MARÍA LA MADRE JESÚS EN EL EVANGELIO DE MATEO. Gabriel Leal Salazar. (publicado en Reseña Bíblica 61 [2009] 23-32)



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MARÍA LA MADRE JESÚS EN EL EVANGELIO DE MATEO Gabriel Leal Salazar (publicado en Reseña Bíblica 61 [2009] 23-32) 1. Los textos sobre María en Mt Mateo usa 5 veces el nombre de «María» (1,16.18.20; 2,11; 13,55) y 9 veces «madre» (1,18; 2,11.13.14.20.21; 12,46.47; 13,55) para designar a la madre de Jesús. Este es un signo de la importancia que el evangelista da a María, la madre de Jesús. Mateo se ocupa de María sobre todo en los dos primeros capítulos del evangelio. Durante la actividad pública de Jesús María viene nombrada sólo 2 veces: cuando en compañía de sus parientes busca a Jesús para hablarle (12,46-50) y en la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret, donde es nombrada por sus paisanos (13,54-58). 2. María, madre del Mesías hijo de David y de Abrahán (Mt 1,1-17) Mateo es el único evangelista que comienza su evangelio con la genealogía de Jesús (Mt 1,1-18), de la que forman parte 41 hombres (con Zara, 1,3, son 42) y 5 mujeres. La genealogía va desde el padre Abrahán hasta David, a través de 14 generaciones, de éste hasta el exilio con otras 14 y, finalmente, hasta el Mesías y su madre, recorriendo otras 14 generaciones. Las 4 veces que el evangelista menciona a las mujeres lo hace repitiendo el mismo patrón: «. (nombre del padre) engendró, de.., a» (vv. 3.5.6). Por eso, al llegar a María, cabría esperar que dijese «Jacob engendró a José; José engendró, de María, a Jesús». En cambio, rompiendo la serie de 39 repeticiones monótonas de la expresión «generó» afirma: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Sólo José viene indicado en la genealogía como el esposo de una mujer. Esto, junto con la supresión de la expresión «engendró», presenta a María como la madre de Jesús y excluye que José sea el padre: Jesús no ha sido generado por José; él no tiene nada que ver con el nacimiento de Jesús. Por ello afirma en 1,25 y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo. Dos relaciones distinguen a María: la relación jurídica con José, con quien está desposada, y la relación natural con Jesús, que ella ha alumbrado y que es su hijo. Por su relación con José, María viene inserta en las generaciones precedentes, en la historia de salvación que la genealogía expresa. Los nombres que componen la genealogía con sus historias constituyen un resumen de toda la historia de la salvación que tiene a Dios como protagonista. La genealogía evoca la historia de Dios con el pueblo de Israel y recuerda cómo Dios ha elegido personas concretas, a través de las cuales ha actuado en favor de su pueblo. María también ha sido elegida y vinculada a esta historia para ser la madre de Jesús. En el hijo de María la historia de Dios con su pueblo alcanza su meta y cumplimiento. Dios ha elegido a María para ser la madre de aquel que lleva la historia a su plenitud. Las genealogías en el judaísmo del s. I era raro que incluyesen una mujer, mucho menos cinco. No hay genealogía veterotestamentaria en que aparezcan las mujeres en tal proporción, por lo que es razonable pensar que Mateo es el responsable de su inclusión. Para explicar este hecho se han dado distintas interpretaciones: por su condición de gentiles o

extranjeras, pero en la literatura judía postbíblica, Rajab y Tamar venían presentadas como prosélitas o convertidas al judaísmo; porque eran objeto de controversia en el debate judío sobre el mesías davídico; por que habían sido pecadoras, pero esa condición no se cumple en Rut, ni el judaísmo contemporáneo al evangelista las consideraba tales. Muy probablemente la mención de las mujeres está determinada por dos factores. En primer lugar, las cuatro mujeres habían tenido uniones singulares y, en cierta medida «escandalosas»: Tamar tomó la iniciativa de unirse de manera desconcertante a Judá; Rajab se unió a Booz como prostituta; el origen moabita hacía impura a Rut hasta la décima generación (Dt 23,3); la mujer de Urías fue adúltera. En segundo lugar, la piedad judía post-bíblica consideraba su actuación providencial, porque a través de tales uniones cumplió Dios sus promesas y ejecutó su plan de salvación. Tamar fue instrumento de la gracia divina para que Judá propagase la estirpe mesiánica; Israel entró en la tierra prometida gracias al valor de Rajab; merced a la iniciativa de Rut, ésta y Booz se convirtieron en progenitores del rey David; y el trono davídico pasó a Salomón por haberse interpuesto Betsabé. En el contexto de la historia de la salvación esas uniones irregulares muestran cómo Dios se sirve de lo imprevisto y de lo negativo para triunfar. María, con su embarazo extraordinario y desconcertante (1,18), es testimonio del actuar de Dios, fiel a sí mismo y a sus promesas, incluso por caminos insospechados. Todas estas mujeres, aunque se hayan hecho partícipes de la transmisión de la vida hacia el Mesías por caminos insólitos, permanecen en el ámbito de lo que es posible al hombre. En el caso de María, en cambio, todo proviene de Dios y sobrepasa todas las posibilidades humanas. Dios la elige para la misión de dar a luz al Mesías y, con su poder creador, suscita en ella la vida del hijo. Al inicio del evangelio, Jesús Mesías viene presentado como hijo de David y de Abrahán (1,1). Hijo de David constituía un título mesiánico común, que Mateo ha puesto intencionadamente al inicio de la genealogía y de las narraciones siguientes: Jesús es el cumplimiento de las esperanzas de Israel, es el heredero de las promesas hechas a David y mantenidas vivas en el judaísmo: Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente (2 Sm 7,16). Hijo de Abrahán, en cambio, no es un título mesiánico. Israel se considera el pueblo de los hijos de Abrahán (cf. Mt 3,9), la familia de aquel con el cual Dios ha hecho una alianza perenne (Gn 15). Pero Abrahán es también el medio por el que la salvación de Dios alcanzará a las gentes (cfr. Gn 12,3; 18,18). Jesús es un verdadero hijo de Abrahán no sólo porque es Israelita, sino también porque en él se realiza el plan de Dios que contempla la salvación de todos los pueblos (cfr. 8,1-11). La misión de Jesús concierne al género humano: como descendiente de David Jesús es quien lleva a cumplimiento la historia de Israel (1,1-17); el que debía venir (cf. 3,11) para reconstruir la unidad del pueblo disperso (15,24). Pero en cuanto hijo de Abrahán, es quien cumple la promesa hecha por Dios al patriarca: Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra (Gn 12,3). Con la muerte y resurrección del Mesías viene abolida la barrera que separa a Israel de «los pueblos». De hecho, en Mt 28,19 las personas de toda raza y de toda lengua están llamados a ser discípulos de Cristo (cfr. 24,14). En esta historia de salvación que alcanza como oferta a todos los hombres, María está singularmente presente como la madre de Jesús, el Mesías hijo de David y de Abrahán, en quien todos los pueblos están llamados a ser discípulos y a participar de su salvación (cfr. 24,14; 28,19). 3. María, la virgen madre de Jesús-Enmanuel (Mt 1,18-25) Mt 1,18-25 tiene la forma de un anuncio de nacimiento. Los dos primeros versículos

(18-19) presentan la situación y los dos últimos la conclusión (24-25). El texto converge en la secuencia central (20-23), que contiene las palabras del ángel a José. En ella el centro es María, que viene presentada como destinataria de la acción misteriosa del Espíritu (v. 20), madre del que liberará al pueblo de sus pecados (v. 21) y, finalmente, como la virgen que trae al mundo el Enmanuel (22-23). La celebración del matrimonio en el mundo judío tenía dos etapas (cfr. el primer artículo de este número). La primera era el desposorio, que consistía en un intercambio de consentimiento antes testigos (Mal 2,14). Éste constituía un matrimonio legalmente ratificado, que daba al novio ciertos derechos sobre la novia, que pasaba a ser desde ese momento su mujer. A partir del desposorio, la infidelidad conyugal era considerada adulterio. La novia seguía viviendo en la casa paterna un año aproximadamente; después, era llevada a la casa del novio para convivir con él (Mt 25,1-31). Según Mateo José y María ya estaban desposados, pero María no había sido conducida todavía a la casa del novio. De ahí que el embarazo de María, que no procedía de José, pudiera parecer fruto de un adulterio. Mateo, para no dar lugar a malentendidos, informa al lector de que la concepción es obra del Espíritu. José, que era justo, pero no quería infamarla decidió repudiarla en secreto. En esas circunstancias se le aparece en sueños a José el ángel del Señor que le invita a acoger a María, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (v. 20). El hijo de María viene caracterizado con dos nombres. Tiene el nombre de Jesús, en cuanto tiene la misión de salvar a su pueblo de los pecados (1,21), de reconciliarlo con Dios. Y tiene el nombre de Enmanuel, que significa «Dios con nosotros» (1,23). Ambos nombres expresan la identidad de quién lo porta. Gracias a la acción del Espíritu, María se convierte en madre de Jesús, llamado así porque él salvará a su pueblo de los pecados (v. 21), y se convierte en testigo de la obra de la salvación que Dios cumple por medio de su hijo a favor de Israel, como indica el término «laos» utilizado por el evangelista. La liberación que trae Jesús está especificada como salvación de los pecados. Por eso, la obra de Jesús en medio de su pueblo, sus palabras, sus acciones y su pasión-muerte-resurrección son el signo de la lucha y de la victoria sobre el pecado. Es significativo que la expresión «para remisión de los pecados» aparezca también en las palabras que Jesús pronunciará sobre el cáliz en la última cena: sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados (Mt 26,28). El carácter de la liberación asume por tanto las connotaciones de una verdadera y propia reconciliación con Dios. María viene presentada como la madre de Jesús. Pero es madre de un modo singular. Su hijo debe el origen de su existencia al Espíritu Santo, a la obra del poder creador de Dios. José se maravilla del hecho que María esté para convertirse en madre porque él no tiene nada que ver con el origen de ese niño. Dios ha intervenido y puesto un nuevo inicio en la historia de la humanidad. Jesús no tiene un padre terreno, no es el resultado de esta historia. La humanidad no se ha dado a sí misma, por medio de una procreación humana, al que es el Salvador, sino que lo ha recibido como don de Dios. Dios ha llamado a José para confiarle una misión fundamental para Jesús y para María: tomar en su casa a María como esposa y darle el nombre a su hijo. Por medio de José padre legal, Jesús viene inserto legítimamente en la descendencia de David. Acogiendo a María como esposa le ofrece un espacio de protección en el que ella podrá llevar a cabo su misión y Jesús podrá crecer. Finalmente, María viene presentada como la madre del Enmanuel (v. 23). Con la «fórmula de cumplimiento», que aparece aquí por primera vez, la concepción virginal viene

presentada como testimonio de cumplimiento del plan divino. La atención del evangelista no se centra tanto en el nombre (cfr. Is 7,14) cuanto en lo que éste significa: Dios-con-nosotros. Mateo muestra así que Jesús no es solamente uno de los hijos de David, sino la manifestación definitiva de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Por medio de él y en él Dios ha tomado a su pueblo, con quien se ha vinculado de la manera más estricta posible. En cuanto proviene de Dios, Jesús vincula a los hombres con Dios. Dios no nos ha abandonado a nuestra propia suerte, ni nos ha rechazado, sino que está a nuestro lado. Estamos bajo su protección y su guía. El Evangelista no dice nada sobre cómo María ha conocido su misión, ni cómo la ha acogido. Dios la ha elegido, la ha llamado y por medio de su acción creadora la ha hecho capaz de convertirse en la madre del Cristo. Le ha asignado la misión de ser para Israel y para la humanidad la madre del Salvador, del Enmanuel. 4. María, Madre del rey de los Judíos (Mt 2,1-12) El relato de la adoración de los magos presenta las dos reacciones que suscita el nacimiento de Jesús. El texto es un relato midrásico hagádico, es decir, de una escenificación de textos del A.T. que refieren las promesas hecha a los judíos exiliados y a los gentiles de que en los tiempos escatológicos vendrían a adorar y ofrecer dones a Jerusalén. Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente intuyen la presencia del «rey de los Judíos» que ha nacido porque han visto su estrella. Se ponen en camino y le buscan con el fin de adorarle. Otro rey, Herodes, y todo Jerusalén con él, se turban ante la posible presencia del nacido «rey de los Judíos». Y esto, a pesar de tener las escrituras que anunciaban su nacimiento en Belén de Judá (2,5-6). Los magos, iluminados ahora por la palabra de Dios, se ponen en camino guiados por la estrella. Llenos de inmensa alegría entran en la casa, vieron al niño con María su madre, y postrándose le adoraron y ofrecieron sus dones (2,11). Tres elementos del texto convergen en la identificación de los magos como paganos: la pregunta respecto al rey de los Judíos (2,2; cfr. Mt 27,11), la designaciones rabínicas de los gentiles como «adoradores de las estrellas» y, finalmente, la proveniencia del Oriente (v. 1). El verbo que utiliza el evangelista para describir el gesto de adoración de los magos puede significar «rendir homenaje al rey» y, en sentido derivado, «adorar una divinidad». Mateo lo utiliza frecuentemente en relación al «rey» o al «reino» (Mt 4,8-10; 18,23ss; 20,20ss). Parece por tanto que el acento recae sobre el primer aspecto, aunque la realeza de Jesús sea de carácter mesiánico y traiga «el reino de Dios» Los magos «ofrecen» al niño con María su madre tres dones: oro, incienso y mirra. Mateo utiliza el verbo «ofrecer» 9 veces (Mc 1 y Lc 2 veces), normalmente, en un contexto cultual (Mt 5,23-24; 8,4; 15,5; 23,18-19; Mc 7,11; Lc 21,1). Este matiz cultual es lo que precisamente hace entrever la cualidad del destinatario de los dones y, en el trasfondo, también de la madre. La ofrenda de los magos no puede no aludir a muchos textos de Isaías y de los salmos que anuncian una peregrinación de los «gentiles» a Jerusalén para adorar al verdadero Dios y ofrecerle sus dones (Is 2,2-3; 45,14; 60,1-6; Miq 4,1-2; Sal 72,11). En ellos Mateo ha visto el cumplimiento de la Escritura, aunque de una manera distinta a lo anunciado: no en Jerusalén, sino en la humilde Belén, aunque gloriosa porque de ella vendrá el guía que pastoreará a mi pueblo Israel (Mt 2,6; Miq 5,2; 2 Sm 5,2); no en el templo, el palacio de Yahveh, sino en una casa donde habita «un niño con María su madre»; no para adorar a Yahveh y recibir el don de

la Torá, sino para adorar a un «recién nacido», aunque reconocido «rey de los Judíos y Mesías», que por otro lado traerá el reino de Dios para todos los hombres, judíos y gentiles. En el gesto de los magos María puede vislumbrar la posición y el significado de su hijo, partícipe de toda la debilidad de un niño pequeño, necesitado de todo el cuidado de la madre y, ahora adorado como rey de los Judíos. La madre del Salvador y del Enmanuel es, al mismo tiempo, la madre del rey de los judíos. 5. El niño y la madre (2,13-23) El relato consta de tres escenas: 2,13-15; 2,16-18; 2,19-23. Cada una de las tres escenas, fuga-matanza-retorno, se concluyen con una profecía-cumplimiento (2,15.18.23), de la que la primera (2,15) es la más significativa. En ella, el texto de Oseas según los LXX viene cambiado del plural al singular, conforme al original hebreo: De Egipto he llamado a mi hijo (Os 11,1). En la primera y en la última escena aparecen «el niño y su madre», expresión que el evangelista repite cuatro veces. Cada una de las escenas se inicia con el mandato del ángel a José (2,13.19.20), que cumple fielmente lo que se le ha ordenado: la fuga a Egipto (v. 14) y la vuelta a la tierra de Israel (v. 21). Mateo refiere la fuga a Egipto a una orden explícita de Dios que, mediante su ángel, manda a José poner a salvo al niño y a su madre (v. 13), ante las intenciones homicidas de Herodes, preocupado por el poder del «rey de los Judíos». La fuga es el medio ofrecido a los débiles para escapar del poder destructor. El texto pone de relieve la debilidad y la dependencia del niño, al mismo tiempo que muestra la protección de Dios. Junto a José, también María está destinada a proteger al niño. Ella experimenta más que el niño mismo el peligro causado por Herodes, la incomodidad de la fuga y el sufrimiento de vivir obligatoriamente en una tierra extranjera. Después de la muerte de Herodes, José recibe el encargo de tomar «al niño y su madre» (2,20.21) y volver a la tierra de Israel. El hijo de Abrahán y de David debe crecer en su pueblo y no en una tierra extranjera. Mateo no relata nada sobre los años que Jesús vivió en Nazaret, junto a su madre. Ella compartió con Jesús no sólo los momentos gloriosos sino, también, su persecución, exilio y retorno, así como la vida cotidiana en la insignificante villa de Nazaret. 6. No es este el hijo de María? En dos episodios de la vida pública de Jesús se alude a María, como madre de Jesús (12,46-50 y 13,53-58). Al contrario que el texto paralelo de Marcos (3,31-35), en el que sus parientes van a buscarlo porque creen que está fuera de sí, en Mt 12,46-50, el interés de la madre y los hermanos por Jesús no está motivado por una búsqueda ambigua. El verbo que utiliza para indicar su búsqueda expresa simplemente la intención de hablar o de tener un encuentro con él. Mateo 12,46-50 hace una presentación del auténtico discipulado de Jesús. Discípulos de Jesús son los que hacen la voluntad del Padre celestial. Estos forman su familia. Entre ellos María, la madre de Jesús, que ha vivido con fidelidad la voluntad de Dios expresada por el ángel a José.

En Mateo 13,53-58, el conocimiento que tienen sus paisanos del entorno familiar de Jesús, incluida María, su madre, les sirve como argumento para escandalizarse ante sus enseñanzas y como fundamento de su falta de fe. 7. Conclusión El evangelio de Mateo nos presenta a María como la virgen madre Jesús, que salvará a su pueblo de los pecados, y del Enmanuel, Dios-con nosotros. Ella es la madre del Mesíasrey, Hijo de David y de Abrahán, La experiencia personal de María queda excluida en la sobria exposición que hace el evangelista. Mateo no dice nunca lo que María ha pensado, sentido o dicho. El centra su atención en el servicio y la maternidad de María. Ella vive como Madre completamente dedicada a su hijo, sirve la venida y el crecimiento de Jesús y, al mismo tiempo, al pueblo de Dios, alumbrando al Salvador. Con él ha compartido todos los momentos de su vida, la alegría del nacimiento y la adoración de su hijo como rey por parte de los paganos; la persecución de Herodes, el exilio y la vida oculta en Nazaret. Pero, al mismo tiempo, María ha sido testigo del cuidado providente de Dios y de la entrega silenciosa de José a la voluntad de Dios, que obedeciendo el mandato del ángel acogió a María y a Jesús en su familia. Él ha sido mediador de la voluntad de Dios para salvar «al niño y su madre». El niño y María, la virgen madre, están inseparablemente vinculados entre sí, en una estricta e íntima comunión de vida.