Quemaremos los días por venir

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1 1 Radhamés Reyes Vásquez Quemaremos los días por venir BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN Biblioteca Digital Muestrario de Poesía 56

2 2 Coeditores: MÉXICO Fernando Ruiz Granados José Solórzano ARGENTINA Mario Alberto Manuel Vásquez Francisco A. Chiroleu Patricia del Carmen Oroño ESTADOS UNIDOS José Acosta Aníbal Rosario José Alejandro Peña César Sánchez Beras ESPAÑA Henriette Wiese Giulia De Sarlo María Caballero Elena Guichot ITALIA Gabriel Impaglione VENEZUELA Milagros Hernández Chiliberti URUGUAY Marta de Arévalo COLOMBIA Ernesto Franco Gómez Julio Cuervo Escobar PERU Luis Daniel Gutiérrez Nicolás Hidrogo Navarro REPÚBLICA DOMINICANA Ernesto Franco Gómez Eduardo Gautreau de Windt Félix Villalona Ángela Yanet Ferreira Cándida Figuereo Enrique Eusebio Julio Enrique Ledenborg Vaugn González Efraím Castillo Oscar Holguín-Veras Tabar Edgar Omar Ramírez Carmen Rosa Estrada Roberto Adames NICARAGUA Radhamés Reyes-Vásquez CHILE Claudio Vidal Quemaremos los días por venir Radhamés Reyes-Vásquez, República Dominicana Edición Digital Gratuita distribuida por Internet Muestrario de Poesía 56 Editor: Aquiles Julián, República Dominicana. Primera edición: Marzo 2010 Santo Domingo, República Dominicana Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se envía por la Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores, difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Los derechos de autor de cada libro pertenecen a quienes han escrito los textos publicados o sus herederos, así como a los traductores y quienes calzan con su firma los artículos. Agradecemos la benevolencia de permitirnos reproducir estos textos para promover e interesar a un mayor número de lectores en la riqueza de la obra del autor al que homenajeamos en la edición. Este e-libro es cortesía de: Libros de Regalo EDITORA DIGITAL GRATUITA Escríbenos al librosderegalo@gmail.com

3 3 Contenido Balbucear el lenguaje de Dios / Aquiles Julián 5 Prólogo de René del Risco al primer poemario de R. Reyes-Vásquez 6 El hombres deshabitado 8 El crepúsculo de Ezra Pound 20 Si puedes tú con Dios hablar 24 Rewind 24 Palabras para mamá desde una noche de invierno sin fondo 26 La música brota de tus ojos 28 En Caracas, a la muchacha que conocí en la estación del metro 29 Fiesta ceremonial 29 Jubiloso rumor 30 Bésame, bésame mucho 30 Daiquirí 32 Escribir sobre tu cuerpo 32 El desvelado 33 El fuego en ti crecido 34 Llena de mí te acercas 34 Patria verdadera 35 Alegre llama dócil 36 Piedras de olvido 36 En nombre del amor 37 Si en tu amor creciera 37 Lecho perdido 38 Agua enterrada 39 Renuncia irrevocable 39 Ana en la pradera 40 Estrella de cielo anochecido 41 Estrella candorosa 41 Sueño de amor 42

4 4 Lo que de ti me queda 43 Tu nombre y el mío 43 Mano adolescente 44 Ruego de amor 45 Oscura transparencia 45 Retorno de amor 46 Condecoración 47 Luz inacabada 47 Eurídice 48 Estrella irreverente 49 Muro de ceniza 49 La presentida 50 Luz sobre mi lecho 51 Constancia de amor 51 Desvelado sol 52 Agnus Dei o amor constante más allá de la muerte La tarde 57 Follaje nocturno 58 Escritura 58 Vigilia del juglar 59 Mamá también cantaba boleros 62 Ciudad inhabitable 67 Radhamés Reyes-Vásquez, un disidente / Víctor Villegas 70 Radhames Reyes-Vásquez / biografía 73

5 5 Balbucear el lenguaje de Dios Por Aquiles Julián La amistad, ese perfume de las relaciones entre las personas, me ha concedido unos amigos a los que estimo, respeto, admiro y quiero. Y de los que recibo, a su vez, las mismas consideraciones. Así, entre mis amigos están personas como Manuel Núñez, ensayista acucioso y escritor de gran talento y pensamiento agudo; José Enrique García, poeta y narrador de excepcional calidad y crítico de grandísimos méritos; Manuel García Cartagena, poeta y narrador extraordinario; Efraím Castillo, narrador y dramaturgo de tremenda fuerza; Alexis Gómez Rosa, ya todo un maestro de la poesía dominicana, y puedo proseguir hablando de autores destacadísimos de nuestras letras, a los que admiro y aprecio como Enrique Eusebio, como Arturo Rodríguez Fernández, como Iván García Guerra, como Armando Almánzar Rodríguez Son muchos amigos brillantes, excelentes, talentosos y admirables, por los que siento un respeto y una consideración extremos. Y entre ellos está mi querido Radhamés Reyes-Vásquez. Es una amistad surgida al calor de una pasión: el amor por la literatura, el gusto por escribir, el placer de manosear palabras, crear imágenes, balbucear el lenguaje de Dios. Y la admiración emergió fácil, alimentada por el deleite de una obra en que uno se sumerge gozoso, en la que destellan hallazgos verbales, sorpresas expresivas que enriquecen nuestra percepción y provocan una honda emoción. Radhamés Reyes-Vásquez ha vivido inmerso en la práctica de la literatura. Lector voraz, se ha nutrido de lo mejor de la poesía que ha llegado a sus manos. Y esos veneros alimentan y enriquecen su voz, que es propia como sólo pueden serlo las voces auténticas: cuando transmutan y sintetizan lo mejor de la tradición poética de su patria, de su lengua y de la humanidad, y elevan estos pedestales verbales que serán, a su vez, materia prima para la formación de otros que nos sucederán. La tradición poética dominicana es de una riqueza proverbial. Desconocida y postergada es, sin embargo, de las más sólidas y relevantes de América Latina; de las más significativas de la lengua española; con nombres y obras que no desmerecen a ninguna tradición poética trascendente a nivel internacional. No hemos tenido la proyección a la que la calidad de nuestra poesía se hace acreedora. Seguimos siendo un tesoro a descubrir. Y me siento más que orgulloso de ser amigo de autores que expresan el alto nivel de nuestra poesía, como en este caso lo es Radhamés Reyes-Vásquez, a quien homenajeamos en esta edición de Muestrario de Poesía.

6 6 Prólogo de René del Risco Bermúdez al primer poemario de Radhamés Reyes-Vásquez Por allá, por el cementerio de la Máximo Gómez, por donde vive Radhamés Reyes Vásquez, la noche es bronca y el día peligroso. Por esos barrios la muerte suele ser un humilde suceso inopinado, porque desde hace cierto tiempo a la gente por allí no le ha interesado disimular la arruga del hombre o la amargura entre las cejas y entonces el balazo en la nuca o la sangre en las costillas es un riesgo gratuito para todos. La violencia! -increpan los editoriales de los diariospero allá arriba, en esos barrios no pasará nada. Una mujer teñirá de negro un vestido. Alguien no volverá a la casa. Y eso es todo. Pero no hay alternativa. Por otro lado, en la ciudad la gente podrá soñar y amarse en las salas de cine, cortar con un cuhcillo limpio la carne en un restaurant, jugarse la luz verde en los semáforos, y en caso de gravedad sintonizar en el radio de transistores un reportaje vivo "desde el lugar del hecho" cuando una explosión sacude el recinto o cuando una ráfaga quiebra la alta presencia de la noche. Pero allá arriba, en los barrios, el riesgo está planteado en términos más sencillos: la noche es definitivamente bronca y el día es peligroso. Radhamés Reyes Vásquez puede muy bien asumir a plena conciencia su condición de muchacho inmerso en la grave realidad de un barrio pobre y airado de la capital dominicana, y esa conciencia con que asuma su posición desconforme será la real y valiente expresión de un joven sometido a la dureza de su tiempo; pero sucede que Radhamés, gratuitamente, sin que se lo ordene nadie, ha elegido para sí una responsabilidad aún mayor, un compromiso aún más serio, porque de él en parte depende que esa sucesión de hechos simples y trágicos que a su alrededor suceden, día tras día, adquieran el valor de un relato auténtico y unánime de la hermosa y lamentable realidad de los suyos. A los dieciocho años, ya no resiste la presencia en un rincón de su espíritu de esa oscura mariposa, grande y pesada, que es la poesía. La siente fatal y solemne, dominante en el más íntimo juego de sus sentimientos, advierte su preocupante, su inevitable presencia, intuye su sombra angustiosa, y ya decidió desesperarse, ceder, rodar, morirse interminablemente víctima de la más obsesiva e incurable obediencia a un alado demonio, aposentado siempre en la más cerrada e intocable sombra interior, castigador a carne viva, imborrable, indestructible, inevitable. Radhamés, inofenso e incauto, aceptó los signos, se precipitó a la muerte. Y aquí tenemos que este joven ha empezado a vivir su destrucción (que no otra cosa es hacer poesía). Pero bien, eso es sólo un punto de partida.

7 7 Estimo, y espero así lo estimen los demás, que no es la ocasión para intentar un estudio de este pequeño libro, ni mucho menos tratar de buscarle un lugar determinado en el atestado estante de la poesía dominicana. No se trata de eso, de ningún modo. De todas maneras Radhamés Reyes Vásquez empieza aquí, y si es claro que no sabemos dónde terminará, tampoco es posible determinar dónde estará mañana. Cabe incluso la posibilidad de que, como sucede muchas veces en este país, alguien en muy mal tono lo mande a callar y él, avergonzado, se calle. A nosotros lo que nos interesa por el momento es ayudarle a franquear una puerta a la que él y cualquiera tiene derecho. Derecho que a menudo no se reconoce entre nosotros, porque existe la creencia (y la conveniencia de creer) de que alguien que no cuente con el patrocinio de ciertas capillas influyentes, o de ciertos grupos politiqueantes, o de algún mandamás de periódicos, o de un grupo cultural vociferante y demagógico, es decir, alguien que venga solo, como viene Radhamés Reyes Vásquez, no tiene entrada en esta función muy espectacular, por cierto, en este momento, de la literatura nacional. Y no es así, sencillamente porque nada de eso es importante. Aquí entra con su valor inicial, mucho o poco, un joven que escribe poesía. No habrá que advertir a los que lo lean con espíritu crítico que encontrarán inmadurez, manifiesta inmadurez, pero ello no es un defecto más que cuando aparece como característica lamentable en la obra de algunos que, aupados por muy distintos intereses de nuestro medio, resultan como ciertas frutas maduras al carburo, no más que pintonas, y por fuera. Claras y explicables influencias permanecen visibles en la superficie de esta poesía que, a tientas, muda pasos en este libro. Influencias que van desde la consabida Pedromiriana, hasta en algunos momentos (muy pocos por suerte) el por-encima-delhombro, tono de Miguel Alfonseca, pasando por las novias y los pañuelos de Pedro Caro. Pero sabemos que hay más, por detrás está la palpitante, viva, inevitable influencia de toda la poesía nacional. De todo el que ha escrito un poema en este país. Y tiene que ser así. Ya vendrá, si es que viene, el momento en que este joven tenga un modo más suyo de caminar, y aun entonces de alguien llevará, como todos, los zapatos prestados. Pero hay algo más importante por ahora que todo lo que podamos criticar en este cuaderno; se trata de su posición. Esta no puede ser otra que la del propio autor. No se trata de una posición previa y personalmente establecida, sino la que está determinada por el origen y la situación social del joven que dentro de la grave realidad de su barrio, entre sus humildes amigas y compañeros, ante los dolorosos hechos que lo cercan diariamente, optó por obedecer al demonio alado de la poesía y se da en este libro la puñalada mortal de la que ya no podrá arrepentirse so pena de quedarse vergonzosamente vivo y mudo. Ojala que Radhamés comprenda qué seria y trascendente es la misión del escritor y se prepare en todos los sentidos para llevarla adelante. Luchando por una cada vez más rigurosa formación, exigiéndose mayor disciplina cada día, afinando su tono, puliendo su expresión, asumiendo, en fin, su muerte. Una muerte que beneficiará a los suyos, porque él escribe lo que vive, lo que viven esos que saben que la noche es bronca y el día peligroso. Santo Domingo, noviembre de 1969

8 8 El hombre deshabitado Reverente homenaje a la memoria eterna de Franklin Mieses Burgos, amigo y maestro inolvidable. Muchachas que en algún lugar de mi vida detenidas (están, Llamas del pasado, piedras vivas del presente, Rostros que en el polvo aún se mueven y encienden Sus lámparas, unas en la mano, otras en la memoria Bellos cuerpos amados, nombres que recuerdo (con íntima nostalgia, ('Calles donde he podido envejecer y que se han ido (apagando, Estatua de los vientos, redondo grano de anís: Dejemos al recuerdo las pasiones, salgamos (de la niebla perseguida Recogiendo las penas que nos dejan, (las lágrimas que caen: La primavera ha llegado con sus lanzas: Destruyamos el presente. La playa, el mar y las estrellas aún tienen el brillo Que vuestros ojos dejaron, más no los míos. Ya no habrá música de viento en la pradera: La fatiga nos vence, nuestras energías disminuyen. Mis amigos de entonces, que no están junto a nosotros, Eran muchachos jóvenes que amaban el café al atardecer. Cantaban y escribían sobre glicinas amarillas, Algunos alcohólicos y otros pederastas. Si queremos el verso, decían, debemos oír la realidad. Muchachos con dentadura postiza a quienes (el mar entristecía, Qué horror y qué desdicha no tener ya tiempo, Ver que somos el polvo prometido. El tiempo cae

9 9 Como masa compacta, como badajo, el tiempo Que a sí mismo se destruye comiéndose las hojas : El viento del sur le llena las manos de rocío. Grandes espacios desde donde la tierra nos llama Van abriéndose: alguien nos espera en vano (al final de algún pasillo. Nuestras voces eran hermosas como ébano. Nuestros cuerpos como espigas cálidos. Tantas cosas ignorábamos. Nada sabíamos de pólvora ni estruendo, de cadáveres Aullando junto al alba. Quién podrá calmar esta tristeza? Quién recogerá las lágrimas vertidas por nosotros? Nada sabíamos del fuego ni del grito. Cada uno a muerte condenado Podía crecer con su nostalgia. Quién podrá con tanto olvido y tanto amor? Cenizas hay que en mí no llevo. En estas calles Pálidas y tristes, quién nuestros pasos ha de borrar? Quién nos conocerá si no dejamos frutos? Astro desolado el día. Viento que escuece la piel Y en las menudas palabras ciudades edifica. Cada gesto es un mundo, una misma palabra universal, Un navío ahogándose en los ojos. Promontorio (delante de nosotros. Quién podrá viajar hacia el olvido que somos? Dejaremos al viento las palabras. El tiempo cruel está pasando, quién lo recogerá? Nuestro círculo es ambiguo y complejas nuestras culpas. Sentí que estaba naciendo y era la memoria de esos días Que me rodeaba, me cercaba como a un reo perseguido. Muchachas que alguna vez se juntaron con mi vida, Pálidos amigos que en las madrugadas me han acompañado: Ya no tienen mis manos contacto con la niebla, El día ya no canta entre mis párpados, la noche No es la música que ayer enloquecía. Me pesa el tiempo y mi cuerpo, sombra que reposa,

10 10 Es un lugar deshabitado. Pero qué persiguen nuestras almas mirando hacia (el pasado? Quién no ha tenido la muerte como sortija entre (las manos? Oh niños con quienes he sido tierno y generoso, A quienes di juguete y pan, los años se han comido (mi voz. Sueños ya no tengo, no rueda el agua dócil por mis (músculos Ni de otros espero como ayer la redención. El mundo me ha entregado sus dolores, la soledad Va comiéndose mis labios, la palabra no es un río (como ayer, Cuando el amor levantaba multitudes como espadas Ha construido en mí sus poblaciones la tristeza, Me va llenando de ausencias y gestos que no entiendo Y como puñales en vigilia sus ojos a los míos penetran. Nos arrojó la luna hacia el Ozama, cenizas somos Que nos piensan sin mentirnos, muerte que llama (seduciendo. Trémulas estrellas brillan en el rocío de los tréboles, Dianas presurosas que sucumben si son para nosotros. Nubes verdes e inmóviles cubren de la memoria,e l velo, Sobre un pasto adormecido, y en el humo Las manos que me hacen eterno si me tocan Claman por la reconciliación de los contrarios. Inmortal soy cuando me miras. Entre los árboles, Como pájaro veloz en su desolación, La brisa mi libertad contiene: una mano en paz y en amor contrito Envuelta en la belleza de una mirada, tan parecida al sílice Se ha dormido igual que un rito. La mano habla con el ojo en lugares públicos. El viento lee documentos en el cesto y los eucaliptos Se hunden en el sexo de sal legítima de las muchachas.

11 11 Vientos de todas las ciudades confluyen en mi voz, Vibraciones que arden y en el ritmo persiguen un solsticio Ascienden descalzas, vaporosas por un cuerpo: Cantan como las nubes y las mareas. Esta primavera grita en los labios disímiles De una mujer condenada al patíbulo Y en la punta de los lápices su húmeda canción Es un rescoldo acuoso para enterrar la luna. Húmeda también es la mano como pieza de ajedrez Erguida entre sandías y seduce y tiene el gesto De una muchacha provinciana. Esta primavera es sollozo que dibuja un lago (en la escritura, Cruje en mis huesos como antaño, se acuna En el cielo nublado de mis párpados, triste como (un anciano Que padece el tiempo en un jardín. Primavera cruel y absoluta, débil sombra En los ojos de un cráneo destrozado, Entre escombros y soledades donde la luz es tímida. Flores que mueren bajo el sol cuando la súplica es (mandato, Tibia, parecida a un cuerpo joven recién salido de (la multitud. Como violín adormecido: aristócrata arruinado alejánuose (del polvo desdeñoso O abriendo hacia el día sus ventanas. Esta primavera que percibo ya es memoria. Los ojos que una presencia devoran Transfiguran oscuras verdades en las manos. Su callada música es agua y campanas con destellos Cuando la luz se muere en el cuello de cisne de los lirios, Música y verdor parecen percibir estrellas desoladas. Espectros que condecoran pájaros y deidades y en lo (absoluto se conjugan: En lo eterno sus apagadas lámparas destruyen (soledades.

12 12 Sobre el hueco de la cisterna alguien sus pasos equivoca. Debajo, la primavera tiene un ritmo de agua dulce Y cabellos que suscitan constelaciones deshojadas, Ritmos de inclemente cascabel: es bóveda Donde cabe la noche interminable. Quién dirá que entre las calles de tu nombre No hay un río, constelado y azul como tus lágrimas? Oh vientos oh mares: nuestras voces reunidas os claman, Oh templos que ha diseñado la razón. Nuestro tiempo era dulce como un fruto, como (la piel de ciertas jóvenes. Y mis hijos, pobres muchachos ahora tan lejanos, Jugaban corriendo por la casa, mientras la madre Planchaba nostalgias y desolaciones en el cuarto. Amores que el celo y el rencor han destruido, Rápidas nubes grises, días que las pequeñas miserias (arruinaron, Amores que en el polvo aún son tibios, Lágrimas que dicen más que las palabras: Muchos son los cuerpos que vinieron a este lecho A buscar la paz eterna que no hallaron, Los labios que, besando, dijeron que me amaban Y, después, en otros labios paz buscaron; Prostitutas que a mi vida amaron y que amé, Multitudes que se hundieron en la sombra perezosa De un abismo, en la luz cómplice y obstinada de los amaneceres, Nuestras culpas y errores, Dónde estarán ahora, a qué distancia de la rigidez O la cordura, en qué lugar del desvarío? Nuestras lágrimas son agua rencorosa, cicatrices N o tenemos sino heridas abiertas que aún sangran. Y las contradicciones que nos alejaban A muchos distancian todavía. Edificamos en el viento, sembramos en la arena, Nuestros ídolos tenían pies de barro y eran de algodón (o de papel Con voces que se desvanecían en el aire, Cuando salíamos a ver la lluvia entristecidos las muchachas que entraban al cinematógrafo Con jeans y espejuelos ahumados. En verano el mar, sus escombros y la llama dulce del amor

13 13 Cubriendo de eternidades el deseo, llenándonos (de aire y luz. La sombra que cantaba y el aullido espantando (a los pájaros. Pétreas ciudades que en nuestras predicciones ardieron Llenábanse de peces y estruendos Y nuestras pasiones saltaban, como demonios. Ya ni las raíces nos quedan, desarraigados estamos Mirando en la noche situaciones convulsas y barcos (alejándose. Ya no somos sino sombra de la sombra que fuimos. El deseo germinaba, árboles que habían sembrado Jóvenes combatientes florecían En honor a sus memorias. Tantos éramos entonces: Mateo, Enrique, Rafael, Tony, José, Héctor y otros tantos que andarán (quién sabe dónde. Líquenes dorados, dónde estábamos cuando una lluvia roja Nos azotó y entre la pólvora y el grito nos llamaron? Dónde estábamos? Cerradas están las puertas, quietas Las manos que cantaron con ímpetu asombroso Y débiles las voces que se levantaron en la arcilla Cuando el mar poblaba ojos y restaurantes. Nuestras disculpas aún florecen sobre húmedas navajas Porque no hemos aprendido a disponer nuestros instintos. Arruinados amigos que viajaron conmigo, soledades Crecidas desde una misma circunstancia, Indómitos días crueles y erosionados, Perlas que en la mirada se nos hunden como puñales, Ya con el ceño fruncido, hacia dónde nuestros (pasos nos dirigen? Inasibles, los días se desprenden. El hombre deshabitado que aún somos No es sino la suma de sus actos y de éstos la ceniza. Y enmudecemos. Entendimos que las hermosas palabras No abren para el hombre los caminos, Columnas de una luz que se destroza: Hueso roído, himno que rueda entre las hojas,

14 14 Piedra que nos mira desde su forma transparente, Chapoteo de sílabas desnudas, hálito y rumores Callados como encendidos pensamientos Jardín enjambre de esculpidas palabras, Ahora que sólo sollozamos somos cobarde silencio que se ahoga y soledad destruida Que recordamos a muchos que no están: Caerán al agua mis palabras? El hombre deshabitado que hemos sido y somos, El tiempo que somos, la semilla que en mi voz Crea el mundo sonoro del deseo, Rito que ha instalado la simiente, ciegas gotas Que sólo cayendo en el vacío hallar pueden su razón (de ser, Líquidos pensamientos, hábiles muchachos, Jadeo de sombras que en la sombra se buscan sin tocarse, Corona de espumas donde un terrible viento multitudes (ha creado, Nuestras culpas de entonces son las mismas de ahora Y dentro del viento viajan como entristecidas espumas, Rumor de estrellas, eternidad que danzando aúlla En la perenne soberbia de algún demonio crecido en (soledades, Nuestras promesas -himno y memoria- son las mismas Y nudos los errores cada vez más tibios y crecientes, Inagotables, petrificados por los años, Dioses que el viento ha decidido invocar, cálidas Ternuras ya pasadas, muertas ilusiones, Mis días son los días del comienzo Donde la pena crecía como pez en un acuario y luna (muy íntima. Oh días que han sido como el error de haber nacido, Quién podrá construir el ataúd a tantas horas? A qué muro asirme? No es la simiente lo que canta en nosotros Sino los años que han pasado, sino el espanto Y sobre el viento el silencio ha levantado Estatua de agua y duro cedro para proteger la dicha. Nuestras voces reunidas preguntan: Dónde estarán Enrique, Adolfo, Jaime, Niño? Polín, Héctor y Chela,

15 15 dónde estarán? Qué habrá sido de Julián o Rafael? Estarán bajo la lluvia apresurados o jugando A las cartas en el patio, si todavía existe? Dejemos esta música tan triste, pues mis ojos (van nublándose. Podrán tomar la medida de la muerte que nos vive? El sur es en mi voz un cielo que solloza No existen los límites ni los días pasados han pasado, El tiempo ha corroído hasta los muros, Olas de la concordia, nuestros brazos se hunden, El agua murmura y en las estaciones crea nudos (como símbolos Y deja un triste sabor a eternidad. Quemaremos los días por venir y echaremos la ceniza (a las palomas. Miedo tengo de los años y sus despojos de viento (compartido, Del tiempo que en el agua yo he bebido: follaje (de semillas transparentes. Isla que se hunden, flautas quiméricas, inexplicables (como nubes. Y los ríos que corren por mis venas, las tórtolas, Oh mis contemporáneos Mirando los vapores del cenit contra el asfalto reciente Para nosotros la lluvia cae de forma horizontal Y entristecidos, como los niños cuando pierden (a sus padres, Nuestros pasos persiguen la quietud de las almas Que en pena vagan por aguas del Leteo. En los balcones, donde habíamos sembrado (la semilla del júbilo, La risa era la luz y tu mirada. Colgando de la tarde, alguien lee un diario. Los vapores del café ascienden. La música es roja Y entre los dedos se escabulle como cetáceo.

16 16 Bombillas tibias y abiertas en los ojos de los condenados Sobre el río se multiplican en estos días pálidos En que hasta el viento es húmedo. Quién dirá que entre las calles de tu sombra No hay un río, constelado y azul como tus lágrimas? La tarde fresca como una mujer desnuda Oquedades abre en el temblor de los tréboles Y escapa. En el ruido callado de las hojas cuando caen Oigo el paso de algunos amigos que están muertos, En las gotas de éter azulado con el que alguien (festeja una presencia. Expulsemos todo esto que nos hace envejecer, Este miedo al miedo de morir entristecidos. Quedaron en la bruma pasiones y desdichas, Cabelleras que amamos con ternura y voces crecidas (junto al vino. Qué hacíamos cuando saliste bulliciosa de un navío? Qué decían los mares y los cipreses brillantes? Qué decíamos? Ya no se encienden las pasiones ni en el pasto cae (comoa ortiga Humo de la luz y la memoria. Ya cerca de tí, No existe el asombro como ayer. Oh Dios Inútiles llaves que he perdido Como la música me buscan, Aún están vivas sus imágenes muertas En los espejos y en la desolación de los patios Se detienen. Y cuando vuelva la primavera, si es que vuelve, Cuando haya pasado irreverente sobre nuestras vidas, Hacia dónde irán nuestros deseos, qué dirán las (sombras que seremos? Desoladas están las calles que pobló nuestro verbo

17 17 Y todo va apagándose, sin excepción. Se apagarán también nuestras miradas, la voz Que enloquecía de repente... Un atardecer nos reuniremos en el patio Y diremos las palabras de este tiempo, Manuel, Nany, Elizabeth, Antonio, Adalgisa... Tendrá sentido haber vivido, haber dicho que sólo Las cosas que amamos son eternas. Tendrá sentido entonces la palabra. Hablaremos de Historia y de Martí, de Barcelona (y sus paseos. Tendremos libros, obras de arte, poemas de Eluard (para ser vividos Y habrá que escuchar esas canciones. Todo es ausencia en este tímido crepúsculo. Primero Fue el bullicio, luego el agua y nuestras vidas cantando. No quiero ser vacío que retumba ni soledad que aúlla, No quiero ser la retórica palabra que ya fuimos Ni la pieza gastada Más allá de la tierra que siempre nos reclama, más Allá del ocaso y los cadáveres que el año va dejando, Más allá de los depósitos dónde la niebla crea (fantasmas, Caerán nuestras ansias como ídolos que fueron, (el zafiro De tus ojos y la nuca discretamente perfumada. Te desanudabas el cabello y el deseo ígneo crecía. Pero el agua ha pasado sin apelación bajo los puentes: Iconos oscuros nos presagian. Y mientras descendemos, las sendas van muriendo, Pierde la arboleda sus colores, no hay caminos posibles.

18 18 Era como si entre los pinos las consignas levantaran Oraciones leves por los caídos de entonces. Oh espíritus! Cómo mitigar la sed de la memoria? Puente del deseo las edades que en nosotros cohabitan, Golpes sobre el fémur. Quisimos ser lucero fugaz que en tus pechos se derrama. Quise lavarte con aguas del Leteo, Lavar tus senos y tu sexo. Sombras de antiguos compañeros que aún no sé dónde estarán, Desolados espectros que se alejaban bifurcándose, Nuestros pasos muertos, asediados como badajos, Hálitos hallados en los cimientos en vigilia del Edén. Y mientras teníamos días de lujo hasta sabernos inmortales, Anclados en la abundancia, desvanecíanse las promesas Y de un vano orgullo enloquecíamos: tenues cuerpos (fúlgidos Que Enriquillo soñaba sollozando en su balcón, En la bruma del crepúsculo, entre cóleras humeantes. Y mientras cruzábamos las plazas conversando Recién surgidas estrellas nos miraban, el cielo (palidecía de súbito Y las hojas crecían entre humaredas vaporosas Hasta que terminábamos en alguna habitación. Copas de vino tus senos, uvas los pezones tibios: Tu cuerpo junto al mío inventando la desnudez para el amor. Y cuando te desnudabas, se constelaban de súbito mis ojos Y las perchas susurraban una música muy tierna. Jadeabas destruyendo los obstáculos que en toda vida (existen. Salía volando la tristeza y los pájaros del insomnio Obedecían a ti como arruinados corderos, Huía la desolación y desaparecían los fantasmas. El rocío que ascendía por tu cuerpo

19 19 Anudaba las posibilidades del día siguiente. Quién, qué mortal diría que en tu desnudez No había una magia tibia como tus besos? Salían de tu pelo llorando de asombro las palomas Y de tu sexo brotaban mariposas que llenaban (el cuarto de colores. Luego, hablábamos de Filosofía o discutíamos Encendiendo cigarrillos, bromeábamos abrazados Como gemelos huérfanos: Era la primavera Que ardía entre nosotros. No ésta que nos encuentra con bastones y espejuelos (en el lecho, La primavera recién cortada sobre el pasto (y en tu cuerpo crecida, La que no admitía discordias ni engañosas ternuras (ni árboles caídos, Sino el amor y el tacto sobre el tacto Buscando condición humana en la tibieza. La nacida en marzo (como tú) que todo lo sabía Y llenaba el patio de mariposas y vivos colores Y rosas que danzaban sin morirse en el agua gris (de los aljibes, Muchacha desprendida de algún sueño de amor Que, como estrella, no admitía la lujuria ni el engaño, Cantando está la noche entre tus piernas, la luz (violeta sobre tu sexo. La música de esta primavera es entre tus muslos Camino que a la vida me conduce en la estación del júbilo. Te llamo y me respondes. Me miras callada aún siendo necesaria Para construir esta otra primavera que aspiramos. Calladas están las manos que habrán de construirla (con nosotros. No queremos ser silencio, no ser la espada retórica (que oprime Ni ademán sonoro en el vacío, sino viento azul Entre arrozales construyendo.

20 20 Mira mis manos llamarte entristecidas bajo la (sombra de tu nombre. Nuestras piedras están sobre un albo pasto, Nuestros amores han sido construidos sobre piedras (preciosas bien pulidas Y sostienen estatuas erguidas en la niebla. Nuestros ojos son piedras preciosas como esta (primavera, Nuestras manos cántaros para recoger la vida Y nuestras vidas ciudades edificadas sobre otras (ciudades destruidas: Nuestros pasos corceles que en otro tiempo murieron. Cuando en un mercado de antigüedades te encontré El agua púber danzaba en nuestros cuerpos, parecía Haber bebido agua del Leteo y miraba con pena (hacia el ocaso. Entonces, me dije con Eluard: Esta primavera tiene la razón. El crepúsculo de Ezra Pound He aquí la patria que nunca conoció. He aquí los matorrales, las montañas, El riachuelo dividiendo caminos, los ojos perdidos en inmensa polvareda, la dura piedra y la mirada gris. Usted no puede irse, no puede marcharse tan callado como pájaro que abandona la rama de tanto esperar.

21 21 Ezra Pound, burgués, traidor, amigo mío, alguien ha cortado su canosa barba. Ahora tiene suficiente paz. No puede ver los crepúsculos caer desde algún asiento del parque, no puede confundirse entre las gentes, ni dejar el corazón en una esquina. Gesticule. El mar es azul aun sin su presencia. Avance y calle. Demasiado se habla de usted en los periódicos. Muera interminablemente. No se juega con los pájaros si necesitan libertad. He aquí la voz del viento trepando paredes y derribando cocoteros, las manos húmedas sobre las piernas y el corazón callado. Ezra Pound, multifacético; de pequeños ojos luminosos siempre mirando para el mar. Aquí están las lavanderas, los insatisfechos, los recién casados. Viejo caminante, amigo mío, no estreché su mano. No deje su bandera en esta tierra, no deje su chaqueta. Un pueblo que no es el suyo pregunta por usted: Por cuáles caminos andará? Cuál pájaro impide el crecimiento de la flor?

22 22 Apenas divisamos el sol entre la niebla y yo temo a su voz en las soledades. Vamos pisando hojas por un camino largo, celebrando la llegada de la tarde con un crepúsculo gris en la floresta. Y usted no puede compartirlo. Nos acercamos un poco más hacia la muerte. Traté de conocerle y de que me entendiera. Como hojas rodaron mis palabras sin que tocaran sus oídos. Estuve en su país y usted no estaba allí. En cuál ciudad estaría perdido? Cuáles palomas verían sus ojos? Suicídese en su morada lento caminante de la tarde, estatua de hondos ojos debajo de la tierra. Que allá llegue el viento y desorganice sus cabellos. Allá lleguen los burgueses y los pobres, los injustos, los afligidos de corazón, los desvalidos y los desamparados. (Que su nombre quede sobre usted, Ezra Pound.) Maldiga la vida que amamos, el licor que despreciamos, maldiga a los pueblos que odian. Maldiga a los indiferentes, maldiga a los usureros. Los que quedamos se lo pedimos.

23 23 Su cuerpo se hace más delgado, la lluvia empaña sus músculos, la pradera es verde y bella. Solamente estuvo de pasada en esta tierra, siga su camino de madrugada y de tarde extraño extranjero de hermanos sin gracia y sin conciencia. Los árboles y los niños aún siguen creciendo. Tomemos una cerveza, Ezra Pound, extiéndame su mano, miremos el crepúsculo, vayamos a otro lugar para esperar la muerte verdadera. Yo le vi pasar por esta esquina. Con sus cabellos de árbol, triste y mortecina mirada en ojos de lagartijo inofensivo. Ya no le miran asombrados los amantes, ni Venecia se acuesta con las palomas delante de sus ojos. Qué será de usted, Ezra Pound, introvertido, fascista, poeta...? De blanca, canosa barba y límpida piel. El día se le acuesta en las paredes y le sorprende en los aleros con una multitud de recuerdos. No tema. Millares de razas y apellidos se confunden en su pueblo. No derrame sus lágrimas. Usted será polvo gris, amarillento, palabra inquisitiva, eterna quietud en su ladera, crepúsculo muriendo sobre el parque.

24 24 Y no vendrá el olvido. No vendrá la muerte verdadera...! Si puedes tú con Dios hablar Espérame en la lluvia, si regreso Rewind Aquel amor, aquellos cuerpos suaves de muchachas tristes, frágiles, ligeras... aquéllas pieles húmedas, dóciles, aquéllas manos tibias: señoras de rocío y porcelana, aquel río constelado en mi hombro. Este jadeo de sombras sin furor: mástil quebradizo, Luz de música fascinante, rubor de estrella incontenible, Pasajero de la noche, delfín tras el navío danzante: Esta fascinante ausencia de ser, tumulto de pájaros en celeste hechicería, niebla vaporosa, tristeza de mar que ha conocido la sed en el verano, musgo de mis días, dactiles_fluyendo como espadas de mis noches minuciosamente tristes: flor de insomnio, débiles vínculos de amor y, muerte Oh fertilidades de noviembre sobre un pasto adormecido, muchachas cuyos cuerpos he tocado! Toda presencia es llama, destello: abriendo muros de silencio. Enciendan en mis manos las pasiones,

25 25 las cenizas de amores que se han ido, las antorchas del deseo y el instinto. Revélenme el secreto de la estrella que en la arena deja huérfana su luz, el lucero que en la piel es agua y río, quimera llenando la ausencia donde existo. Llena de inmensidades cada semilla crece en mí. El rumor del agua entierra voces, contiene cuerpos leves, pálidos musgoso júbilos del viento. Contra el deseo incierto del crepúsculo un golpe de olas me ha llamado. Ciudades que existen por el humo olvidan las promesas de aquel fuego, las razones del instinto. Tu cuerpo y la dulce tibieza de tus manos, el lazo que en tu pelo era solsticio, llama y leopardo: tu cabellera, río en mi casa derramado, instante de estrella fugaz y, sin premura: sortilegio del hechizo. Aquellos muslos suaves, tibios en mis labios trémulos todavía me hablan de un país distante y de ciudades que cantan como el viento anudado a los veleros, aquellos labios dulces donde el mar dejaba gestos pertinaces, este deseo de sombras que conformo: habitación donde me encuentro con el mundo disfrazado de palabras, gacelas consteladas y cardúmenes, tímidas alondras perseguidas. Manos que han tocado la núbil paz de un cuerpo llevan lejos los bordes de mi mundo

26 26 hacía estivales catástrofes de insomnio. Lugares donde hemos estado alguna vez aúllan en nosotros, dejan sus linternas de agria luz. Nombres que resuenan en la noche fértiles como los amores y el rocío devoran artesanías conyugales, piedras desprendidas, te pueblan de vínculos y hablan como luciérnagas. Nombres que vienen con sus lámparas, prado y trébol, humaredas, gardenias colgando de tus pechos: brújulas de -navío en que me hundo. En fin: nombres, cuerpos como diásporas ardiendo entre mis manos beben el agua ciega de mis ojos, llamas de luz mojan sus sílabas, sollozan. Inmóviles palabras me habrán dicho que no vale la pena este silencio: No se ahoga en el-agua aquel lucero. Palabras para mamá desde una noche de invierno sin fondo Dejar la casa, madre, después de tantos años, tantos deseos perdidos. Saber que ya no volveremos a soñar juntos en este balcón desde donde he inventado la noche y el rocío. Saber que Pedro, Antonio ni Ramón Andrés traerán la primavera con sus risas o que los alcatraces y golondrinas de este viernes serán para otros ojos, otras manos débiles, otros muchachos que como nosotros podrán atrapar entre sus manos un lucero, una gaviota constelada,

27 27 alguna estrella.fugaz en el solsticio. Cambiar de casa -y en diciembre, madredejar estos peldaños que conocen mis pasos de memoria y los de mis amores consentidos y los de aquellos hijos míos que aquí dejaron sus primeras. palabras. Dejar estos árboles, estas margaritas que tus manos con tanto amor sembraron para mis ojos tiernos, estas paredes, madre... Durante más de veinte años he crecido en esta casa donde con amor cuecías nuestros alimentos en un sabio monólogo de sombras, desmemorias y boleros, estas habitaciones que son espejos de mi vida y de la tuya, madre... Dejar la casa como se dejan sombras y palabras, cabellos e inmuebles olvidados. Más de veinte años viviendo en está casa, soñando la vida sin pesares... Aun estarán en aquella habitación los tristes pasos lentos de mi abuelamadre, pedazos de unos días que no podré reconstruir. En mi pequeño cuarto estaré escribiendo esta noche como cuando tenía quince años, mirando los astros junto al rumor del viento. Talvez otro estará sentado bajo el mismo techo donde yo escribía pensando en mis amores. Allá estará el poema que mis ojos no escribieron y una muchacha que se ahoga en luz de astros dirá las palabras del instinto. Cambiar de casa, madre, no es cambiar de traje... Ahora que no tengo llaves nadie me pregunta si almuerzo o si me baño, si estoy triste o si vendrán los niños. Nadie me pregunta... Ahora que ni los maniquíes me dirigen la palabra,

28 28 penas como espadas de mi brotan, lirios como días que sollozan... Entristecido, musito unas palabras. Ya no entrará aquel aire dulce por las persianas abiertas, el verdor de los cipreses que yo amo. Y estarán jugando en aquel barrio, entristecidos, Ramón con su paciencia y los niños que amando vi crecer desde un balcón. La música brota de tus ojos La música brota de tus ojos y de tus pechos tenues emerge la pradera vibrante, vaporosa, plena como las circunstancias en que tu amor asumo. Oscura, lívida te veo tendida en la noche, abierta y sin reposo. Por tus ojos cruzan los días que se han ido. Te veo altísima y risueña en mi pobreza. Vas caminando bajo una lluvia triste, viene a mi el árbol que en tu viento es llama. Termino en ti como lucero débil. Tu estrella que en mí canta es ya nostalgia. Llueven palabras de otros jóvenes, Sombras furtivas llueven. La mano incierta sobre tu cuerpo resbala.

29 29 En Caracas, a la muchacha que conocí en la estación del metro No supe su nombre ni su estirpe. Sólo conocí sus ojos y sus piernas. Estaba erguida como un lucero junto al color salobre de la tarde mirando su silueta en mi corbata. Todo el cielo crecía en sus ojos, todo el mar, todo el campo en noviembre. En su piel el mundo era un axioma, tatuaje sobre el pecho donde sollozaba alguna estrella anochecida, pechos como los del colibrí. Éramos la ausencia de un olvido. Fiesta ceremonial Inventamos la noche con sus mástiles delgados y el viento triste en los almendros. Inventamos la noche con su lluvia y el dejo de nostalgia enloquecida. He podido tocar estrellas en el viento, constelaciones anochecidas en tus pechos. En un balcón cercano también otro inventaba la noche con sílabas de olvido. En tus senos dormían nubes y madréporas, pueblos insurrectos que no sabía si brotaban del humo o de la lluvia o de unos labios tristemente hermosos. Inventamos la noche y el navío, el lucero sobre tus pechos tibios...

30 30 Me llenabas de música y de prado... Jubiloso rumor Delicadas manos jóvenes, último cielo que se escapa en el temblor tristísimo de tu piel, la estrella huye del, jubiloso rumor, inaccesible soledad que mis sentidos puebla. Quiero aquí tu cintura, tus pechos constelados, la hoja que en su brillo sostiene alguna nube o río, escarabajo o musgo, y es espejo sideral de la mañana. Despierta en mí, sombra, luna fúlgida ligera sobre el césped. Bésame, bésame mucho. Bésame, bésame los ojos y el pecho, bésame los muslos, besa el cadáver de mis noches, vigila tú el instante en que mis manos te pueblan sin tocarte; ten piedad, impía, ten piedad, une a los míos tus labios y bésame entre ruinas invisibles bajo el cielo enorme de la ciudad en vigilia bésame rencorosa, con murmullos al oído. Bésame como cuando mis amigos, ya muertos y distantes, se embriagaban de mar y brisas tibias, aquí tendida, fresca junto a mis muslos suaves, puéblame con tu risa, lléname con tu piel de húmeda fragancia, con tus ojos de prado sobre el viento bésame de madrugada sobre el pasto en las colinas donde la noche húmeda ya empieza.

31 31 Bésame como cuando éramos humildes y contábamos estrellas haciendo dibujos en la arena. Yo bebo el rocío de tus senos, bebo noche y luz donde existe el navío y la ciudad es vuelo. Música bebo en tus caderas, murmullos y distancias conmovidas. Ámame con besos de lluvia y de lucero. Estoy en tus muslos como muchacho ciego que persigue una paloma, como potro salvaje, pálida luz sobre mis llagas, tristeza que canta en unos ojos que se fueron. Bebo en tus muslos, amanezco en tus miradas, en tus labios me demoro algún instante. Ven, bésame, tu cuerpo de sombra erguido en mi huerto descansa, dame tus besos como lágrimas calladas, languidez de astros, brazo de niebla. Quién puede tocar lo que mi voz no alcanza? Arrojo mis palabras a orillas del silencio donde existo. Derramado en tus párpados el día canta sensitivo, brasa de pasiones escarlatas. Yo habito la noche como tú habitas mis ojos, habito el día en sus dimensiones más íntimas como un distraído comerciante su sombra habita sin tibieza. Habito tu cuerpo, la ausencia donde estoy ya jubilado. Habítame en octubre, noviembre o diciembre. Deja en mí tu sombra congelada, tu sombra que me inventa, tus bromas... Abrázame con tu nostalgia, con tus manos que han nacido conmigo en el poniente. Concédeme las voraces llamas de tus labios, la nube de sílabas donde se prolonga tu blancura:

32 32 follaje de besos húmedos y tibios, llamas vaporosas, soledad de astros distantes y perplejos. Muchachas que he soñado, en vuestros ojos canta el mar ligero como las cabelleras que tocamos con tristeza: enrojecido solsticio, cenizas de mi sombra enjaulada, me demoro en el sexo enlluviecido: existo más allá del instante en que te llamo. Daiquirí Estos sonetos de amor los escribí en un momento muy especial de mi vida, allá por los años 80. Mis lectores, los de entonces y los de ahora, sabrán comprenderme y perdonar la osadía. A la memoria viva de Rafael Valera Benítez, patriota, poeta y amigo inolvidable, autor de los más bellos sonetos de amor. Como entonces, y como ahora. Escribir sobre tu cuerpo En tu cuerpo construyo la quimera. En tu cielo destruyo la llanura y de tus pechos surge la espesura que me acuerda tu nube, la primera. Sí de tu amor surgiera la pradera y en tu cielo reciente la ternura yo te diría con débil hermosura

33 33 que no puedo vivir sin tu ladera. Si tu amor se ocultara en una estrella o besaran los ángeles tu frente el mundo yo te diera, mi doncella, las últimas palabras del poniente, lluvioso día, velero, madrugada sobre mi tibia piel enamorada. El desvelado En desvelo de amor vivo callado, vivo sin tí, muriéndome vacío inquieto por la luz tibia del río que sale de tu pelo derramado. Cerca de tí mi pecho ha proclamado tu transparente mano en el rocío, la mano que me deja en el hastío sin el calor que tanto he deseado. Furias del alma son estas pasiones crecidas en el ocio de la infancia donde no hay sed, sonrojo ni oraciones. Más testimonio son, última instancia, velado ardid de las profanaciones que renace al calor de tu fragancia.

34 34 El fuego en ti crecido Vienes ligera en el amor ardido a desnudar la luz que en ti procuro. Cuando es mi pecho llanto tierno y puro, vienes a darme el fuego en tí crecido. Surges del verso leve y conmovido que llevo a tu pasión como un conjuro para calmar la sed. Mas yo te juro que encontrará mi amor tu honor vencido. Si has de venir, tus lágrimas espero. Toma mi ser, la estrella que me queda: estancia de la luz que yo venero. Mas de no ser así, si es que no vienes olvida en tu memoria lo que tienes y deja que se pierda en la vereda. Llena de mí te acercas En el día de tu pelo yo te siento. Distante estás del oro y de la muerte como el lejano cielo que convierte en eterna tu imagen de tormento. Llena de mí te acercas sin lamento. Donde tu cuerpo es gota, mana y vierte una trémula rosa que al no verte vuelve a su soledad y al pensamiento. Danzando al alba el verbo nos redime, entre tú y yo las noches no terminan

35 35 cuando en su propia luz alas germinan. Si ya no eres ciudad acorralada ni espacio que concluye, entonces dime, empieza amor acaso en tu mirada? Patria verdadera En ti tengo mi patria verdadera: sueño de amor, palabra desterrada, fulgor que se destruye y llamarada que del polvo retira su bandera. En ti dejo mi carne y es de vera que no tengo silencio como espada: perdí tus labios, sombra desvelada, dormí bajo tu sangre de palmera, y en el claro preludio de tu vida crece, crece desnudo si atardece un pálido lucero que merece la brisa transparente, ya perdida, En tí muere mi cedro, mi distancia, mi callado velero sin fragancia.

36 36 Alegre llama dócil En mí late el amor que no vivimos, tu alegre llama dócil, la primera, signo de sueño, sándalo o quimera permanente en el beso que nos dimos, estrella que adoramos y no vimos, soledad del amor en primavera. Eres en mí, mujer, la prisionera amorosa ilusión que presentimos. Yo te siento en el alba y en el muro de tu lozana piel honda y perfecta donde escucho tu nombre que me nombra como el eco en tu voz sencillo y puro. Así extensa y azul como una recta sólo eres agua, luz, mas nunca sombra. Piedras de olvido El amor que por ti crece en olvido es llama bajo el agua, miel sincera, aire tierno de luz como la esfera o pedazo de fuego presentido. El haz triste del miedo que ha partido a mirar con su luz la noche entera 0 nos viene a destruir, por vez primera, el deseo del amor que yo he perdido. Oculto en esta voz que no me asombra es memoria el deseo, candor y sombra, un despoblado cielo como ahora.

37 37 Lejana cual el vuelo que perece descansa la provincia donde-llora un lucero de muerte que amanece. En nombre del amor En nombre del amor, el que ahora es mío, en el agua callada te presiento. Mujer, gacela, pardo triste viento: te evoco en esta hora del hastío. Paisaje entre las sombras como un río que convoca sin mí la madrugada, en ti se va el amor, en la mirada, en lo lejano y gris de su navío. Igual al tenue aliento del maíz irguiendo oscuramente su raíz amo sin tí tu cielo conmovido, todo tu cuerpo, aquello que venero, el aire, el sol, la alondra que prefiero tu escurridizo amor ya removido. Si en tu amor creciera Si en tu amor creciera mi lucero y sembraras de besos la llanura, me gustaría vivir en tu cintura y en ella ser tu eterno compañero.

38 38 Yo te daría mi amor, mi amor entero, y buscaría en tu labio con ternura todo tu aroma, pálida blancura. Rescataría de tus ojos el sendero la mirada que asciende ya perdida, de tu noche la luna que aún me queda en soledad callada y presentida. Inmensa es en tu frente la vereda mas si por ella pasa alguna sombra será luz si es tu pecho el que la nombra. Lecho perdido Del amoroso lecho que perdí el oro del pezón sin ser ya mío, fue viento leve atándose al navío cuando de amor tus labios encendí. Tuve tu piel y el sexo que viví, tu cabellera oscura como el río y en medio de tu llanto y el rocío he de cantar el mundo que te dí. Tu mano está en mi frente y no retiene el alba que me dabas, ni el destello del cielo o la pasión que te sostiene. Murió en el lecho el sol y todo aquello que de tu reino huyó como el olvido no volverá jamás a ser tu nido.

39 39 Agua enterrada Si por tus tiernos labios yo viviera, dejara con mi amor la nuez más pura que derrama en el mundo la ternura: tu mano desolada no muriera. Dejara por tu amor lo que me diera la cálida fragancia, tu cintura y tus senos con débil hermosura serían el dulce espejo que me diera. Pasajera del viento que a tu paso -ceiba distante, fruto perseguidotus claridades dejas tras un vaso, y no hay en tu viento sangre ni velero ni la mano que doy de amor vencido, es tuya viva muerte que venero. Renuncia irrevocable En tí dejo el amor como una espada. Tu amor que es sueño y patio desvelado crece en mi huerto, crece equivocado, cuando me das ternura apresurada. Libero aquí la voz por tí ignorada, la triste voz que ausente has convocado huye de mí, procura tu pasado para encontrar la boca enamorada. Este misterio dulce que acaece

40 40 guarda en tu labio el amor que no perece como a la estrella su órbita inviolable. Eres cual luz, cercana e inalcanzable: aquí o distante siempre permanece en esta mi renuncia irrevocable. Ana en la pradera Entonces te recuerdo en la pradera tibia de mí -callada luz que ardíatan cercana de mi voz que aún se escondía tu desnudez de viento en la madera. Toco tu piel, recuerdo tu quimera y de su patria quieta un solo día el aura de tu cuerpo en que latía ese deseo de un alma lisonjera. Tu te hallarás desnuda y sin dulzura como el anillo ciego en la mirada, sin gesto ni caricia y consternada. Y por amor, mujer, ya sin blancura, recuerdo que tu pecho en la ventana se deletreaba amor igual que Ana.

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