ALABARDA DEL DEPÓSITO DE VÉLEZ BLANCO (ALMERÍA) EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL

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Transcripción:

REVISTA VELEZANA. Vélez Rubio (Almería). Nº 26, 2007, p. 8-12 ALABARDA DEL DEPÓSITO DE VÉLEZ BLANCO (ALMERÍA) EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL Susana CONSUEGRA RODRÍGUEZ Arqueóloga Abordamos con esta pieza la presentación de un objeto que aúna su interés a la dificultad de su estudio. Como veremos, desde su procedencia geográfica hasta su contextualización arqueológica y caracterización tipológica, ofrecen serias dificultades. Parte de este texto fue utilizado para la presentación de la Alabarda en el Museo Arqueológico Nacional como Pieza del Mes en febrero de 2003. Agradezco la inestimable ayuda de Carmen Cacho y Ruth Maicas, del Departamento de Prehistoria que, como siempre, me apoyaron y asesoraron. Al Departamento de Difusión de ese Museo debo la oportunidad de entrar en contacto con el público en el marco de sus Salas. BUSCANDO LA PROCEDENCIA U n conjunto de materiales metálicos procedente de la colección Federico de Motos ingresó en el Museo Arqueológico Nacional con la referencia región de Vélez Blanco. Dicho conjunto incluía un hacha plana y cuatro puñales de remaches. Sabemos por Beatriz Blance que 2 de los puñales, junto a 5 vasos cerámicos y 2 puntas de hueso, procedían de un enterramiento en cista. El resto del material pudo haberse hallado en el mismo lugar o en otros próximos. De hecho, cinco kilómetros al este de Vélez Blanco se encuentra el yacimiento calcolítico del Cerro de las Canteras, que cuenta con necrópolis y poblado en el mismo lugar. Pese a la problemática de su procedencia exacta, es de sumo interés su localización en el área de Vélez Blanco. Este municipio, situado al norte de la provincia de Almería, limítrofe con Murcia, de orografía montañosa conformada por las Sierras de las Estancias, el Gigante, la Muela, Sierra Larga y de María, y regado por los ríos Corneros, Claro y Caramel, se encuentra en la región nuclear de las culturas prehistóricas de Los Millares y El Argar. La existencia de yacimientos arqueológicos de estos momentos en la zona bien podría estar en relación con los recursos de minerales de cobre localizados en el entorno de la población. Fig. 1. La alabarda de Vélez Blanco.

ALABARDA DEL DEPÓSITO DE VÉLEZ BLANCO EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL Fig. 2. Esquema de la alabarda de Vélez Blanco. Fig. 3. Tipología de alabardas según E. Cuadrado (1950: fig. 13). UNA ALABARDA POCO TÍPICA EN ESTA ZONA Ocurre frecuentemente al abordar estudios de conjuntos prehistóricos que nos encontramos ante piezas que difícilmente encajan con la totalidad de los rasgos establecidos para los distintos tipos conocidos de un determinado objeto. La pieza que nos ocupa es uno de esos ejemplos, pues carece de algunas de las características definidas para este grupo de armas. La alabarda de Vélez Blanco se compone de una hoja larga de forma triangular y reducido espesor, con filos que convergen formando un extremo poco aguzado y se hacen ligeramente cóncavos hacia la base o zona del enmangue. Dos someras acanaladuras recorren la hoja de forma paralela a los filos y hasta el comienzo de la placa de enmangue (Fig. 1). Unos hombros acusados dan paso desde la ancha base de la hoja hacia la placa de enmangue. Ésta tiene forma de lengüeta semicircular y presenta cuatro orificios para remaches, de los que tan sólo se conservan dos, cuya longitud indica el espesor del enmangue (Fig. 2). LA ALABARDA: LOS RASGOS DE UN ARMA Las características morfológicas de las alabardas están determinadas por su uso: se utilizaban enmangadas de forma perpendicular al arma y con la pretensión de penetrar, no cortar. Por tanto, su efectividad debía conseguirse de la siguiente forma: Ensanchamiento de la base para reforzar el enmangue: Hojas triangulares y filos cóncavos. La punta ha de ser a la vez recia y la zona más estrecha del arma para facilitar su penetración. Placa de enmangue robusta, bien diferenciada de la hoja y dotada de orificios para remaches. Éstas son, por tanto, las características de las alabardas que la diferencian de otros útiles y/o armas, especialmente de los puñales y las hachas. Formalmente mantienen un enorme parecido con los puñales, sin embargo, el sentido del enmangue y los rasgos que de ello se derivan marcan las divergencias entre ambos grupos de objetos. En el mismo sentido, el trabajo a realizar y, por tanto, la forma del enmangue es semejante entre hachas y alabardas, en este caso tanto el tamaño de la hoja como el extremo aguzado de la misma separan ambos grupos. Aproximación a la tipología de alabardas Pese a la lógica de los rasgos antes expuestos para lograr la efectividad máxima de las albardas, existe una gran variedad de tipos que han sido bien definidos y estudiados en la Península desde los hermanos Siret en 1890 hasta nuestros días. E. Cuadrado, en 1950, definió 4 tipos y dos ejemplares raros. El tipo I que define como de puñal y, por tanto, de hoja triangular aplanada, con fuertes pasadores, es el que más se aproxima a la pieza de Vélez Blanco, ya que los tipos II a IV cuentan ya con rasgos que no están presentes en nuestro ejemplar (Fig. 3). H. Schubart, en 1973, realizó una nueva tipología, incluyendo en ella todos los ejemplares peninsulares conocidos. Diferenció tres tipos: El Argar, Carrapatas y Montejícar. El primer grupo se caracteriza por una fuerte nervadura central y una placa de enmangue muy ensanchada; el tipo Carrapatas tiene también fuerte

CONSUEGRA RODRÍGUEZ, Susana Fig. 4. Alabardas de tipo Argárico (Schubart, 1973: 248, fig. 1). Fig. 5. 1. Alabarda de Montejícar (Granada) (Schubart, 1973: 257, fig. 8). 2. Alabardas de tipo Carrapatas. a. Procedente del norte de Portugal. b. Procedente de Peñalosa, Baños de la Encina (Jaén) (Schubart, 1973: 257, fig. 7). nervio central, acanaladuras y placa de enmangue triangular; por último, el tipo Montejícar tiene una placa de enmangue rectangular muy alargada que sobresaldría por detrás del mango, separada en ocasiones de la hoja por aletas (Figs. 4 y 5). Las áreas de distribución estaban bien definidas. El tipo Argar se hallaba en las provincias de Almería, Murcia, Granada y Alicante; las alabardas tipo Montejícar, en Almería, Granada, Sevilla y el sudoeste de Portugal; mientras las de tipo Carrapatas se concentraban en el norte de Portugal. No obstante, desde la fecha de esta publicación se han registrado nuevos hallazgos de alabardas que han extendido las áreas de distribución de los distintos tipos (Fig. 6). Descartamos los tipos de El Argar y Montejícar para clasificar el ejemplar de Vélez Blanco, que cuenta con rasgos para el enmangue más similares al tipo Carrapatas. Carece, por el contrario, de otras características primordiales, como la fuerte nervadura central en la hoja. El número de remaches o pasadores también difiere respecto a los ejemplares conocidos (3), que en el que nos ocupa asciende a 4. Ya en 1983, V. Lull abordó de nuevo el estudio de las alabardas del área argárica a partir de la cuantificación de caracteres métricos, morfológicos y técnicos y las correlaciones entre ellos. Tras el estudio, se distinguen 3 tipos (I a III) y 3 ejemplares cuya morfometría era claramente diferente del resto y que básicamente correspondían a los tipos Montejícar y Carrapatas de Schubart. Se corrobora, por tanto, la existencia de estos dos tipos, mientras el grupo de alabardas de tipo Argar queda repartido en tres nuevos tipos con caracteres más homogéneos. La aparición de nuevos ejemplares ha permitido clarificar el reparto tipológico y la distribución geográfica de las alabardas del tipo Carrapatas. Así es, los ejemplares tipológicamente más ajustados se concentran en la zona norte de Portugal y descienden hacia el Duero con los ejemplares de El Arribanzo de Fariza (Zamora) y Autilla del Pino (Palencia). El resto de las piezas parecen formar una variedad meridional de las alabardas de tipo Carrapatas que estaría compuesta por ejemplares cuya placa de enmangue es una lengüeta más o menos desarrollada, con formas variadas y dotada de orificios para remaches. Dicho grupo estaría compuesto por los ejemplares de Peñalosa (Jaén), Valle del Manzanares (Madrid), Villamiel (Toledo) y la Finca de la Paloma (Pantoja, Toledo), siendo el ejemplar más meridional el de Vélez Blanco (Figs. 7 y 8). La fabricación de las alabardas Estas armas se realizaban íntegramente en molde, aunque posteriormente se podía aplicar algún abrasivo para eliminar las rebabas. En cuanto al metal utilizado, ninguna de las alabardas analizadas fue realizada con bronce (aleación de cobre y estaño). Por el contrario, las argáricas son mayoritariamente de cobre y en ocasiones con contenidos bajos de arsénico (2-4%), que en absoluto debe considerarse una adición intencionada a la colada. Las alabardas de tipo Carrapatas, procedentes del grupo portugués, tienen altos contenidos en arsénico (entre 4,9 10%), mientras el ejemplar zamorano (Fariza) apenas presenta el 1,5%. Sin embargo, el contenido en arsénico no es un elemento fiable para acometer agrupaciones pues los tratamientos de forja y refundición ocasionan grandes pérdidas de este elemento en el metal. El contenido de algunos elementos muy estables, que están presentes en los metales en pequeñísimas proporciones (oligoelementos), sí permite acometer estudios de procedencia del metal. En 10

ALABARDA DEL DEPÓSITO DE VÉLEZ BLANCO EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL Fig. 6. Esquema de enmangue de las alabardas de tipo Montejícar, a. según Siret, b. modificación propuesta (Schubart, 1973: 259, fig.9). Fig. 7. Alabarda procedente de Villamiel (Toledo) (Delibes y Santiago: 1997:107). Fig. 8. Alabarda de El Arribanzo de Fariza (Zamora) (López Plaza y Santos: 1984-85, fig. 1). las alabardas portuguesas la relación cobre/plata de sus metales es alta, agrupándose por ello frente al ejemplar de Fariza, con contenidos muy inferiores. En cuanto a los remaches, se fabricaban por separado del resto de la pieza y con coladas de metal diferentes. La ausencia de bronces entre las alabardas indica, desde el punto de vista técnico, su escasa eficacia, dado que su fabricación en cobre haría de ellas armas de escasa dureza y resistencia. LAS ALABARDAS DE TIPO CARRAPATAS La asignación de un tipo a un utensilio determinado nos permite conocer su uso, la efectividad del artefacto, pero, sobre todo, rastrear una serie de rasgos culturales que no son evidentes con la mera observación de la pieza. En este caso, en que desconocemos las circunstancias del hallazgo e incluso el lugar exacto en que se produjo, conocer su pertenencia al denominado tipo Carrapatas nos permite: Rastrear el origen atlántico de esta variedad de alabarda que procedería de otro, muy común en Europa Occidental y especialmente en Irlanda (denominado tipo Carn). El estudio pormenorizado de todos los ejemplares de este tipo indica que sus hallazgos se producen esencialmente formando parte de depósitos junto a otras armas o utensilios. Los otros tipos de alabardas aparecen en contextos funerarios principalmente. Los depósitos, como veremos más adelante, tienen un carácter especial desde el punto de vista de su valor social. Las alabardas de tipo Carrapatas, tanto por su origen como por la asociación a otros artefactos, como las puntas de Palmela y puñales de lengüeta, se pueden adscribir a los comienzos del denominado Bronce Antiguo (1800 1700 a.c.). Esta cronología hace contemporánea la aparición de las alabardas de tipo Carrapatas a la eclosión del fenómeno campaniforme (Fig. 9). Pese a su alto valor simbólico, puesto de manifiesto por los contextos en los que se encuentran (funerario y depósito) y por sus representaciones en petroglifos y losas decoradas, la perduración de su uso en la Península fue breve. Sin lugar a dudas, en el Bronce Final, otras armas habían sustituido ya tanto su uso en combate como, sobre todo, su imagen ostentosa. ARMAS: GENERALIZACIÓN DE LA GUERRA Y SÍMBOLO DEL PODER Durante el Calcolítico se habían producido los primeros útiles de metal, aunque su escasa efectividad y su rareza en los contextos arqueológicos, indican el papel simbólico que desempeñaron. De hecho los artefactos de metal reproducían con pocas variaciones sus modelos en piedra, a los que desde luego no sustituyeron. Sin embargo, también se observa la inexistencia de artefactos que exclusivamente sirvieran para la guerra. De nuevo, es el contexto arqueológico el que permite discernir si una determinada punta de flecha (en piedra o cobre) ha tenido como fin la caza o las actividades bélicas (Fig. 10). 11

CONSUEGRA RODRÍGUEZ, Susana Fig. 9. Representación de alabardas en petroglifos de Gondomar (Pontevedra) (Vázquez Varela, 1987: 110). Fig. 11. Foso y muro del sistema defensivo del fortín 1 de Los Millares (Santa Fé de Mondújar, Almería) (Delibes y Santiago, 1997: 95). La guerra, que puede proporcionar productos y tierras, no es permanente y, por tanto, es una actividad secundaria con relación a la adquisición de los medios de subsistencia. La inclusión de útiles/armas como parte de los ajuares en estos momentos es una forma de ensalzar las actividades relacionadas con la fuerza, el peligro y la destreza que, por poco cotidianas, tienen prestigio social. Es éste el primer paso de la construcción del guerrero. Con la sedentarización de los poblados y el crecimiento demográfico se produjo el aumento de competencia por los recursos (tierras, materias primas) entre distintas tribus, especialmente en aquellos lugares que ofrecían mayores posibilidades. La proliferación de poblados fortificados o simplemente cercados en estos momentos indica una conflictividad creciente. Sin embargo, es a partir de la Edad del Bronce cuando se produce una clara diversificación de los útiles metálicos así como el aumento, relativo en los momentos iniciales, del número de éstos. Las armas adquieren características diferentes de los útiles y son el campo de pruebas de las nuevas adquisiciones técnicas en el terreno de la metalurgia (nuevas aleaciones, tratamientos térmicos para mejorar la eficacia). Las actividades bélicas tienen mayor presencia en la vida cotidiana y trascendencia para la subsistencia (y crecimiento) de los poblados. La exhibición del armamento, cada vez más sofisticado, y su uso adquieren prestigio social. Es ahora cuando se comienza a conformar la panoplia guerrera que tendrá su punto álgido durante el Bronce Final. El valor del armamento como símbolo de poder se pone de manifiesto en las representaciones de guerreros. Por ello, la acumulación de armas se convierte en el medio para mostrar la relevancia social y, por tanto, en una demostración de prestigio. Los depósitos de armamento se hacen frecuentes. En ellos se sepultan un buen número de piezas, preferentemente armas (puñales, hachas planas y alabardas), que demostrarían ante la comunidad el poder creciente de un personaje o un grupo de ellos. Se produce así la paulatina jerarquización de las sociedades de la Edad del Bronce, del que el denominado fenómeno Campaniforme constituye su mejor exponente. 12 BIBLIOGRAFÍA BLANCE, B.M. (1971). Die Änfange der Metallurgie auf der Iberischen Halbinsel. Berlín, S.A.M., 4. CUADRADO, E. (1950). Útiles y armas de El Argar. Ensayo de tipología ; en V C.A.S.E., Cartagena, pp. 103. DELIBES DE CASTRO, G. y SANTIAGO PARDO, J. (1997). Las fortificaciones de la Edad del Cobre en la Península, en La guerra en la Antigüedad. Una aproximación al origen de los ejércitos en Hispania, Madrid, Ministerio de Defensa, pp. 85-107. FERNÁNDEZ MANZANO, J. y MONTERO RUIZ, I. (1997). Las armas durante el calcolítico y la Edad del Bronce ; en La guerra en la Antigüedad. Una aproximación al origen de los ejércitos en Hispania, Madrid, Ministerio de Defensa, pp. 109-121. GIL FARRÉS, O. (1950). La estación de Vélez Blanco (Almería) ; en VI C.A.S.E., Cartagena, pp. 127-140. GUILAINE, J. y ZAMMIT, J. (2001). El camino de la guerra. La violencia en la Prehistoria, Barcelona, Ariel Prehistoria, 2002. LÓPEZ PLAZA, S. y SANTOS, J. (1984-85). Alabarda y puñales de lengüeta y remaches procedentes del S.O. de la Cuenca del Duero ; en Zephyrus, XXXVII-XXXVIII, pp. 255-266. LULL, V. (1983). La cultura de El Argar. Madrid, Akal Universitaria. MONTERO, I. (1994). El origen de la metalurgia en el sureste peninsular. Almería, Instituto de Estudios Almerienses. SCHUBART, H. (1973). Las alabardas de tipo Montejícar ; en Estudios dedicados al Dr. Pericot, Barcelona, Publicaciones Eventuales, 23, pp. 247-269. VÁZQUEZ VARELA, J.M. (1987). Arte rupestre prehistórico en Galicia ; en Revista de Arqueología (especial monográfico), Madrid, pp. 106-113.