ME CONFIESO PECADOR: Yo confieso

Transcripción

1 ME CONFIESO PECADOR: Yo confieso Nos mostramos frágiles y pecadores, no sólo ante Dios, sino ante vosotros, hermanos, porque todo pecado contra Dios se traducirá en una afrenta al hermano, a ese otro a quien no hemos convertido en nosotros, al no haberlo incorporado a nuestra vida. La única riqueza de la Iglesia de Cristo es el mismo Jesús; nosotros, somos su pobreza. Tenemos miserias y las reconocemos. Por lo tanto, manifestamos públicamente que necesitamos ser sanados por Dios, gracias al sacrificio de su Hijo en la cruz. Además, no hemos pecado una sola vez sino muchas. Cómo? De pensamiento, palabra, obra y omisión.: agotamos todas las posibilidades de alejarnos de Dios y quebrar nuestra comunión con Él. Nadie pecó por mí Cada uno e nosotros dice: Yo confieso, para mostrar lo intransferible de nuestros actos y que el cara-a-cara con Dios será con nuestro nombre y apellido, marcados en la frente, sin entrar a configurar alguna vaga identidad colectiva en la que se diluirían nuestras responsabilidades. Pero como todos afirmamos lo mismo, reconocemos que estamos insertos en una comunidad de pecadores, en la que cada uno confiesa serlo. No estamos solos ni en la gracia ni en el pecado. Hemos recibido testimonios vivos de una santidad que nos ayuda a ser buenos; también nos ha contagiado el mal ejemplo y así, por este testimonio negativo y por nuestra debilidad, nos vimos arrastrados al pecado. Pero el Señor, buen Pastor, sale a buscarnos como a ovejas perdidas, llamándonos a la salvación en una comunidad que es hogar y redil común. Tenemos testigos compasivos de nuestra condición. Desde nuestra indigencia, necesitamos testigos-intercesores. Por eso rogamos a santa María, siempre virgen. Porque ella es refugio de los pecadores. También lo hacemos a los ángeles y a los santos, a todo aquellos cuyas vidas son agradables a Dios, gozan de la Pascua de Cristo y, con Jesús, interceden ante el Padre. La Iglesia celestial se nos muestra como meta adquirida, como el fin de nuestros desvelos, como confirmación en la elección definitiva a la comunión con Dios, que tendrá lugar cuando Cristo, victorioso en su Pascua, vuelva para el juicio final. y a vosotros, hermanos. También la Iglesia que peregrina en la tierra y todavía vive su Cuaresma de conversión y debe completar lo que falta a la Pasión de Cristo es intercesora. También nosotros podemos orar. Podemos suplicar a Dios que no olvide a sus hijos. Podemos hablarle y pedirle al Padre, como Jesús le pide y le habla. Pidamos ofrecer sacrificios gratos a Dios, no sólo los de un corazón contrito y humillado, como lo tuvo David (cf Salmo 50), sino los de las obras de Cristo, fruto de un corazón misericordioso, para que Dios vuelque su mirada compasiva sobre nuestras miserias, respondiendo a nuestra necesidad de sanación. No olvidemos que el perdón de lo alto, jamás res denegado a quien lo necesita y lo pide. Y si no, que lo digan la pecadora arrepentida a los pies de Jesús (cf Lc 13,,36-50), Zaqueo (cf id 19,1-10), el buen ladrón (cf ibid 23,19-41) y Pedro (ibi 22,54-62), así como cada uno de nosotros, miembros de una Iglesia que perdona y que siempre está necesitada de perdón (LG 8)

2 Regla para satisfacer a Dios Tenemos el acto penitencial al comienzo de la celebración eucarística, pues para poder escuchar la voz de Dios en su Palabra, es necesario que lo hagamos con el alma limpia, propia de quienes, necesitados de perdón, lo piden y, por eso, lo reciben. En un momento de sus evangelios, el Señor nos dice que si vamos a presentar nuestra ofrenda ante el altar, (hoy diríamos: Si vamos a celebrar la misa ), y allí descubrimos que nuestros hermanos tienen algo contra nosotros, debemos dejar nuestra ofrenda, ir a reconciliarnos con nuestros hermanos y, recién entonces, volver. Sólo con esta condición nuestra ofrenda será grata a dios. Intentamos dejar de ser pecadores? Hacemos esfuerzos explícitos por reconciliarnos con el hermano? Esas frases que pronunciamos, misa tras misa, suponen para nosotros el deseo de no pecar más y de convertirnos, para glorificar a Dios con una vida santa y para no dañar al hermano? Queremos que cada uno de nuestros encuentros con el prójimo deje a nuestros hermanos mejor que como los encontramos? El hambre y la sed de Dios, son motivos para abandonar la vida de hombre viejo que llevábamos, revistiéndonos de Cristo, nuevo Adán (cf Ef 4,22,24)? Pregunta hecha Respuesta a dar

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