11 DE SEPTIEMBRE: DESDE DENTRO



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11 DE SEPTIEMBRE: DESDE DENTRO RÚBRAM FERNÁNDEZ

Título: 11 de septiembre: desde dentro Autor: Rúbram Fernández I.S.B.N.: 84-8454-198-3 Depósito legal: A-753-2002 Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 38 45 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 96 567 19 87 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.gamma.fm gamma@gamma.fm Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

IN MEMORIAM Este libro está dedicado a todas las víctimas de la tragedia del 11 de septiembre (muertos o supervivientes) y, especialmente, a los cientos de bomberos, policías y equipos de rescate que dieron su vida para salvar la de muchas personas. Gracias al esfuerzo y el valor de gente como ellos, nuestro mundo resulta un poco más acogedor.

Los enemigos de la libertad no argumentan: gritan y disparan. W.R. INGE El odio es la venganza de un cobarde intimidado. GEORGE BERNARD SHAW El destino de quienes han delinquido es inexorable. Ya no podrán nunca ocultar su pasado: Toda la tierra les es de vidrio. EMERSON

ÍNDICE Nota inicial... 9 Primera parte: Los hechos... 13 Segunda parte: Un testimonio... 91 Epílogo... 125 Anexo... 129

NOTA INICIAL 11 de septiembre de 2001, la imagen de un Boeing atravesando una de la Torres Gemelas 1 y provocando una enorme bola de fuego es retransmitida incontables veces por todas las cadenas de televisión del mundo. La gente contempla la secuencia impresionada del mismo modo como lo harían con la última película de cine catastrofista que muestra los efectos visuales más realistas. Sin lugar a dudas esa imagen, junto con otras muchas más, permanecerá grabada en la memoria de todos cuantos la vieron. A veces, al volver a mirar las imágenes, da la sensación de que las torres, como un irreal decorado de cine, no eran más que fachada exterior y estaban vacías por dentro. Por desgracia hay demasiada gente que desconoce las historias de personas con una vida tan normal como cualquiera que, sin aviso y sin merecerlo, se encontraron con la muerte. Parece que todo se reduce a un frío titular: «11 de septiembre: cuatro aviones secuestrados, destrucción en las Torres Gemelas y el Pentágono, miles de muertos». Pero esa gente tenía una vida, y este libro cuenta su historia. Los libros que se encuentran actualmente en las librerías sobre el incidente son reportajes fotográficos, análisis de política intencional o, como mucho, recopilaciones de artículos de prensa y testimonios fragmentados. Vivimos en una sociedad mediática donde una imagen vale más que mil palabras. Podrá también una imagen relatar el drama y la angustia interior de una mujer que ha perdido a su marido? Inundados de imágenes, vídeos, datos y reseñas periodísticas (que aunque informativas, dejan de lado los sentimientos íntimos de los individuos) se nos olvida el impacto real de la tragedia en las vidas de muchas personas. Toda esta masa de información produce la falsa 1 Las llamadas Torres Gemelas eran las construcciones 1 y 2 del complejo de siete edificios denominado World Trade Center (Centro de Comercio Mundial). Nos referiremos a ellas como Torre Norte o Uno (WTC1) y Torre Sur o Dos (WTC2). El WTC1 era el que tenía la antena y el primero en ser atacado. 9

sensación de que se sabe lo suficiente sobre el 11-S. Sin embargo, lo que las cámaras de televisión recogieron de la destrucción exterior no puede mostrar la agonía de las víctimas atrapadas en el interior de los edificios y menos aún los secuestrados en los aviones. Se conocen bien las imágenes y los datos, pero no las historias humanas, sin las cuales la crónica del 11-S queda incompleta. Este libro está escrito para aquellos que realmente están interesados en saber lo que ocurrió por dentro aquella trágica mañana, sin quedarse en la apariencia externa de unas fotografías o vídeos. A diferencia de los libros que abundan en el mercado, aquí no se analizan fríamente las consecuencias políticas o económicas del ataque terrorista, sino el resultado en familias normales destrozadas por la pérdida de un miembro. Esta novela narra las historias de las víctimas, llenas de sentimiento y con toda su intensidad emotiva. Son unos conmovedores relatos que reflejan actos de heroísmo y solidaridad y que dan testimonio de la fortaleza moral de las personas que con su coraje consiguieron vencer al cruel y cobarde terrorismo. El propósito de este libro es honrar la memoria de todos los que perdieron la vida el 11-S, para que el recuerdo de su sufrimiento esté siempre presente y no sea olvidado por las generaciones futuras. Sólo siendo conscientes del dolor de las víctimas del ataque terrorista, se puede sentir verdadera repulsa hacia éste y contribuir de algún modo a que los errores del pasado no se repitan. El valor documental de este libro es destacado. Está basado en los testimonios en primera persona de docenas de supervivientes que escaparon de las torres; transcripciones de llamadas telefónicas de los pasajeros de los aviones y documentos del FBI recogidos por la prensa de investigación estadounidense más prestigiosa: The Washington Post, The New York Times, USA Today, entre otros; fotografías, planos arquitectónicos de las plantas de los edificios y esquemas aeronáuticos del avión, 80 artículos con un total de 400 páginas de documentación sólo para la historia central, sin contar los otros tantos referentes a aspectos técnicos específicos. Después de meses de arduo trabajo, he intentado recomponer en esta novela un gigante puzzle de innumerables piezas formado por los testimonios dispersos, fragmentados y a veces contradictorios 10

sobre lo sucedido a bordo del primer Boeing y en el interior de las Torres Gemelas, procurando el máximo ajuste a la verdad. En la primera parte se intenta reconstruir minuto a minuto el inicio de la tragedia, lo que ocurrió a bordo del primer avión que fue secuestrado, además de dar testimonio de la agonía por la que pasaron sus pasajeros. En la siguiente parte se narra la dramática y accidentada huida de las dos personas que escaparon de los pisos más altos de cada edificio, respectivamente. El subtítulo desde dentro determina el qué y el cómo. Esta obra no sólo es la crónica de los que estaban dentro, sino que además relata los hechos desde el punto de vista de las víctimas, las cuales fueron averiguando la información progresivamente, siendo ignorantes en muchos casos de lo que realmente estaba sucediendo o les iba a suceder. El enfoque narrativo es el de no adelantar nada, ir mostrando los hechos según se producen, tal y como serían vistos por alguien desde dentro, sin aportar datos externos averiguados posteriormente. Además de la extensa documentación que confiere rigor histórico a este libro, es necesario tener en cuenta que, ante todo, es una novela. Esto implica un uso literario del lenguaje, obedeciendo a una voluntad de estilo. Es un trabajo de creación artística caracterizado por su expresión y estructura, pues la novela es un todo con unidad y continuidad. A pesar del riguroso y abundante trabajo documental, cabe advertir que esta obra no es una reconstrucción exacta de los hechos y no debe ser tomada al pie de la letra. Especialmente en la parte referente a lo sucedido en el interior del avión, pues las únicas personas que lo saben con certeza están muertas. Los hechos reales aparecen aquí novelados. Se han aplicado algunas licencias respecto a la cronología y las localizaciones para dar continuidad y unidad evitando que tuviese la fragmentación de un puzzle y perdiese intensidad narrativa. Además, todos los nombres de las personas han sido cambiados para proteger la intimidad de los aludidos. Excepto estos dos aspectos, todo es real y sucedió tal como aparece aquí contado. Este libro se propone abarcar toda la tragedia desde su inicio. La acción comienza unos minutos antes del despegue del primer avión 11

en impactar y llega hasta los trabajos de rescate posteriores al desplome de las torres. Los hechos aparecen relatados desde el interior de los lugares afectados y prestando atención a la experiencia personal de las víctimas, no a los detalles externos, y centrándose en los que sufrieron la tragedia desde dentro en su propia carne. Creo que uno de los requisitos para escribir una novela como ésta es el de sentir el drama, tomando como punto de partida la conmoción por el sufrimiento ajeno. Además de seriedad y rigor, ha sido escrita con el máximo respeto, evitando cualquier frivolidad o comentario inoportuno. Leer en la prensa las declaraciones de las familias de los fallecidos me puso en más de una ocasión un nudo en la garganta y me humedeció los ojos. A todos ellos, como homenaje, está dedicada esta novela. Espero que el lector se emocione leyéndola tanto como yo lo hice escribiéndola. 12

PRIMERA PARTE: LOS HECHOS Aeropuerto de Logan, Boston 7:25 a.m. LLEGADA Después de los ajetreados días de un viaje de negocios, al fin volvía a casa. George Spencer, un alto ejecutivo de una compañía de telecomunicaciones en California, había visitado Boston con motivo de una reunión en las oficinas centrales de su empresa. Aquellas citas para rendir cuentas ante sus jefes le resultaban realmente agotadoras, aunque fuesen de corta duración. La labor realizada en el encuentro había sido satisfactoria y ahora le aguardaba el descanso merecido. Su familia era para George el sustento para mantenerse en pie durante los momentos difíciles en el trabajo y el impulso que le animaba cuando el cansancio llamaba a su puerta y el optimismo se debilitaba. Las ganas de volver a ver a su mujer y sus tres niñas eran muy intensas, en especial después de haber estado unos días alejado físicamente de ellas, en el otro extremo del país, aunque el contacto telefónico se había producido con toda la frecuencia que a George le había sido posible. Ahora se encontraba en un taxi dirigiéndose a un ritmo frenético hacia el aeropuerto, a 6 kilómetros de distancia de la ciudad. Desafortunadamente para él, llegaba con bastante retraso y el temor a perder el vuelo se acrecentaba con cada minuto que pasaba. La causa de la odiosa demora se produjo aquella mañana, cuando la alarma de su reloj de pulsera digital, que utilizaba como despertador, no sonó para indicarle que tenía que levantarse, porque la noche anterior, tal vez por el cansancio acumulado durante la intensa jornada de trabajo y las ganas de acostarse a dormir, se había 13

equivocado al poner la hora de la alarma. Acostumbrado a madrugar y algo inquieto por el largo vuelo que le esperaba a la mañana siguiente, no fue una coincidencia que George se despertase en la claridad que hacía una hora había penetrado en la habitación de su hotel y se diese cuenta de lo tarde que era. Casi como a cámara rápida, saltó de la cama, se vistió y cogió un taxi en la puerta del hotel. Por favor, acelere todo lo que pueda, o perderé mi avión le dijo al taxista mientras miraba su reloj, el mismo que le había traicionado y por culpa del cual estaba metido en aquella carrera contrarreloj. Mirar la hora y apresurar al taxista, era una secuencia compulsiva que se repetía como una noria. Por si fuese poco, a medida que pasaba el tiempo y se daba cuenta de que no alcanzaría a tiempo su objetivo, comenzó a desplegar su repertorio de tics propios de cuando estaba nervioso: tamborileaba con las uñas sus dientes, se ajustaba las gafas, comprobaba que tenía bien anudado el lazo de la corbata. Eran unos gestos inconscientes para él, pero identificables por los que le conocían bien y que delataban con claridad el estado de ansiedad en que se encontraba. La velocidad del vehículo se ralentizó cuando al fin consiguió entrar dentro del complejo del aeropuerto, formado por su gran aparcamiento central y sus cinco terminales alrededor. A menos de media hora para la hora programada para el despegue (7:45), el taxi de George se quedó atrapado a escasos metros de la entrada de la Terminal B, en donde esperaba el avión que le podía devolver a su familia y su hogar. El intenso tráfico del aeropuerto no permitía a los coches avanzar. Unos coches llegaban y descargaban morosamente a los pasajeros, otros esperaban a alguien que no venía y otros, simplemente, no avanzaban. Tocar el claxon, gritar o sacar el brazo era inútil para mover la cola. George sintió que el nerviosismo estaba a punto de desbordarle, puesto que una de las cosas que más odiaba era tener que esperar por razones externas a su voluntad. Incluso llegó a sacar la cabeza por la ventanilla para echar un vistazo general al atasco que había en el exterior de la terminal a esa hora. Habiendo alcanzado ya un nivel de ansiedad insostenible y advirtiendo que si se quedaba dentro de aquel coche atascado en un colapso, perdería el vuelo, decidió que lo mejor sería bajarse y 14

emprender la carrera por su cuenta. Sacó 20 dólares arrugados de su cartera negra y los lanzó sobre el asiento derecho del taxista. Extendió su brazo hacia el lado izquierdo del asiento trasero del coche y agarró con firmeza por el asa su maleta de cuero marrón con la que había viajado durante años por varias ciudades del país. Abrió la puerta derecha y de un salto salió del taxi. Corrió por la acera la distancia que le separaba de la terminal y entró en el edificio. Era la típica mañana de finales de verano en el aeropuerto. Por el interior de su vestíbulo principal circulaban hombres de negocio que llegaban o salían de viaje por motivos de la empresa, familias que despedían a alguno de sus miembros que se marchaba para visitar a un familiar o iniciar el curso académico en la universidad, personal uniformado de las líneas aéreas, de seguridad o de limpieza. Pasajeros del vuelo American Airlines número 11: esta es la última llamada para embarcar anunciaron por el sistema de megafonía. Los ojos de George recorrieron impetuosamente el lugar y se quedaron fijos en el panel electrónico que informaba sobre las salidas y las llegadas. Con un golpe de vista localizó su vuelo y comprobó la puerta de embarque que le correspondía. Afortunadamente no tenía que detenerse a facturar equipaje, pues lo que llevaba era lo suficientemente ligero como para cargarlo consigo dentro del avión en el compartimiento de equipaje de mano. En su carrera por alcanzar la Puerta 26 y agarrado a su maleta, donde transportaba su ropa, documentos y útiles de aseo, atravesó los diversos establecimientos de la Terminal B. Era como un gran centro comercial donde resultaba imposible aburrirse o quedarse con hambre: tres restaurantes, trece tiendas de comida y bebida donde se podía conseguir desde una hamburguesa a una pizza, cuatro tiendas de artículos, en especial souvenirs, seis puestos de prensa, bancos y mucho más. Subió al nivel elevado, donde se ubicaba la zona de embarque de su compañía aérea, pasó por el control de seguridad y alcanzó la Puerta 26. Quedaban 20 minutos para la hora prevista para el despegue. Entregó su tarjeta de embarque a una de las empleadas de la American Airlines apostadas detrás del mostrador. La mujer se le quedó mirando sorprendida por el estado de agitación en que se 15

encontraba George. Luego bajó la vista hacia la tarjeta que le había entregado y, cuando comprobó que todos los datos en ella estaban correctos, se la devolvió. Tome su tarjeta dijo la empleada sin perder la sonrisa. Será mejor que se apresure. Muchas gracias contestó George, mirando con preocupación la puerta de embarque cerrada. La mujer salió del mostrador y volvió a abrir la puerta, que hacía escasos segundos había cerrado, para que George pudiese acceder al interior del avión. George caminó aceleradamente por la rampa de embarque que conectaba la aeronave con la Puerta 26 de la terminal, y mientras andaba podía escuchar el singular eco de sus pasos dentro de aquel túnel. Al final del trayecto encontró a dos azafatas hablando, que se dieron la vuelta como pilladas desprevenidas, pues no esperaban a aquel último pasajero. Cuando por fin entró en el avión, se sintió enormemente aliviado, como si hubiese logrado escapar de alguien que le perseguía. Era consciente de que estaba allí casi de milagro. Entró en la cabina de la primera clase y buscó el asiento que le correspondía. Cogió su apreciada maleta marrón y la levantó hasta introducirla en el compartimiento de equipaje de mano que le pertenecía. Al tiempo que realizaba esta maniobra, algunos pasajeros que llevaban sentados varios minutos se le quedaron mirando, casi como una distracción, contemplando a un hombre sudando y colorado, pero con una gran sonrisa de satisfacción. Luego tomó asiento en su cómodo sillón situado en el pasillo central de la primera clase. Mientras el avión se preparaba para despegar, la mirada de George se deslizó hasta el ordenador portátil que llevaba un pasajero cercano. El hombre que lo estaba usando apartó por un momento su mirada de la pantalla y contempló la vista exterior que le ofrecía su ventanilla. Los escasos minutos transcurridos desde que abandonó precipitadamente el taxi y su estrepitosa marcha por la terminal hasta llegar al avión le parecieron toda una vida. Todavía podía sentirse el pulso acelerado a causa de aquella carrera y de toda la ansiedad acumulada desde que se despertó en aquella habitación de hotel, miró el reloj y se dio cuenta de lo tarde que era. A pesar de 16

tener 38 años y ser relativamente joven, George llevaba la vida sedentaria de un ejecutivo y hacía menos ejercicio del que debería; una falta de actividad física que él siempre achacaba a que no disponía del tiempo suficiente. Ya sentado espaciosamente en su butaca con las piernas extendidas y ligeramente separadas y la cabeza apoyada en el respaldo, dedicó un momento a procurar reestablecer a un nivel normal su agitada respiración, el intenso bombeo de su corazón y el color afresado de su cara. Sacó del bolsillo del pantalón un pañuelo con su inicial y se lo pasó por la frente y el cuello para secarse el sudor que le había producido el repentino esfuerzo físico. Las azafatas cerraron la puerta del avión. Ahora sí que ya no podría entrar ningún pasajero más. El embarque había empezado a las 7:20 y el proceso fue relativamente rápido, con sólo 81 pasajeros que atender y ayudar a colocarse a lo largo de las tres cabinas. El número de viajeros era menor de la mitad de la capacidad, estando aproximadamente dos de cada tres asientos vacíos. La tripulación había entrado en el avión casi una hora antes de la hora prevista para la salida. El piloto hacía rato que estaba en la cabina de mando, comenzando con los preparativos del vuelo, ayudado por su primer oficial. Una de las dos azafatas que servían en la cabina de primera clase se colocó delante de los pasajeros y les dio las rutinarias explicaciones sobre seguridad durante el vuelo. George escuchó la instrucción de la azafata pidiendo a los viajeros que se abrochasen los cinturones y apagasen los teléfonos móviles y ordenadores portátiles. Sin embargo, con lo que le había costado llegar al avión, no podía esperar a después del despegue para llamar a su mujer, y menos ahora que ya estaba recuperado de su carrera. No pudo resistirse a coger su teléfono y marcar el número de casa para hablar con su esposa Rose y ponerla al corriente de dónde se hallaba. Hola, cariño, lo hice dijo con una sonrisa de complacencia por haber alcanzado el medio que le llevaría a casa con su familia. Al escuchar la voz de su marido, Rose se alegró mucho, puesto que no sabía nada de él desde ayer por la noche, cuando la llamó por última vez al llegar al hotel después del encuentro de la empresa. 17

Ya estoy en el avión. Estamos a punto de despegar y tengo que apagar el móvil. Ya te llamaré cuando llegue. Adiós, cariño respondió Rose. George apagó el teléfono bajo la mirada atenta de la azafata que había realizado el anuncio de desconectar los móviles, y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Cogió una revista que tenía cerca e intentó relajarse un poco ojeando superficialmente las fotografías de paisajes paradisíacos que contenían aquellas páginas. A las 7:50 el avión, que había pasado la noche en el aeropuerto de Logan, se desprendió del cordón umbilical por el que habían entrado los pasajeros y comenzó a moverse para dirigirse hacia la pista de despegue y emprender su vuelo de 4.190 kilómetros, cruzando todo el país de lado a lado. 18

7:59 a.m. DESPEGUE A falta de un minuto para las ocho en punto, la aeronave inició la secuencia de despegue. Una vez hechas todas las comprobaciones previas y después de recibir la autorización de la torre de control, se situó en la cabecera de la pista de despegue, ennegrecida por el humo de los motores de los jets y los neumáticos de sus ruedas, y comenzó la carrera por la asfaltada superficie aumentando cada vez más la velocidad hasta que, alcanzada la aceleración adecuada, levantó el morro y alzó el vuelo despegándose de la tierra suavemente e ingresando en los dominios del inquietante cielo azul por el que se abrió paso. Como muchos otros vuelos de mañana de finales de verano que salían de aquel aeropuerto, el vuelo 11 de la American Airlines consiguió despegar sin ninguna novedad. La llegada tardía de un pasajero casi un poco después de concluir el embarque no supuso ningún retraso significativo para que la aeronave despegase y comenzase a surcar el aire con su quieto aleteo. La criatura con entrañas de metal era un Boeing 767-223ER, un enorme avión con dos reactores y un peso de casi 200 toneladas, incluyendo los 90.000 litros de combustible en sus alas. En su interior llevaba 81 pasajeros (de un total de 245 plazas), dos pilotos y nueve azafatas. Aquel martes por la mañana, el día había amanecido despejado y claro en la costa este. El sol de un cielo refulgente se reflejaba con eficacia como en un espejo sobre las alas y el fuselaje metalizado, impulsando a que algunos pasajeros bajasen las persianas de sus ventanillas. El verano, a menos de doce días para acabar oficialmente, había finalizado ya mentalmente. Para muchos las vacaciones estivales habían terminado y era hora de volver a trabajar. Los que se disponían a ello regresaban de su retiro vacacional sintiendo esa sensación de no haber pasado el suficiente tiempo descansando y con la desgana de iniciar la jornada laboral cargando a la espalda la añoranza del reposo que se dejó atrás. 19

Después de recibir atentamente la entrada de pasajeros durante el embarque y cerrar la puerta del aeroplano, las azafatas se repartieron el trabajo. La sobrecargo era la azafata que programaba las tareas que cada una de sus compañeras desempeñarían durante el vuelo. Cuando la asignación de las cabinas donde trabajar ya estaba realizada, comenzaron a preparar el desayuno del vuelo. Todo estaba dispuesto para el viaje de más de cinco horas, con llegada aproximada a Los Ángeles a las 11:00 a.m. (hora del Pacífico). Las galerías estaban llenas y dispuestas para servir las bebidas (refrescos diversos, cerveza) y comidas en forma de varios menús. Tampoco se olvidaban de hacer del viaje un momento agradable y entretenido. A través de las diversas pantallas que se distribuían por las tres cabinas del aeroplano, los pasajeros pasarían el rato con el video de Dr. Dolittle 2. El vuelo 11 era popular entre la oferta de las aerolíneas, puesto que se realizaba de un solo trayecto sin escalas. Ese tipo de travesía se conocía entre las azafatas con el nombre de viaje mayor, pues se trataba de un largo recorrido de costa a costa, sin paradas y con un descanso en la ciudad de destino. En la cabina de mando, pilotando el aparato, iba el capitán Steve Miller, un ex piloto de la Fuerza Aérea y veterano del Vietnam. Steve había celebrado recientemente su 50 cumpleaños. Llevaba 23 años trabajando para la compañía y hacía unos cuantos que realizaba la ruta hacia Los Ángeles. Steve planeaba llevar a su esposa Melissa a Londres con motivo de su aniversario de boda el 14 de septiembre. Había adelantado su vuelo para poder estar más tiempo de vacaciones junto a ella. Decía de sí mismo que era un granjero piloto, porque poseía una enorme granja en Massachusetts a la cual dedicaba su tiempo cuando no estaba volando, y en donde cultivaba maíz, calabazas y melocotones. Además había trabajado activamente en la preservación del espacio natural en su localidad para las generaciones venideras. Justo detrás de la cabina donde se encontraban Steve y su copiloto, estaba la galería delantera del avión, además de los lavabos. La galería era el puesto de servicio de las azafatas que atendían a la primera clase. Las dos cabinas restantes disponían de 20

galerías semejantes, una en la mitad del aeroplano y otra al final, considerada como la gran galería trasera. El número de azafatas por galería aumentaba proporcionalmente a la cantidad de pasajeros. Así, a la primera clase le correspondían dos azafatas. Lisa Graham era la sobrecargo, que es la que se coloca delante de los pasajeros, hace anuncios y supervisa el trabajo de sus compañeras. Lisa, de 33 años, había sido oficial de policía y luego detective durante 6 años. A finales de 2000 dejó su antiguo empleo para convertirse en lo que siempre había deseado: una auxiliar de vuelo. El cambio de profesión disgustó a algunos de sus familiares, puesto que los viajes por aire les parecían más peligrosos que el trabajo de policía. Esa opinión siempre hacía reír a Lisa. Estaba casada con Tom Graham, un oficial de policía con el que había formado una familia uniendo los hijos que tenían de anteriores matrimonios, los dos chicos de ella y los dos de él. Cuando la American la destinó a Boston en febrero de ese año, alquiló un apartamento junto con otras cuatro azafatas. Siempre que estaba libre regresaba a casa en Florida, pero cuando no era posible y se encontraba lejos del hogar, en medio de la distancia les unía el teléfono, que servía como artificial enlace de comunicación para hablar con Tom de los niños, las facturas y lo mucho que se echaban de menos. Como sobrecargo, era una persona comprometida, consciente de su responsabilidad y que exigía la mayor calidad posible en el servicio que ofrecía a sus clientes viajeros. Le gustaba comprobar personalmente que no faltase nada en las despensas de la galería y que los artículos se cargaban correctamente en los carritos. A su lado estaba Emily Sanders, la segunda azafata que trabajaría en la galería delantera durante ese vuelo. A Emily le correspondía la puerta 2, delante la primera fila de la cabina, en donde podría servir a los pasillos de la primera clase. Le gustaba trabajar en primera, porque allí encajaba muy bien con sus maneras amistosas. Lo que le motivaba era el cara a cara y el trato personal con los pasajeros. Después de tener el primero de sus dos hijos hacía dos años, además de una hijastra de 16 años, Emily redujo la cantidad de trabajo. Su marido, Peter, un piloto de líneas aéreas, le impulsó a dejar el empleo. A sus 35 años se lo estaba pensando, pero después de haber pasado 11 años como azafata trabajando para la American, 21

y un archivo lleno de cartas elogiosas de pasajeros satisfechos, todavía le gustaba su profesión. Sabía que para trabajar en su puesto era necesario tener habilidad, ya que sus clientes eran menos numerosos pero más selectos, o al menos, habían pagado por un servicio más distinguido. La despensa de la primera clase era la que disponía de artículos más variados y refinados. Las bebidas alcohólicas destiladas se servían sólo en primera y business, además, la primera contaba con una selección de vinos. En el otro extremo del avión, trabajando en la galería trasera junto con otras tres compañeras, la azafata Katie Berry no tendría que complicarse tanto con los artículos finos de la galería precedente. Katie, una divorciada de 49 años madre de dos hijos, no estaba originalmente destinada a trabajar en el vuelo 11, ya que tenía programado volar el próximo jueves día 13. También estaba empleada como agente inmobiliario, y días antes se acordó de que tenía que encargarse del cierre de una venta en esa fecha, por lo necesitaba adelantar su vuelo. Llamó por teléfono a Rachel, su mejor amiga y también empleada de la compañía, para que abriese la programación computerizada de la American y la cambiase para volar el día 11. Normalmente solía trabajar en primera o business, pero como había ingresado tarde en la planificación del vuelo, le tocó servir en la cabina principal, en donde se sitúa la clase económica. 22

8:10 a.m. ASALTO Como el copo de nieve que rueda pendiente abajo y se va haciendo cada vez más y más grande hasta desencadenar una avalancha, la tragedia que se avecinaba comenzó desde el principio. En la primera clase, a pocos pasos de donde George Spencer estaba situado, se encontraba el que podría ser llamado el primer pasajero, sentado en el primer asiento del avión, el 2A. Era un hombre joven de aspecto árabe, pelo negro corto y piel aceituna. Su forma de vestir le hacía pasar completamente desapercibido entre el resto de viajeros de la zona del avión donde se hallaba. Vestía una camisa de etiqueta con las solapas acabadas en un botón, pantalón sujeto con elegante correa y mocasines. Su aspecto externo era el de un hombre de negocios, como cualquier otro pasajero de primera clase, un ejecutivo que viajaba por algún asunto de trabajo. En su correcto aseo no se descuidaba nada: estaba afeitado, bien peinado y llevaba colonia. Su camuflaje se resumía en la frase que una vez había escuchado: Mézclate con tu oponente para controlarle. Por su comportamiento inquieto parecía estar bastante nervioso, como si le diese miedo volar o fuese la primera vez que lo hacía. Miraba repetidamente la hora en su reloj cada poco tiempo, viendo pasar ansiosamente los minutos transcurridos desde el despegue. Ninguna de las azafatas podría imaginar ni remotamente lo que se maquinaba dentro de la mente de ese hombre. A su lado estaba sentado otro hombre, del mismo aspecto, con el que intercambiaba algunas palabras susurradas en árabe. Al embarcar y comunicarse con el personal de la compañía habían hablado en un correcto inglés, aunque sin poder evitar su acento árabe. Su compañero, mucho más sereno y controlado, le hizo un ademán indicándole que intentase calmarse. Domina tu angustia, todo está saliendo según lo planificado. Sí, ya lo sé. Sólo comprobaba la hora. La importante misión que nos ha sido encomendada es muy compleja y requiere que estemos despejados. No debes tener dudas en el último momento. 23