O. Henry. La última hoja

Transcripción

1 O. Henry La última hoja

2 Edición on-line: Luis Rafael Diseño digital: Pavel Alfonso 2001-copyright Editorial Gente Nueva Editorial CubaLiteraria Todos los derechos reservados Editorial CubaLiteraria Instituto Cubano del Libro Palacio del Segundo Cabo O Reilly 4, esquina a Tacón La Habana, Cuba

3 M uchas personas interesadas en arte venían a vivir a Greenwich Village, una sección de la ciudad de Nueva York. Les gustaba la vida bohemia de la Villa y gozaban conviviendo con muchos artistas. Algunos de los edificios y apartamentos eran muy viejos y sucios, pero esto sólo añadía interés al lugar. En la última planta de un viejo edificio de ladrillo de tres pisos, Sue y Johnsy, dos muchachas, tenían su estudio. Una de ellas procedía del estado de Maine; la otra, de California. Se conocieron en el restorán de un hotel de la calle Octava. Ambas eran

4 O. Henry artistas recién llegadas a Nueva York para fijar su residencia en esta ciudad. Esto sucedía en mayo. En noviembre, un frío y desconocido personaje, a quien los doctores llaman Neumonía, visitó la ciudad, tocando a uno aquí y a otro allá con su dedo helado. Este personaje tocó a Johnsy, quien yacía ahora, casi inmóvil, en su cama de hierro pintado, mientras miraba a través de la pequeña ventana hacia la blanca pared del edificio del otro lado. Una mañana, el ocupado doctor llamó a solas a Sue para hablar con ella en el vestíbulo. Ella tiene una oportunidad entre diez para vivir dijo, refiriéndose a la enferma, mientras agitaba el termómetro para bajar la columna mercurial, y esa oportunidad depende, sobre todo, de que sienta deseo de ponerse bien. Pero su amiguita piensa que va a morir. Ella ha ansiado con vehemencia realizar algún deseo? Sí replicó Sue, ella ha ambicionado siempre pintar un cuadro de la bahía de Nápoles 4

5 La última hoja No. Algo más importante. Acaso un hombre? No. Bien, quizá sea el resultado de su fiebre, y su debilidad general. Pero cuando un paciente empieza a sentirse seguro de que va a morir, entonces yo le resto el cincuenta por ciento al poder de las medicinas. Si usted pudiera lograr que ella se interesara en algo, hablándole, por ejemplo, acerca de los últimos estilos de la moda, yo podría prometerle oportunidades de vida de uno entre cinco en lugar de uno entre diez. Después de que el doctor se hubo marchado, Sue entró en su alcoba y lloró. Más tarde trató de ocultar su tristeza y entró, mientras silbaba, en el cuarto de Johnsy. La enferma yacía bajo las colchas, con la cara vuelta hacia la ventana. Sue dejó de silbar, pensando que su amiga estaba dormida. Pero pronto oyó las débiles palabras, varias veces repetidas por Johnsy, como un estribillo. Y se acercó a la cama. 5

6 O. Henry Los ojos de Johnsy estaban desmesuradamente abiertos. Miraba fuera de la ventana, y contaba hacia atrás. Doce dijo. Y un poco más tarde: Once. Luego: Diez, nueve, ocho, siete. Sue miró fuera de la ventana. Qué contaba Johnsy? En el lugar hacia el cual ella miraba con mucha atención sólo había un patio gris y la blanca pared del edificio del otro lado Una viejísima parra, con raíces secas, trepaba hasta la mitad de aquella pared. El frío viento de otoño había soplado hasta casi arrancar todas sus hojas, y las ramas estaban semidesnudas. Qué es eso, querida? preguntó Sue. Seis dijo Johnsy muy quedamente. Ellas caen ahora con más rapidez. Hace tres días había casi un ciento. Me dolió la cabeza contarlas. Pero ahora me es fácil. Allá va otra! Ahora sólo quedan cinco. 6

7 La última hoja Cinco qué, querida? preguntó Sue. Hojas. Las hojas de esa parra. Cuando caiga la última, yo debo irme con ella. Lo sé desde hace tres días. No te lo dijo el doctor? El doctor no me ha dicho nunca tal cosa. Eso es pura tontería tuya dijo Sue. Y agregó : Qué tienen que ver esas hojas con tu salud? Amabas tanto a esa vieja parra? No seas tonta! El doctor me dijo esta mañana que pronto estarás curada. Intenta ahora tomar tu sopa, y déjame ir a trabajar para ganar algún dinero con que comprarte un buen vino de Oporto. No acostumbro beber ningún vino dijo Johnsy conservando fija la vista en la blanca pared de la casa del otro lado. Allí cae otra hoja. Ahora quedan cuatro. Espero ver caer la última antes de que oscurezca. Entonces yo me iré también Johnsy, querida dijo Sue, inclinándose sobre ella, me prometerás cerrar los ojos y no mirar más fuera de la ventana hasta que yo haya terminado mi trabajo? Debo 7

8 O. Henry entregar estos dibujos mañana mismo. Necesito la luz; de otra manera tendría que bajar la cortina. No puedes dibujar en tu cuarto? preguntó Johnsy fríamente. Preferiría estar aquí contigo dijo Sue. Además, no quiero que sigas mirando esas tontas hojas. Avísame tan pronto termines le pidió Johnsy, y cerró los ojos, resignada y silenciosa. Porque quiero ver caer la última hoja. Estoy cansada de esperar! Estoy cansada de pensar! Trata de dormirte dijo Sue más tarde. Debo bajar por un minuto para encontrarme con Mr. Behrman, quien posará como mi modelo. Pero regresaré enseguida. No te muevas y prométeme también no mirar fuera de la ventana. El viejo Mr. Behrman era un pintor que vivía en el primer piso del mismo edificio, debajo de las muchachas. Tenía más de sesenta años. Behrman era un artista 8

9 La última hoja fracasado. Siempre había ambicionado pintar una obra maestra, pero nunca la había comenzado siquiera. Durante muchos años no había pintado, excepto alguna cosa de cuando en cuando en la línea comercial y el trabajo publicitario. Ganaba algún dinero cuando servía como modelo a estas jóvenes artistas, que no podían pagar el precio por el servicio de uno regular. Bebía mucho whisky, y siempre que estaba borracho hablaba sobre la gran obra maestra que se proponía pintar. Era un hombrecito vehemente y vivaz que se consideraba, a sí mismo, protector y vigilante de las dos jóvenes artistas que vivían en el piso de arriba, a las que quería muchísimo. Sue encontró a Behrman en su estudio pobremente iluminado. En un rincón del cuarto permanecía el blanco lienzo que por espacio de un cuarto de siglo había estado esperando recibir los primeros trazos de la obra maestra prometida. Sue le habló de la extraña idea que dominaba la mente de 9

10 O. Henry Johnsy, con relación a la última hoja, y le participó sus temores de que su amiga realmente muriera al caer la última hoja. El viejo Behrman gritó: Hay personas en el mundo lo bastante tontas para pensar que sus propias vidas estén marcadas por la caída de las hojas de una vieja parra? Nunca oí hablar de semejante cosa Por qué permitió usted que tales ideas imbéciles se apoderaran de la mente de esa chiquilla? Oh, pobrecita, Johnsy! Ella está muy enferma y débil explicó Sue, y la fiebre le ha dejado la mente llena de ideas extrañas Johnsy estaba dormida cuando ellos subieron. Sue bajó la cortina e hizo seña a Behrman para que pasara al otro cuarto. Ambos miraron con temor hacia la parra, y luego se miraron mutuamente sin decir una palabra. Caía una fría lluvia mezclada con copos de nieve. Behrman tomó asiento y se preparó para posar como modelo. 10

11 La última hoja Cuando Sue se levantó a la mañana siguiente, encontró a Johnsy con los ojos abiertos, mirando con melancolía hacia la ventana. Descorre la cortina; quiero ver susurró Johnsy. Sue obedeció. Pero, oh!, después de la pesada lluvia y del fuerte viento de la noche, una hoja colgaba aún de la parra. La última hoja! Todavía con un verde oscuro, colgaba de una de las ramas a unos veinte pies de altura sobre el nivel del suelo. Es la última dijo Johnsy. Pensé que con seguridad caería durante la noche. Oí el viento y la lluvia. Pero caerá hoy y moriré al mismo tiempo. Querida Johnsy dijo Sue, a la vez que ponía su cara junto a la de su amiga, sobre la al-mohada, piensa en mí, si no quieres pensar en ti misma, porque si no lo haces así, qué será de mí? El día transcurrió con lentitud, y aun a través de la creciente oscuridad de la tarde las dos 11

12 O. Henry podían ver la solitaria hoja todavía colgando de la rama, recostada contra la pared. Luego, por la noche, el viento comenzó a soplar de nuevo, y la lluvia a caer pesadamente. Pero a la mañana siguiente, cuando Johnsy pidió que la cortina fuera levantada, la hoja permanecía allí todavía. Johnsy estuvo mirándola por largo tiempo. Luego llamó a Sue. He sido una niña malcriada, Sue dijo Johnsy. Alguna fuerza extraña ha hecho que la última hoja permanezca allí para demostrarme lo infeliz que he sido. He hecho mal al querer morir. Puedes traerme ahora un poco de sopa, y si me pones unas almohadas en la espalda me inclinaré para verte cocinar. Una hora más tarde Johnsy dijo: Sue, algún día quiero pintar un cuadro de la bahía de Nápoles El doctor llegó por la tarde. Usted está mejor dijo, al mismo tiempo que tomaba la fina mano de la 12

13 La última hoja enferma entre las suyas. En una semana ya estará completamente bien. Ahora debo visitar a otro paciente en el piso bajo. Su nombre es Behrman. Creo que es medio artista. Neumonía, también. Es un hombre viejo, y la enfermedad lo ha atacado con severidad. No hay esperanzas para él, pero lo mandaré al hospital para que esté más cómodo. Al siguiente día, Sue se acercó a la cama de Johnsy y le habló: El doctor me dijo que pronto estarás bien. Y la abrazó, mientras su amiga sonreía feliz. No es esto maravilloso? continuó Sue. Pero tengo algo importante que decirte. El viejo Behrman murió de neumonía en el hospital esta mañana. Sólo dos días estuvo enfermo. Lo encontraron en su cuarto la mañana del primer día, abandonado, con dolor y fiebre. Estaba casi helado de frío, con sus zapatos y ropas completamente mojados. Nadie pudo 13

14 O. Henry imaginar dónde había estado durante aquella terrible noche. Pero encontraron una linterna, todavía encendida, una escalera y otras cosas que demostraban que, durante el viento y la lluvia, él había subido y pintado una hoja verde en la pared de la casa del otro lado. No pensaste que era muy extraño que la hoja nunca se moviera cuando el viento soplaba? Ah!, querida, esa fue la verdadera obra maestra de Behrman Él la pintó allí la noche en que cayó la última hoja. Fin 14