Índice Prólogo a la edición española, 11 Agradecimientos, 17 Introducción, 19 1. El terrorismo humanitario de las nuevas guerras, 47 Qué pacifismo es posible después de la réplica terrorista del 11 de septiembre de 2001?, 47 La guerra universalista-humanitaria contra el «eje del mal», 54 El modelo de la guerra global: de la guerra del Golfo a la guerra de agresión contra Irak, 67 La rehabilitación terrorista de la guerra, 80 Militarismo humanitario, 88 Por qué está tan extendido y es tan fuerte el «terrorismo global»?, 91 La destrucción de Líbano y el «modelo Hiroshima», 95 Los frutos envenenados de la «guerra humanitaria» y el nuevo intervencionismo humanitario del presidente Barack Obama, 98 2. La justicia penal internacional al servicio de las grandes potencias, 103 Luces y sombras de la Corte Penal Internacional, 103 Ensañamiento imperial, 107 Procesar al enemigo vencido, 108 Pacificación de los pueblos mediante la justicia penal internacional?, 115 Carla del Ponte y el «síndrome de Núremberg», 123 El juicio contra Sadam Hussein: horca o paredón?, 126 La guerra de Líbano y el derecho internacional, 127 El ahorcamiento de Sadam Hussein por decisión de George Bush, 130 Moreno Ocampo: un fiscal bifronte, 132 9
3. El terrorismo sionista y el suplicio del pueblo palestino, 135 Edward Said: el terrorismo sionista, 135 Sionismo, antisionismo y antisemitismo, 139 No basta una sentencia para derribar el muro de Sharón, 143 Por una reconsideración histórico-política del terrorismo suicida en Oriente Próximo, 145 Hamás y el terrorismo en Palestina, 148 Continúa el etnocidio del pueblo palestino, 151 El etnocidio continúa, 153 Estados Unidos, dishonest broker, 155 Dos estados para dos pueblos?, 157 Gaza: el esplendor del suplicio, 163 4. Dulce bellum inexpertis: tras las huellas de la guerra global, 167 En Afganistán, 167 En Palestina, 172 En Colombia, 175 En Corea del Norte, 180 Bibliografía, 183 Índice de nombres, 197 10
Prólogo a la edición española Creo que es conveniente añadir unas líneas para actualizar esta colección de ensayos que se publicó en 2009, en primera edición italiana. Como verán los lectores, la tesis central que defiendo es la siguiente: las guerras que han desencadenado las potencias occidentales en los últimos veinte años de la Guerra del Golfo de 1991 a la guerra contra Afganistán, que todavía sigue no fueron legitimadas por el derecho ni por las instituciones internacionales. Y son agresiones que han segado la vida de cientos de miles de personas inocentes. Han sido guerras sanguinarias por mucho que los agresores sobre todo Estados Unidos y sus aliados europeos más estrechos pretendieran que se trataba de intervenciones «humanitarias», justificadas en lo moral y lo legal por su finalidad: propagar la libertad y la democracia y garantizar la paz en el mundo contra el «terrorismo global» de matriz islámica. En realidad, como sostuve con argumentos que me parecen difíciles de rebatir, han sido guerras «terroristas» cubiertas con un manto humanitario, pero en realidad motivadas por intereses estratégicos dentro de un plan de hegemonía mundial. Prueba de ello es que los objetivos alcanzados, de hecho, por Estados Unidos, fueron tanto la multiplicación de sus bases militares por ejemplo, Camp Bondsteel en Kosovo, o Bagram en Afganistán como el acaparamiento de grandes recursos energéticos, como ha ocurrido concretamente en el Kurdistán iraquí. Pues bien, creo que es obligado afirmar que también la guerra contra Libia decidida en marzo de 2011 por Estados Unidos, con la participación de Francia, Inglaterra e Italia y luego de la OTAN, es 11
una guerra de agresión desencadenada ilegalmente por las potencias occidentales. La bandera que ondean las potencias occidentales es sobradamente conocida. Han declarado que el fin de la intervención militar era apoyar a los rebeldes del área oriental de Libia que querían liberarse del régimen autoritario y violento de Gadafi. Tenían el deber de intervenir con las armas contra un régimen liberticida y antidemocrático. Evidentemente, no se puede negar la buena causa de los insurgentes cirenaicos, tan merecedores de apoyo como los demás pueblos del Magreb y del Masrek rebelados contra los regímenes que los oprimían. El viento de revuelta que había barrido el mundo árabe-islámico de Túnez a Egipto, Siria, Yemen, Bahréin había anunciado una nueva primavera para estas poblaciones; la libertad, la democracia, la justicia, un bienestar mínimo eran su objetivo. Pero se trataba de un objetivo muy lejano aún, porque sus enemigos eran poderosos y los regímenes implicados estaban dispuestos a usar las armas de la represión. Qué se puede hacer para defender la causa de los insurgentes? Desde el punto de vista del derecho internacional vigente y las prescripciones de la Carta de las Naciones Unidas, se podía hacer cualquier cosa menos intervenir con las armas atacando a los países envueltos en una guerra civil. Lo que se podía hacer y de alguna manera se debía hacer era usar los instrumentos de la diplomacia, de la mediación política, del recurso a las fuerzas de paz. No cabe duda de que esta solución se podía haber intentado en el caso de Libia, como ya se había hecho con éxito en Líbano. Pero esta vez Estados Unidos y sus aliados optaron por algo muy distinto. Por qué motivo? No es difícil adivinarlo. La guerra que primero Estados Unidos y luego la OTAN han desencadenado contra Libia tiene un objetivo concreto: el uso de las armas garantizará a los agresores el control de valiosos recursos de petróleo y gas natural. Se calcula que las reservas de petróleo de Libia ascienden a 60.000 millones de barriles y son notoriamente las más importantes de África, mientras que los costos de extracción son los más bajos del mundo. Y se calcula que las reservas de gas natural son de 1,5 billones de metros cúbicos. Pero en el punto de mira de los «voluntariosos» que han empuñado las armas contra Libia también estaban los «fondos soberanos» libios. Eran capitales gestiona- 12
dos por la Libyan Investment Authority, se calcula que más de 150.000 millones de dólares, que fueron rápidamente «congelados» por las potencias occidentales antes de decidir el ataque militar. La guerra desencadenada por Estados Unidos contra el pueblo libio y su dirigente Gadafi revela su intención de extender su control a toda el área mediterránea, un control que ya tenía en gran parte, de Israel y Jordania a Marruecos, pasando por Egipto e Italia. El atlantismo neoimperial de Estados Unidos pretende acabar definitivamente con la autonomía del Mediterráneo simulando dar acogida a las aspiraciones de las nuevas generaciones islámicas. En realidad Estados Unidos ha tratado de ocultar su vocación neoimperial bajo el manto de una «intervención humanitaria» más. El presidente Barack Obama dijo que el motivo de la ofensiva bélica estadounidense era proteger la integridad de la población libia, defendiéndola de los crímenes contra la humanidad cometidos por el dirigente Gadafi. Por lo tanto se trataba de una iniciativa militar decidida en nombre del derecho internacional, los principios de la Carta de las Naciones Unidas y la tutela de los derechos humanos. En realidad es difícil afirmar que Gadafi haya cometido crímenes contra la humanidad, por lo menos con arreglo a los estatutos de los tribunales penales internacionales ad hoc y de la propia Corte Penal Internacional. Como es bien sabido, culpable de crímenes contra la humanidad es quien comete una matanza intencionada y «sistemática» de los miembros de un determinado grupo nacional o social. Pero esto no se le puede achacar de ninguna manera a Gadafi. Aunque sea responsable de una gestión autoritaria, antidemocrática y violenta de su país, lo mismo puede decirse de la mayoría de los estados que forman parte de las Naciones Unidas, empezando por países de gran peso internacional como China y Rusia y, en algunos aspectos, incluso Estados Unidos, si pensamos en la violenta discriminación de la población afroamericana que se ha ejercido y sigue ejerciéndose en este país. La iniciativa bélica de Estados Unidos y sus aliados contra Libia es, por consiguiente, una auténtica impostura, como lo demuestran tanto la desenvuelta vulneración de la Carta de las Naciones Unidas como la utilización oportunista del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Basta una rápida lectura de la resolución 1973 del 17 de marzo de 2011, con la que el Consejo de Seguridad decidió la 13
zona de exclusión aérea contra Libia, para advertir una gravísima vulneración de la Carta de las Naciones Unidas y del derecho internacional general. La vulneración de la Carta es evidente si se tiene en cuenta que el apartado 7 del art. 2 establece que «ninguna disposición de esta Carta autorizará a las Naciones Unidas a intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los Estados». Es indiscutible, por lo tanto, que la guerra civil en curso era de la competencia exclusiva de Libia y el Consejo de Seguridad no podía tomar ninguna resolución al respecto y menos aún una decisión de guerra, como fue la imposición de la zona de exclusión aérea. Aparte de esto, el artículo 39 de la Carta de las Naciones Unidas prevé que el Consejo de Seguridad pueda autorizar el uso de la fuerza militar sólo después de haber comprobado que existe una amenaza internacional contra la paz, un quebranto de la paz o un acto de agresión de un estado contra otro. Esta es otra razón que prohibía taxativamente a Estados Unidos y sus aliados europeos intervenir contra Libia y convierte en un crimen la matanza de ciudadanos libios. La guerra civil entre las fuerzas fieles a Gadafi y los insurgentes cirenaicos podía ser calificada de cualquier cosa menos de amenaza contra la paz en el mundo. Baste este argumento para cubrir de vergüenza al gobierno italiano que, con sus bases militares y sus aviones, se ha comprometido formalmente a participar en el derramamiento de la sangre de un pueblo del que una y otra vez el presidente del gobierno, Berlusconi, se había declarado enfáticamente amigo, llegando a inclinarse para besarle las manos a Gadafi. Y no tenía ningún sentido hacer referencia como lo hace repetidamente la resolución 1973 del Consejo de Seguridad a la llamada «responsabilidad de proteger». Se trata de la muy discutida resolución 1674 del 28 de abril de 2006 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Entonces se declaró que el Consejo, tras comprobar que un estado vulneraba gravemente los derechos humanos en su territorio, podía decidir que se trataba de «una amenaza contra la paz y la seguridad internacional» y adoptar las medidas militares que considerara oportunas. No vale la pena gastar más palabras para afirmar que, con arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad no tiene ninguna competencia para dictar normas de derecho interna- 14
cional. Y es igual de evidente que la «guerra civil» interna de Libia no suponía ninguna vulneración de los derechos humanos de relieve internacional, como de hecho sostuvieron cinco miembros del Consejo de Seguridad (Alemania, Rusia, India, China y Brasil) cuando no votaron la resolución 1973 y deploraron la agresión que Francia, Inglaterra y Estados Unidos habían desencadenado contra la población libia. Hasta hace poco muchos estaban convencidos de que el presidente Barack Obama había dado una nueva cara a Estados Unidos. Pero ahora ya sabemos que la cara no basta y que incluso puede convertirse en una máscara. Cada vez está más claro que la política del presidente Obama hacia el mundo islámico baste pensar en la tragedia afgana, pero recordemos también la desesperada situación del pueblo palestino está en perfecta consonancia con la lógica imperialista y guerrera de los presidentes que le precedieron. En realidad la estrategia hegemónica de Estados Unidos no ha cambiado nada, lo que probablemente tendrá consecuencias graves para el pueblo libio al que fingen estar salvando de la violencia de un dictador. Es fácil suponer que la guerra no terminará hasta que Gadafi sea apresado o se rinda. También es fácil prever que una vez terminada la guerra, Estados Unidos ejercerá su poder para hacerse con el control económico y financiero de Libia y explotar sus preciosos recursos. Ese será el resultado de la «guerra humanitaria» de Barack Obama y su enérgica colaboradora Hillary Clinton. Florencia, junio de 2011 <zolo@tsd.unifi.it> 15