entra en otro despacho cercano al que acababan de dejar y ella se dirige a una mesa en un extremo de la sala. Es un sitio ideal para dominar el lugar sin tener que hacer movimiento alguno. Para algo es la amiga del jefe! ríe Alfredo para sí. Y cerca de su despacho, además. Se enciende en un display junto a la mesa de ella, y en otro general, un número seguido de una letra. Una señora se levanta y se dirige cansinamente hacia allí. Alfredo se acerca al expendedor automático de tickets y ve de qué se trata. Perdón! escucha a sus espaldas. Es un matrimonio que va a coger su «vez». Alfredo se separa disculpándose. Se fija que el ticket acaba en la letra que le interesa y procede a tomar el siguiente. El propio ticket le indica que tiene a dos por delante.
Unos cinco minutos después se alza la señora que estaba con María, mientras ella está procediendo a introducir unos folios en un archivador que coloca en un armario a sus espaldas. Pulsa de nuevo y un joven sale de un banco con auriculares en sus oídos. Ve de nuevo cómo el del traje gris aparece y entra en el despacho del que habían salido los dos, cerrando la puerta tras de él. Eso sí, antes, de forma disimulada, echa un vistazo en general a la sala y a María en particular, o eso al menos le parece al visitante. Los dedos se te hacen huéspedes se dice Alfredo. El joven apenas le aguanta unos tres minutos. El matrimonio es requerido y para allí acuden. Alfredo se siente sobreexcitado. Por su espalda nota cómo le corre un sudor mucho
más que frío, gélido. Toma varias veces aire en cantidad y lo exhala lentamente, así va relajándose poco a poco. No se había planteado estrategia alguna de actuación, algo muy en contra de su actitud habitual, pero tenía claro que aquello no era una situación nada, pero que nada, normal. Lo fiaba a su intuición, que en general le había funcionado bien. Tras unos interminables veinte minutos, la pareja se despide de María dándole la mano ella y él haciendo el gesto de besársela. Todavía hay caballeros! se sonríe. Más debería de haber y no bellacos como yo. De todo hay en la viña del Señor, dicen. Su número se ilumina en el anunciador general, que era donde fijaba su vista Alfredo. Mira hacia la mesa de la mujer y ve que, en efecto, coincide. Se acerca muy lentamente. Conforme lo
hace puede comprobar que es más guapa de lo que, a distancia, le había parecido en el parque y desde el coche al ir al bar. Juega con unas gafas graduadas a tono con su vestimenta. Levanta la vista y, al verle acercarse, esboza una media sonrisa. Buenos días! exclama Alfredo, intentando que no le tiemble demasiado la voz. Buenos días! contesta María con un tono que le resulta acariciador. Siéntese, por favor, y dígame en qué puedo servirle. Servirme? No diría yo que sea la expresión exacta. Puedo preguntarle si acostumbra a tomar café a media mañana? Acostumbro, sí, en caso de que no haya mucha aglomeración. Podríamos hacerlo hoy juntos, que al parecer no es mucha la clientela que tiene? Podríamos, pero no lo solemos hacer
con clientes salvo muy raras excepciones y Perdona que te interrumpa, María, y también perdona que te tutee. Yo soy una excepción que te interesa. Quiero hablar contigo de tus llamémoslas excursiones extramatrimoniales? Tengo pruebas de ellas, no lo dudes, con el señor de ese despacho que está ahí detrás, a mi derecha. Puedo ponérselas sobre la mesa a tu marido, Efrén creo recordar que es su nombre. Y hablar de ello aquí no me parece correcto. Dime en qué sitio y a qué hora y allí nos veremos. Por supuesto el desayuno corre de mi cuenta. Y si hoy no me apetece desayunar? contesta desafiante la mujer. Pues vas a tener que hacer un esfuerzo para que te apetezca. Cuanto antes me lo digas, menos cola provocaremos. Y me imagino que no quieres que vaya con el cuento a tu maridito. A mí, en tu lugar, no me