargar con los problemas del que le consulta no debe poner, por ej., al psicólogo en la misma situación de falta de estabilidad del cliente, so pena de no poder ayudarle. Para ayudar a quien sufre una situación es preciso sí compartirla y hacerse cargo de ella, pero juntamente conservar el equilibrio personal que posibilite esa ayuda. Más concretamente, concede Moltmann que en Dios ya no hay sufrimiento y que nosotros anhelamos ser liberados de él. b) También Rahner matiza al hablar de la inmutabilidad divina: Dios es inmutable e impasible, pero también plenamente solidario con el hombre. Si Rahner afirma la inmutabilidad divina es porque ve en ella la condición necesaria para que Dios pueda salvarnos del sufrimiento, de la muerte y del pecado. Si estas realidades negativas afectasen a Dios de la misma manera que a los humanos, Dios sucumbiría ante ellas y los hombres no podrían alcanzar aquello a que aspiran: ser liberados de cuanto se oponga a la felicidad, para la que han sido hechos.

Es cierto que tanto grandes filósofos (Platón, Filón de Alejandría) como teólogos (S. Agustín, Pedro Lombardo) y la misma doctrina de la Iglesia han considerado la inmutabilidad como un atributo de Dios. Dios no puede menos de ser inmutable, pues si algo se le pudiese añadir o quitar, dejaría de ser Dios. Pero esa doctrina ha pesado demasiado en la teología de manual y ha contribuido a ocultar una realidad que está viva en todas las páginas de la Biblia y que responde a nuestros anhelos más profundos: que Dios nos acompaña en nuestros sufrimientos y que es sensible a cuanto nos atañe. Rahner es consciente de que, para salvarnos del mal, Dios tiene que dominar el vaivén de la historia, pero juntamente debe ser sensible a nuestros sufrimientos. Su inmutabilidad no puede significar apatía o indiferencia. Para conciliar ambos extremos hace una afirmación audaz, pero profunda y rigurosa: "Dios, el inmutable en sí mismo, se hace mutable en el otro" (Escritos IV, Madrid 1962, 149). Dios se ha hecho mutable en la humanidad de Jesús. Lo que vemos y palpamos del Verbo de vida nos está hablando del mismo Dios y de la manera como hemos de interpretar su inmutabilidad. La inmutabilidad de Dios no puede entrañar insensibilidad. Cuando Jesús se acerca a los enfermos, cuando orienta con su palabra a los que se hallan como oveja sin pastor, cuando se aproxima a la mujer pecadora y evita su humillación, nos revela a su Padre. Porque todos esos gestos de Jesús nos hablan de la ternura del Padre. La inmutabilidad de Dios no puede significar indiferencia hacia lo nuestro. Y no se trata sólo de un acto libre de amor. Es todo su ser divino el que asume en sí todo lo nuestro: Dios mismo en su plenitud es plenamente solidario del hombre. Y si la plenitud implica felicidad, hay que concluir que Dios es sensible a nuestro sufrimiento desde la plenitud de su propia felicidad. Inmutabilidad e impasibilidad como garantía de solidaridad Inmutabilidad e impasibilidad no se oponen a la solidaridad de Dios. Más aún: podemos pensarlas como el fundamento y la condición necesaria de la solidaridad divina. 1. Inmutabilidad. a) Esta, si bien Dios impasible o sensible a nuestro sufrimiento? responde a la aspiración humana de encontrar descanso y constituye el componente de estabilidad inseparable de la felicidad completa, no deja de producir efectos negativos en la teología y en la espiritualidad, cuando se insiste unilateralmente en ella. Pues nos manifiesta a un Dios separado, indiferente, un Dios muy distinto de la imagen que nos proporciona de El la Biblia. b) Por esto se impone cambiar el lenguaje de la inmutabilidad por el de la fidelidad. La inmutabilidad del Dios de Jesucristo consiste en la fidelidad de su amor: es la inalterable oferta de su amor, a pesar de la inconstancia que recibe como respuesta. El seno del Padre se halla siempre abierto por el Amor: abierto al Hijo y a los hermanos del Hijo, los hombres y mujeres de este mundo. En el Hijo estamos todos, cada uno como es y como se encuentra. En el Hijo recibimos todos la ternura del Padre. 2. Impasibilidad. a) Aunque, a primera vista, resulta difícil comprender que Dios sea impasible sin ser sensible, hay un sentido profundo de impasibilidad que lo logra: Dios es impasible porque es invulnerable a todo lo que se opone al amor fiel que nos profesa.

Importa que quien se propone combatir la negatividad no sucumba a sus embates. El médico que se expone a contraer la enfermedad de sus pacientes es admirable, pero si procura permanecer inmune, podrá ayudar a más y más personas. Existe una impasibilidad que es entereza de ánimo, integridad del ser, capacidad de resistencia a la adversidad. El que la posee queda capacitado para acercarse al sufrimiento, a la muerte, al pecado y combatirlos sin sucumbir él en la lucha. b) Los humanos solemos carecer en gran medida de ese tipo de impasibilidad y nos refugiamos en la impasibilidad de la apatía. Nos hacemos insensibles a la necesidad de nuestro prójimo porque tenemos miedo de perder la cota de felicidad que hemos alcanzado. Entre nosotros y las grandes necesidades de la humanidad interponemos el cristal de la TV que nos hace fríos como él. Nuestra indiferencia ante el mal de los demás, nuestra incapacidad de acercarnos al que sufre, se explica por nuestra falta de amor y de entereza. Quienes de verdad se acercan al que sufre poseen equilibrio y resistencia para no caer en el victimismo ni fijarse en el propio sacrificio. Por esto son capaces de descubrir cuanto de humano y positivo hay en las situaciones de necesidad, vivir en ellas con serenidad y aportarles remedio en la medida de sus posibilidades. El sufrimiento de Cristo, expresión del sufrimiento de Dios Pero hay más. Porque Dios nos dijo mucho más. No basta con afirmar que ni la inmutabilidad ni la impasibilidad dejan a Dios indiferente. Ni basta con decir que fundamentan su capacidad limitada de cercanía. Es preciso que el mismo amor nos llegue en una expresión adecuada a nuestra manera de ser. El amor que suscita la correspondencia del amado se expresa de una manera concreta, penetrante. Este problema de lenguaje se resuelve contemplando a Jesucristo en cruz: su sufrimiento expresa de manera penetrante el amor del Padre. La negatividad no puede, ciertamente, hallarse en Dios. Pero sí esa calidad específica del amor solidario que hace que nuestro sufrimiento se halle en Dios y lo afecte de verdad, aunque no sepamos como. "Algo" más, mucho más, que la inmutabilidad y la impasibilidad, incluso tal como las hemos interpretado. "Algo" que no puede ser menos, sino mas, que su misma expresión en el sufrimiento de Jesús. Este nos habla de lo que Dios siente por nosotros. Pero lo que en Dios corresponde al amor sufriente de Cristo es más, infinitamente mas, y nunca menos, que ese amor. Hemos abordado aquí una cuestión que reclama la atención teológica y un gran esfuerzo de investigación. La ventaja del lenguaje de Moltmann reside en su carácter concreto, en afirmar de Dios lo que afirmamos del sufrimiento humano solidario y en insinuar el "mucho más" sin desdibujar la fuerza de penetración de lo concreto. Poner a Dios a nuestro nivel equivale a considerarlo como Dios de lo humano. El lenguaje católico de la analogía, que emplea Rahner, con su insistencia en la teología negativa o apofática y en la superación de todo lo que tenga visos de antropomorfismo, desemboca en un "no saber" acerca de Dios, que en ocasión puede producir la impresión de lejanía o indiferencia por parte de Dios. Pero se trata de un lenguaje imprescindible para expresar la grandeza inconmensurable de Dios, que se encuentra más allá de toda

expresión. En último término, es el hombre quien ha de estar en función de Dios y no Dios en función del hombre. La gran aportación de Rahner a la teología católica ha sido, sin duda, su insistencia en la índole misteriosa, infinita e inefable de la divinidad. II. ALGUNAS LECCIONES DE LA TEOLOGÍA DEL SUFRIMIENTO Descender para liberar vida La teología del sufrimiento es teología de la kénosis de Cristo. Nos enseña a encontrar a Dios en los lugares donde la vida se halla impedida, que es donde El se hace presente. La cruz es el lugar por excelencia de la revelación de Dios. Aquel "Dios es amor" no se deduce de sutiles argumentos metafísicos, sino de la contemplación de Jesús en cruz. Dios descendió a las zonas oscuras de la humanidad -sufrimientos, fracasos, amarguras, pecados- para sentir lo nuestro como cosa suya. En una civilización de indiferencia al sufrimiento ajeno, Dios nos enseña a descender con Él a los lugares donde la vida se halla impedida, para sentir como nuestro el mal del otro. Hay que desterrar el miedo al sufrimiento que sea condición de amor. Acompañar al que sufre significa asumir la cruz de la solidaridad, no para dejarnos vencer por el sufrimiento o la negatividad, sino para insertar en ellos la serenidad del amor. Se trata de estar junto al que sufre, sin asustarnos de nuestra incapacidad y sin retroceder a causa de nuestros miedos. Es Dios quien salva, no nosotros. Traducir a la práctica esas actitudes exige a veces grandes renuncias, por ej. el abandono de la propia cultura para encontrar a los prójimos más desamparados en sus sufrimientos cotidianos desde la humilde aceptación de nuestros propios sufrimientos. Teología del sufrimiento como camino de salvación Dios ha convertido nuestras negatividades en camino de salvación. No nos salva mágicamente del sufrimiento. Nos salva en el sufrimiento. De Jesús se afirma que "sufriendo aprendió a obedecer y, así consumado, se convirtió en causa de salvación" (Hb 5,9; véase 2,10). Este es también nuestro camino. Hay una manera de sufrir que contribuye a que crezcamos como hijos, a que nos abramos a la acción de Dios en la actitud de receptividad propia del hijo que todo lo espera de su Padre. Ante el sufrimiento, siempre injusto para un ser, como el hombre, hecho para la felicidad, hay que exclamar, como Jesús: " Por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). Pero también, como él, renunciando a comprender, hay que confiar. Con su entrega en manos del Padre (Lc 23,46), acaba Jesús adentrándose más en el misterio de ese Abbá, Padre. Teología de la esperanza Un sufrimiento que imite el de Jesucristo nos abre a la esperanza. Porque los cristianos no somos masoquistas: no amamos el dolor por el dolor. Convertido por el amor, el

sufrimiento nos proporciona todo un conjunto de bienes. El primero de estos bienes es la gloria de Dios. Porque en la cruz el Padre es glorificado junto con el Hijo. En ella resplandece el amor del Hijo que se entrega por nosotros y el amor del Padre que entrega al Hijo y se hace solidariamente presente. También los hombres -hijos en el Hijo- estamos llamados a dar gloria a Dios mediante el amor solidario hacia quienes comparten nuestra peregrinación. Este amor produce sus primeros efectos de paz y serenidad en la comunidad cristiana que lo atestigua. La omnipotencia de Dios se muestra en el amor crucificado y acabará triunfando de todas las negatividades. Pero, para el ejercicio concreto de ese amor, necesitamos la sabiduría de la cruz, con la que sólo nos connaturalizamos a través de la contemplación y de la práctica. La teología de la cruz nos invita a penetrar en la espesura de esta vida, manteniendo siempre abierto el horizonte de nuestra esperanza. Se trata de incorporarnos al doble movimiento, descendente y ascendente, del amor. Sólo el Espíritu Santo, Amor en persona del Padre y del Hijo, puede enseñarnos a vivir de este modo. Condensó: TOMÁS CAPMANY