nuevos ánimos y me puse otra vez en marcha. A los pocos minutos alcancé a ver Newlyn a la orilla del mar. Me encaminé hacia el poblado con gran emoción y, como por encanto, sentí cómo se disipaban todos los malos augurios que me atormentaran durante la noche. En el frío de la mañana, Newlyn era un remanso de paz y tranquilidad. Los primeros rayos del sol calentaban las losas de las calles y hacían abrirse las primeras flores que brotaban de manera desordenada en las aceras. Más feliz que cansado me acerqué a la orilla del mar y me estiré sobre la arena para reponer fuerzas. Ahí estaba, frente a mí, el mar del Norte, magnífico y hermoso, como un familiar anciano y ruin, lleno de promesas engañosas, pero dulces al oído. A propósito metí mis zapatos en el agua, acaricié la espuma de las olas y respiré muy profundo
para llenar mis pulmones de brisa marina. Cuando menos había logrado la primera parte de mi misión. Después empecé a plantearme si debía regresar a casa o no. Habían pasado apenas 24 horas desde que huyera y no se me ocurrió ni por asomo cómo me alimentaría con apenas 22 libras en la bolsa o dónde descansaría. Pasar la noche en el bosque, entre las piedras, me había dejado muy adolorido y me negaba a aceptar que toda mi vida de fugitivo fuese así. A lo lejos la gente intercambiaba los primeros saludos del día y se disponía a trabajar. Frotaban sus manos para ahuyentar el frío y de vez en cuando volvían su mirada para examinarme, llenos de curiosidad. Seguramente yo semejaba una extraña aparición sentado ahí, cerca de los muelles, por la ropa que vestía, con el hambre y la fatiga cruel descomponiendo mi rostro,
aunque de momento poco podía hacer para solucionarlo. Sin embargo, por dentro yo brincaba de contento, y me regocijaba pensar que esa misma mañana, a unos kilómetros de ahí, mis condiscípulos se hallaban en camino a la escuela para sentarse las horas muertas en el aula, en aquel triste salón de clases donde hoy habría un lugar vacío. Entonces, desde mi punto de observación en la playa, la brisa marina y el delicado crepitar de las olas sobre las piedras me parecían la canción más dulce que hubiera escuchado en toda mi vida. En cuanto el sol me devolvió el calor me encaminé otra vez hacia el poblado, tras haber peinado con agua de mar mis mechones de pelo café tras las orejas. No me imaginaba que estaba a punto de hacer un hallazgo extraordinario: al mirar hacia el embarcadero descubrí un hermoso barco, con dos
altísimos mástiles llenos de velas, un pabellón británico ondeando al viento allá arriba, casi tocando el cielo, y miles de cuerdas y aparejos, todos con banderas de colores. Abajo, sobre los muelles, una pequeña multitud aplaudía y admiraba la histórica nave, que se veía especialmente majestuosa junto al racimo de modestos barcos pesqueros diseminados mar adentro, hacia el azul infinito. Sobre la cubierta, cinco o seis hombres vestidos con uniformes oficiales de la marina que parecían de siglos pasados, se movían ágilmente y al frente, por donde descendía el ancla, unas letras grandes grabadas sobre la madera de la nave anunciaban el hermoso nombre con el que había cruzado las aguas de todo el mundo: La Estrella del Sur. Admiren el paso de La Estrella
del Sur Niños de Newlyn! No se pierdan esta semana a La Estrella del Sur, que pasará por aquí en camino al puerto de Cádiz, donde se reunirá con una flota internacional de más de 25 barcos históricos! Todos ellos recrearán el fantástico viaje de la primera flota a Australia, hace 200 años. La Estrella del Sur, fue construido en Dinamarca en 1875 por Larsen & Sons y restaurado en 1981 por sus dueños de Colchester para hacer el viaje de su vida. Pidan a sus padres que los lleven a ver el paso de La Estrella del Sur! Qué extraño que el barco se hubiera