POETA EN PIE por EMILIO PRADOS
1 UNA VOZ Ho.u wna voz errante, ca/diva, que navega dentro de mí. N o sé qué nombre tiene ni qué voluntad guía, presumo, su viaje. Viene ylja, sin saberlo yo mismo a dónde acude, ni por qué cuando muestra su codicioso informe, rompe mi pensamiento hecho oración al aire. Siento que me preguntan y respondo, y cuando miro a aquel que ha interrogado: con la sonrisa tierna que al niño, incomprendido, apartan hacia el j'ttego para atender mejor al número, a la hora, al cotidiano esfuerzo inútil trabajo de los hombres, siento que me separan. - 127-
y es esta voz errante concebida por mí sin yo saberlo, que se asomó burlona, cambió el color, la hechura, la dimensión y el corte ya acordado en mi palabra, dejándome -payaso sin timón- sobre la calle, expuesto y defendido a este trajín del mundo, como un alma desnuda en el silencio. Pienso que me acarician y acaso no se ocupan de este pobre morir que hay en mi cuerpo. y ando y ando constante, más milagrosamente cada día, en medio de los hombres, igual q1te un hombre más: junto a la herida, con la prostitución, la mirada cortés, el buen sentido, la palabra de paz y de justicia, el buen comer y el gozo de lo bello, la emoción del paisaje y de la muerte. Quiero ser, quiero estar, quiero vestirme como una forma de hombre cotidiano y conocer la altura de los montes, la producción del hierro, el precio del carbón - 128
y de la harina, la estadística exacta de los niños que mueren sin techado y el programa político que ha de salvar, junto al amor, el cuero, el algodón, el hule, el dolor, la artisela y el pecado. y en medio de la calle, sin mirar los semáforos, como un niño sin juego J/'Ie meto por el mundo... Pero esta voz errante, cautiva, que navega dentro de mí, me salva. y asesinado, atropellado, roto, perseguido y sin nombre, me hace nacer de nuevo en cada instante -payaso sin timón-, y dulce me sonríe... Será tal vez el ángel de mi guarda' II VUELTA HACIA EL MUNDO Vuelvo, vuelvo a sentirte, presencia irremediable, cuando ya tan ajena te creía que ni el sol te quemaba; ni te encontraba en su pisar el tiempo, ni apenas yo sabía cómo enredar mi verbo a tu figura. Vuelvo, vuelvo a encontrarte - 129-
y.., en qué momento, con tu sombra llegas, equilibrada en mí, donde te instalas! A ún más sensible está tu piel recién nacida. La cicatriz aún llevas del luoo» y el dolor que [ue tu!1 ga. Cómo valiente acudes hoy, cuando la mentira, el cieno, la traición el trapo miserable son elementos necesorios ; únicos, para investir al invisible héroe que el 'Inundo ya presume irrepara,ble? Dime: por qué volviste? Todos ya prescindieron del recuerdo [uburo, de la inquietiul fw az por tu existencia; de sujetar la mano de tu olvido, pensando en su disculpa: - Fue todo un sueño! 'U.nángel! un [aniasma! y felices callaron y [elices durmieron soñándote al dormir, aun con los labios llenos de grasa de pecado, de orín y de lu,jur'ia, de buen tabaco y vino, de corrupción lascioa, silenciosa, de temores secretos y de palabras dulces, de consejos contra el hambre y el ocio y la prostitución, el robo, el frío... Yo mismo, cotidiano, [uéra de ti, sin cielo, hablé de Eternidad, de trajes, fin y cuerpos de tu muerte, de bondad y sentir y no encontrar tu nombre en los espejos... - 130-
Y, hoy, vuelvo a ti, me vuelves, presencia irremediable, como un hijo perdido de mí mismo, q'ue a mí mismo volviera para salvarse en mí de su naufragio, y aquí estoy, como 1tn hombre, nuevamente; parado en mi nacer sin mayo sobre el mundo, Como un mar; como un río, igual que un árbol bello que viera amanecer a media noche, Así te veo volver; así te he visto, así te vuelvo a uer.,, mas también te mir«-honda espina, presencia irremeduible-:-, volver libre al dolor irresoluto, III CANCION DE ESPERANZA Aún no: la rosa mueve su limpia indiferencia hermosa entre la ll1wia y el corazón recibe, gota a qota en su. centro, constante, la oieito. de la aurora. Cuando los ojos miren cansados de sus nombres corno yo pienso sin sentido; cuasulo el agua amanezca tan sólo con 108 moldes de los reflejos qll,e atesora; cuando la luna arrastre bajo la luz dorada de su. muerte, - 131-
la altivez, en ruina de los sueños y las montañas, débiles, se arrimen. presurosas -hechas sólo un recuerdo de arena-, al mar, que sea un silencio: yo miraré a los hombres que me hirieron y les diré: - La tierra se ha perdido! Aún no, aún no: aún vivo o duermo... o cuando muero pienso que he nacido. -132-