FRANCISCO MARTI FERNÁNDEZ Director del Instituto Psiquiátrico Provincial de Valladolid LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE

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2 FRANCISCO MARTI FERNÁNDEZ Director del Instituto Psiquiátrico Provincial de Valladolid LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE 1

3 Nada obsta: LIC. MARTIN GIL, Can. Penitenciario, Censor. PUEDE IMPRIMIRSE: JOSÉ, Arzobispo de Valladolid. Lo decretó y firma S. E. Rvdma. de que certifico: Lic. RAMÓN HERNÁNDEZ, Can. Srio. Valladolid, 21 diciembre

4 Al M. I. Sr. Dr. D. Baldomero Jiménez Duque Rector del Seminario de Ávila 3

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6 ÍNDICE PRÓLOGO... 7 INTRODUCCIÓN... 9 CAPÍTULO 1: LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE CAPÍTULO 2: NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER MODERADA CAPÍTULO 3: NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER CONFORME AL PLAN DE DIOS CAPÍTULO 4: NUESTRA PERFECCIÓN PERSONAL DEPENDE DE LA «EXACTITUD» CON QUE EL ALMA CUMPLE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL MOMENTO PRESENTE.. 30 CAPÍTULO 5: LA «ACCIÓN NUESTRA» EN EL MOMENTO PRESENTE CAPÍTULO 6: LA «ACCIÓN DE DIOS» EN EL MOMENTO PRESENTE CAPÍTULO 7: TEOLOGÍA DEL MOMENTO PRESENTE CAPÍTULO 8: DIOS DIRIGE AL ALMA, EN EL MOMENTO PRESENTE, CON SU ACCIÓN DIVINA CAPÍTULO 9: EL DIVINO DIRECTOR NOS HABLA A CADA INSTANTE EN TODO LO QUE NOS DA QUE HACER O QUE SUFRIR EN EL MOMENTO ACTUAL CAPÍTULO 10: SI EL DIVINO DIRECTOR «HABLA» AL ALMA A CADA INSTANTE, ELLA DEBE «ESCUCHARLO» EN TODO MOMENTO PARA SER BUENA DIRIGIDA CAPÍTULO 11: CON LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE CONSEGUIREMOS LA SABIDURÍA DE LOS SANTOS, LA CUAL ESTÁ AL ALCANCE DE TODOS

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8 PRÓLOGO L a terminología teológica actual ha puesto en circulación frecuente la palabra griega kairos. Por ella suele entenderse, en esos dominios, un momento decisivo, importante, en la realización del gran misterio de salvación, que Dios ha querido para los hombres en Cristo. La pascua de Dios en su Cristo se inserta en la historia humana, se hace en ella. La eternidad de Dios se hace presente en el tiempo, para que los hombres, sumergidos en él, alcancen la eternidad de Dios. En esa temporalidad de la historia sagrada hay momentos cruciales: son los kairós de Dios. Pero luego cada hombre al formar parte de la misma tienen también sus momentos-claves, sus encuentros vivos que acentúan su unión con Dios en su Cristo. Es más, cada momento de su vivir puede convertirse en un momento de ésos. Puede ser un momento que le haga vivir ya, aunque todavía no, la eternidad de Dios... Recordar y hacer vivir esto a los espirituales es el objeto de este libro tan bello. En torno al tema del momento presente el autor de este precioso libro desarrolla toda una teología y psicología de la vida sobrenatural cristiana. Es una manera original y actualísima de ofrecer al hombre de hoy el panorama y el itinerario de la perfección en la caridad. 7

9 Y esto lo hace el querido autor con competencia doctrinal, con erudición, con calor comunicativo, con estilo gracioso..., de tal modo que el libro se lee casi sin querer, y se mete dentro lo que dice, y necesariamente hace bien. Yo pido al Señor que esta semilla tan buena caiga en muchas manos y en muchos corazones acogedores y deseosos para que produzca mucho fruto, colmando así y hasta superando las ilusiones y los trabajos de su apostólico y afortunado autor. DR. BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE 8

10 INTRODUCCIÓN H e de manifestar que mi primer deseo fue escribir un libro libro científico sobre La santificación del momento presente; pero, a medida que iba estudiando, no tardé tardé en darme cuenta que, para lograrlo, se precisaban dos cosas: 1.º, una gran biblioteca, y 2. a, ser un buen teólogo. Careciendo de ambas cosas opté por escribir este libro para mí mismo. Qué utilidad puede reportar a los demás un libro que se escribe para sí mismo? Prefiero que conteste por mí el Doctor Marañón: «Lo único que puede hacer a un libro interesante para los demás es que no se haya escrito para los demás, sino para uno mismo». Por una ley de apropiación, el que escribe un libro para sí mismo, sólo satisface su ansia insaciable de amoroso conocimiento, captando cuantos argumentos encuentra para probar la verdad que lleva dentro del alma. Entonces, no es original un autor que escribe un libro para sí mismo, ya que en él cita, sin límites, cuantos argumentos encontró en otros para probar la verdad de su pensamiento? Valera nos da la respuesta: «La verdadera y buena originalidad ni se pierde ni se gana por copiar pensamientos, ideas o imágenes, o por tomar asunto de otros autores. La verdadera originalidad está en la persona, cuando tiene ser fecundo y valer bastante para trasladarse al papel y quedar en lo escrito como encantado, dándole vida inmortal y carácter propio. Para ser, pues, original en el buen sentido, no hay que afanarse 9

11 mucho ni poco en decir y pensar cosas raras. Basta con pensar, sentir y expresar lo que se piensa y se siente del modo más sencillo. Entonces sale retratada el alma del que escribe en lo que escribe, y como el alma es original, original es lo escrito». 10

12 Capítulo 1º LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE E l día 21 de Julio de 1922 decía la Santísima Virgen a Sor Josefa Menéndez: «Vive en paz, hija mía, no te reserves nada para ti ni te preocupes más que del momento presente» (1). El día 30 de Noviembre del mismo año ordena Jesús a Sor Josefa: «Escribe para mis almas... Si desde por la mañana... van momento por momento cumpliendo por amor con su deber, qué tesoros adquieren en un día...» (2). La vida no tiene de real más que el momento presente. Lo pasado no existe, el porvenir tampoco, la vida que se ha de santificar es ese instante que está transcurriendo, porque nadie puede prometerse el próximo segundo. Hay que ceñir toda la vida y toda la actividad a ese ahora, que es el único tiempo que Dios nos concede. Si es el único tiempo que tenemos para santificarnos, no busquemos en otra parte la santidad. Lo primero que deberían enseñarnos al llegar al uso de la razón es a simplificar el trabajo de nuestra santificación, inculcándonos un día y otro día la santificación del momento presente. 11

13 Es conveniente, en primer lugar, demostrar que la doctrina de la santificación del momento presente, ha sido vivida por los santos y enseñada por los grandes maestros de la vida sobrenatural. «Por qué gemir por un pasado, que ya no existe, o preocuparse por un futuro, que sólo pertenece a Dios? Sor Teresita del Niño Jesús se encerraba sin reserva «en el momento presente», sin querer mirar ni el pasado ni el porvenir. Actitud dominadora de todas las contingencias de este mundo, simple corolario práctico de su vida de abandono, que condujo a su alma hasta aquella doctrina tan inculcada por los grandes varones espirituales: «la santificación del momento presente» (3). Esta verdad de que la vida no tiene de real más que el momento presente, santificada, es de una fecundidad extraordinaria. Pongamos algunos ejemplos. 1 La práctica conocida con el nombre de OFRECIMIENTO DE OBRAS, se puede anticipar brevemente al levantarse; pero el verdadero ofrecimiento de obras se debe hacer durante el Ofertorio de la Misa. Y es que «en semejante práctica no se trata de ofrecer de cualquier manera nuestros trabajos, sino de unir nuestro sacrificio con el de Cristo» (4). Solamente unimos nuestro sacrificio con el de Cristo cuando en la Misa nos hacemos víctimas con El, porque a la Santísima Trinidad se le ofrece en la Misa el Cristo total, no un Cristo mutilado. En la Misa Jesús ofrece su Calvario y nosotros el nuestro. Y cuál es nuestro calvario? Nuestro calvario es santificar el momento presente aceptando nuestra vida tal como es en cada instante, con todos sus trabajos, alegrías, deberes, dolores y sacrificios. 2 Ordinariamente, nos ocupa la tercera parte del día el TRABAJO para ganar nuestro sustento. Serás el más trabajador y 12

14 el que más rinde, si santificas el momento presente. No puedo resistirme a transcribir unas palabras del Cardenal Tardini, en las que verá el lector cómo S. S. Pío XII y el Papa Benedicto XIV empleaban en el trabajo la doctrina, contenida en la Teología del momento presente. Pío XII «tenía una resistencia fenomenal para el trabajo. Pasaba horas y horas casi sin interrupción, hasta altas horas de la noche, siempre tranquilo y recogido, leyendo, meditando, anotando, y no daba señal de cansancio. Muchas veces me he preguntado cuál fuese el secreto de esta inaudita resistencia a tanta fatiga. El secreto estaba en el método. El se había habituado a examinar cada tema como si aquél hubiese de ser el único objeto de su estudio. Dedicaba toda la atención a cuanto estaba bajo sus ojos, sin preocuparse de muchos otros papeles que esperaban sobre su mesa el turno correspondiente. Este llegaría inexorablemente; pero, mientras tanto, el cúmulo enorme del trabajo a realizar no le quitaba (como sucede a menudo a otros) la calma y la serenidad en el trabajo que estaba realizando... Sólo así se puede explicar su temor diré mejor, su escrúpulo-- de no perder ni siquiera un minuto de su tiempo... De Benedicto XIV exaltaba Pío XII, con admiradas palabras, su infatigable laboriosidad. «A los cuidados del gobierno escribió Pío XII se aplicaba (Benedicto XIV) con la máxima entrega y con la rara conciencia de que tenía en el obrar un tesoro hecho de cada migaja de tiempo. El horario de Pío XII era agotador. Un día me decía: Sabe lo que me han dicho los médicos? «Que yo hago una vida inhumana», y sonreía como satisfecho. La palabra era demas i ado cruda... Aquella vida,... más que inhumana debe decirse sobrehumana (5). Apliquemos a todos los actos del día como Pío XII la doctrina de la santificación del momento presente. Y así, cuando nos despertemos por la mañana y se presente ante nosotros un día cargado de ocupaciones, no nos preocupe cómo podremos realizar todas. Empecemos por la primera, como si aquella fuera la única cosa que tuviéramos que hacer en todo el día, concentrando en ella todas las energías. Es evidente que concentrando todas nuestras energías en el momento presente, la obra que realicemos de esta forma, se hará con más perfección y más rapidez, es decir, cada uno de nuestros actos del día serán una obra de arte. Tenemos que ser artistas en cada uno de nuestros actos, porque, como dice San Buenaventura, «hay que ser santos con elegancia». 13

15 3 La gran preocupación de las almas buenas es acertar con EL CAMINO por el que Dios quiere santificarlas. Y no se dan cuenta que todos los caminos son buenos, con tal de querer cumplir la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios: ése es su camino siempre. La voluntad de Dios se te manifiesta de momento en momento, durante el día, y ése es tu camino. «Santifiquemos el momento presente, abrazándolo de corazón, porque él es la revelación de la voluntad de Dios para nosotros; y, porque en él está encerrada la gracia cuyos frutos debemos devolver a Dios» (6). 4 Cuántas almas se lamentan de que no avanzan en la perfección, de que nunca logran estar entregadas totalmente a Dios. No se dan cuenta estas almas que Dios, en cada momento, no nos exige más de lo que nuestras fuerzas actuales permiten; mas «la entrega del corazón, la exige siempre: porque es lo único que podemos dar, y el negárselo arguye mala voluntad... Sin otros cuidados ni trabajos, sólo con secundar la acción de Dios y ser fieles a su gracia, siguiendo sus inspiraciones o impulsos en cada momento, veremos cómo casi insensiblemente vamos avanzando hacia la santidad y llegamos a encontrar el divino tesoro del Reino de los Cielos, y, con él, todos los tesoros de gracia y santidad. De este modo es como se realiza la entrega total a Dios, de corazón y de hecho, y así se consuma toda perfección» (7). 5 Otro problema trascendental es la hora de la MUERTE. No sabemos que exista otro medio para estar siempre preparado a bien morir como la doctrina de la santificación del momento presente. Nadie sabe ni el día ni la hora en que ha de morir. Sólo sabemos que nuestra vida no tiene de real más que el instante 14

16 actual, único que hay que santificar, y quién mejor preparado para la muerte que el que está santificando su último ahora? La muerte les sorprenderá a estas almas viviendo su calvario; porque su vida es su Misa y su Misa su vida. La muerte encontrará al alma haciendo una obra de arte. Para que cada uno de nuestros actos sea una obra de arte, Dios no nos pide el éxito, sólo nos pide el esfuerzo. La muerte nos hallará andando por nuestro camino, esto es, haciendo la voluntad de Dios. La muerte vendrá, cuando el alma está realizando la entrega total a Dios, de corazón y de hecho. Qué bien entendía esto la Abadesa de las Concepcionistas Franciscanas de Valladolid cuando nos dice en su Autobiografía: «Tan penetrada estaba de la brevedad de la vida, que cada momento esperaba la muerte. Vivía como de paso en la tierra pensando cada día que sería el último de mi vida. Cuando salía de la celda para ir al coro u otro lugar pensaba que, tal vez, volvería a ella en brazos de las religiosas, o que no volvería. Así, vivía en vela siempre, y esperaba el llamamiento definitivo de Dios nuestro Señor, que debía decidir mi suerte eterna... Todo lo dicho... se lo debo a la Santísima Virgen, mi modelo y Reina divina» (8). 6 Todos buscamos la FELICIDAD y no la encontraremos mientras no santifiquemos el momento presente. Un sacerdote que sufrió mucho y a quien el Señor colmó visiblemente, decía: «Nuestra verdadera dicha está escondida en lo que Dios nos da qué hacer o qué sufrir en el momento presente; buscarla en otra parte es condenarse a no encontrarla nunca» (9). Terminemos con estas palabras de Schrijvers: «Al momento presente, he ahí a qué se reduce ahora nuestra vida. Nada más que esto tiene de real, sólo para esto pide esfuerzo, únicamente por esto es perfecta» (10). 15

17 NOTAS (1) Un llamamiento al Amor. El Mensaje del sagrado Corazón al mundo y su Mensajera Sor Josefa Menéndez. (2) SOR JOSEFA MENÉNDEZ, ob. cit. (3) PHILIPON, M. M., O. P.: Santa Teresa de Lisieux. Un camino enteramente nuevo. (4) BAUMANN, P. TEODORO, S. J.: El Misterio de Cristo en el Sacrificio de la Misa. (5) Pío XII evocado por el Cardenal Tardini. (6) OSENDE, P. VICTORINO, O. P.: Contemplata: momentos místicos. (7) OSENDE, P. VICTORINO, O. P.: ob. cit. (8) SORAZU M. ANGELES: Mi Historia. (9) ROBERT DE LANGEAC: La Vida oculta en Dios. (10) SCHRIJVERS, José, C. SS. R.: Los principios de la vida espiritual. 16

18 Capítulo 2º NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER MODERADA H ay que ceñir toda la vida y toda la actividad a ese instante que está transcurriendo; pero esta actividad, si ha de ser fecunda, debe ser moderada. Es su cualidad más necesaria y, quizás, la menos estimada. 1 El fundamento para que nuestra actividad sea moderada. El espíritu de abandono a la voluntad de Dios, es lo más esencial en la santificación del momento presente. Entendemos por espíritu de abandono, esa disposición permanente del alma, por la cual se prohíbe a sí misma toda intervención en la voluntad de Dios sobre ella. Sin esta disposición permanente, no es posible la santificación del momento presente, porque nuestra actividad será inmoderada. Caeremos en la inquietud, en la precipitación, pasaremos la medida de nuestras fuerzas, vendrá la preocupación, el recargo de trabajo, en una palabra, nuestra actividad dejará de ser actividad para ser activismo. Cuando Dios pide actividad no pide ni puede pedir sino actividad fecunda, y, sólo es fecunda nuestra acción cuando hacemos la voluntad de Dios. Lo otro se llama activismo y el activismo no ha sido nunca católico: no resiste el apellido. Sin moderarnos, sin contentarnos con cumplir la voluntad de Dios, de instante en instante, es decir, sin esta muerte a cada ahora para no hacer nuestra voluntad sino la de Dios, no hay vida espiritual perfecta. El nos oculta su plan de santificación sobre nuestra alma, lo que no es pequeño martirio, y, así, nos hace morir sin matarnos. «El cumplimiento, momento a momento, de la voluntad de Dios es la exacta idea teológica del tiempo y de su duración. Si 17

19 nos apartamos de esa realidad, caemos, fuera de Dios, en la nada, en la inquietud, en el puro no poder. Si a la voluntad de Dios le oponemos la propia voluntad, ya no nos queda garantía alguna de que permanecemos en la verdad... En el total cumplimiento de la voluntad de Dios, la responsabilidad recae toda sobre Dios... Santa Teresita del Niño Jesús, que recibió para los demás tantos dones de conocimiento de las almas, de presentimiento e iluminación, no tiene para sí misma más brújula que el momento presente. Este es el que le permite alcanzar la medida máxima en la entrega confiada... Ella se prohíbe incluso toda intervención en la verdad de su destino, es decir en la voluntad de Dios sobre ella... Verdadero para ella es sólo aquello que se asienta en el «ahora» del cumplimiento de la voluntad de Dios» (1). 2 Valor exacto de nuestra actividad. «No todo el que dice: Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos» (2). Obras: he aquí un principio fundamental de la auténtica cristiana. Obras, no sólo palabras. Pero obras que sean el fruto maduro del cumplimiento de la voluntad de Dios a cada instante, porque Dios nos comunica a cada instante su voluntad sobre nosotros por medio de nuestros deberes, de nuestros sufrimientos, que mezcla en nuestra vida. Obras, repetimos, llenas de la voluntad de Dios; no simple acción exterior, movimiento y activismo. Por eso en el mundo de las auténticas realidades vale tanto una contrariedad, sufrida con paciencia, como la realización externa de una buena obra, porque también es obrar el sufrir y el sacrificarse y orar y ejercitar la paciencia. «No es la materialidad externa de la obra lo que la mirada de Dios aprecia. Eso podrá ser el fundamento para la apreciación de los hombres, que no ven las cosas más que al través de los sentidos 18

20 externos, y se quedan, con frecuencia, en esa mirada sensible sin penetrar en la íntima esencia de las realidades. Dios prescinde en absoluto de eso, y más que lo que la mano del hombre pone fuera de sí como una especie de creación, atiende al principio que en el espíritu determinó la realización de aquella obra. Es, en realidad, lo único que puede interesarle en el hombre; para qué quiere El las obras que puedan realizar los mortales, si todas puede hacerlas El con un solo movimiento de su voluntad? En cambio, el amor del hombre no lo puede suplir aunque ponga en juego su omnipotencia. Por eso es lo único que a Dios puede interesarle. Por eso también es lo que da valor a las obras humanas ante sus divinos ojos. Las más pequeñas, al parecer, son con frecuencia las que más atraen las divinas complacencias, porque descubren en su fondo una mayor pureza de amor y de intención. Esto era lo que tanto consolaba a Santa Teresita en medio de la impotencia en que se encontraba para realizar obras grandiosas y brillantes. Qué hubiera sido de ella, tan llena de grandes deseos, si no hubiera visto esa verdad teológica como el gran remedio de pequeñez física? Pero supo refugiarse en el amor, segura de que siendo grande en él, lo sería en todo, y allí vio realizadas, con creces, todas las ansias de su espíritu, física y humanamente irrealizables» (3). 3 Cómo estar seguros de que nuestra actividad es moderada? Sencillamente: 1º Si el momento presente es la revelación de la voluntad de Dios para nosotros, ya tenemos marcada por el mismo Dios la obra a realizar; pero debemos tener en cuenta que lo que nos tiene que atraer al actuar, no es la 19

21 fidelidad a la obligación, sino la fidelidad a la voluntad de Dios. O lo que es lo mismo: nuestro hacer del instante presente debe estar saturado de amor a la voluntad de Dios. 2º En nuestro hacer, tampoco debemos olvidar que hacer, sobre todo, es dejar hacer al Señor. «Qué perfectamente han captado los santos la psicología perenne del amor!... Profundizaron y hallaron que la vida se compone de momentos presentes, misteriosos ojos de un puente quebradizo que une las riberas del nacer y del morir. Y se decidieron: «...Santifiquemos el momento presente. Embebamos de amor cada instante actual. Hagamos de nuestra existencia un ahora continuado de amor a Dios». No se han preocupado del ayer ni del mañana. El... ahora!... Sólo poseemos el presente. Por consiguiente, «no te pierdas en la nostalgia de un pasado enredado o en el espejismo de un futuro irreal. Entrégate a realizar cada momento, lo mejor que puedas, en las condiciones que Dios te colocó... En saturar de amor cada ahora consiste nuestra santidad... Lo vas a olvidar? No sé dónde he leído: Deja el pasado a la misericordia de Dios. Deja el futuro a su Providencia. Deja el presente al Amor!» (4). Hemos afirmado que en nuestro hacer, no debemos olvidar que hacer, sobre todo es dejar hacer al Señor. Una bella página de un autor, hoy en día muy desconocido, nos hará ver que la disposición más perfecta que puede tener un alma ante el Señor es la de dejar hacer a Dios y querer todo lo que El quiere. «Para explicar bien la perfección de la vía de abandono, es menester antes demostrar que hay una vía o manera de ir a Dios, que consiste singularmente en someterse a El, en permanecer abandonado a su voluntad y aceptar todo lo que El haga... 20

22 Es menester notar que esta vía no es tan pasiva, que no sea aun bastante activa por nuestra parte, para que hagamos todo lo que sea de nuestra obligación y de nuestra incumbencia; porque la voluntad de Dios, respecto a nosotros, es su primera causa; mas, como segunda, reclama nuestra cooperación y aplicación a nuestros deberes, pero sin precipitación, sin ansiedad de espíritu, sin afán ni zozobra para no quebrantar la santa indiferencia sobre el resultado, no queriendo sea otro, después de poner todo lo que esté de nuestra parte, que aquello que plazca a la divina voluntad. Sí, según el Doctor Santo Tomás, lo que se llama perfecto, no lo es verdaderamente en tanto que no llegue a su fin y se reúna con su principio, la manera de ir a Dios, dejándole hacer y aceptando todo lo que haga, debe ser la más perfecta, siendo la que nos une más perfectamente, más íntima e inseparablemente a Dios, que es nuestro principio y nuestro fin postrero. No haciéndose la unión del alma con Dios en este mundo sino por conformidad de voluntades, se puede estar unido a Dios más perfectamente que dejándole hacer, aceptando todo lo que disponga, y consintiendo amorosamente en todas las destrucciones que le plazca hacer en nosotros y de nosotros? Porque tener tales disposiciones, es querer todo lo que Dios quiere, es no querer sino lo El quiere, es querer nada más que porque El lo quiere; esto es tener uniformidad con la voluntad de Dios, es estar transformado en la divina voluntad, es unirse a todo lo que hay de más íntimo en Dios, es decir, a su divino corazón, a sus gustos, a sus decretos impenetrables, a sus juicios, que, aunque ocultos, son siempre equitativos y justos» (5). «No hay, indudablemente sino una manera de ser santo, y es seria. Pero ser, para nosotros, es dejar a Dios ser en nosotros todo lo que El es en sí mismo y todo lo que quiere ser en nosotros, y dejarlo apropiarse de tal manera de todas nuestras fuerzas, que El pueda decir en nuestra vida: Esto es Mi Cuerpo, esta es Mi sangre» (6). 21

23 NOTAS (1) VON BALTHASAR (Hans Urs): Teresa de Lisieux. Historia de una Misión. (2) San Mateo, c. VII, v. 21. (3) DE JESÚS SACRAMENTADO (R. P. CRISÓGONO), Carmelita Descalzo: Enseñanzas de Santa Teresita. (4) LÓPEZ ARRÓNIZ: Momentos. (5) PINY (ALEJANDRO), O. P.: El Cielo en la Tierra o la vía interior más perfecta. (6) ZUNDEL (MAURICE): El poema de la santa Liturgia. 22

24 Capítulo 3º NUESTRA ACTIVIDAD DEL MOMENTO PRESENTE DEBE SER CONFORME AL PLAN DE DIOS Q ué sabemos nosotros del Plan divino? Conocemos una verdad muy importante y es que el momento presente es la revelación de la voluntad de Dios para nosotros, y en él, está encerrada la gracia necesaria para santificarlo. Por tanto, limitar nuestra vida a santificar lo que Dios nos da que hacer o que sufrir a cada instante, equivale a decir: que nuestra actividad es conforme al Plan de Dios. Hay cristianos que no desconocen que Dios tiene un Plan de santificación para cada una de las almas. Y, sin embargo, no se deciden a abrazar, sin reservas, el Plan divino sobre ellos, demorando su entrega total a la voluntad de Dios. Otros hay, por el contrario, que generosamente se olvidan de sí mismos y se prohíben toda intervención en la voluntad de Dios sobre ellos. Esto quiere decir que ante el Plan de Dios sobre nuestra santificación, se adoptan dos actitudes: la dilación y la entrega total a la voluntad de Dios. 1. Dilación. La dilación pide treguas al divino querer que, ahora, en el momento actual, único instante que tenemos de vida, demanda que nos pongamos en actitud decidida de cumplir la voluntad de Dios, única ley por la que ha de regirse nuestra actividad, si queremos que sea fecunda. La actitud de aplazar nuestra entrega total a la voluntad de Dios para cumplir el Plan que Dios nos señaló para nuestra santificación, no tiene ninguna razón verdadera en qué apoyarse. La dilación dice el P. Colomer es vana quimera. Lo que en el fondo de esa dilación hay, es una huida cobarde del deber sin el valor de confesárnosla... Dios sabe lo que pide. Si su petición es «ahora», y para en seguida, sería declararle desconocedor de la realidad y de nuestras fuerzas, ignorante y desatinado en lo que pide si nuestro aplazamiento fuera razonable. Quién sin blasfemia, puede 23

25 decir eso de Dios? La actitud espiritual de quien da largas a su entrega a Dios, no tiene defensa. Es, además, actitud temeraria. Tres cosas ha dicho Bourdaloue se necesitan para la conversión: tiempo, voluntad y gracia. Ninguna de ellas la tenemos más segura mañana que hoy, en lo venidero que «ahora» (1). Tiempo. Contar con el tiempo para dilatar nuestra entrega a Dios, es absurdo. Para exhortarnos a vivir siempre prontos a presentarnos ante el tribunal del Señor nos dice Jesucristo en la Parábola de las diez vírgenes: «Velad, pues, que no sabéis el día ni la hora» (2). «La vida no es más que una sucesión de momentos y no hay de real en ella sino este breve instante actual que sin cesar se desliza. Tan sólo del presente vivimos y nuestra obligación ha de ser el santificarlo; nada mejor podemos hacer para nuestra perfección y para la gloria de Dios» (3). Voluntad. En lugar de dilatar la entrega, razonable sería que, al sentir débil la voluntad para decidirse a cumplir el Plan de santificación que Dios nos marcó, rompiéramos, de una vez, con las causas que originan esta cobardía, porque con el tiempo no se puede jugar. La vida es un instante. Las múltiples razones falsas que se alegan en defensa de esta cobardía, las ha resumido el P. Petitot en esta fina observación: «Cuán ingrata y caprichosa es nuestra humana naturaleza viciada ya en su origen! Si la santidad se nos muestra bajo apariencias fáciles y agradables, la desdeñamos; si después de serias reflexiones se nos aparece acabada en sus más insignificantes detalles y trascendente, nos causa temor» (4). Con singular grafismo, un autor ha trazado el retrato justo de esas almas de voluntad indecisa, cuando dice: «No sé qué 24

26 afán suicida tienen los hombres por huir de Dios, que aún dirigiéndose a El, procuran no encontrarle en su camino» (5). Y cómo le van a encontrar, si el Plan de Santificación que Dios les ha trazado para su santificación o lo desdeñan o les causa temor? Por eso, su vida se desliza de esta forma: dicen que están resueltos a cumplir la voluntad de Dios; pero se reservan la elección de los actos y el tiempo que en ellos han de emplear. Si llega la enfermedad, siempre la reciben mal, porque siempre llega a destiempo. Precisamente ahora que iba a empezar las obras para hacer un magnifico edificio para la Acción Católica, caigo en cama sin poder moverme. Había que contestar y para qué quiere Dios ese montón de ladrillos que no son más que barro cocido? Gracia. «Importa al hombre muy mucho ser fiel a la gracia, y ser cada día más dócil a la gracia actual del momento presente, para responder al deber de este momento que nos manifiesta la voluntad de Dios en nosotros... La gracia actual nos es constantemente ofrecida para ayudarnos en el cumplimiento del deber de cada momento, algo así como el aire que entra incesantemente en nuestros pulmones para permitirnos reparar la sangre. Y así como tenemos que aspirar para introducir en los pulmones ese aire que renueva nuestra sangre, del mismo modo hemos de desear positivamente y con docilidad recibir la gracia que regenera nuestras energías espirituales, para caminar en busca de Dios. Quien no respira, acaba por morir de asfixia: quien no reciba con docilidad la gracia, terminará por morir de asfixia espiritual... Es Dios sin duda el que da el primer paso hacia nosotros con su gracia preveniente, y luego nos ayuda a prestarle nuestro 25

27 consentimiento; El nos acompaña en todos nuestros caminos y dificultades, hasta el momento de la muerte» (6). Si la «dilación» no puede alegar ninguna razón en su defensa, la «entrega» está cargada de razón hasta la evidencia. Además, que sólo en la «entrega» logra el hombre llenar sus más grandes aspiraciones: la «libertad» y la «felicidad». 2. Entrega. Equivocadamente creen muchas almas que lo más difícil en la vida cristiana es huir del mundo. Y no es esto cierto. Lo que hay de rudo en la doctrina de Jesús, dice Karl Adam no es huir del mundo, ni de sus riquezas, ni de sus alegrías. Lo rudo, lo heroico está en querer interiormente, honradamente, fuertemente lo que quiere Dios. Y tengamos muy en cuenta que «la voluntad de Dios excluye todo otro camino de perfección, es la regla única... Cuanto pudiéramos hacer, prescindiendo de ella, sería estéril. Nuestra ocupación debe consistir, pues, en enterarnos de esta divina Voluntad, en cumplirla fielmente, y no en trazarnos otra senda; todo cuanto hace el hombre, saliéndose de este camino, es actividad natural» (7). Si la voluntad de Dios excluye todo otro camino de perfección y es la regla única, síguese que la entrega a la divina voluntad, abraza todas nuestras obligaciones. Sí, las abraza todas, porque si es la regla única, también es la obligación única. Esto explica la razón de que muchos santos nos hayan manifestado con su vida que no tenían otro principio espiritual, que la santa voluntad de Dios. Entonces dirá alguno: si nuestra actividad del momento presente debe ser conforme al Plan de Dios, para qué hacer un plan de vida? No solamente no es incompatible este plan nuestro con el de Dios, sino que su importancia es tal, que los escritores espirituales lo colocan entre los medios de perfección. Ahora bien, este plan nuestro debe estar subordinado al Plan de Dios y esta subordinación es la que a los santos les hacía verdaderamente libres y felices. Plan de vida. Debemos hacerlo de horas o de actos. Cada uno lo que mejor le convenga. Pero lo que nunca resulta bien, es hacer un plan de vida de horas y, después, como ya pasó la hora señalada para tal ocupación, ese acto se suprima. Qué más da hacer un acto un cuarto de hora antes que después, cuando todo el día se está entregado a Dios viviendo del momento presente! Dios 26

28 no usa reloj; ni hace caso del que llevamos nosotros. Con mucha razón, Guerrero Zamora, le llamaba cariñosamente «el divino Impertinente». Hay días que parece que todos se han puesto de acuerdo para interrumpir nuestra tarea. Y al llegar la noche, exclamamos puerilmente: «Hoy no hice nada de provecho». Pongamos algunos ejemplos: Si no me han llamado hoy cincuenta veces al teléfono. faltará muy poco y qué pelmazos! No te alteres, ha sido el divino Impertinente el que ha llamado por teléfono y lo calificas de pelma». Después, una visita, la niñera que tuve de pequeño, que, cuando llega a casa, no sabe marcharse. Es que te molesta que el divino Impertinente no acierte a marcharse de tu lado? Te quiere tanto!... Más tarde, el amigo, a quien estoy muy agradecido, que se empeña en que vaya a dar un paseo con él. Hoy, precisamente, con lo que tengo que hacer, a descansar media tarde. Es el divino Impertinente, que quiere descansar en ti, no se merece un descanso el Señor que tanto padeció por ti? Para qué seguir con más ejemplos? Ese plan de vida que tenias marcado para hoy, era el plan tuyo y el que te ha presentado el divino Impertinente era el Plan de Dios. Cuando comulgaste hoy, Jesús vino a vivir Su vida en ti. No vino a vivir tu vida en ti. O es que ya no te acuerdas? Libertad. Ser libre es no sólo un derecho del hombre, sino el más grande de sus deberes, porque la libertad verdadera es «el mayor bien de la vida» (8). «El Supremo Señor es Dios y, por consiguiente, no es el hombre dueño de sí mismo, es otro; pero el dominio divino no se hace mediante imposición exterior, sino por una libre aceptación de la 27

29 verdad de su doctrina en orden a su realización en nuestra vida; y como la posibilidad de apartarnos de ella existe siempre en nosotros, la aceptación y por consiguiente la sumisión a la voluntad divina es un continuado acto de la libertad humana, por lo cual en todo momento el hombre es señor de sí mismo ajustando su voluntad a la divina» (9). Si la realización de nuestra libertad está en poner nuestra voluntad acorde con la voluntad divina, queda demostrado, que el máximo ejercicio de la libertad, se logra cuando nuestra actividad del momento presente es conforme al Plan de Dios. Felicidad. Que los santos sean los seres más felices por su entrega total al cumplimiento de la voluntad de Dios, es consecuencia de haber logrado su libertad; porque la felicidad resulta del perfecto funcionamiento de todas sus actividades. Nadie pondrá en duda que, si nuestra actividad del momento presente es conforme al Plan de Dios el funcionamiento de nuestra actividad es perfecto. Terminemos con un hermoso ejemplo de un vendedor de melcochas en el que aprenderemos a vivir, prácticamente, la «entrega total a la voluntad de Dios», con sólo santificar el momento presente. «De uno de aquellos Padres del yermo me acuerdo dice Fr. Juan de los Ángeles haber oído decir a mi maestro que, codicioso de saber a qué grado de perfección había llegado en muchos años que tenía de soledad y qué hombre habría que se le pareciese en el aprovechamiento espiritual, oyó una voz que le dijo: Sal de tu celda y mira bien a la persona que veas primero, que ésa corre pareja contigo en la virtud. Salió al camino y levantándose una gran tempestad de aires, agua y granizo, se arrimó a un árbol, y estando allí pasó un mozuelo desarrapado, cuyo oficio era vender melcochas, y venía tan contento y lleno de alegría, aunque el día era tan trabajoso, que puso en admiración al solitario, y preguntándole que cómo venía así de alegre en tiempo tan riguroso. A lo cual respondió el melcocheruelo que no tenía razón para hacer otra cosa, porque Nuestro Señor hacía su santa voluntad, lo cual él solamente buscaba en todas las cosas. Y añadió que con ningún suceso se turbaba ni entristecía. «Si llueve, me huelgo; si hace sol, también; si me vienen adversidades, no quepo de gozo, y si corre bonanza doy gracias a mi Señor, porque conozco que se hace en todo su voluntad». Quedó con esto el solitario confuso de verse comparado a un hombrecillo de tan poca cuenta, y cayó en ella de que la perfección no está en mucho ayunar, ni abrirse la carne con azotes, ni en altas contemplaciones, sino en 28

30 ajustarse el alma con la vo l untad de su Señor Dios, sin cuidado de otra cosa criada, y cuando ésta se hiciere, estar muy contento» (10). NOTAS (1) COLOMER (FR. LUIS), O. F. M.: Ejercicios Espirituales. (2) SAN MATEO, c. 25, v. 13. (3) SCHRIJVERS (P. JOSÉ), C. SS. R.: La buena voluntad. (4) PETITTOT (P. H.), O. P.: Vida integral de Santa Teresita de Lisieux. Un renacimiento espiritual. (5) OSENDE (P. VICTORINO), O. P.: Álbum de un alma. (6) GARRIGOU-LAGRANGE (R.), O. P.: Las tres edades de la vida interior. (7) SCHRIJVERS (P. José), C. SS. R.: Los principios de la vida espiritual. (8) ALVARADO (FR. ANTONIO DE): Arte de bien vivir.. (9) CANO (FR. MELCHOR), O. P.: La victoria de sí mismo, c. XI, pág Madrid. (10) ANGELES (FR. JUAN DE LOS) O. P. M.: Conquista del Reino de Dios. 29

31 Capítulo 4º NUESTRA PERFECCIÓN PERSONAL DEPENDE DE LA «EXACTITUD» CON QUE EL ALMA CUMPLE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL MOMENTO PRESENTE «T oda santidad para cada uno depende del cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero aunque depende de eso, no consiste en eso, sino en la posesión de Dios por la caridad. Quiere esto decir sencillamente qué si quieres llegar a la unión con Dios debes, seguir el PLAN y acción de Dios, o sea cumplir su voluntad... Toda santidad depende del cumplimiento de la voluntad de Dios, y este cumplimiento es también el mayor efecto y manifestación de la santidad» (1). Mi vida no tiene de real más que el momento presente; tengo que vivirla como el minutero de un reloj, de minuto en minuto. El minutero tiene que dar la vuelta a la esfera y excluye todo otro camino. La voluntad de Dios es también para mi el camino único para lograr mi perfección personal, con exclusión de todo otro. Al reloj hay que darle cuerda para que el minutero ande, minuto a minuto, toda la esfera. Al alma le da el Señor la gracia actual para que viva, de minuto en minuto, la voluntad de Dios. El reloj es tanto más perfecto cuanto con más «exactitud» recorre el minutero la esfera, correspondiendo en cada minuto al espacio que ha de recorrer. Mi perfección personal depende de la «exactitud» con que cumplo la voluntad de Dios en cada instante. «La perfección personal del individuo dice Su Santidad Pio XII se mide por el grado de amor, de «caridad teológica» que se realiza en él. El criterio de la intensidad y la pureza de amor está, según las palabras del Maestro, en el cumplimiento de la voluntad de Dios. De esta manera, el individuo está personalmente ante Dios de una manera tanto más perfecta cuanto más «exactamente» cumpla la voluntad divina. En ello, poco importa el estado en que viva, ya sea laico, ya eclesiástico, y para el sacerdote, ya sea secular, ya regular» (2). 30

32 La perfección personal, pues, depende de la «exactitud» con que el alma cumple, en el momento presente, la voluntad de Dios, v. gr., en la profesión que ejerce, con la enfermedad que le aqueja, en el estado en que vive: soltero, casado o religioso, con la salud que posee, etc.; etc. 1. La perfección personal en los justos del Antiguo Testamento. «Dios habla hoy día como hablaba en otros tiempos a nues t ros padres, cuando no se conocían en el mundo ni métodos ni directores... No se ignoraba que cada instante traía consigo un deber que era preciso cumplir con «fidelidad», y ésta era toda la sabiduría de los espirituales de aquella época feliz. Fija su imaginación en el deber de cada instante, se asemejaba a la aguja que marca las horas, correspondiendo en cada minuto al espacio que debe recorrer. Su espíritu, dirigido sin cesar por impulso divino, se volvía fácilmente hacia el nuevo objeto que Dios le presentaba en cada hora del día. Estos eran los ocultos resortes de la conducta de María, criatura la más sencilla y la que más que todos los santos y ángeles juntos se abandonó al beneplácito divino. La magnífica respuesta que dio al ángel contentándose con aquellas breves pero sublimes palabras: «Hágase en mí según tu palabra», expresa toda la mística teología de sus antepasados, y entonces como ahora, todo se reducía al más puro y sencillo abandono del alma a la voluntad de Dios, bajo cualquier forma que se presentase» (3). «Ésta es la verdadera espiritualidad, y la propia de toda edad y de todo estado; por ella deben santificarse todas las almas no habiendo un medio más seguro, más alto, más extraordinario y más fácil al efecto que la práctica sencilla de cuanto Dios verdadero y Rey soberano de las almas las envía que hacer o que sufrir en cada instante» (4). 31

33 Todos tenemos un Director principal, que es Dios, el cual se ha reservado señalarnos el camino para lograr nuestra perfección personal. El camino es siempre: hacer su voluntad en cada momento. Esto es lo que intentan hacer resaltar las palabras que preceden. No es cierto, que a una verdad tan importante se la concede, a veces, un lugar inferior y hasta se olvida? Dios, Director principal, es el único que tiene derecho a señalarnos el camino para conseguir nuestra perfección personal, porque El es el Señor, El sólo Santo; al director secundario corresponde ayudar al alma para que no se salga del camino, es decir, ha de limitarse a que el alma siga el Plan de santificación que Dios la ha trazado para lograr su perfección personal. Es el ingeniero el que marca el camino de hierro por donde ha de deslizarse el tren hasta llegar a la estación de término del viajero y el maquinista ha de concretar su misión a conducir para que el tren no se salga del camino que trazó el ingeniero. 2. La perfección personal según Jesucristo. Resumimos en unas líneas, lo que en varias páginas expone, sobre este asunto, un autor: Nos imaginamos qué seria del mundo si cada uno siguiese siempre la invitación del Espíritu Santo, y pudiese decir en todo momento lo que decía San Pablo a los sacerdotes de Éfeso: «Llevado por el Espíritu Santo yo me voy a Jerusalén»? Qué mejor devoción a la Tercera Persona que ésta! Devoción, no solamente afectiva y que se atestigua por impulsos y oraciones, sino efectiva, que se manifiesta por la sumisión a todo lo que Dios pide en el deber presente. Si de modo universal viniese a florecer sobre la tierra esta devoción de las devociones, veríamos a todos los que el pecado atrae, rehusar el mal para obedecer a su conciencia. En Jesucristo, cuál era la razón esencial de su venida a la tierra? Cumplir plenamente, en cada momento, para la gloria del Padre lo que le dictaba el Espíritu Santo. 32

34 Es preciso que yo prolongue a Jesucristo. Lo comprendo bien: no se trata evidentemente de reproducir lo que constituía los rasgos particulares de su vida (haber nacido en un establo, vivir en un taller de un artesano, multiplicar los panes, caminar sobre el mar, etcétera, etc.); lo que he de reproducir es la disposición de alma esencial de Jesucristo en medio de todos esos episodios, para El transitorios, para mí fuera de imitación. Cuál es esa disposición? Como Jesucristo, Cabeza del Cuerpo Místico, glorificar al Padre, yo, miembro de Cristo, por una entera «fidelidad, al Espíritu Santo en cada instante. Jesucristo ha vivido esto en su propia vida; yo debo vivir el mismo programa en mi vida. Jesús cuida de seguir en cada momento la menor insinuación de la voluntad del Padre. Si la Cabeza es así, así deberán ser igualmente los miembros. Para Jesucristo una sola consigna: obedecer plenamente al divino querer; ésta era la razón esencial de su venida. Para mí, una sola consigna: obedecer plenamente la voluntad de Dios en el momento presente (5). 3. La perfección personal, según el Magisterio infalible de la Iglesia. Por si nos queda alguna duda de que la perfección personal depende de la «exactitud, con que el alma cumple la voluntad de Dios en el momento presente, la Iglesia proclama ante el mundo, con su Magisterio infalible, esta verdad: «La doctrina de la santificación del momento presente por el cumplimiento del deber, ha sido enseñada por los santos y autores ascéticos y místicos, como el modo más sencillo de santificarse y de llegar a la perfección por el cumplimiento de la voluntad de Dios. El Papa Pío XI, en uno de los documentos preparatorios de la beatificación del Venerable Garigoits y la Venerable Teresa del Niño Jesús, aprovechó la ocasión para proclamarla ante el mundo y con unas palabras muy solemnes, diciendo: «Y cómo podremos santificarnos en todos los estados y condiciones de 33

35 vida? Podemos y debemos hacerlo, cumpliendo "fielmente" en todas las horas de nuestra existencia los deberes que el mismo Dios nos impone en aquella hora y en aquel momento. Esta respuesta del Venerable sigue diciendo el papa es ahora confirmada por el Magisterio infalible de la Iglesia» (6). 4. La perfección personal en la Santísima Virgen y en todos los Santos. Un insigne teólogo, hablando del deber del momento presente, según lo han entendido la Santísima Virgen y los Santos, afirma con precisión teológica esta consoladora realidad: «Tocante a nosotros, a nuestra vida individual, la expresión de la voluntad divina se encierra en el deber de cada momento, por insignificante que parezca. María vivió unida a Dios cumpliendo por momentos la voluntad divina manifestada en las obligaciones cotidianas de su vida, tan sencilla y vulgar en apariencia como a de las demás mujeres de su condición. Los Santos vivieron entregados al cumplimiento de la voluntad de Dios tal cual se les mostraba por momentos, sin conturbarse por las contrariedades imprevistas. Su secreto consistía en tratar de ser en todo instante lo que la acción divina quería hacer de ellos. En esta acción veían lo que habían de obrar y padecer, sus deberes y sus cruces. Estaban persuadidos de que el acontecimiento actual es un signo de la voluntad o de la permisión divina para bien de los que le buscan... Así vivieron los Santos, no sólo en circunstancias excepcionales, sino durante el curso normal de su existencia, sin perder, por decirlo así, la presencia de Dios» (7). 5.º Una práctica provechosa. Algunas almas, dicen, que quieren vivir del momento presente; pero que se les olvida. Creo les resultaría muy provechosa una práctica que aprendí de un gran siervo de Dios, el dominico Fr. Enrique María-Rafael Meysson, el cual recitaba a cada hora del día un misterio del 34

36 Rosario y, después, durante esa hora, vivía el misterio: estudiando, comiendo, en la recreación, etc. (8). Y qué tiene que ver el Rosario con la santificación del momento presente? A ti te corresponde probarlo prácticamente y verás con qué facilidad santificas todos los minutos del día. A mí me toca demostrarte la relación que existe entre el Rosario y la santificación del momento presente, con las siguientes razones: En los misterios del Rosario se aprende a conocer a Jesús y María como son, como les hemos descrito en este capítulo IV. Les verás en todos los misterios del Rosario, cumpliendo con «exactitud» la voluntad de Dios de momento en momento. «Para cumplir bien nuestro deber, necesitamos en cada instante la gracia, aquella gracia que pedimos en el Ave María: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, "ahora" y en la hora de nuestra muerte. Amén». Aquí solicitamos la gracia más particular de todas, que cambia cada minuto, nos pone en condición de cumplir nuestros deberes durante el día y nos hace ver la importancia aun de las cosas más pequeñas que dicen alguna relación a la eternidad. Si al pronunciar este ahora estamos distraídos, no lo está María que lo escucha. Ella acoge nuestra oración y, como el aire oxigenado a nuestros pulmones, así nos viene la gracia necesaria en el instante actual para continuar orando, padeciendo y obrando» (9). 6º «El crecimiento sobrenatural exige a cada instante nuevas energías, gracias siempre actuales sin las que nos veríamos inmediatamente paralizados. Nuestra Señora nos da estas gracias, todas las gracias que necesitamos, para todos los detalles de nuestra vida, para todas las dificultades, para todos los progresos posibles» (10). La Virgen «conoce también mi historia, mis flaquezas, mis peligros presentes y las gracias que necesito hoy, en el instante mismo, para perseverar. Asociada a la obra de la santificación, le comunica Dios su pensamiento sobre todos los que han sido redimidos» (11). 35

37 Es la Virgen la que enseña a Sor Josefa Menéndez a no preocuparse más que del momento presente. La Madre Sorazu asegura que le debe a la Santísima Virgen vivir la vida de momento en momento y que Ella fue su modelo en esto. Santa Teresita aprendió esta manera de obrar de la Santísima Virgen, pues la vida de la Madre de Dios es la fuente donde bebió su espiritualidad. «Este puente de Teresa a la Madre de Dios, de fines del siglo XIX a primeros del siglo del Cristianismo, es tanto más genial y audaz y más místico cuanto que en su Carmelo todas, hasta su hermana Paulina, difieren de su noción de santidad... Teresa se planta en Nazaret sedienta de emular el camino que Dios señaló a su Madre; camino que no sería, ciertamente, ni el más largo, ni el menos elevado, ni el menos seguro. Silenciosamente, sin reprochar nada ni a nadie, se aleja instintivamente de su ambiente...» (12). Has visto ya la relación que existe entre el Rosario y la santificación del momento presente? La Virgen nos enseña y también nos ayuda a nosotros a cumplir con «exactitud» la voluntad de Dios en cada momento, con lo que lograremos nuestra perfección personal. María acoge nuestra oración las ciento cincuenta veces que pronunciamos en el Rosario el Ave María y nos viene la gracia necesaria en el instante actual para santificarlo. Si somos un Rosario viviente, cambiaremos la frase: «soy incapaz de ceñir mi vida al momento presente», por esta otra: «soy incapaz de vivir fuera del momento presente». 36

38 NOTAS (1) OSENDE (P. VICTORINO), O. P.: ob. cit. (2) Pío XII en su Nota del 13 de Julio de (3) AUSSADE (R. P. JUAN PEDRO), S. J.: El abandono de sí mismo en la Providencia divina.. (4) Ib. (5) PLUS (RAÚL), S. J.: La fidelidad a la gracia. (6) SERRA BUIXÓ (RVDO. EDUALDO), Pbro.: Instrucciones piadosas siguiendo el caminito de la infancia espiritual. (7) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P.: La Providencia y la confianza en Dios. (8) FERNÁNDEZ (FR. ENRIQUE), O. P.: Un gran siervo de María: Fr. Enrique María-Rafael Meysson, O. P., Diácono. En «La Vida sobrenatural». (9) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P.: obra cit. (10) BERNARDOT (P. M. V.), O. P.: La Virgen María en mi vida. (11) Ib. (12) BARRIOS MONEO, (P. ALBERTO), C. M. F., La espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux. 37

39 Capítulo 5º LA «ACCIÓN NUESTRA» EN EL MOMENTO PRESENTE M irada nuestra perfección personal, desde el punto de vista práctico, podemos reducirla a estas dos cuestiones: 1. a, la vida ordinaria, y 2.ª, variaciones en la vida ordinaria. Santificar, en cada instante, la vida ordinaria es la «acción nuestra». Las variaciones en la vida ordinaria, que Dios nos presenta, de momento en momento, es la «Acción de Dios». Ya sé cuál es «mi acción» en el instante presente: la vida ordinaria. Ya sé también cómo se conoce en cada momento la «Acción de Dios» en mi vida ordinaria: por los acontecimientos interiores y exteriores que la hacen variar, no de manera fija, sino tan sólo accidental. La vida ordinaria es sencillamente: el cumplimiento de los deberes, en el estado de vida en que me encuentro. Ahora bien, los deberes de estado me especifican cómo debo guardar los Mandamientos de la Ley de Dios, los de la Iglesia, los consejos evangélicos y las órdenes de mis superiores. Y no está ahí manifiesta la voluntad de Dios? La tradición llama a esto: Voluntad divina significada. Las variaciones que acontecen en la vida ordinaria de cada uno, son siempre señales evidentes de una voluntad de Dios, que El nos presenta para que la aceptemos y cumplamos. A esta voluntad se la denomina: Voluntad divina de beneplácito. Qué tengo que buscar fuera de esto para santificarme? No está ahí toda la voluntad de Dios? A Dios no se le puede encontrar más que allí donde está su voluntad. Pero su voluntad está únicamente en la obligación del momento presente. No puede ser de otra manera, si tenemos en cuenta que los hombres no poseemos la vida toda a la vez, ni aun el día. La vida la vivimos sucesivamente de instante en instante. Esto nos indica que debemos estudiar: 1.º, la «acción nuestra» en la vida ordinaria; 2.º, la «acción nuestra» ha de ser vivida de momento en momento. 38

40 1. La "acción nuestra" en la vida ordinaria. Ante este enunciado podríamos clasificar a las almas en dos grupos, según practican y entienden la vida ordinaria. a) En el primer grupo existe una multitud de almas que son piadosas, comulgan todos los días, etc., las cuales de los actos de vida ordinaria, hacen dos apartados: los actos piadosos y los actos no piadosos. No encuentran a Dios más que en los actos piadosos. Si las preguntáis a estas almas, dónde se encuentra a Dios? Os contestan: en los actos piadosos. Hay que decirlas que no. Que a Dios sólo se le encuentra allí donde está su voluntad, sea el acto piadoso o no lo sea. «Cualquiera que sea la ocupación que Dios erija de mi, cualquiera que sea la clase de traba j o a que su voluntad me llame, aunque fuera la ocupación más vulgar y el trabajo más grosero, Dios está allí porque allí está su voluntad; está allí mismo, transparentándose detrás de ese ligero velo. El alma de vista torpe no lo ve; sólo percibe el velo de la obligación material que la tiene ocupada y en el cual detiene sus miradas; y cuando siente deseos de encontrar a Dios se vuelve hacia otro lado para ver si lo encuentra en los ejercicios de devoción, y aquí no lo encuentra porque no está aquí su voluntad: su voluntad está únicamente en la obligación del momento» (1). «En mala hora aprendieron tantas almas el adagio «cada cosa a su tiempo». Es el distingo esterilizador bajo el cual viven y actúan; tiempo de iglesia y tiempo de trabajo; tiempo de oración y tiempo de diversión; tiempo para Dios y tiempo para el mundo. Como si Dios no fuera el Señor del tiempo y del espacio...! Orar no debería ser sólo levantar el corazón a Dios, sino también bajarlo inmediatamente a lo ordinario de nuestra existencia, cargado de fe, de visiones celestiales, para impregnarla de lo divino» (2). 39

41 El mal de estas almas está en que se contentan con orar en la vida y no se dan cuenta que debemos orar la vida, porque ese instante que ahora está transcurriendo, único que poseemos de vida, es de Dios y se nos da para que lo empleemos en adorarle como sea, como podamos o como sepamos, esta es la verdad. Y para que no podamos excusarnos de esta obligación de adorar al Señor "ahora", recordemos que también es verdad que Dios nos da la gracia necesaria para santificar sólo ese momento. Cualquier cosa que Dios nos dé que hacer o que sufrir en ese instante, es igual, es un trozo de vida, y esto es suficiente para convertirlo en un acto de adoración, porque ese trozo de vida es de El y para adorarle nos lo ha dado. Adorar al Señor «ahora»! Dichoso el que siente esa necesidad, porque la adoración es verdadera oración. Erróneamente pensaríamos, si creyéramos que la oración sólo sirve de puro medio para pedir cosas. «El hombre moderno debe hacerse capaz de un diálogo humilde y noble con Dios. Con una característica que dará originalidad al espíritu religioso moderno. Ayer la religión «estaba junto» al trabajo; éste era profano, aquélla sagrada; se partía el tiempo. El ritmo de la jornada alternaba las horas y los días de oración. Ora et labora = Ora y trabaja. Un espíritu nuevo asociará los dos momentos cuando del mismo mundo del trabajo, de la naturaleza, de la ciencia, brote un estímulo hacia la suprema investigación, hacia el máximo descubrimiento: la necesidad de la adoración. La materia, sometida por la ciencia y técnica, se hará diáfana y dejará entrever el Verbo del que manan su existencia, su potencia, su belleza» (3). 40

42 Un teólogo contemporáneo se lamenta de que no se ora la vida, diciendo: «uno de los perniciosos errores cometidos por cierto número de almas, es el de creer que pueden, gracias a un sabio procedimiento, hacer bien media hora de meditación u oración, aunque háyanse ocupado el resto del día en múltiples ocupaciones sin acordarse para nada de Dios y permaneciendo alejadas de El. Realmente vemos en la práctica a las almas que así se exteriorizan, ser incapaces de cumplir con su oración mental, y acabar por abandonarla. Aunque de una manera aparentemente paradójica, se puede asegurar que virtualmente se hará oración todo el día, o no se hará ni poco ni mucho» (4). Si el cumplimiento de la voluntad de Dios la vida ordinaria no tiene eficacia para santificar a un alma, entonces en qué consiste ser santo? «Nadie puede eximirse de la vida ordinaria. Todas las formas y maneras de vivir y servir a Dios están montadas sobre la trama de una vida ordinaria, que es absolutamente ineludible: es esta vida humana común a todos. Hasta el hombre más extraordinario en hechos, milagros, talento, bondad, de mayor sacrificio y caridad divina, debe necesariamente hacer el curso de la vida ordinaria lo mismo que el hombre más vulgar y que nunca ha sobresalido en nada. Todos han de trabajar (cada uno en sus ocupaciones y deberes contraídos), han de descansar, dormir, comer, rezar, sufrir, soportar las alternativas del tiempo, de la salud, del trabajo, mantener siempre la relación de caridad con el prójimo, y luchar contra los enemigos de su alma... Siendo, pues, así: si todos hemos de vivir esta parte ordinaria y común de la vida humana, es evidente que hemos de encontrar en ella nuestra santificación y perfección espiritual» (5). «Los santos lo santifican todo. El modelo... la familia de Nazaret, es decir, la vida más divina bajo las apariencias más ordinarias. Esta fue en la tierra la santidad de un Dios» (6). b) Al segundo grupo pertenecen las almas que aprecian en su justo valor la vida ordinaria para las que el cumplimiento de los deberes del propio estado son materia de santidad. Les basta aceptar en cada instante la tarea señalada por Dios y hacerla por amor. Es la santidad que tanto inculcaba a San Juan Berchmans su madre, cuando muchas yaces le decía: «el mejor camino para llegar a la santidad es el amor de Dios y el fiel cumplimiento de los deberes» (7). En repetidas ocasiones hemos oído el caso ocurrido en aquella recreación en la que participaba San Juan Berchmans; pero en el que quizás, no hemos reflexionado bastante. 41

43 Cuando más entusiasmado jugaba aquel grupo de muchachos, se presenta el Superior del Colegio en medio de ellos y va preguntando a uno por uno: si supieras que ibas a morir dentro de breves momentos, tú qué harías? El primero responde: «yo me retiraría a hacer un acto de perfecta contrición». El segundo no menos preocupado, contesta: «yo iría a la Capilla a hacer oración». Y tú, Juan Berchmans, qué harías? «Yo?, seguir jugando». Seguir jugando! Un teólogo no hubiera podido responder mejor y un santo tampoco. Seguir jugando! Era la ocupación del momento presente, donde está únicamente la voluntad de Dios. Seguir jugando! Naturalmente que sí. Es que puede haber mejor preparación para morir, que estar cumpliendo la voluntad de Dios? Seguir jugando! Hay muerte más perfecta que la de aquél que exhala su último suspiro diciendo de palabra o por obra «Hágase tu Voluntad»? Dichosos de nosotros si, a la hora de la muerte, no tenemos necesidad, como San Juan Berchmans, de cambiar ni de ocupación ni de afectos. 2. La "acción nuestra" ha de ser vivida de momento en momento. Qué es el momento presente? «El momento presente, que constituye la realidad del tiempo, es un instante que huye entre lo pasado y lo futuro, "nunc fluens", como dice Santo Tomás, un instante que huye, como el agua del río...» (8). «Acá en la tierra no poseemos los hombres la vida toda a la vez; en la infancia no tenemos el vigor de la juventud ni la experiencia de la edad madura; y en la edad madura falta el candor de la infancia y la prontitud de la juventud. Pero no es mucho no poseer la vida toda a la vez, cuando ni siquiera el año lo vivimos 42

44 todo simultáneamente, pues tiene sus estaciones variadas; no tenemos en invierno lo que nos sobra en verano. Tampoco poseemos la semana toda a la vez, ni aun el día; nuestra vida se desparrama en cierto modo; hay en ella horas de oración, horas de trabajo, horas de descanso y esparcimiento. Lejos de poseer nuestra vida toda a la vez, la vivimos sucesivamente, como oímos sucesivamente las notas de una melodía» (9). Según esto la «acción nuestra» se limita al momento presente y el no contentarse, el no contenerse, para no salirse de esta realidad, es agitarse en vano. Cómo se vive prácticamente la "acción nuestra" en el momento presente? Serán muy provechosas las siguientes reglas: 1.ª) Solicitud tranquila. Toda nuestra solicitud, si nos es permitido tener alguna, ha de consistir en hacer, con toda la perfección que podamos, el deber del instante actual. Estemos seguros que si «hay alguna solicitud tranquila, razonable y seria es la del momento presente» (10). 2. a ) No ser esclavo de la ocupación presente porque ésta no es fin, sino medio. La ordinaria nos va presentando, sucesivamente, una obligación que cumplir y es preciso actuar con fidelidad. Pero mi fin no es ajustarme a la obligación, sino ajustarme a Dios por la obligación, la cual no es más que un medio. Y lo que tiene que atraer al actuar, no es la fidelidad a la obligación, sino fidelidad a la voluntad de Dios, porque hasta las obligaciones más pequeñas la contienen toda entera. El que obre de esta forma, sin gran esfuerzo, llevará todo el día la presencia de Dios por las obras. Sor Genoveva dice de su hermana Santa Teresita: «Trataba ella de combatir en mí el demasiado celo por los asuntos, el deseo de hacer demasiado bien las cosas, la viva pena que sentía cuando no las había logrado hacer a mi gusto, en una palabra, el tráfago que me imponía en el obrar: «No habéis venido aquí, me decía, para trabajar a destajo. No se ha de trabajar tampoco para lograr éxitos... leí una vez que los Israelitas levantaron los muros de Jerusalén trabajando con una mano y sosteniendo la espada con la otra (Esdras, II, 4, 11). Esa es la imagen de lo que nosotros debemos hacer: no trabajar más que con una mano, en efecto, y con la otra defender nuestra alma de la disipación que la impide unirse con Dios... Quería que pusiésemos entusiasmo en nuestro trabajo; ni demasiado, como para impedirnos guardar la presencia de Dios, ni demasiado poco, lo cual pone obstáculo a esa misma presencia» (11). 43

45 3. a ) Ni demasiado celo, ni indolencia. El alma que vive del momento presente «emprende el trabajo sin pasión, continúalo con indiferencia, cual si fuera un pasatiempo que la asigna Jesús mientras espera su llegada, y lo acaba sin apresuramiento, pues, tras de éste, sabe que vendrá otro. Para calmar su impaciente actividad repite a menudo: mientras desempeñe este cargo, no debo desempeñar otro, ni mientras esté en este lugar por voluntad de Dios estoy obligada a hallarme en otro. Así, en plena posesión de sí misma, dedicase a sus diferentes ocupaciones sucesivamente y con corazón desprendido. Esta libertad interior la permite emprenderlo todo con generosidad y atención sostenida, sin cansando ni precipitación, sin abandono y sin lentitud. Los hombres más activos son los que menos lo parecen. Los apresurados, los abrumadas de ocupaciones, casi nunca hacen nada de provecho; empiezan pero no acaban, y después de su trabajo tienen turbado el corazón y el espíritu preocupado e incapaz de pensar en Dios» (12). Conclusión: Importancia de la santificación del momento presente. Hemos visto: 1.º, lo que es la «acción nuestra»; 2., cómo la «acción nuestra» se limita al momento presente; 3. hemos estudiado cómo se vive prácticamente. Sólo nos resta encarecer, con el ejemplo del buen Ladrón, la importancia que tiene nosotros santificar la «acción nuestra» de cada instante. «Imitemos en esto al buen Ladrón, que estando ya para morir, no miró a su vida pasada más que para apartar con dolor sus ojos de ella; ni miró a su futuro, que no tenía; sino que abrazó de todo corazón su dolorosísimo momento presente en satisfacción de sus pecados. Y, respondiendo a las invitaciones de la gracia actual, pidió humildemente a Jesús que se acordara de él cuando estuviere en su Reino. Y esto bastó para justificarlo y abrirle las puertas del Cielo el mismo día que expiró. Oh si nosotros santificáramos así 44

46 nuestro momento presente! Cuántas gracias y tesoros y qué grado de santidad alcanzaríamos!» (13). Hagámonos impotentes voluntarios para que no podamos vivir fuera del momento presente. NOTAS (1) TISSOT (P. JOSÉ): La vida interior. (2) LÓPEZ ARRONIZ, ob. cit. (3) MONTINI, (JUAN BATTITSTA) en Pablo VI Pontífice Romano, de JOSÉ MARÍA JAVIERRE. (4) PETITOT (P. H.), O. P.: ob. cit. (5) SERRA BUIXÓ, (HNO. EUDALDO), ob. cit. (6) PHILIPON, (M. M.), O. P. ob. cit. (7) HUNERMAN (WILHELM): El Coro de los Santos. (8) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P., ob. cit. (9) lb. (10) TISSOT, (P. JOSÉ), ob. cit. (11) DE LA SANTA FAZ, (SOR GRNOVEVA), Consejos y Recuerdos. (12) SCHRIJVERS, (R. P. JOSÉ), C. SS R., El don de sí. (13) OSENDE, (P. ViCTORINO), O. P. Contemplata, momentos místicos. Capítulo 6º LA «ACCIÓN DE DIOS» EN EL 45

47 MOMENTO PRESENTE L a «acción nuestra» consiste en cumplir, en el momento presente, los deberes del estado de vida en que nos encontramos. Es la VOLUNTAD MANIFESTA DE DIOS, que se dirige a todos los hombres en general, como ocurre, v. gr., con los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, o a categorías enteras de hombres, como a los sacerdotes, a los casados, etc. «En estas obligaciones del propio estado ve cada uno lo que Dios, en cada instante, quiere personalmente de él» (1). Pero hay una Providencia divina que se oculta en los acontecimientos exteriores e interiores que hacen variar la «acción nuestra». Estas variaciones son siempre señales evidentes de una voluntad de Dios, que El nos presenta para que la aceptemos y la cumplamos: es la VOLUNTAD DE BENEPLÁCITO DE DIOS, que se dirige a cada persona en particular, es la «Acción de Dios», es lo que Dios hace, a cada instante, por cada uno de nosotros para nuestra santificación. Nuestra gran enfermedad es querer santificarnos a nuestro modo. Un hermano Capuchino solía decir: «Todos somos santos a nuestro modo; pero el modo no se puede tocar, porque entonces lo estropeamos todo». Qué manera tan delicada de delatar esa grave enfermedad que consiste en querer santificarse cada uno según le place! Y, sin embargo, sólo hay un modo de santificarse: hacer la voluntad de Dios en el momento presente. Si no nos santificamos, es porque miramos todas las cosas de una manera horizontal, y, claro está., de esta forma no vemos más que las apariencias exteriores que nos engañan. Pero si viéramos verticalmente esas continuas variantes que nos suceden a cada momento, comprenderíamos que su origen es Dios, que las criaturas todas son instrumentos de Dios, y que Dios obra por medio de ellas. Al mirar los acontecimientos interiores y exteriores horizontalmente, y no en su origen, todo nos parece incoherente, sin sentido, y protestamos de la «circunstancia» que se presenta inesperada, y juzgamos ridículo que sirva para santificarse el pequeño servicio que prestamos al público, y nos resulta pueril que la limpieza que estamos haciendo en la habitación de 46

48 estar, sea santificadora, y acabamos por querer santificarnos a nuestro modo, desentendiéndonos de la «Acción de Dios» en el momento presente, que es la única que hace de nosotros un santo. Mientras no veamos el origen divino en todas las circunstancias, que cambian continuamente, no veremos tampoco el sentido divino de todas las cosas. Sólo lograremos la intranquilidad y no daremos capaces de santificar el momento presente. Y, sin embargo, debo aspirar a conseguirlo, porque Dios obra en mí sin interrupción. Por tanto, para que la «Acción divina» no quede, por mi parte, sin correspondencia, necesito tres cosas: 1., serenidad para agotar conscientemente el momento actual; 2. poseer la ciencia de la propia nada, y 3., sumisión a cada instante, a la «Acción de Dios», porque El es mi Creador, mi Conservador y Santificador. 1. Serenidad para agotar conscientemente el momento actual. «Una de las consecuencias de la serenidad, dice un escritor, es el apacible empleo del momento presente, al que debemos aplicar nuestras potencias sin dejarnos influir por la anticipación del momento futuro. Esto último hace que no se obtenga el fruto debido ni del uno ni del otro. Ver pasar la vida sin empujarla, dándose cuenta de lo que vale y significa el minuto en que aún la poseemos, sin tener prisa de que ese minuto se acabe para dar lugar al siguiente, que nos imaginamos de un modo y puede ser de otro, es el secreto de acabar con euforias y con neurosis que tienen su origen en la imaginación... Hartos azares hay que soportar en la vida para nosotros echemos de nuestra parte el veneno de una intranquilidad que nos priva de agotar hasta el fin toda la intensidad profunda del momento que pasa» (2). 2. Poseer la ciencia de la propia nada. Santa Teresita «aprendió a conocerse, a desconfiar de sí misma, a sentirse 47

49 impotente en el mundo psicológico tal como ya se había sentido impotente en el plan de las realizaciones materiales. Y también aquí ha conocido la verdadera grandeza, la verdadera santidad, la única que cuenta a los ojos del Señor: aprender a resignarse, a aceptar y a soportarse. Ser malvado, ser cruel y egoísta, sentirse incurablemente malo es, sin duda alguna un dolor infinito. Pero no es nada aún. El gran pecado, el único, es ocultárselo a sí mismo. Es mentirse a sí mismo. Confesarse malvado y ofrecer a Dios nuestra impotencia, nuestra insignificancia, es suficiente para hacer de cada uno de nosotros un santo. Lo esencial, según todos los sabios, todos los filósofos, todos los santos, es conocerse uno mismo» (3). No se aprende a aceptar con sumisión, en todo momento, la «Acción de Dios», a soportar nuestra impotencia y a ofrecérsela a Dios, mientras no se está convencido de la propia nada. Por eso San Francisco de Borja pasaba tres horas cada día absorto y sin distraerse en la contemplación de su propia nada. Es fácil concebir cómo empleaba la duración de ciento ochenta minutos en considerar esa única y trivial verdad? Todos los santos pedían al Señor la ciencia de la propia nada y Dios la concede, como vemos, por ejemplo, en la vida del santo Párroco de Ars: «Hija mía, decía a una de sus penitentes, no pida usted a Dios el conocimiento total de su miseria. Yo lo pedí una vez y lo alcancé. Si Dios no me hubiese sostenido hubiera caído al instante en la desesperación». Semejante confidencia hizo al Hermano Atanasio: «Quedé tan espantado al conocer mi miseria, añadía, que enseguida pedí la gracia de olvidarme de ella. Dios me escuchó, pero me dejó la suficiente luz sobre mi nada, para que entienda que no soy capaz de cosa alguna» (4). Qué nos dicen estos episodios, tomados del Proceso de Canonización del Santo Párroco de Ars? Que la ciencia de la propia nada es necesario pedirla al Señor, porque es un don de Dios y no son suficientes nuestros esfuerzos para lograrla, ni se aprende en los libros. «Los grandes doctores mismos adquieren esta ciencia divina más por la oración que por los libros. Su biblioteca principal es el Espíritu Santo» (5). Nadie duda que San Juan Maria Bautista Vianney era humilde, sin embargo, le fue preciso pedir la ciencia de la propia nada para obtenerla en el grado que se necesita para ser fiel a la gracia de cada instante y vivir en perfecta sumisión a la «Acción de Dios» en cada momento. Es un don tan necesario, tan grande y tan 48

50 estimado de los santos, que Santa Teresita decía de si misma: «Prefiero convenir con sencillez en que el Todopoderoso ha obrado grandes cosas en el alma de la hija de su divina Madre; y la más grande de todas es precisamente la de haberle dado a conocer su pequeñez y su impotencia» (6). 3. Sumisión, a cada instante, a la «Acción de Dios», porque El es mi Creador, mi Conservador y mi Santificador. Tú, que tantas veces, te has propuesto planes diversos de santificación, que has barajado métodos para ver con cuál te iba mejor, que has buscado modelos y todos los has abandonado, porque no se te acomodaban, has pensado alguna vez en las consecuencias y las realidades que se siguen para ti de que Dios sea tu Creador, tu Conservador y tu Santificador? Creo que no, si todavía sigues pretendiendo llegar a ser perfecto, según tu modo de ver la santidad, porque la perfección en nosotros, sólo se puede dar de una manera, según la «Acción de Dios». a) Dios es tu Creador. Si para comenzar a existir, hubiera sido menester que lo quisieras tú, cuándo hubieras podido quererlo? Seguirías nada, porque la nada no es capaz de querer, ni de pensar en ser algo. Dios es tu Creador. Ahora eres, ahora piensas, ahora quieres. Quién te ha dado el pensar, la libertad, los ojos, los oídos?, tus padres? Sí; pero como meros instrumentos. Quizás me digas: el autor de mi ser es la naturaleza. Pero, qué es la naturaleza? Otro NOMBRE de Dios. Pon el nombre que quieras, te ha hecho Dios. Dios te ha dado totalmente el ser que tienes. Tú sin Dios no puede empezar a ser, ni durar un instante en el ser, ni tienes el más mínimo elemento del ser. 49

51 b) Tu ser es conservado por Dios en el momento presente. Tú eres nada; fue necesaria toda la omnipotencia de Dios para sacarte de tu nada y empezar a ser algo. Nada eras antes y por ti mismo tan nada eres ahora como antes. Sigue siendo necesaria toda la omnipotencia de Dios para que no te vuelvas a tu nada, para que puedas querer algo, pensar algo Tengo que hacer calar hasta la entraña la convicción de lo colgado que estoy de Dios y de su «Acción» inmediata en todo lugar, en todo momento, hasta para la más mínima actividad y para el fruto más pequeño de mi actividad. Dios está siempre conservándome y yo colgado de Dios en todo momento, en todo lugar, en todo mi ser, en todo mi obrar; pendiendo para el menor pensamiento el menor deseo. Todas mis potencias necesitadas de Dios para cada acto. Mi ser natural: el que ahora tengo, lo he recibido totalmente de Dios, es sustentado por Dios, es conservado a cada instante. c) Dios Santificador nos da la gracia que necesitamos a cada momento. Mi ser sobrenatural de la gracia: lo he recibido de Dios totalmente. Dios dándome el ser sobrenatural de la gracia, añadido liberalmente a mi naturaleza humana, y yo pendiente de Dios en este don de su amor, que es vida de mi alma, y en las virtudes y dones que son sus potencias. Ya tienes la gracia santificante, es decir, ya tienes vida sobrenatural, pero «cómo podrá producirse la actividad de esta vida? Cuál será su primer motor? Será Dios mismo, y no puede ser otro que El... Esta iniciativa divina tiene el nombre de gracia actual, es decir, gracia que hace obrar. Ella, en efecto, hace obrar 50

52 iluminando nuestra inteligencia y suscitando un impulso en nuestra voluntad... Notad que si nosotros somos esencialmente incapaces de comenzar solos el menor acto sobrenatural, lo somos igualmente de continuarlo. La gracia debe, pues, acompañar al acto durante toda su marcha y sostenerlo hasta el fin. Un velero está pronto a partir. Su quilla alargada parece lanzarse ya hacia el mar que despliega ante la proa su inmensidad. Las velas están aparejadas, los marineros en sus puestos... Nada se mueve... Mas, he aquí que un estremecimiento se deja sentir a través de los mástiles y los cordajes, se ha levantado el viento potente: las velas se hinchan, y la masa, hasta hace unos instantes inmóvil, se mueve lentamente primero, y pronto toma un empuje redoblado. Tal es la «Acción de Dios» por la gracia actual. Sin ella el santo más rico en gracia santificante queda incapaz del menor acto sobrenatural...» (7). «Si a ejemplo de los santos supiéramos apreciar como es justo los momentos de nuestra existencia, echaríamos de ver que en cada uno de ellos se encierra, no sólo un deber que cumplir, mas también una gracia que nos ayuda a ser fieles al deber. Apreciemos la riqueza espiritual del momento actual. A medida que se nos ofrecen nuevas circunstancias acompañadas de nuevas obligaciones, se nos brindan también nuevas gracias actuales para sacar de dichas circunstancias el mayor provecho posible. Sobre la serie de hechos externos de nuestra vida corre paralelamente la serie de las gracias actuales prometidas, como el aire llega en ondas a nuestros pulmones para que podamos respirar». «La serie de estas gracias actuales, provechosamente recibidas por cada uno de nosotros, constituye la historia particular de nuestra alma, tal como en Dios está escrita en el libro de la vida, tal como la veremos algún día» (8). Si la historia de los santos, estuviera escrita relatando en ella la serie de las gracias actuales, por ellos provechosamente recibidas 51

53 por haber seguido, a cada instante, la «Acción de Dios», poseeríamos los hombres la vida exacta de cada uno de los santos tal como en Dios está escrita en el libro de la vida. Esta convicción de mi absoluta dependencia de Dios, de «SU ACCIÓN» inmediata en todo lugar y en todo momento, hasta para la más mínima actividad, lo mismo en el orden natural que en el sobrenatural, me hará ver claramente la injusticia y necedad mía al querer santificarme a mi modo, según mi gusto, mi conveniencia y mi capricho y no según la «Acción de Dios». NOTAS (1) BAUR, (BENITO), O. S. B., En la intimidad con Dios. (2) GONZÁLEZ RUIZ, (NICOLÁS). Diario «YA» de 12 Febrero de 1961, en la sección Temas de actualidad. (3) VAN DER MEERSCH, (MAXENCE): Obras completas: santa Teresita de Lisieux. (4) TROCHU, (DR. FRANCISCO), Pbro.: Vida del Cura de Ars. (5) PHILIPON, (M.), O. P. La Trinidad en mi vida. (6) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas. (7) BEAUDENOM: Las fuentes de la piedad. (8) GARRIGOU-LAGRANGE (P. RÉGINALD), O. P., obra cit. 52

54 Capítulo 7º TEOLOGÍA DEL MOMENTO PRESENTE E mpecemos por advertir, para evitar confusiones, que una cosa es la Filosofía del momento presente y otra la Teología. La Filosofía del momento presente, es un gran don en el orden natural que poseen raras personas. Es esa gran capacidad de concentrarse en el acto que se está realizando en el momento, dedicando todas las energías a él, sin pensar en nada más, pasando después al siguiente acto sin esfuerzo. William E. Barrett en su obra «La mano izquierda de Dios» hace vivir al héroe de su novela, Jim Carmody, la Filosofía del momento presente. Un día, pilotaba Carmody un aparato, se le paró un motor y se estrelló entre las montañas de China. Cuando le encontraron gravemente herido, le preguntaron por el accidente y él contestó: «que ya no pensaba en eso, porque el pasado era como un manjar que ya se había comido; el futuro es arroz sin cosechar aún; el hombre sabio vive en el presente». Otro día le dijeron «qué es lo que nos queda por hacer?» Y respondió: «Nunca pienso en ello. Solamente tengo tiempo para lo que se ofrece de momento». 53

55 El que haya leído con atención los capítulos precedentes, sin gran esfuerzo, habrá llegado a la conclusión de que hay una Teología del momento presente. Juzgo que es difícil hablar con propiedad; pero hemos de procurarlo, porque, a veces, hacemos daño. Con gran pena me decía un sacerdote: «Fíjese que en los ejercicios espirituales nos han dicho que el método de la santificación del momento presente, no conviene a todas las almas». Y le contesté: «La culpa no la tiene el que os dijo este error, sino los que escribimos, por no hablar con propiedad. La doctrina de la santificación del momento presente, propiamente hablando, no es ningún método, es una doctrina, tomada de la Teología Dogmática, es sencillamente: los tratados de DIOS UNO, de la TRINIDAD, de DIOS CREADOR y DIOS SANTIFICADOR, vividos por el hombre. Desde luego, si esta doctrina fuese un método, estamos de acuerdo en que no convendría a todas las almas, porque los métodos son para las almas, no son las almas para los métodos; pero la santificación del momento presente consiste en la sumisión del hombre a la «Acción de Dios» que obra, a cada instante, en nosotros; y la «Acción de Dios» no puede ser encerrada en un método. Dios no necesita de métodos, porque su «Acción divina» hace santos, sin repetirse». Cuál es la idea fundamental de la Teología del momento presente, alrededor de la cual giran todas las demás? Es esta: Dios dirige al alma en el momento presente con su Acción divina. Toda alma suele pasar por tres etapas: 1ª, la de imitación algo servil de los Santos. 2ª, la de tanteo en que busca, como un explorador, su camino. 3 a, el período de creación personal. Creo que el alma encuentra su camino y entra, por tanto, en el período de creación personal, el día que se persuade de que 54

56 Dios es su Director. Esa persuasión no se apodera del alma, mientras no siente la necesidad de la gracia a cada instante. Y no siente esa necesidad, sino en la medida en que va calando en ella la convicción de su impotencia para todo, en todo momento. Dichoso el día en que el alma se da cuenta que necesita que Dios la dirija, a cada instante, con su Acción divina!, dichoso día y dichosa el alma, porque en esta fecha ha descubierto las bases de la unión transformativa o matrimonio espiritual, que son: la MISERICORDIA INFINITA DE DIOS y nuestra NADA. «El 25 de Marzo, decía Mons. Martínez, recibí una gracia de unión (la unión transformativa), y desde entonces pienso que Jesús no se podrá separar nunca de mí, porque las bases de esa unión fueron su misericordia y mi nada, y esas bases son indestructibles, porque ni El ha de dejar de ser misericordioso ni yo he de dejar de ser nada» (1). El día que las almas ven con claridad que necesitan de la Dirección continua de Dios, ya no saben vivir fuera del momento presente. Los seis capítulos precedentes nos han ido preparando para mejor comprender esta idea fundamental de que Dios en todo momento dirige al alma con su Acción divina; pero es conveniente resumirlos y coordinarlos para persuadirnos de que el transcendental problema de la Dirección espiritual, no será comprendido, mientras no apreciemos en su justo valor la doctrina de la santificación del momento presente. Doctrina enseñada en la Sagrada Escritura, explicada por los teólogos y vivida por los Santos. Su existencia es patente (Capítulo I). Está clara la necesidad de vivirla, si queremos ser buenos dirigidos de Dios y que nuestra actividad no se convierta en activismo porque no existe más norte que el momento presente. Cuando Dios pide actividad al alma, su dirigida, Dios no pide, ni puede pedir, sino actividad fecunda y sólo es fecunda nuestra actividad cuando hacemos la voluntad de nuestro divino Director en el instante actual (Capítulo II). Esto quiere decir que nuestra actividad debe ser conforme al Plan de Dios. Y qué sabemos nosotros del Plan que Dios ha trazado para nuestra santificación? Conocemos una verdad muy importante y suficiente, a saber: que el momento presente es la revelación de la voluntad de Dios para nosotros, y en él está encerrada la gracia necesaria para santificarlo. Por tanto, limitar nuestra vida a santificar lo que Dios nos da que hacer o que 55

57 sufrir en el momento, equivale a decir: que nuestra actividad es conforme al Plan de nuestro Dios Director (Capítulo III). Visto que Dios nos traza, a cada instante, el camino a recorrer, nuestra perfección personal depende de la exactitud con que cumplamos la voluntad de Dios en el solo momento que poseemos (Capítulo IV). Para cumplir con exactitud la voluntad de Dios, necesitamos saber de una manera concreta cuál es su voluntad. Pues bien, concretamente: 1., es voluntad manifiesta de Dios, que cumpla, en el momento presente, los deberes del estado de vida en que me encuentro. En estas obligaciones del propio estado, ve el alma, dirigida de Dios, lo que, en cada instante, quiere personalmente de ella (Capítulo V). 2. Hay una providencia divina que se oculta en los acontecimientos exteriores e interiores. Estos acontecimientos son siempre señales evidentes de una voluntad de Dios que El nos presenta para que la aceptemos y la cumplamos. Es la voluntad de beneplácito de Dios que se dirige a cada persona en particular, es lo que Dios hace, a cada momento, por cada uno de nosotros para nuestra santificación. Qué tengo que buscar fuera de esto para santificarme? No está ahí toda la voluntad de Dios? No se nos olvide que la Dirección de Dios no se puede encontrar más que allí donde está su voluntad (Capítulo VI). Si queremos vivir la Teología del momento presente, y su tema fundamental, es decir: El es el Director en cada instante y nosotros debemos ser sus dirigidos en todo momento, sólo nos queda una solución, abandonarnos totalmente a la voluntad de Dios por medio de una vida teologal intensa, porque «el abandono en las manos de Dios es el ejercicio perfecto de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, juntas en uno. Realmente el 56

58 acto de abandono no depende de una virtud especial del mismo nombre, sino de las tres virtudes teologales y del don de piedad» (2). Para ser buenos dirigidos de Dios, no es suficiente con desprenderse alguna vez que otra de nuestros modos de santificarnos, hay que vaciarse de ellos en todo momento. «Fe, Esperanza, Amor, todo converge hacia este vacío pacificado de nuestro ser que constituye el corazón teologal... El corazón teologal, primer fruto del abandono, es un modo divino de ver, de querer y de reaccionar: «el que está unido al Señor, es un solo Espíritu con El» (I Cor., 6. 18). Es una manera divina de ver, porque se apoya en la fe. Todo viene de Dios, y nosotros no tenemos vida en El sino en razón de nuestra dependencia voluntaria... Cada día entonces el alma busca, por el movimiento de abandono, arraigar en una adhesión de fe, animosa y atenta, hasta prendarse del misterio de las cosas divinas, que e ilumina y le guía mejor que todas las luces humanas. Señor puede decir, yo no sé nada pero Vos sabéis por mí; yo no veo, pero Vos veis por mí; yo no amo, pero Vos amáis en mí. Esta manera de ver en Dios toda la vida condiciona nuestro querer y todas nuestras fuerzas vivas... «Nada es imposible a los que no están sin esperanza» (I Tim., 4, 13). Nos lo dijo Jesús: el corazón de un Padre se mueve siempre por la confianza de su hijo; pero sin duda no nos atrevemos a vivir de la revelación evangélica. El gran pecado del mundo parece ser el miedo a Dios; y si realmente creemos en su amor, no nos admiraremos menos de su poder. No esperar sino en Dios, para uno mismo y para la Iglesia, esperarlo todo de El y ante todo a El mismo; en esta condición está la dicha. Pero el hombre es prisionero de una necesidad egoísta de 57

59 llevarlo todo a su medida, aun y sobre todo los dones de Dios; y el Padre se ve atado por nuestras pretensiones. Tenemos tendencia a no tomar en serio lo que pasa por nuestras manos a cada instante: pero Dios es el Todo Otro, el que no es comprendido... «Sólo cuenta el amor». Con esto está dicho todo, porque él solo es el único fermento de la existencia... La fidelidad, es el amor que dura, es el rasgo del amor en el tiempo de los hombres. El Verbo Encarnado no ama de otra manera al Padre: «Hago todo lo que le place», lo que Cristo expresaba en cada uno de sus actos con lo infinito de su divinidad y que El nos ha dejado como testamento espiritual... Dios es el único Santo, y el único que santifica. Cuando obra en nosotros, es siempre con sus medios y según sus pensamientos que no son los nuestros... Las cosas no cambian con nosotros, somos nosotros los que en el baño de la fe, cambiamos frente a ellas y las abordamos del interior, en la mirada de Dios, en su querer... En la línea teologal, el hombre ve sus valores positivos cambiar de sentido: dar es recibir... Cuando Santa Teresita se dice pequeña, no es por complacencia pueril, sino por una vista objetiva de su relación con Dios; El es todo, ella nada es sin El, sin embargo, ella lo puede todo con su gracia... Un corazón teologal es fuente en el hombre de una gran liberación. «La verdad os hará libres» (Jn., 8, 32). Liberación de todos los sentimientos negativos, de duda, de amargura o de desesperación, que emponzoñan nuestra atmósfera sobrenatural. Liberación del miedo que paraliza nuestros esfuerzos más generosos y roe toda paz... «El amor perfecto destierra el temor» (I Jn., 4, 18). Nos libra, sin embargo, de las estrecheces y de la avaricia: un niño nada posee y se cuida muy poco de defender sus derechos: mendiga el afecto, y tiene la dicha de encontrar esto natural. Así el alma teologal ignora lo que es hacer reservas: le basta la confianza y le basta para todo; su disponibilidad total para el único «oficio del amor». Los libra hasta de los apremios del tiempo, según el deseo explícito del Señor en su oración del PADRE NUESTRO, donde Jesús nos quita sucesivamente el yugo de lo presente: «danos hoy nuestro pan de cada día»; el disgusto de nuestro pasado: «perdónanos nuestras ofensas»; y la obsesión del porvenir del que nos hará triunfar su gracia: «no nos dejes caer en la 58

60 tentación». El hombre sin abstraerse del mundo tiene ahora el corazón bastante amplio para vivir lo eterno» (3). En teoría todo esto que acabas de leer, quizás, te parezca difícil o embrollado; pero su ejecución es la cosa más sencilla. Un funcionario, Jefe de un departamento, que está bajo la jurisdicción del Ministerio de la Gobernación, me contaba la historia de su vida religiosa, que, brevemente, te voy a referir, para demostrarte, prácticamente, cómo está al alcance de todas las almas vivir la Teología del momento presente. Me decía este buen amigo: Están para cumplirse 20 años que quedó vacante el puesto que ahora ocupo. Fui a él con toda ilusión; pero apenas pasaron unos días de haber tomado posesión, quise renunciar al cargo, idea que me duró casi dos años. Observé que en mi departamento había que despachar miles de asuntos de la más diversa índole, que las interrupciones en mi trabajo eran continuas, que, a pesar de hacer más horas de trabajo que ninguno, los asuntos quedaban, parte de ellos, para el día siguiente. En fin, yo veía que no tenía tiempo para atender mi vida espiritual y sufría, me ponía de malhumor, no tenía paz, etc. Ese era el motivo por el que deseaba renunciar a la plaza. Un día leyendo a Santa Teresita del Niño, Jesús, di con esta frase: «No sufro sino de instante en instante. Es porque se piensa en el pasado y en el porvenir que uno se desalienta y desespera». Estoy seguro que estas palabras las había leído muchas veces anteriormente; pero hasta este día no habían llamado mi atención. Desde esta fecha, providencialmente fueron cayendo en mis manos algunos libros en que se leía alguna frase que otra referente a vivir del momento presente, hasta que descubrí que los santos todos, habían vivido santificando el momento presente. Comencé a poner en práctica vivir de momento en momento; mas pronto caí en la cuenta que para santificar cada «ahora» era necesario abandonarse totalmente a la voluntad de Dios en cada instante, y que este abandono consistía en el ejercicio práctico de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. El momento presente es de Dios, estoy convencido de ello; pero cuántos actos de fe llevo hechos para creer firmemente que detrás del teléfono, de la interrupción, etc., está El! Y, como es suyo ese momento, tengo que dedicarlo a escuchar a ese hombre, que no sabe explicarse o que no tiene prisa, durante cinco, diez minutos, o más tiempo. Antes no veía más que una cosa: que creía perder el tiempo; pues había comprendido, al minuto, lo que quería ese hombre. Pero, 59

61 ahora, estoy convencido que es El y cuántas veces tengo que decir: «Señor, está visto que yo no veo, que Tú ves por mí y si no hubiera sufrido esta interrupción hubiera resuelto mal el asunto que tenía sobre la mesa. Me has entretenido mientras llegaba ese otro hombre, ese libro, ese Boletín, esa revista, etc., que me ha dado luz para resolver acertadamente, lo que hubiera hecho mal. Antes yo era de los que, cándidamente, dicen al terminar el día: «Hoy no hice nada», «no me han dejado hacer nada» y me llenaba de amargura, me ponía de mal humor, pensando que las cosas no estaban despachadas a su debido tiempo. En una palabra, yo no contaba con El, y con El hay que contar hasta para colocar un ladrillo. Ahora procuro vivir del momento. Y el futuro, lo vivo en esperanza y abandono. Cuántas veces, desde que así vivo, veo que me dan resueltas las cosas mis Superiores y no necesito hacer trámite ninguno para conseguirlas. Tan claro veo que es El, que le digo: Señor, antes yo lo quería hacer todo a mi medida y necesitaba muchas más horas de oficina que ahora; pero desde que todo lo espero de Ti, desde que me abandono en tus manos, voy teniendo algunos tiempos libres. Creer en El, esperarlo todo de El, hacerlo todo por amor a El, ese es el secreto para ser liberado de la amargura, del malhumor, del miedo a Dios y a los hombres y de los apremios del tiempo. Por este ejemplo, verás cuán fácil es vivir la Teología del momento presente y cómo procurando actuar el mayor número de momentos posibles esta vida teologal, se vive, continuamente adorando la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es Dios mismo. Y el que convierte todos los instantes de su vida en adoración, ora su vida, porque adorar es orar. 60

62 NOTAS (1) MARTÍNEZ, (LUIS M.): Divina Obsesión. (2) GARRIGOU-LAGRANGE, (REGINALD), O. P., ob. cit. (3) VIERGE, (P. VÍCTOR DE LA), C. D., El realismo espiritual de Santa Teresita. 61

63 Capítulo 8º DIOS DIRIGE AL ALMA, EN EL MOMENTO PRESENTE, CON SU ACCIÓN DIVINA D ios es el Director del alma y la dirige, en momento presente con su «Acción divina». Pueden estar seguras las almas que nunca les faltará esta divina Dirección. «La Iglesia Católica, para cada estado, para cada momento, para cada necesidad de cada uno de sus hijos, tiene un remedio, una claridad, un apoyo en esa enorme epopeya de sus héroes» (1), que son los Santos. El día 25 de Marzo, se lee en el Martirologio: «Memoria del Buen Ladrón, que, según la tradición, se llamaba San Dimas» (2). Con toda verdad, podría haberse puesto en el Martirologio: San Dimas, el Buen Ladrón, es el primer Santo canonizado de la Iglesia, por el Pontífice Eterno, Nuestro Señor Jesucristo, por haber santificado el momento presente. Qué es la canonización de un santo? «Es la sentencia última y definitiva del Romano Pontífice, por la cual se declara solemnemente que un siervo de Dios goza de la gloria celestial» (3). En toda canonización hay un doble aspecto: 1. La Iglesia declara que el Santo ha alcanzado el Cielo. 2. Adoctrina a los fieles sobre la forma práctica de vivir con intensidad la vida sobrenatural. Exactamente lo mismo que Jesucristo al canonizar a San Dimas: 1. Declaró que aquel Buen Ladrón había alcanzado el Cielo: «En verdad te digo, hoy serás conmigo en el Paraíso» (Le. XXIII, 43). 2. Nos enseñó que el momento presente santificado, puede hacernos santos. He aquí la forma práctica con que San Dimas vivió con intensidad la vida sobrenatural. Efectivamente, el Buen Ladrón, estando ya para morir, no miró a su vida pasada más que para apartar con dolor sus ojos de ella; ni 62

64 miró a su futuro, que no tenía; sino que abrazó de todo corazón su dolorosísimo momento presente. Y, respondiendo a las invitaciones de la gracia actual, esto bastó para justificarlo. Es posible que el Buen Ladrón llegara tan rápidamente a la santidad con sólo santificar el momento presente? «La fórmula práctica del total abandono es la santificación del momento presente» (4). Al santificarlo el Buen Ladrón, refleja su abandono total a la voluntad de Dios, hace un acto de unión con ella, un acto de amor a esa divina voluntad, cuando dice al Señor estas palabras: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Le. XXIII, 42). «Un acto de perfecta unión con la voluntad de Dios basta para borrar todos los pecados del mundo, y un acto perfecto de amor a esa divina voluntad bastaría para hacernos santos. Cuando yo veo a un hombre en el último grado de degradación y miseria, pienso cómo todo eso podría convertirse en santidad con un acto de humildad y amor de Dios tan grande como aquellos» (5). Este es, precisamente el caso del Buen Ladrón, y, será, siempre el ejemplo clásico donde se ve que Dios dirige al alma en el momento presente. Esta consoladora verdad, es desconocida u olvidada por muchas almas, como lo ha denunciado un teólogo en un estudio sobre Sor Isabel de la Trinidad. «Mientras que, para la mayor parte de los cristianos, Cristo es un ser histórico desaparecido de la escena del mundo veinte siglos ha, o una entidad abstracta retirada al fondo del Cielo en una eternidad inaccesible, para Sor Isabel de la Trinidad, como para todos los Santos, Jesús es una realidad concreta, cotidiana, mezclada con los menores detalles de su existencia, en definitiva la realidad suprema. Su presencia invisible pero muy cercana los sigue por todas partes. A cada instante sienten allí, junto a sí, a ese Jesús, Hijo de Dios y de María, que les da su gracia, los ilumina, los sostiene, los reprende si es necesario, los salva, les comunica la vida eterna... De El, día y noche, «se escapa una virtud secreta» que los santifica, y su contacto, a cada momento diviniza el alma de los Santos... A Sor Isabel de la Trinidad, le gustaba refugiarse en todo momento bajo la gracia de ese Cristo que vivía en ella, en lo más íntimo de su alma y decía: «siento que me comunica la vida eterna»... «el alma posee en el centro de sí misma un Salvador que a cada minuto viene a purificarla» (6). 63

65 Cuando se estudia la dirección de las almas, realizada por el Sacerdote, se observan dos casos concretos: almas a quien Dios les concede la inapreciable gracia de un director habitual, y almas que, normalmente, no reciben una dirección habitual, distinta de la confesión. Ambas clases de dirección es uno de los argumentos que mejor prueban que Dios dirige al alma en el momento presente, aunque parezca lo contrario. Cuando Dios nos concede un director habitual es una gracia, y, cuando no nos lo concede, también es una gracia, porque siempre nos concederá disfrutar de la gracia de estado que tiene todo Sacerdote; y esto en la medida que nos haga falta. Quién es el que yendo a confesarse con fe, no ha palpado repetidas veces por sí mismo la gracia de estado del Sacerdote? Sin la ayuda de la gracia no podemos santificarnos; pero teniendo gracia, nos debe dar igual que el Señor nos la dé de una forma o de otra. «Que cuando se puede se deba acudir a un director para no fiarse del propio juicio... nadie habrá que lo discuta; pero que, cuando no se tiene ese medio, Dios se basta y se sobra y dispone de otros, que usa de manera ordinaria y habitual, para guiar y enseñar a las almas, tampoco será negado; y, sin embargo, esto último, tan real como lo anterior, se dice pocas veces. No repetimos que el único y verdadero Director es siempre el Espíritu Santo, que se sirve de los hombres como de portavoces y mandatarios suyos? Animemos, pues, a las almas, a todas las almas, inculcando que... la carencia involuntaria e inculpable de dirección nunca será obstáculo ni disculpa para dejar de aspirar a la santidad» (7). Santa Teresita del Niño Jesús que no tuvo dirección habitual, distinta de la confesión, es el mejor ejemplo que podemos elegir para probar que Dios dirige al alma en el momento presente, no abandonándola nunca. 64

66 El Padre Alexis Prou fue a predicar los Ejercicios de Comunidad al Convento de Santa Teresita. Esta ya había encontrado su «Caminito», sólo le faltaba una aprobación, la de un confesor y «Dios, dice ella queriendo demostrarme que sólo El era el Director de mi alma, se sirvió precisamente de aquel Padre, que sólo yo aprecié en la Comunidad» (8). Lo queremos más claro: que la dirección del Sacerdote demuestra que Dios es el Director único y verdadero del alma? Madre Inés de Jesús declara en el Proceso Apostólico: «Cuando Teresa del Niño Jesús decía en su vida que... Dios la iluminaba directamente, no sentaba el principio de que siempre era iluminada por Dios y de que no tenía necesidad de directores; hablaba de un momento determinado de su vida, en el cual ninguna oscuridad hacía incierto su camino; se trataba de los años que habían precedido a su entrada en el Convento. Pero en el Carmelo, el sol se enturbió para la sierva de Dios y buscó ávidamente ser iluminada, desconfiando, por otra parte, de sus propias luces... Sé que lo confiaba todo a los Sacerdotes: sus temores de ofender a Dios, sus deseos de ser santa, las gracias que recibía del cielo». Estas palabras son de gran valor, ya que Santa Teresita le decía a Madre Inés unos meses antes de morir: «Vos sola conocéis todos los secretos de mi alma (9). Después de leer esto es cuando queda demostrado lo que decíamos antes: que la dirección del alma por el Sacerdote es uno de los argumentos que mejor prueban que Dios es el Director verdadero del alma, y es cuando se comprenden los siguientes pensamientos de la Santa, en los que insiste en que Dios dirige al alma en el momento presente. «Estoy segura de que nuestro Señor no enseñaba más a los Apóstoles con sus instrucciones y con su presencia sensible de lo que nos enseña a nosotros con las buenas inspiraciones de su gracia» (10). «He observado con frecuencia que Jesús no quiere darme nunca provisiones. Me alimenta instante por instante con un manjar recién hecho. Lo encuentro en mí sin saber cómo ni de dónde viene. Creo, sencillamente, que es Jesús mismo, escondido en el fondo de mi pobrecito corazón, quien obra en mí, dándome a entender en cada momento lo que quiere que yo haga» (11). 65

67 «El es el DOCTOR de los doctores. Enseña sin ruido de palabras. Nunca le oigo hablar, pero sé que está dentro de mí. Me guía, y me inspira en cada instante lo que debo decir o hacer. Justamente en el momento que las necesito me hallo en posesión de luces cuya existencia ni siquiera habría sospechado» (12). Santa Teresita tenía la certeza al igual que lodos los Santos, que él Espíritu Santo, por el Don de Consejo, la empujaría a acudir al Sacerdote y que éste no le faltaría, cuando le necesitase, según el Plan divino. Es lo que decía el Beato Juan de Ávila: «El Espíritu Santo es ayo de niños. Y qué bien enseriado será el niño que de tal ayo saliere enseñado!... El Espíritu Santo quiere que vaya a tomar parecer de quien más sabe, y El le dará en voluntad que lo vaya a preguntar, y le dirá lo que le ha de preguntar, y le dará gracias al otro, que responda lo que ha de responder» (13). Ante tanta garantía y tanta sencillez por parte de Dios, no resultan complicadas algunas ideas de los hombres acerca de la dirección espiritual? Estemos seguros que este divino Director no nos abandonará nunca, aunque nos encontremos en las situaciones más difíciles. Llevo diecisiete años siendo testigo de un fenómeno singular tan emocionante, que es imposible trasladarlo al papel en toda su realidad Me refiero a la santificación del momento presente por los locos o esquizofrénicos. Un gran número de autores ha señalado este fenómeno singular: «Que hay locos que se curan de su alienación en el momento en que la vida está a punto de abandonarlos y que este fenómeno es, naturalmente, inexplicable». Con frecuencia veo, en este Instituto Psiquiátrico, cómo los enfermos totalmente demenciados, llegado el último momento de su vida, reciben y hasta piden con gran fervor, y dándose perfecta cuenta, 66

68 los últimos Sacramentos. Se palpa cómo el divino Director nunca nos abandona, aun en esté caso extremo y cómo dirige al alma en el momento presente. La misericordia de Dios es infinita y no me cabe la menor duda que Dios les da a estos enfermos la gracia necesaria para santificarse en el último momento de su vida, «único que viven conscientemente». «Muchas veces he pensado... en los incapaces mentales. Por qué los ha creado Dios?... Señor, cómo los amas! qué galardón tendrán los que han sido creados sin finalidad explicable... los que han sido privados, porque Tú lo has querido, del privilegio de amarte conscientemente...? Cómo será la gloria...? Yo creo sinceramente que será la mayor, la gloria máxima, y que todos esos hombres que nos estorban o repugnan, que afean la vida de la ciudad... esos hombres tienen toda tu inmensa predilección» (14). Por qué no reflexionamos un poco sobre nuestros actos para convencernos de que Dios es el Director de nuestra alma? pues vamos a hacerlo: «Nuestros actos deben su existencia, sus contornos, su dirección y su consistencia a la Acción de Dios. Son actos supeditados y ordenados en todo a la Acción de Dios en nosotros. Donde no obra Dios, no existe nada. Por eso, nuestros actos tienen una doble dependencia de la acción de Dios: Dios los determina y los rige. La acción divina da el ser y señala los límites de nuestros actos. Nuestra actividad no puede preceder ni sobrepasar la Acción de Dios. No puede desprenderse ni prescindir de ella ni un solo momento. Toda su orientación está subordinada a la Acción de Dios. Siempre que realizamos algún bien sobrenatural, Dios nos da, no sólo el querer, sino también el poder hacerlo. Nos da la voluntad y la realidad del acto. Todo bien sobrenatural alcanzado por nosotros es una gracia inmerecida» (15). «Es ya mucho que cuanto hay de bueno en mí venga de Dios; pero es que, además, viene ahora mismo caliente con el calor de su amor; es que en este momento procede de la Acción omnipotente del Señor... Y como es actual su Acción creadora y su Acción santificadora, actual es el pensamiento con que obra en mí, actual su designio sobre mí, actual el amor con que actúa en mí y en cuantas cosas a mi vida concurren... Si yo pudiera ahora ver a Dios, no lo vería lejos y separado de mí, sino en mí y obrando lo que soy; en mí, como vida mía sobrenatural» (16). 67

69 NOTAS (1) PÉREZ DE URBEL, (FR. JUSTO), O. S. B., Año Cristiano. (2) Ib. (3) B. A. C., Año Cristiano. (4) PHILIPON, (M. M.), O. P., El Mensaje de Teresa de Lisieux. (5) OSENDE, (P. VICTORINO), O. P., Alter Ego. (6) PHILIPON (M. M.), O. P., La doctrina espiritual de Sor Isabel de Trinidad. (7) VACA (P. CÉSARI, O. S. A., Guías de Almas. (8) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Obras completas. (9) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, ib. (10) SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, ib. (11) SANTA TERESITA DEL Niño JESÚS, ib. (12) SANTA TERESITA DEL NIÑO Jesús, ib. (13) BEATO JUAN DE AVILA, Obras espirituales. (14) CABODEVILLA, (J. M.), Señora Nuestra. (15) BAUR (BENITO), O. S. B., Sed Luz. (16) COLOMER, (FR. LUIS), O. F. M., ob. cit. 68

70 Capítulo 9º EL DIVINO DIRECTOR NOS HABLA A CADA INSTANTE EN TODO LO QUE NOS DA QUE HACER O QUE SUFRIR EN EL MOMENTO ACTUAL E s muy lógico que dediquemos unas páginas a la Sagrada Escritura, donde los Santos aprendieron que la Biblia es la Palabra de Dios escrita; y que la ejecución de esa Palabra es lo que Dios nos da que hacer a cada instante. Con qué sencillez afirma esto mismo un autor cuando le dirige a Dios esta hermosa plegaria: «Señor, Vos habláis a todos los hombres en general, por todos los acontecimientos que se suceden en el universo... Habláis, Señor, en particular a todos los hombres por cuantos sucesos experimentan en cada instante, y lejos de conocer por ellos vuestra voz y oír vuestra Palabra, no entienden, no miran sino a la materia, al exterior de las cosas, al carácter y humor de los hombres; en su consecuencia, tienen siempre algo que decir en todo, diciendo, disminuyendo, reformando y, en fin, obrando respecto a esta Palabra activa, por decirlo así, de un modo que les parecería crimen inaudito si se tratara de poner o quitar una sola coma en las Santas Escrituras; porque a éstas se las respeta, y se dice verdadera y sinceramente: esta es la Palabra de Dios, y cuanto en ella se encierra, todo es santo y verdadero. Si no se comprende esta Palabra escrita, se la reverencia y se da gloria a Dios, confesando su profunda sabiduría. Esto es justísimo. Pero decidme, almas queridas, no merecerá algo de vosotras la Palabra que en cada instante os dice el mismo Dios? Verdad es que esta Palabra de cada instante no tiene cuerpo, papel ni tinta, pero, real y verdaderamente, está encerrada en todo lo que os envía que hacer y que sufrir de un momento a otro. Por qué, pues, no la respetáis reconociéndola como palabra de Dios efectiva, y por consiguiente, justa y bondadosa? Por qué, pues, todo lo censuráis, y por qué os disgustáis de todo? No veis que los sentidos y la razón humana no son aptos para medir lo que sólo la 69

71 fe puede medir? Y si las palabras de Dios contenidas en la Escritura las leéis con los ojos de la fe, no será enorme sinrazón que leáis con los sentidos solos la Palabra divina, encerrada en las mismas acciones y operaciones de Dios?» (1). El día de nuestro Bautismo «el Espíritu Santo, con el Padre y el Hijo, no viene a nosotros sólo para recoger el incienso de nuestra devota adoración. El es Maestro interior que llega al alma para tomar la dirección de nuestra vida espiritual y divinizarla» (2). Cómo nos dirige? Aplicando, ejecutando, a cada momento, en nosotros, el santo Evangelio, en el cual, Jesucristo ha tenido el cuidado de formular las reglas de su divina Dirección, en lo que nos da que hacer (1 a Regla) o sufrir (2ª Regla). 1.ª REGLA. Su primera regla es que debemos darnos del todo a la acción del momento presente para santificarla, y reza así: «bástale ya a cada día su propio afán o tarea» (3) (Mt., VI, 34). Con lo que Jesucristo nos advierte que es inútil preocuparse del tiempo pasado y del futuro, porque no existen, y, como Dios no pide imposibles, considera inútil derramar su gracia en nosotros para santificar un tiempo imaginario, e injusto obligarnos a santificar un tiempo que no existe. Por eso, sólo nos da la gracia necesaria para el deber del momento presente. Ahora, es el único tiempo que existe. Ahora, ese es mi tiempo. Al comentar este texto de San Mateo, y otros que se citan en este capítulo, adviértase que en la Teología del momento presente, las palabras: ahora, hoy, día, instante, actual, hora, todas significan lo mismo, es decir: momento presente, «que es todo el tiempo en el mundo! Pensar otra cosa no sólo es blasfemar de Dios sino demostrar que no somos cristianos ni hemos alcanzado la madurez humana. 70

72 Puesto que Dios es Dios, concedió a la bellota el tiempo necesario para convertirse en encina, y a cada uno de nosotros, el tiempo necesario para ser lo que realmente somos: Cristo. Y ese tiempo necesario es el momento presente, el que transcurre ahora. Este momento presente, el momento que está transcurriendo, es el que verdaderamente puedes llamar «tu tiempo», aun cuando no puedes llamarlo «tu hora». Pues esta cosa siempre fluyente y absolutamente irrevocable es imposible de predecir. Ningún hombre puede prometerse el próximo segundo. Tendrás tiempo para acabar de leer este libro, esta página, esta frase? Te concederá Dios los momentos suficientes para ello?... Como que ese presente es el único tiempo que Dios nos concede! No nos concede años, meses, días u horas: nos concede nada más y nada menos que ese ahora. Ese es «tu tiempo», parte de «tu hora»... «Nuestro tiempo» es el «Ahora», este momento siempre pasajero. «Este momento presente, pasajero, expresa una íntima e inestimable relación con aquel momento presente, independiente del tiempo, que es la eternidad. Ambos momentos presentes pertenecen a Dios. El dio el primero, el fugitivo al hombre, para que con él consiguiera el otro que nunca pasa» (4). El horario no cuenta. Tiene mucha razón, pues, un filósofo cuando dice: «el horario viene a ser como otro «contrato social» de los hombres. Es una mera cuestión de relojería». La vida no tiene de real más que el momento presente, lo que equivale a decir: que a cada momento le basta su propio afán. Qué afán me debe bastar? Estar en gracia santificante y no impedir que se desarrolle esa gracia, porque esa es la máxima obligación de todo bautizado. Una escritora le decía al Señor: «Vos no mandáis nada imposible, y cada una de vuestras exigencias va acompañada de una gracia actual, que provoca y sostiene mi docilidad. Pero esta gracia actual se me da para el deber del momento presente, y lo que frecuentemente me impide el corresponder, es mi funesta costumbre de vivir en el pasado con recuerdos frívolos o nocivos y en el porvenir con proyectos y sueños que Vos no aprobáis. Rara vez me doy del todo a la acción del momento presente para santificarla» (5). 2.ª REGLA. Los Santos no se preocupaban del pasado ni del porvenir, eran demasiado inteligentes para ignorar que el que tal hace, carga con dos cruces tan grandes como innecesarias. Ellos sabían que para seguir a Jesús, basta la cruz «de cada día», es decir, la cruz «del momento presente». Lo dice Jesús claramente: «Si alguno 71

73 quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome «cada día» su cruz y sígame» (Le., IX (23). «Cada día: pormenor interesante, conservado por San Lucas» (6). Al contrario de lo que ocurre a muchos, a los Santos lo que les preocupaba era: no saber aceptar la cruz de cada momento, que es la única cruz, que nos manda llevar Jesucristo. Véase cómo vivía un Sacerdote estas palabras del Evangelio; Manuel Díaz Martínez, oraba así al Señor: «que sepa aceptar íntegra y totalmente tu divina voluntad. Hasta ahora, bien lo sabes Tú, no lo he hecho así. He aceptado la «cruz grande»; la de cada día, la «cruz pequeña», la de cada momento, no la he sabido aceptar. Esta inmolación continua de mí mismo no la he hecho, y, sin embargo, sé que es la más interesante, pues es la cruz grande partida en astillas pequeñas, a veces insignificantes, punzando a cada momento y dando a cada obra, a cada pensamiento, a cada sufrimiento al sello de «hostia». Que en cada momento me percate de mi vocación de víctima que debe sacrificar todo su ser... de hostia continuamente inmolada en holocausto perpetuo de amor. Y bajo esta dulce impresión vivir todos los momentos, horas, minutos y segundos del día y de la noche, sin otro pensamiento, sin otra obsesión» (7). Tomen nota esas almas asustadizas de estas preciosas palabras de tan ejemplar Sacerdote y piensen que ser «hostia» de la Trinidad, a cada momento, está al alcance de cualquiera, porque ser «hostia» consiste simplemente en cumplir con los deberes de nuestro estado por amor y en aceptar como venidos de la mano de Dios todos los acontecimientos de cada instante. Cuánto tiempo perdemos, cuanto sufrimos y hasta pecamos por estos dos tiempos que no existen! Y el «ahora» se nos pasa recordando el pasado y haciendo planes para el porvenir o pensando en peligros y sufrimientos que, tal vez, nunca llegarán. Debemos desenmascarar a estos dos tiempos que no existen, a ver si es posible que nos convenzamos de que «la santidad consiste sólo en cumplir perfectamente de hora en hora la voluntad divina. No hay otro secreto para llegar a ser santos 72

74 que la fidelidad a la gracia del momento presente; ella nos da la paz y la verdadera felicidad» (8). Los que viven preocupados del pasado y del futuro, les sería muy conveniente hacer estas dos reflexiones: 1. a El tiempo pasado no existe. Hay muchas almas que, cuando piensan en la vida pasada sufren por estas dos cosas: porque no están contentas de las obras realizadas hasta el presente, y temen que un Dios justiciero las castigará sin compasión el día del juicio particular. El arquitecto Benedicto Williamson se convirtió del anglicanismo al catolicismo. Se ordenó de Sacerdote y se dedicó plenamente al estudio de la Teología de la perfección cristiana. Durante la guerra de Francia, en enero de 1918, andaba por la línea de fuego y, por los efectos de los gases asfixiantes, a duras penas podía ver delante de él en cuanto anochecía hasta el espacio de un metro. Pero invocó a Santa Teresita con estas palabras: «Hermana, habrás tú de servirme de ojos durante esta noche». Y desde aquel momento brilló encima de él un resplandor que le dejaba ver claramente hasta cien metros delante. Este convertido nos va a servir de ojos para no atormentarnos más sobre nuestras obras ya pasadas. He aquí sus palabras: «Uno de los grandes secretos de la vida espiritual es el de vivir en el momento presente, sin permitir que la mente se turbe por vanas lamentaciones sobre el pasado ni inútiles temores acerca del porvenir. El pasado pasó, con todas sus cosas buenas y malas, sus éxitos y sus fracasos. Ha ido a sumirse en la inmensa eternidad, y todas las cavilaciones y llantos del mundo no pueden alterar un solo acontecimiento pretérito en su menor 73

75 detalle. Sí, muchos desperdician los preciosos momentos que pasan en estas inútiles reflexiones sobre el pasado. Ah! Si hubiese hecho esto! Si no hubiese hecho o dicho esto o lo otro; si en lugar de hacer esto hubiera hecho eso otro, cuán distintas serían las cosas ahora!, si uno pudiera retroceder en el curso del tiempo!, si uno hubiera visto antes las cosas como las ve ahora! Pero entonces se hizo y dijo, lo que se hizo y dijo, y aunque sea perfectamente cierto que, de haber poseído entonces las luces de que hoy se dispone, se hubiera obrado de otra manera muy diferente, en realidad no se tenían tales luces, o si se tenían, no se correspondía a ellas; por lo tanto, se obró como se obró. Debemos dejar el pasado absolutamente en manos de la amorosa misericordia del Salvador, pidiéndole que haga que todo redunde en bien, y que deduzca un mayor bien de nuestras equivocaciones y fracasos» (9). 2. a El tiempo futuro tampoco existe. El porvenir es un tiempo que no existe; por eso, cuando tratamos de vivirlo, en el momento presente, se convierte en una cruz para nosotros y es un robo que hacemos a Dios. Vamos a poner un ejemplo, tomado de la vida corriente: «Estoy hablando con una persona, y es esto lo que debo hacer. Dios quiere que yo atienda en ese instante. Si mi imaginación divaga de un sitio a otro, si transcurre el tiempo pensando en lo que no hago, o en lo que tendré que correr cuando termine esa visita para irme a otro sitio, pierdo el momento presente; se lo robo a Dios y se lo quito a esa persona, a ese ser que tenía derecho en tal instante a recibir mi charla, mi atención, mi cuidado o lo que fuere. Al final, lo he vivido. Tenia que hacerlo!, pero no se ha producido el fruto que Dios esperaba; no ha sido vivido, sino llevado a rastras, a la fuerza, diciendo con obras que no estaba yo de acuerdo con los designios de Dios ni deseaba vivir ese momento, sino otros» (10). 74

76 El porvenir se convierte en cruz, cuando nos preocupamos ante la duda de cómo obraremos cuando llegue el caso. No hemos quedado en que Dios dirige al alma en el momento presente con su Acción divina? Pues ya nos lo dirá El. El Cardenal R. Merry del Val, dice que San Pío X «en las cosas más importantes miraba siempre al Crucifijo como inspirándose en El, y en las cosas dudosas, aplazando la decisión, solía decir, señalando el Crucifijo: «Luego nos lo dirá El». Me habían confirmado este particular muchos Obispos, Sacerdotes y Seglares» (11). Si Dios nos habla a cada momento, por qué hemos de preocuparnos de lo que tenemos que hacer, sufrir o hablar en el futuro? «Luego nos lo dirá El». Podrá darnos la sensación de que Dios no nos habla; pero tenemos la certeza de que nunca enmudece. Con el título «Dios habla todos los días», se ha publicado un libro que lleva por subtítulo: «Diario de un inválido». Este inválido es Manuel Lozano Garrido, hombre de 39 años, paralítico, que vive en Linares y lleva 18 años inválido, del cual es este precioso pensamiento: «Dios habla de día y de noche a todas las criaturas. Aunque uno sea barrendero, médico o albañil... El se mete en la órbita de cada ser; y en los pasos, los sucesos o los experimentos le va deletreando su menuda enseñanza de cada hora» (12). No perdamos el tiempo pensando en el pasado y en el porvenir, que la vida es muy breve, es un instante. Para no perder ni un momento de esta vida, el Salmista, le pedía al Señor: «Enséñanos a contar nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio» (Ps. 89, v. 12). Un exégeta moderno comenta así esta plegaria: «En vida tan breve, es cosa de divina sabiduría reparar en cada día que se nos concede, como el avaro que cuenta una a una sus monedas de oro» (13). 75

77 Por eso, porque saber contar los días (que equivale a vivir de momento en momento), es cosa de divina sabiduría, el autor del Salmo 89 acude al divino Director; pues sabe que el alma es incapaz para ver su «ahora», como le ve Dios, si El no se lo enseña. El momento presente es distinto en cada alma, por eso no existe modelo alguno que podamos copiar, ni libro que nos diga nuestro «ahora». Sólo queda un recurso: pedir al Señor, como el Salmista, que nos enseñe a contar los días, cuando nos haga falta, así, con toda sencillez. Parece una paradoja: por una parte Dios nos habla de momento en momento, nos va deletreando su menuda enseñanza de instante en instante, es decir, no nos habla de prisa para que le entendamos; y, por otra parte, el que quiera ejecutar la Palabra de Dios a cada «ahora», ha de vivir de prisa, por la sencilla razón de que lo que Dios nos habla siempre es distinto, y cada «ahora», tiene su característica, nos ofrece una vida nueva. Además, la vida es prisa, porque es un instante. Vivir de prisa, en la práctica, no ofrece ninguna complicación, es sencillamente; poner el alma entera en lo que se está haciendo. No confundamos el vivir de prisa, con vivir atropelladamente. Vive atropelladamente el que hace una cosa dentro de otra, por ejemplo, estoy haciendo distraído una lectura, porque estoy preocupado con la ocupación siguiente o estoy pensando en lo que acaeció antes de empezarla. Vivir atropelladamente, es herir en su sustancia a la Teología del momento presente, porque el «ahora» se vive totalmente o no se vive. La historia religiosa del siglo XX registrará en sus anales, dos características entre otras de su espiritualidad: la Teología del momento presente y la vida Litúrgica. La Teología del momento presenté ha pasado hoy a primer plano. Y la Liturgia, que es «la primera escuela de nuestra espiritualidad» (14) no podía 76

78 ignorarlo. Una idea en que insiste la «Constitución sobre sagrada Liturgia» del Concilio Vaticano II es: la santificación de todos los momentos del día. Y para valorar mejor esta idea insistente, notemos que «en la Constitución litúrgica promulgada por el Concilio, no hay nada improvisado; nada que no sea fruto de sereno y prolongado estudio. Con ella se da cima a todo un siglo de investigaciones y experiencias» (15). NOTAS (1) CAUSSADE, (R. P. JUAN), ob. cit. (2) GIARIINI, (P. FABIO), O. P. La inhabitación de la Santísima Trinidad en La Vida Sobrenatural. (3) BALLESTER, (CARMELO), C. M., El Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y los Hechos de los Apóstoles. (4) RAYMOND, (M.), O. C. S. O., Ahora! (5) BAPTISTE, (S. J.), F. C. S. P., Servicio de Amor. (6) BOVER, (P. JOSÉ M.ª): S. J., Nuevo Testamento. (7) VERA IÑIGUEZ, (ENRIQUE), Pro eis... Hostia. (8) La Madrecita de Santa Teresa de Lisieux, Madre Inés de Jesús. (9) WILLIAMSON, (B.): El Camino seguro de Santa Teresita de Lisieux. (10) SÁNCHEZ CREMADES, (P. JOSÉ M.ª), S. C. J., La vida de entrega a Dios. (11) DAL-GAL, (JERÓNIMO), O. F. M. Conv., San Pío X. (12) LOZANO GARRIDO, (MANUEL): Dios habla todos los días. (13) PRADO, (R. P. JUAN), C. SS. R, Nuevo Salterio Latino-Español. (14) PABLO VI, Alocución de 4 de Diciembre de (15) IGNACIO OÑATIBIA: Hacia una liturgia más pastoral, Hechos y Dichos, En

79 Capítulo 10º SI EL DIVINO DIRECTOR «HABLA» AL ALMA A CADA INSTANTE, ELLA DEBE «ESCUCHARLO» EN TODO MOMENTO PARA SER BUENA DIRIGIDA D ecía un autor que «se necesita ser Dios para comprender con todo el alcance y fuerza que tiene esta palabra el placer inmenso, la infinita alegría que experimenta al entregarse y derramar su gracia a cada instante sobre nosotros, con tal que nosotros le prestemos atención. Si le escuchamos, nos manifiesta su voluntad. El obra en nosotros, nos llama (gracia actual) todos los días a todas las horas, a cada instante» (1). Hay un fenómeno psicológico en la vida de los hombres que nunca he podido comprender. Me refiero al diverso trato que damos a los enfermos del oído y a los enfermos de la vista. Si hablamos a un hombre, con oído bajo, y tenemos que repetirle dos veces una misma cosa, nos molestamos y le contestamos con nerviosismo. Pero cuando se trata de un ciego, incluso el hombre menos afectuoso lo trata con cariño y se pone a su servicio, hasta exageradamente. Por eso, los invidentes cultos, se sienten ofendidos ante tan excesiva compasión. En cambio, con el sordo, los hombres pierden la paciencia. Esta falta de caridad, unida al complejo de inferioridad que le ataca, su aislamiento forzoso del trato social, etc., proporcionan a esta clase de enfermos multitud de sufrimientos, sobre todo, si el paciente es culto y tiene un espíritu fino y delicado. A juzgar por las estadísticas, más de cuatro lectores de estas líneas padecerán sordera. Pues bien, no os desconsoléis, queridos enfermos, pensad que con el sentido del oído, ordinariamente no 78

80 oímos más que naderías de la boca de los hombres y que ese trato ineducado que ellos os dan por vuestra enfermedad, llevado con paciencia, será la mejor preparación para oír a Dios. Lo triste sería que al faltar el sentido del oído, no se pudiera tampoco oír a Dios. Pero para dicha nuestra a Dios le podemos oír a cada instante. El no dice naderías, siempre dice cosas sustanciales. Por qué os apenáis, cuando no oís lo que se dice a los demás? Te basta escuchar a Dios, es lo único que necesitas; pues «para ser docto en la teología virtuosa, que es toda práctica y experimental, se necesita escuchar atentamente la voz de Dios en todos los instantes. Deja, pues, y no atiendas lo que se dice de los demás, y escucha y atiende lo que se te dice a ti; no necesitas más para afirmar tu fe, porque esto es todo lo que es menester para ejercitarla, purificarla y aumentarla con su misma oscuridad» (2). Aún más: podéis ser felices en medio de vuestra enfermedad. Jesucristo lo dijo cuando hablaba en una ocasión, y «una mujer, levantando la voz en medio del pueblo, exclamó: Bienaventurado el vientre que te llevó, y los pechos que te alimentaron. Pero Jesús respondió: «Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc., XI, 27 y 28). Todos podemos escuchar la Palabra de Dios, enfermos del oído y no enfermos. Y ponerla en práctica? También. Cómo? Siguiendo este consejo de San Pablo: «Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor» (3) (Col., III, v. 17). «Lo que hacéis», o sea, la tarea cotidiana, realizada con el máximo de amor. No hace falta otra cosa para poder decir con verdad que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica. Y no hace falta otra cosa, porque Dios, como Director que es del alma, nos traza, a cada instante, el camino a recorrer. En don de Consejo 79

81 os dará la seguridad de que la santidad, no está en que hagáis rosas extraordinarias o cosas que os son imposibles, sino que está en lo que hacéis. Cuántos miles, mejor dicho, cuantos millones de veces, habrán rezado los hombres el Salmo 94, en el que se nos invita a alabar y a escuchar a Dios! En el versículo 8 de este Salmo, leemos: «Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones». «Admonición grave. El adverbio «hoy» es de mucho relieve: señala la gran importancia de la hora presente, del momento en que Dios habla al hombre para excitarle al bien» (4). San Pablo en la Epístola a los Hebreos hace de este pasaje una admirable aplicación a los cristianos: «Hermanos: alentaos los unos a los otros cada día, mientras se verifica aquel hoy, es decir, «el tiempo de hoy, el de la presente vida, concedido para caminar por la fe al eterno reposo» (5). El tiempo de hoy es ese momento que pasa, único que poseemos. La presente vida es, en realidad, el instante actual, concedido para caminar, es decir, para unirnos con Dios. Pero este Dios se esconde bajo las especies del deber diario, del sacrificio actual, de la pequeña renuncia del momento y hace falta la luz de la fe para caminar, para ver en todo: hombres, cosas, sucesos, etc., lo que Dios mismo ve, única manera de entenderle cuando hoy oigamos su voz. «Si supiésemos que cada minuto que pasa es un germen de eternidad, una semilla de Trinidad, no perderíamos ni uno solo y nos sumergeríamos totalmente en la luz pura de la fe, eternizándonos en Dios por el amor. El alma cristiana, guiada por la fe, no camina en tinieblas; Cristo es su luz. El se lo aclara todo... Por encima de todo, escucha al Maestro interior que, allí en lo íntimo le descubre el valor de eternidad de cada segundo que pasa, la nada de este universo creado» (6). El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica es un santo. Al llegar a este punto, cabe preguntar los enfermos psíquicos pueden escucharla también y ponerla en práctica? O lo que es lo mismo estos enfermos pueden ser santos? Volveremos a formular esta pregunta y daremos su respuesta; pero para mejor entenderla, es 80

82 preciso plantear esta cuestión: por qué están superpoblados los sanatorios psiquiátricos? Muchas veces me he preguntado cómo es posible que una provincia como Valladolid, relativamente pequeña, pueda tener un promedio de 500 enfermos en su Instituto Psiquiátrico? No hay duda que el tratamiento más completo para estos enfermos ya internados, y para evitar a otros que sean ingresados es la santificación del momento presente; pero este tratamiento está muy olvidado. El grado de eficacia de este tratamiento no depende de los hombres, solamente depende de la voluntad de Dios, porque, como veremos después, puede Dios querer que un enfermo psíquico viva sin finalidad explicable en este mundo a los ojos de los hombres, que su vida sea como la de un niño inconsciente, o en el último momento de su vida, santificarlo en un instante como al Buen Ladrón. La superpoblación de los sanatorios psiquiátricos es mundial. Un escritor norteamericano se formula también esta pregunta a sí mismo: «Por qué nuestros numerosos centros sanitarios para enfermedades mentales están superpoblados? Porque la gente no aprovecha su tiempo. Porque no vive en el presente! No están estrechamente ligados al futuro un tiempo que aun no ha llegado y que puede no llegar todos los miedos, fobias y angustias? No están conectados con el pasado un tiempo que se ha ido para no volver, un tiempo que ni siquiera Dios puede cambiar las depresiones, melancolías y absurdos complejos? Estos trastornos mentales indican con absoluta certeza alguna relación con el hecho de que quienes las padecen no fueron lo bastante objetivos para mantenerse en contacto con la única gran realidad llamada ahora. Y respecto a la santidad, por qué están los caminos reales y los senderos de nuestro mundo atestados de santos incompletos? Por qué hay tan pocos cristianos que efectivamente irradien a Cristo? Por qué al cabo de dos mil años de gracia suficiente para santificar diez mil veces diez mil mundos, tan pocos seres humanos se han dado 81

83 cuenta de que la plena madurez humana es lo que llamamos santidad? Sólo hay una respuesta para esta pregunta: porque no aprovechamos nuestro tiempo! O vivimos demasiado pendientes de un futuro que todavía no ha llegado y puede no llegar jamás, o nos aferramos a un pasado que nunca volverá, despreciando por completo «esta hora» que constituye «nuestro tiempo», el omnipresente ahora» (7). Pueden escuchar y poner en práctica la palabra de Dios los enfermos psíquicos, entendiendo por palabra de Dios las varias formas en que El nos habla, y que hemos expuesto en este libro? O dicho con otras palabras: los enfermos psíquicos pueden ser santos? Igual que los demás. Los anormales se santifican como los sujetos normales. Aún más, ciertos enfermos de esta clase, pueden santificarse mediante su misma enfermedad. La razón es que para ser santo, es preciso y basta, que hagamos lo que nos es posible, y el enfermo, mientras conserve su libertad, puede hacer lo posible: y ésta es su perfección. No estamos diciendo continuamente que todos debemos hacernos santos? Eso quiere decir que todos podemos serlo. Desde la fundación del cristianismo, una de las frases que más veces se han escrito es que «Dios no manda lo imposible». Entonces, desde el momento que hacemos todo lo que nos es posible, podemos ser santos. Nadie podrá decir jamás que hacer lo posible sea imposible. Después de tantos años conviviendo con estos enfermos he llegado a la conclusión de que cada uno es un misterio, porque el simple hecho del internamiento, o tratamiento, en un sanatorio psiquiátrico, no supone, en el enfermo, la existencia de una incapacidad para ser santo. El Dr. Jiménez Duque acaba de publicar un libro en el que dedica unas páginas al tema que estamos tratando. Cuando se dicen las cosas tan bien dichas, como las dice él, no puedo resistirme a copiar algunas de sus ideas, con las que estoy de perfecto acuerdo. Dice así: «No puede sostenerse que la gracia depende en su actuación en el hombre de la perfección y riquezas de la naturaleza concreta del mismo. Sería un pelagianismo más o menos elegante el afirmarlo. Aunque larvadamente, esto se hace muchas veces por ahí. La gracia es en definitiva dueña y señora. Muchas veces se querrá condicionar ella misma por los valores o deficiencias de la naturaleza en que se inserta. Pero no está necesariamente atada a ello. Por eso hace como quiere. Y muchas veces con elementos humanos pobrísimos: poca salud, nervios 82

84 deshechos, poco talento, pocas habilidades humanas, etc., hace maravillas, hace santos espléndidos en sí y eficacísimos en su actuar. La ecuación, pues: a más perfección humana, de suyo más facilidad de perfección sobrenatural, es en su generalidad, tal como suena, insostenible en sana teología. La experiencia de la historia abona lo contrario... No es el brillo humano, sino la humilde aceptación de lo que Dios quiera libérrimamente darnos, lo que nos hace santos y perfectos. Y es una verdad dogmática la de que Dios es absolutamente libre y misterioso en la distribución de sus gracias. A más gracia correspondida, más perfección; a igual gracia, igual perfección; aunque en algunos ella tenga que cubrir y compensar esos valores naturales. Y no lo contrario. El humanismo cristiano, por lo tanto sobrenatural, no puede defender otras tesis sin renunciar a sus mismos presupuestos y principios... Se comprende fácilmente que esas anormalidades pueden muy bien coexistir con una perfección sobrenatural respetable. Cierto que, si queremos hablar de perfección en el plan que Dios ha querido para los hombres, la cooperación del adulto se impone. Quiere decir que el mínimum de ejercicio de libertad necesario para que esa cooperación humana exista tiene que encontrarse allí. Cualquier anormalidad que lo impida haría imposible la perfección así entendida... Pero si las deficiencias innatas o después adquiridas; si las morbosidades, del signo que sean, dejan paso suficiente a que pueda darse aquella libre colaboración, la perfección puede más o menos conseguirse. Es más, la gracia sabe utilizar esas mismas deficiencias e integrarlas en su proyecto santificador de los hombres. Y esto lo mismo se trate de enfermedades nerviosas o que afecten a sistemas más en cercanía del psiquismo que si se trata 83

85 de enfermedades o mutilaciones más meramente somáticas. (Ya se entiende que todo en nosotros es siempre somático y psíquico a la vez: el hombre es «inteligencia sintiente» (Zubiri). Por eso no comprendo la repugnancia de muchos autores a conceder anormalidades de ese género en algunos santos, hasta célebres e insignes. Quizá alguna o algunas anormalidades se den en todos, como en los demás hombres se dan. No hay inconveniente en que en naturalezas débiles, neurasténicas, histéricas, etc., florezca una vida de heroica adhesión a la voluntad divina sobre ellas, como no la hay en que esa misma heroica entrega se produzca en enfermos tuberculosos o hepáticos. Con tal de que quede a salvo lo que antes decíamos, es decir, que esa respuesta verdaderamente humana a las invitaciones de Dios pueda darse, el resto es indiferente. Insisto, es la gracia misma la que precisamente manejará esos materiales tan pobres para allí lucir sus misericordias y su poder majestuoso. Y son los hombres los que, a través de esas dificultades que su mismo modo de ser les proporcionaba, van llegando, sin embargo, esforzadamente a la cumbre... Qué magnífica prueba de opción generosa y de confianza ilimitada en su Dios supone! (8). La esperanza teologal es fundamental en la Teología de la santificación del momento presente. Ella se encarga de vaciarnos de nuestros modos de santificarnos, nos hace sentirnos pobres, necesitados de ser dirigidos por Dios a cada instante. El caminante hacia su patria, a medida que anda, se va cansando más; pero la esperanza teologal, por ser la virtud de ruta, redobla, en nosotros, las fuerzas a cada paso que damos, asegurándonos la gracia para dar ese paso, enseñándonos el valor de eternidad contenido en cada uno de ellos. Conociendo el alma este valor, se comprende perfectamente, que no quiera vivir más que del momento presente, olvidándose del pasado, y del futuro, que vive sólo en esperanza y abandono. El alma sabe que la esperanza teologal da a Dios y Dios se da en ella en ese «ahora». Para qué quiere más presupuesto para llevar a cabo la empresa de su santificación? Erróneamente se cree que el presupuesto anual de un Estado, de una Empresa, etc., no se compone más que de números, y, sin embargo, los números no son más que el vestido que oculta las actividades del Estado, de la Empresa y de los individuos. Conozco con todo detalle, el trabajo que encierra la liquidación de un presupuesto a fin de año, como también lo difícil que es hacer un presupuesto para el año entrante, en el que se reflejan todas las actividades que se van a realizar en

86 días. La razón de este trabajo agobiador es que no hay Empresa, por próspera que se desarrolle, ni Estado, por poderoso que sea, que pueda garantizar, día a día, el éxito de una dirección perfecta en el programa trazado para un año. Los hombres pueden equivocarse en las ideas directrices de gobierno y de los negocios, y pueden surgir circunstancias imprevistas que anulen sus buenos deseos. De todos estos fallos del Año Civil, está libre el hombre en la vida sobrenatural durante el Año Cristiano. La empresa de nuestra santificación, cuenta con un Director infinitamente sabio, no puede equivocarse. Tenemos garantizado, día a día, el éxito, por parte del divino Director, que traza a cada alma la actividad que le conviene a cada instante. Nuestro presupuesto a gastar es la gracia del momento presente, que nunca nos fallará La riqueza espiritual, con que contamos, para realizar esta empresa de santidad, es un talonario de cheques que se nos da el día de nuestro Bautismo y no se agota hasta que exhalemos el último suspiro. Pero observad que cada uno de los cheques de este talonario divino tiene una propiedad y es que no se puede arrancar más que el que nos hace falta «ahora». No se pueden arrancar varios para tener reservas. Es harto significativo, que el año cristiano comience, utilizando en su primera Misa el Salmo 24, considerado por los exégetas como un modelo de oración perfecta: «Enséñame, Señor, tus derechos caminos, y dame que tus sendas aprenda yo contigo. Guíame en tu verdad; instrúyeme tú mismo, porque tú eres el Dios, la fuente de mi auxilio, y en ti pongo siempre mi confianza». "Pongo por siempre mi confianza", es decir, "espero todo el día". (9). Como se ve, desde la primera Misa del primer día del año cristiano, la Iglesia proclama a Dios, Director del alma todo el día, porque sabe, por la Sagrada Escritura, que Dios no solamente puede hacerlo todo en el alma, sino que quiere hacerlo todo en 85

87 enfermos y sanos. Mas tengamos en cuenta que Dios «está dispuesto a hacer que progrese la empresa de nuestra santificación, que le hemos encomendado, y con toda habilidad; pero con una condición, una sola: que el alma pequeña renuncie a hacerse rica y consienta en vivir al día, con los fondos que el amor pone a su disposición con toda largueza, pero solamente minuto por minuto, según las necesidades que se presenten» (10). NOTAS (1) BELORGEY, (DOM GODOFREDO), O. C. S. O., Bajo la mirada de Dios. (2) CAUSSADE, (R. P. JUAN PEDRO), ob. cit. (3) Leccionario. (4) FILLION, (L. CL.): El nuevo Salterio Romano. (5) BOVER, (JOSÉ MARÍA), S. J., Nuevo Testamento. (6) PHILIPON, (M.), O. P.: La Trinidad en mi vida. (7) RAYMOND, (M.), O. C. S. O., ob. cit. (8) JIMENEZ DUQUE, (BALDOMERO): Teología de la Mística. (9) BOVER, (CANTERA), S. J., Sagrada Biblia. (10) BAPTISTE, (S. J.), F. C. S. P., Fe en el Amor de Dios. Capítulo 11º CON LA SANTIFICACIÓN DEL MOMENTO PRESENTE 86

88 CONSEGUIREMOS LA SABIDURÍA DE LOS SANTOS, LA CUAL ESTÁ AL ALCANCE DE TODOS E n la vida humana necesitamos un maestro, porque nadie nace sabiendo; pero llega la hora en que podemos prescindir de él. Todo conocimiento, en el orden humano, es limitado. En la vida sobrenatural, necesitamos siempre al divino Maestro, que, por ser infinitamente sabio, nunca se repite. A cada instante es distinta su enseñanza, la cual consiste en lo que nos da que hacer o que sufrir en cada momento, que es lo que nos hace verdaderamente sabios. Esta sabiduría, lograda en el quehacer de cada momento, es en la que dice el Evangelio que Jesucristo progresaba. También nosotros, en «los quehaceres del día», podemos, como Jesús, crecer en sabiduría delante de Dios y delante de los hombres. Ésta es, en síntesis, la enseñanza contenida en este capítulo, a saber: adoctrinar al alma cómo ha de obrar para crecer en «sabiduría sobrenatural» a través de los quehaceres del día. Estudiemos tres cosas: 1.ª El Maestro a quien hemos de acudir para que nos enseñe a vivir con sabiduría nuestro «ahora»; pues, solamente El, lo conoce perfectamente. 2.ª La lección que el divino Director nos enseña: «los quehaceres del día» son la materia santificable y santificadora que nos hace verdaderamente sabios. 3.ª La necesidad de orar para que «no nos deje caer en la tentación» de la infidelidad a la gracia. Todos sabemos que lo que más daña al alma es la falta de fidelidad a la gracia de cada momento, porque la mayor insensatez que podemos cometer es resistir a la voluntad de Dios. 1. a EL MAESTRO. El don de sabiduría es un don de Dios que todos poseemos, porque el día de nuestro Bautismo, se nos dieron los Dones del Espíritu Santo. Lo que ocurre es que, la falta de fidelidad a la gracia de cada momento, obstaculiza la actuación de los Dones, y así, por esta insensatez, impedimos su desarrollo. La culpa de que el don de sabiduría no actúe en nosotros como en los Santos es nuestra, porque el divino Maestro ha dispuesto que alcanzar esta sabiduría de los Santos sea la cosa más sencilla, aunque, equivo- 87

89 cadamente, se crea lo contrario. Basta aceptar incondicionalmente la voluntad de Dios en el momento presente y podemos estar seguros de recibir de Dios las gracias adecuadas para cumplir lo que El nos da que hacer o que sufrir a cada instante, que es lo que nos hace verdaderamente sabios. Esta aceptación incondicional, juntamente con la fidelidad a la gracia, recibida «ahora», nos hace ejecutores conscientes del Plan eterno de Dios. Puede pedirse a un alma una disposición más perfecta para dejarse dirigir por el divino Maestro y para que actúe en ella el don de sabiduría, que la aceptación incondicional de la voluntad de Dios y la fidelidad a la gracia? Pero el alma no aceptará incondicionalmente la voluntad de Dios, mientras no esté convencida de esta verdad, a saber: que Dios es su Director y a El le toca dirigirla siempre y a ella pedirle que la dirija. Juan XXIII dice que «el secreto de todo está en dejarse llevar por el Señor». Este convencimiento le lleva a aceptar incondicionalmente la voluntad de Dios en el momento presente, y dice de sí mismo: «He querido hacer siempre la voluntad de Dios: siempre, siempre». Tres veces la palabra «siempre», en una frase de diez palabras, indica una aceptación sin condiciones y una fidelidad nada común a la gracia. 88

90 En la elección del pasaje bíblico: «Señor, enséñanos a contar nuestros días para que adquiramos un corazón sabio», con motivo del cincuentenario de su primera Misa, se nos descubre Juan XXIII como modelo perfecto del alma dirigida por el divino Maestro que acude al Señor para que le enseñe a santificar el momento presente, que en eso consiste saber contar los días; y, siendo ejecutor consciente del Plan divino, en su quehacer de cada instante, lograr la sabiduría del corazón. Que esta interpretación de la personalidad de Juan XXIII, no es arbitraria, lo demuestran estas palabras de su Secretario: «El pasaje bíblico: Señor, enséñanos a contar nuestros días para que adquiramos un corazón sabio, es el compendio de todas las revelaciones a que tendrán que referirse los cronistas de hoy y los biógrafos de mañana, si quieren discurrir con exactitud sobre lo que es el alma de su sacerdocio y de su pontificado... No nos interesa tanto contemplar la fisonomía exterior del Papa, tan querida, desde luego, y atrayente, como los signos característicos de su vida interior. Y es él mismo quien nos lleva a este conocimiento. Pero como de costumbre lo hace no en primera persona, sino en forma de plegaria, que es el modo más sincero y más sumiso de hablar de sí mismo, hablando con Dios. La elección del versículo bíblico en el cincuentenario de su primera Misa 10 de Agosto de 1904 a da los rasgos esenciales del alma y de la fisonomía del hombre Ángel José Roncalli: del hombre, pero también del sacerdote, del servidor de la Santa Iglesia y del Pontífice. Señor, enséñanos a contar nuestros días para que adquiramos un corazón sabio... Esta sabiduría del corazón es el rasgo característico de la vida, de la actividad y del éxito en todo tiempo y en todo ministerio de Ángel José Roncalli» (1). 2. a LA LECCIÓN DEL MAESTRO. «Los quehaceres del día». A la santidad «estamos todos llamados, ya que lo estamos a la vida del cielo donde no ha de haber más que santos. Para conseguirla, preciso es santificar todos los actos del día, acordándonos que sobre la continuidad de los pequeños hechos cotidianos, agradables o penosos, previstos o imprevistos, corre la serie paralela de las gracias actuales, que en cada instante se nos ofrecen, para sacar de esos hechos insignificantes gran provecho espiritual. Si en ello paramos mientes, comprenderemos esos acontecimientos no sólo desde el punto de vista del sentido, o de nuestra razón, muchas veces desviada por el amor propio, sino desde el punto de vista sobrenatural de la fe. Entonces esas menudas 89

91 acciones de cada día, serán como breves lecciones que nos da el Señor, la aplicación práctica del Evangelio, y poco a poco, entre él y nosotros se establecerá una conversación casi interrumpida que será la verdadera vida interior y como la vida eterna comenzada» (2). Hay quien se preocupa demasiado en averiguar cuál es su misión espiritual en esta vida. Seria conveniente, si nos encontráramos en este caso, que nos diéramos cuenta de que la misión de toda alma en este mundo consiste en «su quehacer diario» y no, como algunos creen, en dedicarse exclusivamente a una actividad durante su vida o en ocupar un puesto determinado, etc. Por ejemplo: Juan XXIII ocupó diversos puestos durante su vida, sin embargo, siempre es el hombre que se santifica a base de sus quehaceres diarios. Este es el mensaje que Dios ha enviado al mundo en estos últimos tiempos, valiéndose, principalmente, de las dos figuras más populares de nuestro siglo, Santa Teresita del Niño Jesús y el Papa Juan XXIII. El quehacer de cada momento es lo que nos santifica, y ésta es la misión de todos: santificarlo. Después, Dios hará, lo demás. El sacará una enseñanza para el alma o para el mundo de ese quehacer diario nuestro, como de aquellos menudos quehaceres diarios que de Santa Teresita, se valió para recordar al mundo el Camino de Infancia espiritual que el divino Maestro había enseñado a sus Apóstoles, y el mundo había olvidado. Permítasenos repetir: los quehaceres diarios son «como breves lecciones que nos da el Señor, la aplicación práctica del Evangelio» y con estas lecciones, poco a poco, llegaremos a ser sabios con esa sabiduría sobrenatural que nos proporciona el don de sabiduría. Por encima de ese conocimiento que proporciona al alma el don de sabiduría, no hay ningún otro en esta vida, sólo le superan 90

92 la visión beatífica y la Sabiduría increada de Dios; y es incomparablemente superior al de todas las ciencias humanas. Por eso, decía San Agustín: «Infeliz el hombre que, sabiendo todas las cosas, te ignora a Ti, Señor Dios mío; feliz en cambio, quien a Ti conoce, aunque ignore todas aquellas. Mas aquel que te conoce a Ti y a aquéllas, no es más feliz por causa de éstas, sino únicamente es feliz por Ti». 3. a LA NECESIDAD DE ORAR. «No nos dejes caer en la tentación», sobre todo, en la infidelidad a la gracia, en la falta de moderación en la lengua y en la discordia; pues, estos defectos impiden tener las disposiciones necesarias para captar la LECCIÓN divino Maestro. Tres súplicas imprescindibles: fidelidad a la gracia, silencio y paz. a) Fidelidad a la gracia. El concepto de justicia que tenía Juan XXIII, lo expresaba en esta plegaria que compuso en los Ejercicios Espirituales practicados el año 1961 a sus 80 años: «Oh, Jesús! «la justicia», que me obliga a buscar a mi Dios en todas las cosas». Ser justo es ser fiel a la gracia, y, siendo fiel a la gracia, se es capaz de captar la LECCIÓN que el divino Maestro nos da en los «quehaceres del día». «En efecto, siendo Cristo el Verbo de Dios, todo lo que hace el Verbo es también una palabra para nosotros» (3). «Es comprensible la gran desventura de aquellos que mirando no ven nada, y teniendo oídos no escuchan nada. La gracia del Omnipotente puede pasar de lejos, sin detenerse en mí. Cómo amonestan a este respecto las palabras de San Agustín: «Temo que Dios esté junto a mí y no me dé cuenta! Qué debo hacer?... Es indispensable tener los ojos abiertos, despierto el oído, el alma dispuesta y pronta a escuchar la voz del Señor. Vemos para usar también un ejemplo cómo los instrumentos inventados no hace muchos años, registran las ondas de la radio o televisión. Antes pasaban junto a nosotros sin que nadie se diera cuenta, y 91

93 aún ahora no pueden ser captadas si faltan estos medios. En este caso la voz es como si no existiese; la imagen discurre por el espacio y no se descubre si una pantalla no está pronta a encuadrarla. Así sucede en el mundo de las almas, en el mundo de Dios. Si el alma no se dispone en condiciones de fijar, de recibir, de ser capaz de captar el flujo de la presencia y de la ACCIÓN DE DIOS, podría suceder que estuviera muy cerca de El, mirándole, y no le viera. Estaría como sumergida en un cristianismo vago que no le permitiera sentir cerca a Cristo» (4). b) Silencio. La necesidad de impetrar la divina gracia para gobernar nuestra lengua se nos muestra en Prov. XVI, 1: «Del Señor es el gobernar la lengua». Santiago nos ofrece un texto en este sentido: «la lengua ninguno de los hombres es capaz de domarla» (III, 8). Del que no refrena su lengua, San Ambrosio dice: «Sepulcro abierto es la boca de aquellos que profieren palabras de muerte. De este sepulcro te libra Cristo; de este sepulcro saldrás si escuchas la palabra de Dios» (5). El que escucha al divino Maestro, obra en todo por amor, y el que esto hace, habla sólo cuando la caridad lo exige, por lo que no puede ser calificado, ni ante Dios ni ante los hombres, de locuaz ni taciturno. Si somos locuaces ante Dios, le impedimos darnos su LECCIÓN de cada instante. Y si somos taciturnos ante El, no oramos. Orar sin interrupción, es distinto de hablar sin interrupción. Y decimos esto porque no falta algún escritor que la palabra «orar» la traduce siempre por «rezar». También encierra su verdad la frase tan conocida «el lenguaje del amor es el silencio». Muchas veces un silencio es un acto de adoración. Y adorar es también orar. Un enfermo que está lleno de dolores y los sufre en silencio para ser una gota de agua en el cáliz de todas las Misas, no reza, adora. La Misa es un sacrificio latréutico. e) Paz. Hay que pedir la paz al Señor, esa paz que el mundo no puede dar, porque Cristo es autor de la paz. «Cristo es nuestra paz» (Eph. II, 14). Sin paz, es imposible escuchar las LECCIONES continuas del divino Maestro. 92

94 La discordia entre los hombres se produce porque es difícil la convivencia en el roce continuo entre ellos, durante «los quehaceres del día». La convivencia es difícil por muchas causas, que podríamos resumir en esta sola idea: desilusión de las criaturas. Las criaturas son limitadas, y, aunque estén dotadas de la mejor voluntad, no dan de sí todo lo que nosotros quisiéramos. Las criaturas nos atraen, porque son imagen de Dios; pero sólo son eso: imagen de Dios. No son Dios, por eso no nos llenan y viene la desilusión. «En el trato con las personas que nos agrada procuramos mostrar nuestro lado bueno, lo que de mejor hay en nosotros; pero esa superación de la propia personalidad no se puede prolongar indefinidamente, ya que resulta incómodo mantener una postura forzada la vida entera» (6). Al aparecer nuestro lado malo, es decir, nuestros defectos, viene la desilusión. Total que «las relaciones humanas son todas y siempre una fuente de sufrimientos... La vida es más fuerte que nosotros. Hay que aceptarla como una fuerza de Dios y encontrarle a El en ella. Besar su mano que nos acaricia y nos hiere es una ciencia sublime» (7), que nos irá enseñando el don de sabiduría. Llegará el día que, ante la difícil convivencia que ahora atribuimos muchas veces a la maldad de los hombres, por la actuación de Dios en nosotros nos elevemos por encima de lo que se hace y se dice a nuestro alrededor y comprendamos que todo lo que nos pasa es porque Dios nos ama. Sólo el que esté convencido de esto, disfrutará de esa paz divina que se necesita para escuchar la LECCIÓN del Maestro, que nos da a través del quehacer de cada momento. Las sencillas reflexiones que acabamos de hacer explican cómo, a través del «quehacer de cada día», se desarrolla en nuestra alma el don de sabiduría, en su carácter eminentemente 93

95 práctico, y nos hacen ver el papel director de dicho don en los menores actos de la vida. NOTAS (1) CAPOVILLA, (LORIS): El Papa Juan visto por su secretario. (2) GARRIGOU-LAGRAGGE (R.), O. P., Las tres edades de la vida interior. (3) SAN AGUSTÍN: Breviario Romano. (4) PABLO VI: Alocución 15 Diciembre de (5) Breviario Romano. (6) NARBONA, (RAFAEL): La difícil convivencia. (7) Un Cartujo habla. 94

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