Negro sobre blanco Para M.P. Inés llega afuera de la puerta de entrada, es tan grande que sintió el peso de la madera venirse sobre ella. Lleva un bulto bajo el brazo atado con un listón, y un semblante que es mejor no recordar. No ha llegado hasta ahí por gusto, y poco le queda que hacer más que tocar la puerta. Todavía recuerdo la primera vez que llegué aquí, tenía una mochila, mi computadora, una pluma, dos lápices y un cuaderno. Hoy tengo un tapabocas que no cubre mi sonrisa ni mis manos al cambiar cada legajo de papel amarillo. Uso guantes color látex que no encuentran nada semejante a lo que está escrito en este siglo. Ausculto papeles de hace más de cuatrocientos años en una mesa metálica, que definitivamente no estaba cuando este lugar era un colegio recién abierto y no una vieja biblioteca con estantes y miles de documentos inservibles. Antes todo era de madera. Este recinto discreto y silencioso parece estar amarrado con el hilo fino de la pesadez. He estado viniendo cada martes y jueves de 9:00 a.m. a 1 p.m. Intento encontrar algo inédito de escritores viejos y reconocidos; sin embargo, no hay ningún rastro de aquello: no obras, no autores. Sólo papeles blancos y amarillos, algunos encuadernados y todos escritos en español con una caligrafía muy antigua, casi ilegible. Sigo buscando y pienso con demasiado pesar que este día las hojas viejas no me tienen nada, que no encontraré nada de lo que necesito. 1
Parezco un médico que disecciona un cadáver sobre la mesa de exploración, así lo advierten mis manos manchadas por las hojas de un libro y el grafito del lápiz; mi boca se reseca por el polvo. Ahora sé que Inés estaba del otro lado del estante, que me observaba y me esperaba. La puerta se abre por un conserje que no mira a los ojos de Inés, a pesar de ser de la misma condición. Ella aprieta con más fuerza el bulto contra su cuerpo. Entra y camina a lo largo del patio, observa la fuente de en medio, y sobre el agua refleja la inocencia que aún le pertenece. Tiene dieciséis años y acaba de ser vendida al Colegio de las Niñas Doncellas a cambio de trescientas monedas de oro. No es la primera vez que se siente atrapada por el miedo y por su mejor postor. Vendida a este colegio, sabe que está perdida. Inés es negra como la pluma que escribe en este momento, y da vueltas en el patio como la punta que esparce la tinta. Entiende que no será dueña de sí misma hasta que no salga de su condición de esclava implícita desde su nacimiento. Ayer la exhibieron para ser vendida, hoy la seleccionó la rectora del colegio pero mañana quién sabe. Pensando en ella y en los de su condición, Inés se queda parada a un lado de la fuente esperando órdenes. Mis estornudos son cada vez más repetitivos, el polvo acumulado los provoca. Son las 11:30 a.m. y este lugar lo cierran pronto. Hoy es martes, mañana no vengo, tengo que apurarme, me digo harta de mover el cubrebocas que tapa mi nariz irritada. Paso cada legajo y dejo palabras que no entiendo y que carecen de 2
importancia, y ya ni siquiera sé qué es lo que busco. Aquí adentro todo gira distinto: el tiempo, mi mente, las letras, los siglos a pesar de ser sólo la biblioteca de un antiguo colegio para mujeres con una fuente en medio ya sin agua, y sin alumnas. Ahora respiro aire de encierro, y sé que eso que no encuentro pertenece más al mismo libro que a mis manos y a mis ojos. Por primera vez tengo miedo de lo que pueda encontrar dentro de papeles viejos comidos por polillas. El vuelo y el polvo fino de una palomilla color ocre me hacen levantar la mirada. Definitivamente busca la luz, aterriza y posa sus alas en el estante marcado con el número quince. Sigo su vuelo y mi mano se aloja en el lomo más iluminado por la luz del sol. La pequeña distracción ocre me trasladó al tomo IV, volumen 9 bis-0-150. Tomo la cubierta del libro enorme, abro sus interiores y sé que algo está por ocurrir. Inés recibió miles de órdenes de unos labios ajenos y distantes que la alejaron poco a poco de la fuente, pues ya era un adorno incómodo más del colegio. Aun teniendo nombre y cuerpo valía menos que el personal de servicio, que las criadas a sueldo y mucho menos que las esclavas personales de las niñas doncellas que estudiaban en él. Inés recorre cada cuarto, limpia el patio y se pregunta a diario sobre la limpieza y color de su sangre, esa que jamás quedará desinfectada. Inés poco a poco se acostumbra a su trato, a sus oficios, a sus labores, a sus sinsabores, a ser propiedad del colegio. Saca la basura, cuida la huerta, arregla bodegas, cose vestidos, sólo sabe labores de manos pues jamás aprenderá a 3
escribir ni entenderá notas musicales; nunca sabrá leer, pero sí sabe que está siendo leída por otro, y respira, eso es lo único que la mantiene con vida. Me cuesta trabajo leer y entender la letra de las hojas del libro IV que desbarato irremediablemente. La grafía es cada vez más antigua, más angulosa, más curveada, más rápida y menos legible. Esto no es más que una nota de venta de hace más de cuatrocientos años!, vendieron a una esclava negra a este Colegio de Niñas Doncellas, de la forma más inhumana, me grito a mí misma. La vendieron como se vende a un animal, diciendo que no padece ninguna enfermad, que responde al nombre de Inés, que fue un precio justo, que renuncian a ella y la traspasan. Inés objeto, Inés plasmada en papel ha perdido su libertad para siempre, a menos que alguien la libere. Me quedo pensando. A Inés no sólo la metieron en un colegio, sino también a una clasificación de estantería: dentro de este libro, en este volumen. Su cuerpo y nombre están atrapados bajo esta tinta antigua en forma de una nota de venta. Inés no sólo es negra y esclava, sino también un papel jurídico que se llevó su libertad para toda la vida. Inés sabe que dentro de estas hojas aún es esclava, así lo dicta su papel, sólo quiere descansar, liberarse y estar consciente de que ya nadie la recuerde, de que nadie abra el libro y la nombre esclava nuevamente, lo que siempre fue. Quiere desprenderse de esas letras y que sean borradas para siempre, así como lo hace la polilla: con movimientos profundos e incisivos. Intenta desaparecer su propia nota de venta, quiere convertirse en una polilla para liberarse de ese papel que la clasificó como esclava. 4
Necesitaba que alguien conociera su historia para que ella al fin pudiera ser un punto negro sobre lo blanco, ser como una polilla que perfora la hoja en blanco y deja su negra huella, al deshacerlo todo. Necesitaba que alguien leyera su documento para que ella misma pudiera cambiar de página a su vida y a su encierro. Inés me da lo último que tiene y lo que siempre mantuvo a su lado desde que llegó al colegio, me pide que abra aquel bulto que mantenía aprisionado siempre cerca de su cuerpo, aquel que trajo bajo su brazo al cruzar la puerta de madera me ruega que lo desate frente a ella: sólo encuentro su Esclavitud en forma de bulto. Inés necesitaba de mí. De mis manos que llegaron a buscar papeles y desataron el listón que amarraba su bulto bajo el brazo, lo único que poseyó y lo último a lo que fue condenada. Le quité el cordón que la mantenía ligada al silencio, al abandono y al olvido, la liberé y ahora vuela como palomilla ocre hacia la luz natural y se posa sobre el libro más iluminado por el sol, el mismo que después de tiempo encontré lleno de puntos negros y profundos que imposibilitan cualquier lectura. Inés negra, Inés esclava, Inés papel, Inés polilla, ahora ya eres libre, y nadie puede venderte. Marban 5