A PROPÓSITO DE LA FIESTA DE PENTECOSTÉS EL SEÑOR ES EL ESPÍRITU ( 2 Cor. 3,17). Jesucristo: Transmisor de la vida de Dios Trino.



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Transcripción:

A PROPÓSITO DE LA FIESTA DE PENTECOSTÉS EL SEÑOR ES EL ESPÍRITU ( 2 Cor. 3,17). Jesucristo: Transmisor de la vida de Dios Trino. Sin el Espíritu Santo, Dios se siente lejano; el Cristo queda en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia es una simple organización; la misión una propaganda; el culto una antigualla; la actividad humana un trabajo de esclavos. Con el Espíritu Santo, en cambio, el cosmos es dignificado por la generación del reino; el Cristo Resucitado se hace presente; el evangelio se vuelve fuerza y vida; la iglesia realiza la comunión trinitaria; la autoridad se transforma en servicio; la liturgia es memorial y anticipación; la actividad humana es divinizada. Óscar Bórquez López, Director Colegio Niño Jesús. El Domingo 24 de Mayo, la Iglesia celebró la fiesta de Pentecostés, es decir, se le da un sentido especial a la fiesta del Espíritu que nos ha regalado Jesucristo y que se manifestó de manera especial a los discípulos el día de Pentecostés. A propósito de esto, me gustaría profundizar en el tema del Espíritu Santo, desde una mirada etimológica, pero también centrada desde la teología litúrgica y la reflexión cristológica. Finalmente presentaré una relación entre el Espíritu Santo y vida cristiana, buscando aterrizar la importancia del Espíritu Santo en nuestra vida y en la misión de la Iglesia. I. SIGNIFICADO DEL VOCABLO HEBREO RUAJ Para aproximarnos a una definición del vocablo hebreo Ruaj, he recurrido a una definición dada por T. Schneider, en el Manual de Teología Dogmática. El pueblo de Israel, en su largo peregrinar hacia Dios, va teniendo diversas experiencias en cuanto a su relación con Yahveh; una de ellas es la experiencia del Espíritu de Dios, en donde reconoce a Dios como el dador de la vida. Es por eso que el vocablo hebreo Ruaj señala, ya desde su significación etimológica primera, la conexión de espíritu y vida. Por tanto, para tratar de acercarnos a una definición de Espíritu, nos detendremos primeramente en el hondo significado de la palabra onomatopéyica Ruaj, lo que nos permitirá comprender en cierto modo lo que es el Espíritu Santo. El empleo de Ruaj puede entenderse en un sentido teológico estricto allí donde la palabra indica la fuerza espiritual procedente de Dios (Yahveh, Elohim), la fuerza profética o directamente al Espíritu de Dios. (En esta acepción pueden aducirse de 60 a 70 textos). Podemos estructurar la riqueza significativa de Ruaj de la siguiente manera: a - Significado etimológico primario: Movimiento de aire estruendoso, violento; (Golpe de viento, respiración) b - Significado fundamental: Viento, Respiración c - Desarrollo antropológico:

Fuerza vital, ánimo Voluntad, espíritu como capacidad El Yo d - Significado teológico: Fuerza espiritual divina Fuerza profética Espíritu de Dios Después de haber estructurado la riqueza significativa de Ruaj, me gustaría señalar por último que Ruaj también tiene una significación femenina, esto porque Dios se revela como Ruaj de una manera especial en las funciones maternas de creación, conservación y protección de vida... El Dios Ruaj de la Biblia está en relación constante con la vida y la hace surgir como una madre. Ruaj se refiere en contextos teológicos importantes a la fuerza vital dinámica (creadora). De ahí que un estudio teológico-sistemático de los datos veterotestamentarios tenga que orientarse por el hilo conductor de «espíritu y vida». II. PENTECOSTÉS O TIEMPO PASCUAL 1 (Aproximación Litúrgica-Teológico a la Pascua-Pentecostés) Al iniciar nuestra reflexión pneumatológica, quisiera referirme a la celebración de la fiesta de Pentecostés y su estrecha relación con el tiempo Pascual, lo anterior, mirado desde una óptica litúrgica. Para ello nos dejaremos iluminar por el carmelita Jesús Castellano, especialista en espiritualidad litúrgica. En la Vigilia Pascual, que es ya Domingo de Resurrección, nace el día nuevo que la Iglesia prolonga en renovada alegría por una semana, en un tiempo que ya los antiguos llamaban <<las siete semanas del santo Pentecostés>> (San Basilio), el <<gran domingo>> (San Atanasio), el <<amplio>> ó <<gozoso espacio>> (Tertuliano). Pascua por lo tanto, no es un día solo, sino un gran día que se prolonga durante un tiempo simbólico: <<el sacramento pascual encerrado en cincuenta días>>, como dice una oración de Gelasiano. Pentecostés no es un solo día, puesto que esta palabra indica la <<cincuentena>> de días y, por consiguiente, el <<quincuagésimo día>, con el que termina el tiempo de Pascua. En las Normas Universales sobre el año litúrgico, la Iglesia ha querido poner de relieve esta dimensión antigua de la cincuentena pascual un tanto confusa, restableciendo plenamente una serie de elementos litúrgicos característicos que son una hermosa recuperación del sentido primitivo de este tiempo: <<Los cincuenta días que van desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación, como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un gran domingo (Atanasio, Ep. Fest. 1: PG 26, 1366)... Los domingos de este tiempo son tenidos como domingos de Pascua... Los ocho primeros días del tiempo pascual constituyen la octava de Pascua y se celebran como solemnidades del Señor>> (nn. 22-24). San Atanasio expresa el sentido de este tiempo con estas palabras: <<El santo domingo se extiende, en virtud de una gracia continua, a las siete semanas del santo Pentecostés, durante las cuales celebramos la fiesta de Pascua>> (PG 26, 1389). 1 Cfr. Jesús Castellano; El año litúrgico, memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia. Ed. Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1994. p. 209 s.s. Capítulo 3º.

2.1. Teología Pascual-pneumatológica: La teología del tiempo pascual vive y prolonga las perspectivas espirituales del tiempo de Pascua. La gozosa y atenta celebración de la palabra de Dios y de la oración de la Iglesia nos orienta hacia algunas líneas esenciales de teología. 2.1. a. Tiempo de Cristo Resucitado: El tiempo pascual celebra la presencia de Cristo entre sus discípulos, su manifestación dinámica en los signos que se convertirán después de la Ascensión en prolongación de su cuerpo glorioso: la palabra, los sacramentos, la Eucaristía. Cristo vive en la Iglesia. Está siempre presente en ella. La luz del cirio pascual es signo visible de su presencia luminosa que no tiene ocaso. Pero existen otros signos de su presencia: el altar, la fuente bautismal, la cruz gloriosa, el libro de la divina palabra que es como un tabernáculo de su presencia como Maestro, el ambón desde donde el Resucitado habla siempre explicando las Escrituras. Signo de esta presencia es especialmente la asamblea. Sólo en la perspectiva de la Pascua se realiza la promesa de Jesús: <<Donde dos o más están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos>> (Mt 18,20). Se trata de una presencia que culmina en la Eucaristía, donde el Resucitado invita, parte el pan, se entrega a sí mismo, ofrece el sacrificio pascual, vive en el cristiano y entre los cristianos haciendo de la Iglesia su cuerpo. 2.1. b. Tiempo del Espíritu: Como nos indica Jn 20, 19-23, el mismo día de Pascua es ya día de la efusión del Espíritu Santo, porque es ya día de la glorificación de Jesús y de la salvación escatológica para la Iglesia que nace. En esta perspectiva la Iglesia lee los Hechos, que son el evangelio del Espíritu Santo, durante todo el tiempo de Pascua; el Espíritu actúa ya en los bautizados para completar en la vida, como expresión de conducta de culto espiritual, cuanto ha sido recibido en la fe. Este es el sentido de la vivencia del tiempo de Pascua. El tiempo final de la cincuentena, después de la Ascensión, con su proyección hacia Pentecostés, subraya, como hemos indicado, aunque más en la Liturgia de la Horas que en los textos de la celebración eucarística, este aspecto pneumatológico, unido con el misterio de la Iglesia y manifestado por el Espíritu de Pentecostés. Dado el interés teológico, ecuménico y vital por la persona y la acción del Espíritu, es necesario recuperar toda la riqueza litúrgica de este aspecto, puesto tan de relieve por la liturgia eucarística y eucológica de Oriente y occidente. 2.1. c. Tiempo de la Iglesia como nueva humanidad: La liturgia pascual subraya la novedad bautismal de la vida cristiana, la continuidad con la novedad del Resucitado y la vida como culto espiritual, con la potencia de los dones y frutos del Espíritu. Existe una antropología de la Resurrección que revela al cristiano y a la comunidad eclesial como presencia y prolongación del Cristo resucitado. Son las obras de la Resurrección, el testimonio de la vida contra el instinto de la muerte, la irradiación de la vida en una cultura que afirma la posibilidad, desde aquí abajo, de una humanidad nueva y renovada por el dinamismo del Espíritu. En la perspectiva de la Resurrección y de la espera del Resucitado, en la visión pascual de la Parusía, indicada por los ángeles en la Ascensión, es éste el tiempo escatológico. Tiempo, por tanto, de anticipación

de la vida nueva y de la espera del cumplimiento definitivo en Cristo, como sugiere la lectura del Apocalipsis en este tiempo litúrgico. 2 III. LA MEDIACIÓN DEL ESPÍRITU EN LA TRINIDAD Y EN LA SALVACIÓN El Espíritu Santo es accesible a través del misterio de la Trinidad cuando ella se revela. El Espíritu Santo se comprende cuando estamos abiertos a la revelación del propio Espíritu Santo en la historia, en nuestra propia historia, lo comprendemos cuando estamos abiertos a la sorpresa. Cuando queremos adentrarnos al significado profundo del Espíritu Santo y a su acción en medio nuestro, tenemos que hacerlo en una perspectiva trinitaria. Nuestra fe en Dios no es un simple monoteísmo, el Dios que se nos ha autocomunicado en Jesucristo es un Dios cuya esencia es la Comunión, y esa perfecta comunión se manifiesta en la Trinidad. Cuando queremos llegar a la base de la esencia trinitaria de Dios, tenemos que situarnos en el gran acontecimiento de la Pascua como momento culminante de la vida histórica de Jesucristo. En el gesto gratuito del don de sí, Jesús, el Hijo, expresa la total obediencia y disponibilidad a la voluntad del Padre, es decir, al proyecto de amor en el que aparece el sentido de la salvación. Dios, en la entrega de su Hijo a la muerte, no lo hace indiferentemente, Dios entrega a su Hijo Jesús por amor a los hombres, por amor a cada uno de nosotros; en Jesús crucificado, paradójicamente se nos muestra la bondad y el amor de Dios que sale de sí mismo y es entregada para la salvación y comunión de todos los hombres. Jesús, al morir entrega el Espíritu (Jn 18,30), con un abandono confiado y filial en la espera de aquella reconciliación que, en la resurrección, llegará a ser plena y definitiva. Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos... Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu (Ef 2, 13.18). Así, pues, el acontecimiento pascual en lo paradójico del crucificado-resucitado revela la historia trinitaria de Dios, en donde nosotros podemos captar que en la comunión trinitaria se expresa la totalidad del amor de Dios, el que por su grandeza es impensable por nosotros. Dios es Trinidad-Comunión, porque Dios es amor (1 Jn 4,16), esto porque desde siempre (desde toda la eternidad) el Padre genera en el amor, libremente, al Hijo y, con el Hijo espira al Espíritu Santo. 3.1. El amor de Dios, DON del Espíritu: Para referirme al amor de Dios, que se nos manifiesta como regalo en su hijo Jesucristo en quien actúa el Espíritu del Padre, tomaré un extracto de la carta Encíclica de Juan Pablo II sobre El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo, que lleva por título Dominum et Vivificantem (1986): Dios, en su vida íntima, es amor, amor esencial, común a las tres personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y del Hijo. Por esto sondea hasta las profundidades de Dios, como amor-don-increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las personas divinas, y que por el Espíritu 2 Cfr. Idem, p. 209. 214-215.

Santo Dios existe como don. Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad y una profundización inefable del concepto de persona en Dios, que solamente conocemos por la Revelación. (D et V 10) En el Espíritu Santo Dios nos acoge y se nos dona, por el Espíritu Santo Dios se hace comunión con nosotros, en el Espíritu Dios colma la infinita distancia que separa al Increado del creado, es decir, la distancia entre Dios y nosotros; es por eso que Dios llega a ser Dios-con-nosotros y Dios-en-nosotros. 3.2. Se conoce a Dios sólo si existe comunicación con el Espíritu Santo: «Conocer» a Dios significa, pues, comunicarse con él por medio de Jesús, en la potencia operante del Espíritu: se «conoce» verdaderamente a Dios en la medida en que el hombre se comunica con Él. Para acercarnos a Dios y tratar de conocerlo (aunque sabemos que nuestro conocimiento es muy limitado) nuestra referencia primera es la Sagrada Escritura. En ella nuestra vida de creyentes, al dejarse transformar por la palabra de Dios que obra por el Espíritu Santo, va adquiriendo una comunicación con Dios, la que vivida en profundidad y oración hace que podamos vivir en Dios esforzándonos cada día por amarlo y conocerlo. El principio supremo de todo conocimiento de Dios permanece siempre en referencia fundamental a la «teología del Espíritu Santo»: conocer a Dios significa conocerlo «en el Espíritu». El Espíritu nos pone en comunión de amor con el Padre; el Espíritu nos permite encontrarnos con el Padre en la Escritura, el Espíritu es quien nos permite contemplar a la Divinidad. IV. EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DEL CRISTIANO Si por un lado, no es sencillo decir quién es el Espíritu Santo, por otro, se puede constatar su acción en la vida de aquellos que se dejan transformar por él. El Espíritu, efectivamente transforma y transfigura de tal modo la vida del cristiano, y opera un cambio tan profundo en su ser que no puede pasar inadvertido 3. Sin duda que quienes hemos sido tocados por la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, hemos sido testigos directos del amor de Dios que nos llama a dejar el hombre viejo para abrazar al nuevo. Abrazar al hombre nuevo significa para todos los cristianos dejarse llevar por la fuerza abrazadora del Espíritu que quiere crear y dar a luz en el hombre cristiano nuevos espacios de vida, que sean capaces de crear una verdadera vida comunitaria en perspectiva universal. El Espíritu Santo, como vínculo de amor, nos permite acercarnos a Dios y unirnos a su divinidad, como dijera San Atanasio, es por eso que el Espíritu Santo nos hace participar de la vida divina. Nuestra participación en la vida divina se ve fortalecida y santificada por la misma acción del Espíritu, es él quien nos lava y nos purifica para acercarnos con un corazón limpio a Dios. El Espíritu, en la vida del cristiano, quiere ser semilla de amor, una semilla de amor que al ir creciendo vaya adquiriendo las características de Cristo, para ser otro Cristo. Es por eso que para el cristiano es un gran desafío y una gran tarea cultivar la semilla de amor del Espíritu Santo, que significaría a la larga permanecer abierto a la obra de Dios en la propia vida, manifestada en el Espíritu. El cristiano, en su continua renovación, no está solo, asimismo, el cultivo de la semilla del amor donada por el Espíritu Santo tampoco se hace en el anonimato, junto al cristiano en particular hay muchos hombres, y esos hombres de fe forman el cuerpo de Cristo representada en la Iglesia, modelo de comunión trinitaria y creadora de vida. 3 Cf. Comité Central del Gran Jubileo, De tu Espíritu, Señor, está llena la tierra. p. 138

El cristiano ha sido marcado por Jesucristo de una manera particular, por el bautismo es incorporado a la vida de la Iglesia en donde sistemáticamente el hombre nuevo tiene que ir dando pasos que le permitan adherirse a la obra salvadora de Dios en toda la vida cristiana. Es por eso que es de vital importancia señalar que el cristiano, en su vida, tiene que reafirmar su unión y entrega a Cristo por medio del regalo o don de la fe, que no es otra cosa que el acto de acoger en la propia vida la revelación amorosa de Dios trino en Jesucristo. Cuando el cristiano acoge el amor de Dios, lo tiene que realizar desde lo más profundo e íntimo de su ser, a saber, el corazón, esto porque la fe brota del corazón, ya que este es el centro vital de toda decisión y opción fundamental del hombre y es el órgano en donde se produce el más hondo e íntimo encuentro con Dios. Si bien es cierto que el corazón del hombre es el lugar fundamental del encuentro con Dios. Qué es lo que dispone al cristiano para acoger a Dios y perseverar en una respuesta de fe en toda su vida? Sin duda alguna, el Espíritu Santo es quien actúa como el vínculo de amor que permite al cristiano adherirse al amor de Dios y responderle con infinita confianza. Es por eso que se puede decir que la fe, don amoroso de Dios (Ef 2,8), no es otra cosa que aquella sublime realidad a partir de la cual es dado el Espíritu y, en consecuencia, la vida en Cristo 4. En él (Cristo) también vosotros, que habéis escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados, y habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido (Ef 1,13) 5. La Iglesia se difunde evangelizando en el Espíritu: Otro aspecto interesante a reflexionar es el tema de la misión y la evangelización mirado desde la óptica del Espíritu Santo. Nuestra Iglesia fundada por Cristo tiene su dinámica salvífica evangelizadora protagonizada por el mismo Espíritu. El evangelizar es una vocación fundamental de la Iglesia, es su identidad más profunda, es por eso que en nuestro mundo actual urge que la Iglesia reasuma su vocación evangelizadora, especialmente en nuestro mundo tan descristianizado y secularizado. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que nos han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo (1 Pe 1,12). Ahora bien, cuál es el rol de la Iglesia y fundamentalmente de nosotros los cristianos? Primeramente creo que debemos abocarnos a una búsqueda sincera de Dios, dejándonos iluminar por el Espíritu, también es importante que una vez que nosotros los cristianos hemos hecho la experiencia de Dios en el Espíritu Santo, debemos proclamar por todas partes el anuncio salvador de la Buena Noticia de Dios y tenemos que llegar especialmente a quienes no conocen a Dios. Los cristianos que hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él (1 Jn 4,16b), debemos dar testimonio del don del Espíritu que hemos recibido e invitar a la conversión y a volver la mirada a nuestro Salvador Jesucristo. 4 Cf. Comité Central del Gran Jubileo, De tu Espíritu, Señor, está llena la tierra. p. 139 5 CF. ibid. p. 139

V. A MODO DE CONCLUSIÓN Sólo el Espíritu Santo abre la puerta de Dios La revelación por parte de Jesús de la Trinidad es el comienzo de la renovación definitiva del mundo. Captar el misterio trinitario de Dios significa poder entrar en la misma familia divina, en el sagrario de la casa del Absoluto, en la vida misma de Dios. Y esto sólo lo consigue el amor. Sólo el amor de Dios por mí puede abrirme la puerta de su intimidad, y el Espíritu Santo es el amor que me abre la puerta, que me permite contemplar la vida íntima de Dios. Sólo el amor difundido en mí por él, por la gracia que nos ha sido dada en Cristo, puede hacerme capaz de ver las cosas de arriba. Y este amor es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la comunicación: comunicación entre el Padre y el Hijo, y comunicación entre Dios y nosotros. Si él está, todo resulta claro; si no está, todo se vuelve oscuro. No me pidáis que me entienda humanamente; no soy capaz. Me basta contemplar, y quien me da la contemplación es el Espíritu, es decir, el amor de Dios en mí. No basta el catecismo, ni la teología, ni bastan las fórmulas para explicar la Unidad y la Trinidad de Dios. Se requiere la comunicación amorosa, es menester la presencia del Espíritu. Por eso no creo a los teólogos que no rezan, esto es, que no están en humilde comunicación de amor con Dios. Así como tampoco creo que exista en el mundo una posibilidad humana de transmitir el conocimiento auténtico de Dios. Sólo Dios puede hablar de sí mismo y sólo el Espíritu Santo, que el amor puede comunicárnoslo 6. 6 SPOLETINI, Benito. Espíritu Santo. Señor y dador de vida. San Pablo, Santiago, 1998. Pp. 13-14