SAN AGUSTÍN Francisco Javier Martínez Real
1. BIOGRAFÍA (354-430) 2. LA CAÍDA DE ROMA Y LA CIUDAD DE DIOS Escrita entre los años 413 y 427 y de manera discontinua: no perfecta coherencia. A veces los temas son tratados de acuerdo con coyunturas y polémicas cambiantes. Motivación inicial: reaccionar frente a interpretaciones paganas y cristianas de la caída de Roma (410): Paganos: la caída de Roma como consecuencia de la ira de los dioses tradicionales de Roma ante la adopción del cristianismo como religión oficial. Cristianos: la caída de Roma como cuestionamiento de su fe porque entendieron el imperio cristiano como realización del Reino de Dios. 3. CARÁCTER DE LA OBRA El pensamiento político de San Agustín no es el llamado agustinismo político (corriente pro hierocracia papal promovida por Gregorio VII y por Bonifacio VIII). Pero es verdad que el agustinismo político se constituyó mediante la acentuación unilateral de algunas de las tesis contenidas en La ciudad de Dios. La ciudad de Dios no es una obra directamente política, sino espiritual y moral: la ciudad de Dios y la ciudad terrena no son dos organizaciones, sino dos principios de
comportamiento en permanente lucha en la historia personal y colectiva: el amor a sí mismo y la búsqueda de dominio y el amor a Dios y la obediencia a su ley. Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor ( ) La primera está dominada por la ambición de dominio...; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. 4. LA CIUDAD TERRENA Y LA CIUDAD CELESTIAL 4.1. Dos principios de conducta y no dos organizaciones Reflejos históricos de la ciudad terrena: imperios de Asiria y de Roma. Reflejos históricos de la ciudad celestial: la Iglesia. No identificación completa: dos ideas espirituales y morales. Un miembro de la Iglesia puede pertenecer a la ciudad terrena y un oficial del Estado a la celestial. Entrelazadas, de hecho, y mezcladas mutuamente están estas dos ciudades, hasta que sean separadas en el último juicio. 4.2. Sociabilidad e insociabilidad humana: una paradójica visión del Estado Una visión del Estado que se articula en tres momentos:
A) Una visión positiva: el Estado como consecuencia de la naturaleza (sociabilidad). La naturaleza humana es de condición social y el Estado una realización de esa natural sociabilidad humana = está ya presente en el estado de inocencia (antes del pecado). El Estado se inscribe en el dinamismo de sociabilidad natural que va de la familia al orbe: Después de la ciudad o la urbe [Estado] viene el orbe de la tierra, tercer grado de la sociedad humana, que sigue estos pasos; casa, urbe y orbe. Relación entre la familia y el Estado: continuidad y discontinuidad relativas. El Estado como ampliación de la familia: diferencia de grado, no de esencia. El Estado es cualitativamente diferente de la familia: la lógica de la autoridad familiar es el servicio, la del Estado la sujeción mediante la eventual coerción B) Una visión negativa: el Estado como consecuencia del pecado (insociabilidad). El orden natural se caracteriza por la sociabilidad y por la igualdad-horizontalidad de las relaciones. El pecado alteró (no suprimió) dicho orden introduciendo insociabilidad y desigualdad-subordinación. El pecador odia... la igualdad con sus compañeros..., desea imponer su señorío en lugar de Dios.
El Estado es negativo en tanto que orden de desigualdad-subordinación, que son consecuencia del pecado. C) El Estado como mal menor: el Estado como límite a la insociabilidad. El Estado es un dispositivo legítimo de coerción para asegurar un cierto orden y paz que eviten la disolución de la natural vida social. La función de Estado es administrar y regular la tensión entre la sociabilidad y la insociabilidad humanas. 5. EL ESTADO Y LA JUSTICIA 5.1. Sin justicia no hay Estado En la tradición clásica: la justicia es la virtud política por excelencia. Donde no hay justicia no hay Estado. Sin justicia, un Estado = una banda de ladrones: Sin la virtud de la justicia, qué son los reinos sino unos execrables latrocinios? Y éstos, qué son sino unos reducidos reinos? ( ) Con mucha gracia y verdad respondió un corsario, siendo preso, a Alejandro Magno, preguntándole este rey qué le parecía cómo tenía inquieto y turbado el mar..: «Y qué te parece a ti cómo tienes conmovido y turbado todo el mundo? Pero como yo ejecuto mis piraterías con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con formidables ejércitos, te llaman rey».
5.2. La verdadera justicia y el Estado romano Fue Roma un verdadero Estado? Para responder arranca de la definición de Estado dada por Cicerón: La cosa pública (república) es lo que pertenece al pueblo; pero pueblo no es todo conjunto de hombres, sino el conjunto de una multitud asociada por un mismo derecho, que sirve a todos por igual. Roma no fue verdadero Estado: no se rindió a Dios el culto debido justicia no derecho (Cicerón)] no pueblo no Estado. [no La justicia es la virtud que da a cada uno lo suyo. Ahora bien, qué justicia humana es la que arranca al hombre del Dios verdadero...? ( ) [La verdadera justicia hace a] todos los hombres obedientes a Dios. Pero corrige la definición de Cicerón para poder reconocer a Roma la condición de Estado: pueblo como conjunto de seres racionales asociados por unos intereses comunes: De acuerdo con esta definición nuestra, el pueblo romano es verdadero pueblo, y su empresa, una empresa pública, un Estado, sin lugar a dudas. Ha tenido que evacuar la idea de justicia, virtud política por excelencia = el Estado romano no sería cabal. Su legitimidad se limitaría a garantizar un cierto orden y paz mediante la coerción: legitimidad política imperfecta porque falta justicia verdadera.
5.3. Por un Estado cristiano La verdadera justicia exige que se rinda culto al Dios manifestado en Cristo. El Estado no será verdaderamente moral (no tendrá auténtica legitimidad) a menos que sea un Estado cristiano. De hecho, La ciudad de Dios contiene grandes elogios a Constantino y Teodosio. La verdadera justicia no existe más que en aquella república cuyo fundador y gobernador es Cristo. No puede fundarse ni mantenerse la ciudad perfecta sino sobre el fundamento y vínculo de la fe, cuando se ama el bien común, que no es otro que Dios, y en Él se aman sincera y recíprocamente los hombres. O sea, el Estado dejado a sí mismo es informado por el amor a sí mismo y por el dominio (la ciudad terrena) y sólo el Estado impregnado por la Iglesia de sus propios principios es informado del amor a Dios y a los demás (la ciudad celestial). El Estado no está al mismo nivel de la Iglesia, sino subordinado a ella puesto que necesita de los principios de ésta para estar dotado de verdadera legitimidad. Sólo la Iglesia es una sociedad perfecta. Esta relación Iglesia-Estado es la de la cristiandad en su versión hierocrática.
5.4. La inconsistencia de lo natural Es una característica general del pensamiento de San Agustín la tendencia a negar al orden de lo natural consistencia propia y, por lo tanto, a absorberlo en el sobrenatural. En el terreno de la ética sucede lo mismo que en el de la política: no existen verdaderas virtudes donde falta la verdadera religión. Por más laudable que parezca el dominio del alma sobre el cuerpo y de la razón sobre las pasiones, si tanto el alma como la razón no están sometidas a Dios, tal, como el mismo Dios lo mandó, no es recto en modo alguno el dominio que tienen sobre el cuerpo y las pasiones. De qué cuerpo, en efecto, puede ser dueña un alma, o de qué pasiones, si desconoce al verdadero Dios y no se somete a su dominio? Por eso, hasta las virtudes que estos hombres [los paganos] tienen la impresión de haber adquirido, incluso ellas mismas son vicios más bien que virtudes. Y aunque algunos las tengan por verdaderas y nobles virtudes, son soberbias, y, por tanto, no se las puede considerar como virtudes, sino como vicios. Pues así como lo que hace vivir a la carne no procede de ella, sino que es algo superior, así también lo que hace al hombre vivir feliz no procede del hombre, sino que está por encima del hombre.