1 Milagros y su finalidad 2 Texto evangélico 3 Comentario 4 Símbolos de la ceguera corporal

Transcripción

1 CIEGO DE JERICÓ 1 Milagros y su finalidad 2 Texto evangélico 3 Comentario 4 Símbolos de la ceguera corporal 1 Milagros y su finalidad El milagro no es el suceso de una cosa rara, extraordinaria y maravillosa, sino un hecho no explicable por las leyes de la naturaleza y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. Jesucristo hizo muchos milagros durante su vida pública: físicos, como la tempestad calmada; corporales, como la curación de miles de enfermos que padecían múltiples dolencias; resurrecciones, como la resurrección del hijo de la viuda de Naín, la hija de Jairo, y la resurrección de Lázaro; y también milagros espirituales como la conversión de la mujer pecadora, de la Samaritana, de María Magdalena y de Zaqueo. Con los milagros Jesús no pretendía conseguir un puesto de relevada importancia en la dinastía sacerdotal del Pueblo de Israel; ni adquirir la fama de un hombre bueno, sabio y poderoso, gran profeta, sino demostrar que Él era el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento de la Sagrada Escritura, el Hijo de Dios, infundir la fe en aquellos que le escuchaban con fe y sincero corazón, según la providencia divina en el misterio de la salvación, y también para ejercer su infinita misericordia humana. Para que un hecho sea milagroso, debe ser probado científicamente que excede las fuerzas de la Naturaleza, como obra sobrenatural, porque hay hechos naturales de 1

2 ciencia ficción, prestidigitación, que se deben a fuerzas ocultas, ilusión o magia. Fueron miles los hombres y mujeres que presenciaron milagros de Jesús, incluso los recibieron, y a pesar de ser evidentes, no todos creyeron en Jesucristo, ni lo siguieron, porque la fe no es obra consecuente de milagros que se ven o se reciben, ni efecto de esfuerzos naturales del hombre, sino misterio de la gracia de Dios principalmente. Ahora también vemos milagros y no por ellos la gente cree en Jesucristo, porque la fe es un don divinamente misterioso, que viene a los hombres de infinitas maneras y por millones de caminos desconocidos por la teología católica de la Iglesia. El milagro es un regalo que Dios hace a quien quiere, tenga o no fe. Si tú y yo tenemos fe, se debe a la infinita sabiduría misericordiosa de Dios, que se ha valido de muchos medios para que tú y yo creyéramos. Pero a pesar de la fe y los recursos que tenemos para conservarla, no por ella viene el milagro de manera consecuente. Algunas veces nos suceden gracias extraordinarias que no son milagros, que debemos agradecer a Dios. Todos hemos sido o somos más o menos pecadores. Algunos necesitan recuperar la fe, si la han perdido; otros revivirla, si la tienen prendida con alfileres, o conservarla y aumentarla, si necesitan perfeccionarla. Como todos estamos ciegos o cegatos de visión sobrenatural, al estilo del ciego de Jericó, salgamos al camino por donde Jesús está siempre pasando, y al borde del camino gritemos insistentemente: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y recibida la misericordia divina, digamos: Señor, que vea! 2

3 1 Texto evangélico Al salir Jesús con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: - Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús se detuvo y dijo: - Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: - Ánimo. Levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.. Jesús le dijo: - Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: - Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: - Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino (Mc 10, 46-52). 3

4 2 Comentario Probablemente Jesús realizó el milagro del ciego de Jericó a finales del tercer año de su vida pública, cuando se dirigía a Jerusalén para consumar el sacrificio de la cruz. En Jericó realizó la conversión de Zaqueo, y al salir de la ciudad tuvo lugar la curación del ciego de Jericó. San Mateo (20, 29) dice que Jesús curó a dos ciegos al salir de Jericó. San Marcos habla de un mendigo ciego que se llamaba Bartimeo, y San Lucas (Lc 18,35) también un solo ciego, curado por Jesús al entrar en Jericó. Ante estas pequeñas diferencias de narración evangélica caben dos preguntas: Cuántos eran los ciegos que curó Jesús y en qué momento? Algunos antiguos intérpretes del Evangelio, antiguos y modernos, dicen que fueron tres ciegos los que curó Jesús, en dos ciudades distintas llamadas Jericó, que existían entonces, a corta distancia una de otra. Pero lo más probable fueron dos al salir de Jericó. San Marcos nombra sólo uno con el nombre de Bartimeo, que era el más conocido de la gente. Dejando aparcado este pequeño problema histórico, propio de los especialistas del Evangelio, y que no atañe a la sustancia del milagro, vamos a hacer un comentario espiritual según el texto que hemos elegido de San Marcos. Jesús acompañado de un cortejo triunfal se dirigía a Jerusalén para celebrar la Pascua. Al salir de Jericó, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna, como era costumbre de los ciegos y pobres en vísperas de la Fiesta. Al oír los pasos y voces de los numerosos peregrinos que perturbaban ruidosamente el ambiente, preguntó a los que pasaban cerca de él la causa de aquel alboroto. Y le respondieron: 4

5 - Es Jesús Nazareno que pasa. Entonces a Bartimeo le dio un vuelco el corazón y la emoción le hizo gritar reiteradamente hasta enronquecer: - Hijo de David, ten misericordia de mí. La frase Hijo de David, título mesiánico, me hace pensar que Bartimeo tenía fe en Jesús, el Mesías, el profeta que entusiasmaba a la gente con su Palabra y milagros prodigiosos y espectaculares, pero no sabía que Él era el mismo Dios encarnado. Muchos de los que acompañaban a Jesús regañaron al ciego para que se callara, pues tal personaje merecía un respeto especial y no podía ser molestado por los desagradables gritos de un pobre mendigo ciego. Pero Bartimeo, a pesar de los regaños, cada vez gritaba con más fuerza: - Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. En lugar de callar, como parecía lo más natural del mundo, con el corazón lleno de fe en el poder milagroso de Jesús, empezó a gritar, una y otra vez, cada vez con mayor insistencia: - Hijo de David, ten misericordia de mí. El ciego de Jericó tenía la seguridad de que Jesús le iba a curar la ceguera; y motivado por una fuerza interior de fe repetía incansablemente la misma petición. Mientras tanto, Jesús seguía su camino dando la impresión de no oír los gritos de súplica de aquel pobre ciego, que molestaba a muchos, extrañaba a bastantes y escandalizaba a algunos, al ver que el llamado Mesías, profeta milagroso, a quien la gente llamaba misericordioso, se desentendía del caso. Hasta que llegó un momento en que se paró, se le rompió el corazón, y dijo: - Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: - Ánimo, levántate, que Jesús te llama. Cuando Bartimeo supo que Jesús le llamaba, la alegría fue tan grande y expresiva que la describe el 5

6 evangelista con tres verbos de movimiento: soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: - Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: - Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: - Anda tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. La auténtica llamada de Jesús remueve profundamente todo el interior de la persona, y sin aspavientos ni gestos espectaculares nacen las prisas por acercarse a Jesús para ponerse en contacto con Él, sin saber por qué ni para qué. Existen supuestas llamadas de Jesús a seguirlo, incluso en la vida consagrada, que son efectos de desequilibrios psíquicos, y no vocación, pues la vocación cristiana y consagrada nace con paz psicológica y espiritual en personas defectuosas y pecadoras, y la viven con miserias y pecados. Bartimeo acudió a Jesús a pedirle un milagro de dos maneras: una, a gritos, al borde del camino,: Hijo de David, ten misericordia de mí ; y otra con humildad en su presencia: Maestro que pueda ver! La fe en Jesús no es efecto del esfuerzo del hombre, ni fruto de sus obras buenas, sino obra de la gracia divina. Con milagros y sin ellos Dios, que es Padre infinitamente sabio y poderoso, convierte a los hombres de muchas maneras, conocidas por la Iglesia, y desconocidas por la capacidad del entendimiento humano, y de la imaginación del hombre. 6

7 3 Símbolos de la ceguera corporal Simbolizando espiritualmente la ceguera corporal de Bartimeo, podíamos decir que hay dos clases de ceguera: ceguera espiritual y ceguera moral. Ceguera espiritual Tienen ceguera espiritual los ateos, agnósticos y aquellas personas que prácticamente viven sin creer en Dios ni en nada sobrenatural. Son ciegos. Si no tienes fe, necesitas el milagro de la gracia de Dios que te la puede regalar, si quiere, aunque tú no se la pidas, por razones de su infinita sabiduría misericordiosa. Si tienes fe, pero ves las realidades de la vida con los ojos de la razón o del corazón, y no con los ojos de Dios, estás cegato. En este caso, espera la llegada del Señor al borde del camino, y cuando pase, que está pasando siempre en tu camino, pídele: Hijo de David, ten misericordia de mí al Señor con humildad y confianza. Y cuando te llame y te diga: - Qué quieres que haga por ti? Respóndele: - Señor, que vea! Ceguera moral Tal vez tu ceguera sea la ceguera moral de las pasiones: la sexualidad, el poder, el dinero, la ira, la soberbia, envidia o cualquier otra pasión dominante. Acaso eres esclavo, y no señor o administrador de la sexualidad, y ves las cosas con los ojos de la carne por inconsciencia, curiosidad, debilidad constitucional, vicio En ese caso, acércate a Jesús y pídele: Señor, que vea. Y ya verás cómo Jesús te dará la visión de la pureza si pones los medios necesarios y convenientes para vivirla. Puede ser que tu pasión sea el poder, y te consideras superior a los demás, mirando a los otros con menosprecio o desprecio desde tu soberbia, y luchas contra justicia por ser 7

8 y parecer el primero de todos, ceguera que tiene difícil remedio. La solución está en ponerte en la presencia de Jesús, y pedirle el milagro: Señor, que vea, que no soy nadie, soy como otros o menos quizás. El poder acarrea muchos vicios, muchas injusticias y subyuga al hombre. Quizás tu pasión sea el dinero excesivo e injusto, y no vives nada más que para ganar riquezas que te hacen ser esclavo de las cosas, y no señor de ellas. Como todo tiene solución con la gracia de Dios, pide a Jesús: Señor, que vea que el dinero no satisface totalmente las apetencias justificadas del hombre, sino endurece el corazón y lo hipoteca. Trabaja por tener todo lo que necesitas para vivir, incluso holgadamente, sin esclavitudes, haciendo del dinero un medio para llevar una vida digna y santa, y contribuir con él a un bien social, remediar necesidades vitales del pobre, y solucionar en lo posible el hambre que hay en el mundo. Es la ira la pasión que a veces te saca de quicio? Si tu temperamento iracundo te hace comportarte con malas formas y palabras con escándalo de algunos, mal ejemplo de bastantes, y desedificación de muchos, no te justifiques diciendo que eres así. No digas que no puedes hacer nada porque genio y figura hasta la sepultura. Porque todo se puede con la gracia de Dios y el esfuerzo humano. Si tu ira no es enfermiza, posiblemente tiene cura médica o espiritual. Si en momentos especiales tienes demasiado genio, que dices no puedes evitar. Piensa que probablemente no es así, porque, tal vez, te falta humildad o te sobra soberbia, pues con la gracia de Dios y el esfuerzo humano todo se puede, como decía el apóstol San Pablo: Todo lo puedo en aquél que me conforta. Sé humilde, y avergüénzate en la presencia de Dios pidiendo: Señor, que vea! Acaso tu carácter es árido, frío, indolente, distante, brusco, y tu manera de ser y obrar no edifica, escandaliza o no edifica. También necesitas pedir a Jesús: Señor, que vea! que tengo que ser como soy en el virtuoso obrar. 8

9 Quizás tu caso sea de aquellos que están ciegos por la envidia, y el bien que otros tienen, y de el que tú careces, te revuelve por dentro, y te empuja a menospreciar, despreciar o desprestigiar a los demás con críticas y calumnias. Entonces la solución es acercarse al Señor que te llama, y pedirle: Señor, que vea con caridad y comprensión tus virtudes y las de otros con alegría, aunque sea con resignación y sacrificio. Cualquiera que sea tu ceguera o miopía de visión espiritual, por ejemplo, la vanidad sobresaliente; tu temperamento nervioso que tantas molestias causa; tu carácter apagado y apático, que no gusta; tu manera de ser autoritaria e independiente, que no atrae; tu autosuficiencia en el trato con los demás o en el desempeño de tu oficio, que rechaza y acompleja; obra en cualquiera de los casos con paz de conciencia, contando con toda incomprensión, juicios; trabaja por ser tú virtuosamente, reconociéndote en la oración, y como Bartimeo, acércate a Jesús, que te está llamando siempre y a todas horas, y cuando te pregunte qué quieres que haga por ti, pídele: Señor, que vea! Y Jesús te dirá como al ciego de Jericó: Anda tu fe te ha curado. Y luego síguelo. Hace más de treinta años, compuse esta poesía que ahora trascribo. SEÑOR, QUE YO VEA la ceguera de mis ojos, saturados de soberbia, que no ven bien las cosas, teniendo yo vista buena. 9

10 la miseria de mi nada, la ignorancia de mi ciencia, sabiduría para otros por el soplo de tu gracia; la tristeza de mi vida, recargada de flaquezas, que se muere, si le falta tu presencia. los defectos de mi vida que me abruman y los pecados que me aplastan. la luz clara de tu gracia, que por mí ilumina, siendo yo luz apagada. la caricia de tu brisa que refresca, estando seca mi alma. las huellas de tus pisadas, y que lo bueno que yo haga es fruto del milagro de tu gracia. con tus ojos, como quieres Tú que yo vea. 10