(Basada en el capítulo XXVIII de la segunda parte)

Transcripción

1 ESCENA 5. LA AVENTURA DE CLAVILEÑO (Basada en el capítulo XXVIII de la segunda parte) PERSONAJES: Narrador Quijote Sancho Duque Duquesa Salvaje (cuatro personajes anónimos de una única frase) Al poco de desparecer Merlín, el duque y la duquesa anunciaron que pronto llegaría un caballo mágico en el que don Quijote y Sancho podrían vivir una nueva aventura. - Y que nombre tiene ese caballo? - Clavileño. - Ya lo querría yo ver, pero pensar que tengo que subir en él es pedir peras al olmo. - Pues a pesar de todo, habréis de acompañar a don Quijote si fuera necesario, buen Sancho, porque os lo pedirán los buenos. Llegada la noche entraron en el jardín cuatro salvajes que traían sobre sus hombros un gran caballo de madera. Tras ponerlo en el suelo, uno de ellos dijo...

2 SALVAJE. Suba sobre esta máquina el que tenga ánimo para ello. Y ocupe las ancas su escudero, si es que lo tiene. Y en cuanto se tuerza la clavija que tiene en el cuello, él los llevará por los aires. Pero antes, para que la altura no cause mareo, es necesario que se cubran los ojos hasta que el viaje llegue a su fin. Subid Sancho y tapaos, que si nos envían esto de tan lejanas tierras, no puede ser para engañarnos, puesto que poca gloria puede traer engañar a quien se fía de él. Vamos, señor. Suba vuestra merced primero, que yo tengo que ir en las ancas. Una vez tapados los ojos, en cuanto don Quijote puso su mano en la clavija, todos los presentes alzaron la voz diciendo... UNO. Dios te guíe, valeroso caballero! DOS. Dios sea contigo, intrépido escudero! TRES. Ya vais por los aires! CUATRO. Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! Cuidado no te caigas!

3 Señor, cómo dicen estos que vamos tan altos, si podemos oír sus voces y no parece sino que están aquí hablando junto a nosotros? No te preocupes por eso, Sancho, que como estas cosas no van por la vía habitual, podrás ver y oír lo que quieras desde mil leguas. Y no me aprietes tanto, que me derribas. Y en verdad que no sé de qué te espantas, porque juraría que no nos movemos del lugar. Destierra el miedo, que la cosa va como ha de ir y llevamos el viento en la popa. Así es verdad, que por este lado me da un viento tan fuerte, que parece que me estén soplando mil fuelles. Y así era, en efecto, porque unos grandes fuelles les estaban dando aire, tal como el duque y la duquesa habían ideado. Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos llegar a la segunda región del aire, donde se forman el granizo y las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se forman en la tercera región y si seguimos subiendo de esta manera pronto llegaremos a la región del fuego y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos hasta donde nos abrasemos. Y es que con unas estopas colgadas de una caña los criados del duque les estaban calentando la cara desde lejos. Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego o bien cerca, porque una

4 gran parte de mi barba se me ha chamuscado y estoy por destaparme los ojos para ver dónde estamos. No lo hagas y acuérdate del cuento del licenciado Torralba, a quien los diablos llevaron por el aire y cuando abrió los ojos se vio tan cerca de la luna que podría haberla cogido con la mano y no se atrevió a mirar a la tierra para no desvanecerse. Todas estas conversaciones de don Quijote y Sancho eran escuchadas por el duque, la duquesa y todos los que estaban con ellos en el jardín. Y queriendo acabar la aventura pegaron fuego a la cola de Clavileño y el caballo, lleno de cohetes atronadores, voló por los aires y dio con don Quijote y Sancho en el suelo, medio chamuscados, mientras todos los del jardín fingieron estar desmayados tendidos en él. Don Quijote y Sancho se quedaron atónitos de verse en el mismo jardín del que habían salido y más sorprendidos aún cuando a un lado vieron una gran lanza clavada en el suelo y pendiendo de ella un pergamino que anunciaba el desencanto de Dulcinea. Todos fueron volviendo en sí. El duque abrazó a don Quijote diciéndole que era el mejor caballero nunca visto y la duquesa le preguntó a Sancho cómo le había ido. A pesar de que mi señor me dijo que no lo hiciera, yo quise descubrirme un poco los ojos cuando noté que íbamos por la región del fuego, así que me aparté un poco el pañuelo y miré por un ladito hacia la tierra, e íbamos tan alto que me pareció que no era mayor que un grano de mostaza y los hombres que andaban por ella, poco mayores que avellanas. Mirad bien lo que decís, amigo Sancho, que si la tierra os pareció un grano de

5 mostaza y los hombres que andaban en ella como avellanas, un solo hombre cubriría toda la tierra. Además que mirando por un ladito no puede verse el todo de lo que se mira. Pero vuestra señoría entenderá que si volábamos por encantamiento, por encantamiento podía yo ver toda la tierra y todos sus hombres, mirara por donde mirara. Y si no me cree, tampoco creerá vuestra merced que cuando íbamos por la parte del cielo donde están las siete cabrillas me dio ganas de entretenerme un rato con ellas y qué hice? Pues sin decir nada a nadie me bajé de Clavileño y me entretuve con ellas casi tres cuartos de hora. DUQUE. Y mientras el buen Sancho se entretenía con las cabras, en qué se entretenía don Quijote? De mí se decir que yo ni me descubrí por alto ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas. Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire y que me acercaba a la del fuego, pero no puedo creer que pasásemos de allí sin abrasarnos, hasta llegar al cielo donde están las siete cabrillas que dice Sancho. Y puesto que no nos asamos o Sancho miente o Sancho sueña. Ni miento ni sueño, y si no pregúnteme cómo son las tales cabras y verán si digo la verdad o no. Pues díganoslo, Sancho.

6 Son dos verdes, dos encarnadas, dos azules y una de mezcla. DUQUE. Una nueva raza de cabras es esa, que por esta nuestra región del suelo no se usan cabras de tales colores. Bien claro está que debe haber diferencia entre las cabras del cielo y las del suelo. DUQUE. Y decidme, Sancho, viste allá entre las cabras algún macho cabrío? No, señor, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna. No quisieron preguntarle más por su viaje, porque les pareció que Sancho se pasearía por todos los cielos para dar cuenta de cuanto pasaba en ellos, eso sí, lo haría sin haberse movido del jardín.