Subsidio litúrgico. para el celebrante SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS. Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Domingo, 27 de mayo de 2012

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Transcripción:

Subsidio litúrgico para el celebrante Domingo, 27 de mayo de 2012 SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA 2012 Los textos litúrgicos oficiales de este subsidio son propiedad de la Conferencia Episcopal Española, a quien compete conceder el derecho de reproducción conforme a lo establecido por la Instrucción Liturgiam authenticam, promulgada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (28 de marzo de 2001), así como por las normas y leyes civiles vigentes.

DESPEDIDA Luego, el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos juntas, despide al pueblo diciendo: [El Espíritu es el alma de la Iglesia: vivifica y cohesiona a los miembros del cuerpo. Es energía que produce toda actividad y es fuerza que aglutina la diversidad. Reparte multitud de dones diferentes, pero conjuntados hacia el bien común. El Espíritu lo es todo en la Iglesia. Pero la Iglesia no es para sí misma, sino para el mundo. Está al servicio de la evangelización. Llamada a ofrecer el mensaje y la persona de Jesucristo necesita de nuevos apóstoles. Quienes hemos participado en esta celebración, llevemos a Cristo a los diversos ámbitos donde se desarrolla nuestra vida. Que nuestro testimonio invite a todos a abrirse constantemente al don del Espíritu, que el Padre nos regala.] Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya. R. Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya. Después, el sacerdote besa con veneración el altar, como al comienzo, y, hecha la debida reverencia con los ministros, se retira a la sacristía. CANTO DE ENTRADA RITOS INICIALES Reunido el pueblo, el sacerdote con los ministros va al altar, mientras se entona el canto de entrada: Envía, Señor, tu Espíritu (CLN, 154); o bien: Oh Señor, envía tu Espíritu (CLN, 252); La alianza nueva (CLN, 253). Si no hay canto de entrada, los fieles, o algunos de ellos, o un lector, recitarán la antífona de entrada: * Misa vespertina de la vigilia l amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya. (Rm 5, 5; 8, 11) E ** Misa del día l Espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido. Aleluya. (Sb 1, 7) E SIGNACIÓN Y SALUDO AL PUEBLO CONGREGADO Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, se santiguan, mientras el sacerdote dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El Dios de la vida, que ha resucitado a Jesucristo, rompiendo las ataduras de la muerte, esté con todos vosotros. R. Y con tu espíritu. MONICIÓN DE ENTRADA El sacerdote, el diácono, u otro ministro idóneo, hace la siguiente monición sobre el sentido de la Jornada: Celebramos la gran fiesta de Pentecostés, culmen santificador de la obra salvadora de Cristo. Si el Espíritu Santo no hubiese 14

sido comunicado a los primeros cristianos, no sabríamos nada del misterio de Jesús, de su Evangelio, de su Pascua. Gracias al Espíritu estamos aquí reunidos para actualizar la presencia del Señor que llega a nosotros en la reunión de los hermanos, en la Palabra, en el pan y vino de la Eucaristía. Y el foco irradiador de todas estas realidades es el grupo apostólico que, con la donación del Espíritu, recibe fuerza de lo alto para testimoniar a Cristo hasta los confines del mundo. La Iglesia tiene su origen en el Espíritu y en el poder del Señor, pero la actividad apostólica resulta imprescindible para que la riqueza de gracia de la que ella es portadora, llegue a ser una realidad viva y actual a través de los tiempos. En consonancia con esta doble dimensión, ser y misión de la Iglesia, hoy tiene lugar el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Igual que en los principios, también hoy se necesitan nuevos y decididos apóstoles que, impulsados por el único y mismo Espíritu, continúen la labor que Cristo sigue encomendándonos en estos tiempos de nueva evangelización. RITO DE LA BENDICIÓN Y ASPERSIÓN DEL AGUA El sacerdote invita al pueblo a la plegaria, con estas palabras u otras semejantes: Queridos hermanos: Invoquemos la bendición de Dios, nuestro Padre, y pidámosle que la aspersión de esta agua reavive en nosotros la gracia del bautismo, por medio del cual fuimos sumergidos en la muerte redentora del Señor para resucitar con él a una vida nueva. Después de una breve oración en silencio, el sacerdote prosigue, diciendo: Oh Padre, que del Cordero inmolado en la cruz haces brotar una fuente de agua viva. R. Bendice y purifica a tu Iglesia. [O bien: Bendito seas por siempre, Señor.] 4 RITO DE CONCLUSIÓN En este momento se hacen, si es necesario y con brevedad, los oportunos anuncios o advertencias al pueblo. BENDICIÓN SOLEMNE El sacerdote extiende las manos hacia el pueblo y dice: El Señor esté con vosotros. R. Y con tu espíritu. El diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas: Inclinaos para recibir la bendición. Luego, el sacerdote, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice: El Dios, Padre de los astros, que en el día de hoy iluminó las mentes de sus discípulos derramando sobre ellas el Espíritu Santo, os alegre con sus bendiciones y os llene con los dones del Espíritu consolador. V. Que el mismo fuego divino, que de manera admirable se posó sobre los apóstoles, purifique vuestros corazones de todo pecado y los ilumine con su claridad. V. Y que el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas os conceda el don de la perseverancia en esta misma fe, y así podáis pasar de la esperanza a la plena visión. V. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. 13

LITURGIA EUCARÍSTICA CANTO DE COMUNIÓN Cuando el sacerdote comulga el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión: Oh Señor, envía tu Espíritu (CLN, 252); o bien: Ven, Espíritu divino (CLN, 258). Después de distribuir la comunión, el sacerdote puede ir a la sede. Si se juzga oportuno, se pueden guardar unos momentos de silencio o cantar un salmo o cántico de alabanza. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Luego, de pie en la sede o en el altar, el sacerdote dice: Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes. Después, el sacerdote, con las manos extendidas, dice: * Misa vespertina de la vigilia a comunión que acabamos de recibir, Señor, nos Lcomunique el mismo ardor del Espíritu Santo que tan maravillosamente inflamó a los apóstoles de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. ** Misa del día h Dios, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del Ocielo, conserva los dones que le has dado, para que el Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza y la eucaristía que acabamos de recibir acreciente en nosotros la salvación. Por Jesucristo nuestro Señor. V. Oh Cristo, que renuevas la juventud de la Iglesia en el baño del agua con la palabra de la vida. R. Bendice y purifica a tu Iglesia. [O bien: Bendito seas por siempre, Señor.] V. Oh Espíritu, que nos haces renacer de las aguas del bautismo como primicia de la humanidad nueva. R. Bendice y purifica a tu Iglesia. [O bien: Bendito seas por siempre, Señor.] V. Dios todopoderoso, que por medio de los sacramentos de la fe renuevas las maravillas de la creación y de la redención, bendice + esta agua y concede que todos los renacidos en el bautismo sean mensajeros y testimonios de la Pascua, que se renueva incesantemente en tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Terminada la bendición, el sacerdote toma el hisopo, se rocía a sí mismo y, luego, rocía a los ministros, al clero y a los fieles. Si le parece conveniente, puede recorrer la iglesia para la aspersión de los fieles. Mientras tanto, se canta un canto apropiado (cf. CLN, A 81-84). Una vez acabado el canto, el sacerdote, de pie y de cara al pueblo, con las manos juntas, dice: Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado y, por la celebración de esta Eucaristía, nos haga dignos de participar del banquete de su reino. Si no se hace el rito de la bendición y aspersión del agua, tras la monición de entrada se hace el ACTO PENITENCIAL El sacerdote invita a los fieles al arrepentimiento: El Señor Jesús, que nos invita a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, nos llama ahora a la conversión. Reconozcamos, pues, que somos pecadores, e invoquemos con esperanza la misericordia de Dios. 12 5

Se hace una breve pausa en silencio. Después, el sacerdote, u otro ministro idóneo, dice las siguientes invocaciones: Tú que eres el sumo sacerdote de la nueva Alianza: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. Tú que nos edificas como piedras vivas en el templo santo de Dios: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad. Tú que has ascendido a la derecha del Padre para enviarnos el don del Espíritu: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. El sacerdote concluye con la siguiente plegaria: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. HIMNO A continuación, se canta (cf. CLN, cantos que van precedidos de la letra C) o se dice el himno: loria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Gama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios, Padre todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque solo tú eres Santo, solo tú Señor, solo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén. Las intenciones son propuestas por un diácono o, en su defecto, por un lector u otra persona idónea. Por la Iglesia, para que en nuestro tiempo viva con valentía su vocación primera: evangelizar. Para que los movimientos y asociaciones de apostolado seglar, en especial la Acción Católica, acierten a transmitir a los hombres y mujeres de hoy el tesoro del Evangelio. Para que en estos momentos de crisis económica seamos generosos y compartamos nuestros bienes con los más necesitados. Por los que entregan su vida al anuncio del Evangelio, para que se sientan sostenidos por el Espíritu y respaldados por la comunidad cristiana. Para que el Espíritu Santo, siempre atento a las necesidades de su Iglesia, suscite nuevas vocaciones que hagan posible una nueva evangelización. Por nuestra comunidad (parroquial), para que acreciente su dimensión evangelizadora y nos sintamos llamados a ser testigos del Resucitado. El sacerdote, con las manos extendidas, termina la plegaria común diciendo: Envía, Señor, tu Espíritu, que nos haga valientes y gozosos testigos del Evangelio de tu Hijo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. 6 11

La Acción Católica, cauce diocesano por excelencia para formar apóstoles seglares, hace suya la urgencia de una nueva evangelización tal como la presenta la Iglesia Universal en los Lineamenta para el próximo Sínodo de los Obispos, y quiere poner todos los medios a su alcance en la consecución de lo que ahí se demanda respecto al evangelizador: «La formación y el cuidado con que se deberá no solo sostener a los evangelizadores ya en acción, sino llamar a nuevas fuerzas, no se reducirá a una mera preparación técnica, aunque ella sea necesaria. Será sobre todo una formación espiritual, una escuela de la fe a la luz del Evangelio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu, para vivir la experiencia de la paternidad de Dios». (La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Lineamenta, 22). PROFESIÓN DE FE Acabada la homilía se hace la profesión de fe: C reo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, En las palabras que siguen, hasta María Virgen, todos se inclinan. que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén. ORACIÓN UNIVERSAL El sacerdote, con las manos juntas, invita a los fieles a orar diciendo: Pidamos al Padre que envíe su Espíritu sobre nosotros, llamados a ser apóstoles para una nueva evangelización, como lo hizo sobre los Apóstoles en Pentecostés, diciendo: Envía, Señor, tu Espíritu. ORACIÓN COLECTA Acabado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice: Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos. Después, el sacerdote, con las manos extendidas, dice: * Misa vespertina de la vigilia ios todopoderoso y eterno, que has querido que Dcelebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés, para que los pueblos divididos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu Espíritu y, reunidos, confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. O bien: ios todopoderoso, brille sobre nosotros el esplendor de tu Dgloria y que el Espíritu Santo, luz de tu luz, fortalezca los corazones de los regenerados por tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. ** Misa del día h Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu OIglesia extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. 10 7

LITURGIA DE LA PALABRA SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA Hoy se cumple la promesa de Jesús; hoy los discípulos son bautizados en el Espíritu Santo; hoy la comunidad cristiana comienza a cumplir la misión que se le había encomendado, la de anunciar el evangelio; hoy la Iglesia se presenta al mundo, apostólica y evangelizadora. Solamente después de la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, los Apóstoles salen hacia todas las partes del mundo para comenzar la gran obra de evangelización. Es la acción del Espíritu la que hace posible que la semilla de la fe arraigue en el corazón de los primeros destinatarios de la misión apostólica. Gracias al apoyo del Espíritu Santo la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien, a través de la mediación eclesial del testimonio apostólico, explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado. Contar con planes pastorales, con proyectos para la evangelización, es bueno, incluso necesario; pero ni las más perfeccionadas técnicas evangelizadoras podrían reemplazar la acción discreta, y a la vez eficaz, del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin él. Sin él, la dialéctica más convincente, la oratoria más conmovedora, resultan impotentes. Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor. El Espíritu de Dios, como confesamos en el Credo, ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia; pero donde de manera especial la asiste es en su misión evangelizadora. No es casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar a partir de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu. Puede decirse, sin duda, que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación. Igualmente se puede decir que él es el término de la evangelización: solamente él suscita la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización quería provocar en la comunidad cristiana, realidad que nos presentan la primera y segunda Lecturas hoy proclamadas. El lema escogido este año para la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, Apóstoles para una nueva evangelización, dirige el foco de atención hacia la persona misma del evangelizador. Nuestro mundo, hoy más que nunca, exige a los evangelizadores que le hablen de Dios con el lenguaje del testimonio. El testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Aunque no sea explícitamente, a quienes estamos inmersos en la tarea evangelizadora, constantemente se nos pregunta: creéis verdaderamente en lo que anunciáis?, vivís lo que creéis?, predicáis verdaderamente lo que vivís? El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pobres, humildad y capacidad de renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. El Espíritu Santo, lo repetimos una vez más, es artífice de unidad: bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, nos decía el apóstol san Pablo en su primera carta a los Corintios. La fuerza de la evangelización quedará muy debilitada si los que anunciamos el Evangelio estamos divididos entre nosotros mismos por tantas clases de rupturas: querellas doctrinales, polarizaciones ideológicas, antagónicas concepciones de la relación Iglesia-mundo, etc Se presenta la necesidad urgente de que el evangelizador sea hombre o mujer de comunión eclesial, que no conciba su tarea al margen de la Iglesia, que no pretenda anunciar a Jesucristo por cuenta propia, sin referencia a la realidad que le ha engendrado en la fe y que le ha hecho posible el conocimiento vivo de Aquel a quien ahora pretende anunciar. En la figura del evangelizador, entre otros muchos rasgos, no puede faltar el amor hacia aquellos a los que evangeliza. Un signo de este amor será el respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona destinataria de nuestra misión evangelizadora. Respeto a su ritmo, a sus capacidades, que no hay que atropellar. Pero no menor signo de amor hacia los evangelizandos será el esfuerzo, por parte del evangelizador, para transmitir certezas sólidas basadas en la Palabra de Dios, tal como las presenta la Iglesia, y no las propias teorías que, tantas veces, dejan traslucir personales carencias. 8 9