Para leer el socialismo. Jesús Puerta

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1 Para leer el socialismo Jesús Puerta 1

2 INDICE Introducción. Cómo leer 4 PRIMERA PARTE: LOS TEXTOS 4 1. Manifiesto del Partido Comunista 7 Burgueses y proletarios 13 Sobre la Comuna de París en La guerra civil en Francia 28 Capítulo III 31 Capítulo IV 48 Crítica del programa de Gotha 63 I 66 El Imperialismo, fase superior del capitalismo 2

3 de Vladimir Ilich Lenin 79 VII. El imperialismo, Como fase particular del capitalismo 83 VIII. El parasitismo y La descomposición del capitalismo 94 IX. La crítica del imperialismo 104 X. El lugar histórico del imperialismo 117 El Estado y la revolución de V. I. Lenin 124 Capitulo III El estado y la revolución. La experiencia de la comuna de París de El análisis de Marx 126 SEGUNDA PARTE: TRADICION Y RUPTURA, TRADICION DE RUPTURAS 155 a) Balance del siglo XIX: 155 b) Los problemas de Lenin: la nueva fase imperialista, la excepción y la regla en la revolución, la construcción del socialismo. 161 c)la degeneración del socialismo y la restauración del 3

4 capitalismo: Stalin, Trotski, Mao. 166 d) Las luchas de liberación nacional 174 e) El abandono del marxismo leninismo: el eurocomunismo 179 f) Crítica del marxismo real: 185 g) El socialismo del siglo XXI y más allá de Marx 195 4

5 Introducción. Cómo leer La idea inicial de este libro era hacer una antología de textos con fines didácticos, para que una nueva generación comenzara a conocer en serio el socialismo. De modo que lo que aportaríamos sería la selección y el comentario de unos textos. Ninguna de las dos cosas es inocente. El socialismo es un asunto polémico, implica distintas posiciones políticas y teóricas que suponen a su vez determinadas selecciones y omisiones de libros, distintos énfasis en la lectura de los mismos libros y, en consecuencia, distintas interpretaciones. La selección estaría hecha desde una perspectiva fundamentalmente antidogmática. Insistiría en la participación activa y crítica del lector. El dogmatismo se debe a dos factores. Uno, y esto ocurre con todas las iglesias, la existencia de una institución (el Partido dominante en un estado) que media en la lectura, fijando una interpretación correcta única. Se establece entonces una ortodoxia y una concepción de los textos que llega a ritualizar la textualidad misma (frases, oraciones, párrafos, convertidos en aforismos descontextualizados), con lo cual, en la práctica, se convierte a los libros en expresión de un saber definitivo, dado de una vez y para siempre. Las ideas se convierten en entelequias, en seres fijos que nos rigen desde algún lugar, un topos urano, a través de una revelación religiosa. Pero el dogmatismo, por supuesto, es una manipulación. Se trata de impedir cualquier observación crítica del lector, crear una situación por la cual no pueda decir que no a lo que impone la iglesia. El efecto es producir una falsa conciencia que puede justificar los más diversos virajes tácticos, incluso oportunismos, gracias a la manipulación de los textos. Esto ocurrió con la dirigencia soviética. Ante la existencia de esa ortodoxia de la Iglesia, caben los movimientos protestantes y reformistas que insurgen regularmente en todos los movimientos doctrinarios. 5

6 Otro factor que promueve el dogmatismo, es la simple flojera mental. Se asume una única interpretación, porque multiplicarlas lleva a ir de definición en definición, en un vértigo de interpretaciones, y esto supone un esfuerzo, un trabajo de reflexión, de búsqueda, de investigación, de más lecturas. La pereza intelectual es un aliado del dogmatismo. Irónicamente, a veces se alían el flojo y el ortodoxo, éste porque necesita su intolerancia para encubrir su profunda inseguridad, aquél porque le basta adaptarse a las normas y seguir la corriente impuesta en cada momento. En todo caso, es cierto que, para actuar, es necesario contar con significados y creencias estables, que den piso firme y confianza para las decisiones. Pero ello no debe entorpecer la reflexión previa y posterior a la acción. En este sentido, tiene pertinencia la distinción entre teoría y propaganda, entre conceptos y maniobra polémica. Claro, no hay que exagerar y colocar la teoría en un mundo aparte de las luchas teóricas. Por el contrario, apostamos a una lectura que contextualice el texto en su enunciación concreta dentro de su circunstancia, así como dentro del contexto de la vida del lector, donde éste le consiga sentido y aplicación. La cuestión es que toda propaganda implica una operación de simplificación, mientras que la reflexión, el análisis y la crítica suponen un discernimiento, una descomposición sistemática de los elementos del todo considerado, en otras palabras, un proceso de elaboración, de complicación si se quiere, que incorpora la incertidumbre como momento ineludible. En términos generales, hay cinco alcances de lectura. Hay una primera lectura en la cual simplemente se trata de entender lo que dice el texto, en su literalidad. Esto exige a veces una labor de desciframiento de palabras, de referencias, de ciertos giros y alusiones. Este es el momento de, por así decirlo, dejar hablar al texto. Esto no es fácil, como podría suponerse. En primer lugar, tiene que haber 6

7 un interés de entender. En segundo lugar, tiene que haber cierto control sobre los propios preconceptos, las interpretaciones apresuradas, el atasco con contradicciones aparentes. De allí, que se hace necesario un segundo alcance lector: el comprender. Comprender un texto significa ubicarlo en las circunstancias en que es producido, los fines prácticos que lo motivó, las limitaciones y logros que se producen en él en vista de otros textos cercanos o contrarios. Comprender es ir más allá de la letra, para captar un sentido: refutar un contrario, complementar otro texto, desviar la atención, reforzar una posición, etc. En la comprensión vislumbramos que un texto es el despliegue de una estrategia en el marco de una situación muy precisa, pero que, al mismo tiempo, a pesar de las distancias históricas, geográficas, personales, emocionales, etc., nos toca, tiene un mensaje para nosotros en nuestra actualidad. Para captar esto, hay que saber más acerca de lo que rodea a la producción de ese texto en particular, para establecer algunas comparaciones con nuestra circunstancia de lector. La culminación de la comprensión, es el juicio. Para poder llegar a juzgar, el lector debiera forjar sus propios valores, con los cuales confrontar el texto. Por supuesto que esos valores y esa confrontación, tienen lugar en la reflexión, en el situarse a sí mismo como receptor de ese mensaje, que al final tiene que ver conmigo, con los nuestros, con nuestro país y tiempo. Juzgar es valorar. Es posible que un texto nos sea valioso porque nos descubrió un aspecto totalmente insospechado. O porque nos confirmó una sospecha., O porque nos chocó demasiado. O porque nos planteó incómodas dudas. Todo ello implica un juicio, por el cual subsumimos el texto en una clase o categoría, o extraemos de él un nuevo concepto. Los dos últimos alcances de la lectura, la apropiación y la aplicación, tienen que ver con la manera como nos ha nutrido ese texto en nuestro pensamiento, en nuestros propios criterios. Apropiarnos de un texto implica saber encontrar los sentidos que nos son valiosos 7

8 y útiles para nuestros intereses. Finalmente, esos nuevos conceptos serán aplicados a nuestra actividad. Nos referimos a estos alcances de lectura, porque queremos dejar sentado de una vez, y desde el principio, que esta recopilación tiene el objetivo de enriquecer la formación de unos ciudadanos que se encuentran ocupados en la construcción de una nueva sociedad en Venezuela, y por ello no se trata de leerlos bien y con atención para recordarlos solamente. Se trata de entenderlos, comprenderlos, juzgarlos, criticarlos, apropiárselos, aplicarlos. Tomamos tan solo cinco libros: de Marx y Engels, el Manifiesto Comunista, la Guerra Civil en Francia, la Crítica del Programa de Gotha; de Lenin el Imperialismo, fase superior del capitalismo y El estado y la revolución. Por supuesto, no se trata de una antología exhaustiva, sino elemental, básica si se quiere. Hay otros, muchos textos de los clásicos del marxismo y de otros autores como Gramsci, Trotski, Rosa Luxemburgo, Lukacs, Korsch, etc. que nos hubiera gustado antologizar. Es más, nos da dolor no haberlos incluido; pero ello haría demasiado largo el intento, y además inútil, porque allí están los libros, defendiéndose por sí solos. En todo caso, vale la recomendación de la lectura. Después de hacer los comentarios de los textos básicos que hemos seleccionados, decidimos hacer una síntesis histórica de los derroteros del socialismo. Esto constituirá la segunda parte del libro intitulada Tradición y ruptura: tradición de la ruptura. El objetivo es brindar un marco más amplio para la interpretación. Allí, por supuesto, daremos nuestro sesgo al examen de ese devenir histórico. Para nosotros el socialismo es una tradición, no en el sentido de algo que conservar o resguardar, sino más bien en el de un mensaje o unos contenidos que se actualizan en el presente a partir de un mensaje enviado desde el pasado. El término interpretación aquí 8

9 no sólo significa un esfuerzo por entender qué se nos dice a través de los siglos y comprender los motivos y circunstancias en las cuales se dijo lo que se dijo; sino también esa especial capacidad y habilidad para darle vida a una anotación; es decir, interpretar en el sentido en que el músico toma su instrumento y ejecuta una pieza escrita. Dependerá de la sensibilidad, la destreza, el tino, de cada intérprete lo que se produzca en el escenario. Así mismo, dependerá del intérprete la ejecución del mensaje socialista que nos viene de la tradición. Todos estos textos fueron escritos en circunstancias muy específicas y concretas, en países lejanos, en tiempos diferentes, pero, al mismo tiempo, trascienden a nuestra actualidad y a nuestro espacio. Todo discurso tiene un auditorio inmediato, actual, y otro mediato, trascendental, futuro. Es posible que ya estén extintas y lejanas las emociones, coacciones, urgencias, razonamientos, hechos, que hayan motivado ciertos énfasis, reiteraciones y giros. Pero, si el texto de verdad vale y trasciende, su mensaje llegará al buen lector del futuro, en otro espacio y tiempo, con otras urgencias y emociones. Pero esa trascendencia sólo puede evidenciarse si el lector hace el esfuerzo de penetrar en el mensaje que pueda valorar en el aquí y ahora. Paradójicamente, para ello, el lector debe congeniar con la intención del autor, que no es sólo lo que quiso decir, sino lo que efectivamente dijo para el momento en que lo dijo. No hay que olvidar que decir es también un hacer, y éste es un sentido y un valor también. Es por ello que, para penetrar en la intención del autor, hay que situarse a) en el contexto polémico en el cual se situaron originalmente (estrategias en juego, objetivos, movimientos de ataque y defensa, ocupación, amenazas, etc.); b) sus campos de referencia concretos, sensibles, inmediatos y mediatos; c) las tradiciones de las expresiones (para identificar giros nuevos, ironías, tropos, tópicos). 9

10 Estas orientaciones las aplicaremos a continuación a los comentarios de los textos seleccionados (que no pretenden establecer una interpretación única y correcta) y la reflexión final, que sintetiza algunas enseñanzas que nos parecen importantes. 10

11 PRIMERA PARTE: LOS TEXTOS 1. Manifiesto del Partido Comunista Comenzamos con este libro, por su valor didáctico e introductorio, propiedades que corresponden a un documento elaborado con esa misma intención. Marx y Engels lo escribieron precisamente para resumir y sistematizar las concepciones básicas que le darían identidad a una organización obrera, originalmente alemana, que venía de otras ideas, digamos ingenuas, silvestres, respecto de la lucha proletaria. Pero además de estar orientado a este fin constitutivo y propagandístico (de allí su estructura didáctica, sumaria, sintética), el Manifiesto se encuentra situado en un momento clave de la maduración del pensamiento de Marx y de Engels. Ya habían quedado atrás los textos de temática fundamentalmente filosófica, con los cuales ajustaron cuentas con sus maestros de pensamiento: Hegel y Feuerbach. Este libro marca un nuevo giro en la actividad política de los dos iniciadores del marxismo: se convertirían en líderes fundadores de una nueva tendencia revolucionaria, al lado (y en contra) de otros socialismos y comunismos de la época. Ya los dos amigos habían formulado (en obras anteriores, principalmente La ideología alemana) las premisas de su concepción materialista de la historia, y emprendido la crítica a la economía política inglesa como punto de partida para el desentrañamiento teórico del mecanismo de explotación del obrero por el capital. De hecho, el Manifiesto fue escrito en 1847, el mismo año en que redactaron la Miseria de la filosofía, libro con el cual se divorcian política, filosófica y científicamente del gran socialista francés Proudhom (con quien Marx tuvo en algún momento, una estrecha amistad), y Trabajo asalariado y capital, 11

12 recopilación de artículos que a su vez resumían unas conferencias dadas por Marx a los obreros ingleses acerca de los mecanismos de explotación del sistema capitalista. Hay comentaristas que señalan que ya Marx y Engels habían adelantado en la comprensión del mecanismo específico de explotación del capitalismo: la extracción de la plusvalía del trabajo asalariado. Vale la precisión acerca del nombre del Manifiesto. Él tuvo más que ver con motivos políticos, históricos, de polémica política contingente, que con razones conceptuales. Explica Engels que en 1847 se asumían como socialistas dos tendencias: una, los partidarios de sistemas utópicos (owenistas en Inglaterra y fourieristas en Francia), sectas según Engels, que proponían comunidades especiales, perfectas, al margen de la lucha de clase; la segunda, los seguidores de distintos planes filantrópicos, para cuya realización buscaban algún burgués bienintencionado (Saint Simon, por ejemplo). Los comunistas, en cambio, ya sentían insuficientes las revoluciones democráticas o republicanas que llenaron el siglo XIX europeo, que enfrentaron (en parte y al principio, porque luego se les plegaron) a las rancias aristocracias y las anacrónicas monarquías, y de las cuales el movimiento obrero fue su ala más radical. Las burguesías europeas que iniciaban esas revoluciones, ya asustadas por la experiencia francesa, terminaban por llegar a transacciones con la derecha aristócrata o monárquica, traicionando la base popular y proletaria de esas insurrecciones. De allí que, en 1847, para el momento de aparición del texto, era políticamente conveniente deslindarse de los socialistas, llamando comunista al Manifiesto. Esta situación cambió esencialmente hacia las dos últimas décadas del siglo, cuando el pensamiento marxista logra la dirección intelectual del movimiento obrero europeo. El primer partido propiamente marxista, el alemán, se llamaba Partido Socialdemócrata, de modo que se retomó el nombre del socialismo para el movimiento. 12

13 Como narra Engels (en el prefacio de 1890), el Manifiesto inicialmente tuvo el gran contratiempo de que, precisamente por su éxito entre la reducida vanguardia del socialismo científico, fue prohibido apenas un año después de su publicación, a raíz de los acontecimientos de 1848 (aplastamiento de levantamientos proletarios en Francia y poco después, en otros países) y la condena de los comunistas en Colonia, en 1852, que fue el punto de partida para la persecución en toda Europa. Cabe destacar que el año 1848 fue un año agitadísimo. Para entenderlo habría que hacer una consideración general: desde la revolución francesa de 1789, las ideas republicanas y democráticas no habían podido terminar de instalarse en suelo europeo, puesto que las fuerzas reaccionarias de las aristocracias y las familias monárquicas (y sus partidarios de todas las clases, incluidos los campesinos) lograron una y otra vez hacer retroceder lo que para ellos era la amenaza democrática. A cada movimiento democrático más o menos exitoso, sucedía una respuesta reaccionaria monárquica. Al mismo tiempo que se da este flujo y reflujo de las luchas democráticas, se extienden y profundizan las relaciones sociales y económicas propias del capitalismo, acicateadas por el impacto de la revolución industrial. De modo que la modernidad capitalista, a pesar de la resistencia aristocrática, le ganaba la partida al feudalismo aristocrático y monárquico en lo que toca al tejido social y la economía se refiere. Es a mediados del XIX (hacia precisamente 1848) cuando en las filas de las luchas democráticas y republicanas comienzan a destacarse las organizaciones obreras con sus propias exigencias y banderas. Ese año, el de la publicación del Manifiesto, hubo levantamientos proletarios en varios países, estimulados también por una crisis de sobreproducción que afectó a todo el continente. Pero aquellos alzamientos sociales fueron finalmente aplastados, en parte debido a que, ya desde entonces, la burguesía de cada país había moderado considerablemente su ímpetu republicano y cerraba filas con la 13

14 aristocracia, para lograr una alianza de clase que emprendiera sólo algunas reformas al absolutismo monárquico, implantando monarquías constitucionales y algunas instituciones democráticas. Es por ello que pudiéramos discutir mucho el rasgo burgués de la democracia y el republicanismo consecuente, dado que la burguesía europea pactó con la aristocracia monárquica todas esas reformas, dejando en la estacada al proletariado, aislándolo del campesinado. Cuando hacia 1864, se formó la Asociación Internacional de los Trabajadores como organización que federaba a diversos grupos proletarios revolucionarios europeos, los propios Marx y Engels prefirieron redactar un preámbulo al programa de los Estatutos de la Internacional (haciendo eco a la consigna unitaria del propio Manifiesto, que el propio Engels reivindica y cobra políticamente), que en cierta manera constituía un compromiso con las tendencias anarquistas, tradeunionistas, proudhonianos y lassalleanos (enumeración que hacemos sólo para resaltar la heterogeneidad y complejidad del movimiento proletario naciente del siglo XIX). Así, digamos que sus propios autores decidieron, tácticamente, no insistir en sus tesis fundamentales en aquella ocasión. Marx, escribe Engels, confiaba en que el desarrollo intelectual de la clase obrera revalorizaría en otro momento las tesis del Manifiesto. De modo que quedó en el refrigerador durante unos años y por motivos tácticos. Ya en 1874, dice Engels, cuando la Internacional dejó de existir, la situación era muy diferente. Las demás tendencias estaban prácticamente muertas o agonizando en todos los países europeos. Marx y Engels habían logrado expulsar a los anarquistas de Bakunin de la Internacional. Todo ello preparó las condiciones, para que el Manifiesto fuera revalorizado y, con él, las ideas de sus autores, colocándolos a la vanguardia intelectual del movimiento proletario. Lo que no destaca Engels, es que este éxito del Manifiesto (tanto que ya en 14

15 1887, dice, el socialismo continental era casi exclusivamente la teoría formulada en el Manifiesto, y se ha convertido, en la última década del siglo XIX, en el texto socialista más difundido), se produce en el marco de una estabilización y auge económico del capitalismo, posterior a sangrientas derrotas del movimiento obrero. Efectivamente, el marxismo como tal logra la dirección intelectual del movimiento socialista europeo, gracias a la derrota de las otras tendencias. Ahora bien, esos fracasos fueron también de la clase misma en lucha: la Comuna de París, dirigida por blanquistas y proudhonianos, en primer lugar (1870). Es por esto que Korsch señala que la sistematización de la lectura de la obra de Marx y la constitución del marxismo en doctrina oficial de algunas organizaciones políticas, tuvo lugar después de duras y consistentes derrotas del movimiento obrero europeo y norteamericano, en un momento de reflujo del movimiento obrero revolucionario, y en medio de un período de estabilización y hasta de auge del sistema capitalista, posterior a la superación de sus crisis, tanto económicas como políticas, en la última década del siglo XIX y el primer lustro del siglo XX. Pero eso ya es otra historia. El Manifiesto Comunista asienta una serie de principios claves del pensamiento marxista. El primero, y el más evidente en la lectura, es aquello de hacer equivaler la historia de la Humanidad con la lucha de clases. Se trata efectivamente de un principio heurístico (una orientación metodológica para descubrir y observar) que intenta explicar los acontecimientos históricos por la vía de una doble reducción. Una, la historia de la Humanidad termina siendo resumida en la historia de y desde Europa. Dos, las distintas dominaciones (de una nación sobre otra, de una cultura sobre otra, de una religión sobre otra, de un género sobre otro, etc.) se entienden como efectos de la principal: la de una clase social sobre otra. 15

16 La perspectiva eurocentrista de Marx ha sido señalada por varios comentaristas. No creo que se deba (por lo menos, no solamente) a una simple arrogancia frente a la barbarie asiática, africana o americana, aunque pueda rastrearse en algunos textos de Marx cierto dejo de desprecio hacia los países atrasados de Asia y América. Considerando algunas orientaciones metodológicas que da en los textos preparatorios de El Capital, puede decirse que Europa era para Marx y Engels, un modelo de la historia de la Humanidad, porque había alcanzado un grado mayor de desarrollo y progreso (representado, claro está, por el capitalismo industrial). Por esa razón, el conocimiento de la historia de Europa resolvía el conocimiento del resto de los procesos históricos; igual que en la biología evolucionista, para comprender la anatomía de las especies menos evolucionadas, hay que analizar la de las más evolucionadas. Es importante entender que para Marx y Engels, sus esfuerzos de concebir una ciencia de la historia, eran análogos a los de Darwin de realizar una ciencia de las especies biológicas. La segunda reducción, la de la explicación de la historia humana por un proceso más fundamental, la de lucha de clases, no es original de Marx, como se encarga de resaltarlo Engels y el propio Marx. Ya esta explicación la había utilizado Saint Simon y otros. Lo que es propio de Marx y Engels era que esta lucha ha llegado a la fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases, esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx. 1 Esto concuerda con el pasaje del propio Manifiesto donde se explica que los comunistas no son opuestos a otros partidos obreros, sino que son el sector más resuelto 1 Prólogo de Engels, al Manifiesto Comunista, en En Marx, Carlos, Engels, Federico. Obras Escogidas en dos tomos. Tomo I. Editorial Progreso. Moscú. P

17 dado que tienen la ventaja de su clara visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario (p. 31). Las únicas diferencias son que los comunistas harían valer los intereses proletarios más allá de las nacionalidades y pretenden representar los intereses del conjunto del movimiento. Puede entenderse también que los comunistas, entonces, representan en cierta forma todas las clases explotadas y oprimidas, puesto que su propia emancipación, emancipará a las demás. El otro eje de argumentación del texto, es la premisa de la concepción materialista de la historia según la cual el desarrollo de las fuerzas productivas, el dominio sobre la naturaleza, la producción de riquezas, que el capitalismo impulsa de manera intensa y revolucionaria, es el motor de la historia. Por ello, Marx y Engels emprenden la narración de la génesis y desarrollo del capitalismo. Más allá del elogio progresista a la burguesía, los autores muestran que este progreso y producción de riqueza se transforma en su opuesto, en miseria y violencia. La burguesía ni siquiera puede sostener a la clase que explota, como lo hacía la clase esclavista. Los obreros, al competir entre sí, desgraciadamente, hacen disminuir el precio del trabajo que ofrecen. De allí que en el capitalismo se plantea una contradicción explosiva entre el carácter progresivo, altamente productivo, de sus técnicas y fuerzas productivas, y la pobreza y opresión de la clase explotada. Esta es la expresión de la contradicción general entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción que, según la concepción materialista, mueve a la historia, la cual se manifiesta en la lucha de clases. La gran riqueza de la que son capaces las fuerzas productivas construidas por el capitalismo, sólo podrían pertenecer a la Humanidad, realizando la nueva sociedad, si el proletariado, que es la personificación de esas mismas fuerzas productivas, se eleva a clase dominante. Esto es así, igualmente, porque el desarrollo del capitalismo va simplificando la estructura social en dos y sólo dos clases sociales: burguesía y proletariado. 17

18 Estas son las ideas centrales en torno a las cuales gira todo el texto. Los puntos programáticos son considerados por sus propios autores como contingentes, adaptables a otras situaciones históricas. El movimiento proletario del siglo XIX queda así explicado, no a partir de las ideas de sus pensadores, sino por la lógica de unas causas y unos efectos perfectamente discernibles en la experiencia propia de las luchas. Los planteamientos principales del Manifiesto constituyen las premisas de la acción revolucionaria, su garantía científica. No una fe o una especulación filosófica o ética. La convicción racional de esa explicación de la historia (la lucha de clases, el avance de las fuerzas productivas que llevan a su choque con las relaciones sociales, la definitiva liberación de la dominación de clase a través de la victoria proletaria, el aprovechamiento en la nueva sociedad de las riquezas que producen las fuerzas productivas desarrolladas por la burguesía), se identifica con la convicción del revolucionario práctico. A continuación las páginas del capítulo Burgueses y proletarios del Manifiesto Comunista, momento clave en la formulación de la concepción materialista de la historia. BURGUESES Y PROLETARIOS Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación 18

19 revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes. En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos, dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones. La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas. Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado. De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los villanos de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía. El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía. El mercado 19

20 de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición. El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller. Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción. La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos. La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el 20

21 comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media. Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción. A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político. Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la comuna una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa. La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados 21

22 lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación. La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia. La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares. La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la haraganería más indolente. Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre. La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las 22

23 catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas. La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente. La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás. La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya 23

24 instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal. La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza. 24

25 La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural. Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente. La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país. Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad. Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política. Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera. En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad 25

26 fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción? Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal. Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas. Obstruían la producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron. Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase burguesa. Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante. Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra 26

27 el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras 27

28 más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas. Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella. Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios. En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado. La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza. Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo, equivale a su coste de producción. Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto 28

29 más aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc. La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro. Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre. Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo. Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste. Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc. 29

30 Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción. Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado. El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia. Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota. Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval. En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en 30

31 movimiento cosa que todavía logra a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es un triunfo de la clase burguesa. Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado. La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones. Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los 31

32 medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política. Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años. Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante. Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses propios. Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas. Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sí misma. 32

33 Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas. Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros. De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar. Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia. Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa 33

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