La Fragua de los Tiempos, 14 de noviembre de N 883 Friedrich Katz y la Universidad de ciudad Juárez. Jesús Vargas Valdés.

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Transcripción:

La Fragua de los Tiempos, 14 de noviembre de 2010. N 883 Friedrich Katz y la Universidad de ciudad Juárez. Jesús Vargas Valdés. En 1988 se inició en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez el proyecto de la Historia General del Estado de Chihuahua. Al año siguiente se llevó a cabo el primer congreso con la participación de historiadores de México y de algunas universidades de Estados Unidos. En marzo de 1990 durante el segundo congreso participé con una ponencia dedicada al general Máximo Castillo. Entre los historiadores que escucharon mi exposición estuvo presente Friedrich Katz quien manifestó especial interés por conocer el contenido de las memorias; al final de la sesión platicamos ampliamente y al día siguiente le facilité copia del documento. Así se inició mi relación amistosa con el doctor y años después yo le pedí que escribiera el prólogo para el libro Máximo Castillo y la revolución en Chihuahua. En otro contexto, veinte años después, el 4 de noviembre participé con el mismo tema en una conferencia que expuse ante mil doscientos estudiantes y profesores del Centro Bachillerato Tecnológico (CBTA No. 90) de ciudad Cuauhtémoc. Antes de acudir a este evento fui informado de que la Dirección General de Educación Agropecuaria había indicado a los directores de los planteles en todo el país que deberían asignarle el nombre de un revolucionario de la entidad a su centro y que en la selección del nombre deberían participar alumnos y profesores. Los estudiantes de este centro propusieron varios nombres como el de Francisco Villa, Pascual Orozco, Abraham González, Belisario Chávez, Toribio Ortega, Roberto Fierro y al final decidieron el nombre del general Máximo Castillo. Con esos antecedentes fue que el director Saúl Villagrán me invitó a este evento donde hablé durante casi dos horas sobre la biografía y méritos del general Máximo Castillo quien ahora le ha entregado su nombre a este CBTA que es reconocido nacionalmente como uno de los más importantes en el país. He relacionado ambos acontecimientos: el congreso de 1990 en ciudad Juárez y la conferencia en Cuauhtémoc porque de alguna manera este último evento es consecuencia del que tuvo lugar hace veinte años cuando presenté por primera vez las memorias en ciudad Juárez. También porque fue el general Castillo a través de su testimonio el que me acercó al doctor Katz a quien ahora sigo recordando presentando en esta Fragua una versión resumida del

prólogo que él escribió para el libro Máximo Castillo y la revolución en Chihuahua. Friedrich Katz y Máximo Castillo. La historia tiende a ser escrita por los vencedores. En gran medida, México no es la excepción a esta regla. La considerada historia oficial de la revolución mexicana ha sido escrita, por encima de todo, desde el punto de vista de las facciones carrancista y obregonista. Los revolucionarios norteños, opositores a Carranza y a Obregón, fueron señalados como bandidos o simplemente relegados al olvido. No es posible escribir la historia verdadera de la revolución mexicana sin entender quiénes eran estos hombres, por qué se rebelaron, cuáles eran sus vínculos tanto con sus seguidores como con aquéllos a quienes servían. Uno de los líderes locales que en definitiva merece ser rescatado del olvido, es Máximo Castillo. A diferencia de casi todos los otros líderes revolucionarios de Chihuahua, él nunca se adhirió a Villa o a su División del Norte; de hecho era orozquista. Pero también a diferencia de muchos dirigentes de ese movimiento, él nunca pactó con el régimen de Huerta. Fue uno de los revolucionarios norteños más comprometidos con la reforma agraria, no sólo verbalmente sino en la práctica: repartió la tierra de seis haciendas entre sus aparceros. Fue el líder revolucionario del norte que se sentía más cercano a Zapata, aunque no sabemos si mantuvo algún contacto directo con el sureño. Él no ha sido olvidado por completo, pero por mucho tiempo, al mencionar su nombre, se le hizo aparecer como un asesino cruel, vinculándolo a uno de los crímenes más horrendos ocurridos durante la revolución en el estado de Chihuahua: A finales de 1913, unos bandidos atacaron un tren de pasajeros al atravesar el túnel que existe en un lugar conocido como la Cumbre, para saquearlo. Los forajidos prendieron fuego en ambos lados del túnel e impidieron la salida de los viajeros. La mayoría de los pasajeros murieron quemados o asfixiados. Este crimen fue atribuido a Máximo Castillo durante largo tiempo, aunque Francisco R. Almada, el historiador más acreditado de Chihuahua, ha demostrado, desde hace mucho, que Castillo nada tuvo que ver, puesto que cuando ocurrió el suceso se encontraba en otra parte muy alejada de Chihuahua. La presente autobiografía muestra a un hombre distinto al Castillo bandido que se ha dicho. Estas memorias describen a un revolucionario que luchó primero por Madero y luego por Orozco. Ambos caudillos lo desilusionaron. Intentó unirse a Villa, pero éste rechazó su ayuda. Castillo, a

su vez, rehusó el apoyo ofrecido por los carrancistas. Cuando cruzó la frontera para reorganizar sus fuerzas, fue capturado por las autoridades norteamericanas. Pasó mucho tiempo en cárceles y campos de internamiento norteamericanos, bajo condiciones muy difíciles. Estas memorias resultan de gran interés no sólo porque relatan la vida de uno de los líderes revolucionarios más interesantes de Chihuahua, sino también por lo que revelan acerca de las actitudes, mentalidad e historia de muchos de los dirigentes revolucionarios. Algunas de las descripciones de Castillo deben ser tomadas con reserva. Cuando escribió sus memorias, quizá recluido en Estados Unidos, era un hombre desilusionado de la revolución y de sus líderes. Se encontraba solo, sin apoyo de ningún dirigente o facción. Ese desencanto está expresado con claridad en sus memorias. Si hacemos concesiones por este hecho y recordamos que no fue un hombre muy educado, cuyas memorias no fueron escritas de acuerdo a la preceptiva literaria, estas se constituyen en una lectura fascinante y atractiva. Como muchos otros revolucionarios mexicanos, la razón fundamental por la cual Castillo se unió a la revolución fue la cuestión agraria. No podía permanecer sentado y ver que a mis camaradas les robaban bajo las criminales leyes agrarias de Porfirio Díaz, declaró durante una entrevista a El Paso Morning Times en febrero de 1914. Sus casas arrebatadas, lanzados desnudos a las calles por los soldados federales, para que sus miserables pequeñas pertenencias engrosaran las grandes propiedades de Luis Terrazas. Compartió algunas características con muchos de los líderes campesinos revolucionarios. Como Emiliano Zapata o Toribio Ortega de Cuchillo Parado, él no era un campesino desposeído sino dueño de un pedazo de tierra, suficiente para proporcionarle el sustento diario. Como Zapata y Ortega, él había viajado más que la mayoría de los habitantes de su pueblo y era más educado. Sabía leer y escribir y vivió algún tiempo en Estados Unidos. El conocimiento de las regiones más allá de los confines de su pueblo natal, fue un aspecto que compartió también con muchos campesinos revolucionarios: Ortega estuvo en la ciudad de Chihuahua y los Estados Unidos; Primo Tapia, líder campesino revolucionario de Michoacán, trabajó como jornalero también en ese país; Emiliano Zapata, aunque nunca salió de México, viajó por lugares fuera del estado de Morelos y estuvo en la capital mexicana. Sin embargo, Castillo se distinguía de la mayoría de los líderes campesinos, tanto de la revolución de 1910 como de la de 1913-1914. Primero, él tenía más edad que muchos de ellos, quienes frisaban entre los

veinte y treinta años cuando estalló la revolución. Máximo Castillo, nacido en 1864, tenía 46 años en 1910, al unirse a la revolución maderista. Hubo otros aspectos opuestos aún más significativos. A diferencia de Zapata, Heliodoro Olea Arias, de Bachíniva, o Calixto Contreras, de San Pedro Ocuila, Máximo Castillo insistió en que nunca fue perseguido por el gobierno por razones políticas. El motivo es entendible ya que, a diferencia de otros líderes, Castillo nunca fue portavoz de su pueblo ni participó en actividades políticas. Esta constituye la diferencia más importante entre él y otros líderes campesinos en México. Emiliano Zapata había sido el portavoz de Anenecuilco; Ortega, de Cuchillo Parado; Contreras, de San Pedro Ocuila... por mencionar unos cuantos, y ese compromiso con estos pueblos los condujo de manera directa a conflictos con el gobierno, a participar en la política y finalmente a tomar la decisión de rebelarse. En contraste, Castillo nunca quiso convertirse en representante de su pueblo, San Nicolás de Carretas. De hecho, en sus memorias describe cómo los del pueblo quisieron elegirlo para presidente municipal y cómo rehusó al cargo. Manifestó que no podría hacer nada por ellos dado el clima general de injusticia prevaleciente en aquel tiempo. Qué fue, entonces, lo que lo indujo a rebelarse? Más allá de declarar en términos generales que resentía hondo la injusticia o los males de la sociedad porfiriana, Castillo es vago respecto a la contestación de esta pregunta. Su respuesta más concreta sobre el particular es quizás el contraste que observó entre la situación en Estados Unidos y en México: En mi camino [por Estados Unidos] observé que aun los más pobres norteamericanos tenían casas bien construidas, mucha comida y más que suficiente ropa para sus necesidades; en el camino encontré comida y ropa tirada, que a veces usé, y me preguntaba: por qué habrá tanta pobreza entre nosotros los mexicanos?, se deberá a nuestra torpeza o es nuestro gobierno el responsable? Castillo estuvo involucrado en tres movimientos revolucionarios en México: en la revolución maderista de 1910-1911, en la revuelta orozquista de 1912 y en un intento de organizar un movimiento revolucionario independiente en 1913. Al final, sin amigos y aislado, fue recluido en Estados Unidos en febrero de 1914 y así concluyó su participación revolucionaria. Estas experiencias influyeron con intensidad en su descripción de los líderes revolucionarios, ninguno de los cuales, excepción hecha de Emiliano Zapata, sale bien librado en estas páginas.

Sin embargo, sus observaciones acerca de los revolucionarios son importantes. Si bien no cambian dramáticamente nuestras percepciones de ellos, sí tienden a darnos una imagen mucho más diferenciada de aquellos hombres, en contraste con la que nos dan con frecuencia los clichés y las leyendas posrevolucionarias. Castillo describe a Madero como un hombre en extremo valeroso. En la batalla de Casas Grandes, Madero rehúsa huir mientras que la mayoría de su ejército lo hace, y se muestra reacio a sentarse o a recostarse mientras las balas vuelan a su alrededor. Ni cuando se acercan las tropas federales, Madero acepta montar un caballo ofrecido para escapar, porque estima que es muy flaco. Sólo cuando le proponen uno de su agrado acepta con renuencia unirse a su ejército en retirada. Castillo es ambivalente respecto a los motivos de la conducta de Madero: Estaba mirando la cara de todos... las de mis compañeros mostraban claramente qué tan aterrorizados se hallaban, mientras que la de Madero se veía muy irritada y roja. Yo me dije: este hombre ignora que las balas matan o es extremadamente valiente. Al leer las memorias de Castillo, podemos entender mejor por qué Madero confiaba más en el ejército federal que al final lo derrocó, así como en Victoriano Huerta, quien no sólo fue responsable de su caída, sino quizá también de su muerte. Muestra a un presidente ingenuo en extremo, creyente en la buena voluntad de sus oponentes. A pesar de los ruegos de su hermano Gustavo y de su madre, Madero tuvo dudas acerca de no retener a Máximo Castillo y a muchos otros revolucionarios chihuahuenses que habían sido su escolta durante la revolución de 1910, dado que todos lo querían, como él mismo explicó. Qué indujo a Castillo a darle la espalda a Madero, su antiguo jefe de quien estuvo muy cerca y fue su guardaespaldas en Casas Grandes, e incluso salvó su vida, para unirse a la revuelta que más tarde fuera conocida como orozquista? En una entrevista que otorgó a El Paso Morning Times, Castillo manifestó que su conducta se debió a las promesas incumplidas de Madero acerca de la reforma agraria y, sobre todo, al ejemplo de Morelos, lugar que visitó con un grupo de delegados enviados por el mismo Madero para negociar con Zapata en 1911. En sus memorias, Castillo insiste en que la ingratitud de Madero contra sus partidarios de la clase baja empujó a las rebeliones contra su régimen. Describe a Madero como alguien que despide a los revolucionarios chihuahuenses sin una palabra de agradecimiento. El caudillo no quería llevarlo como guardaespaldas; tuvo que ser convencido por su familia, así como por otros de sus allegados cercanos. Cuando Castillo pide una

audiencia con el presidente, éste le hace esperar durante semanas y al final rechaza verlo. Cuando decide regresar a Chihuahua lo hace como un ex soldado, sin dinero, ya que el presidente ni siquiera le da fondos suficientes para pagar su viaje. Entonces se une a la nueva rebelión en Chihuahua contra Madero, dirigida por simpatizantes de Emilio Vázquez Gómez, a quien más tarde se unió Orozco. Las descripciones de Castillo sobre el movimiento orozquista y sus líderes constituyen algunas de las partes más valiosas de sus memorias. No le gustaba Orozco. Esa antipatía y desconfianza en el revolucionario chihuahuense comenzó el día en que Orozco, al no querer subordinar sus tropas a un mando designado por Madero, abandonó a los emisarios de éste incluyendo a Raúl, hermano del mismo en territorio hostil, dejándolos en riesgo de ser capturados por las tropas gubernamentales. En ese momento, por primera vez, Castillo decidió romper con Orozco, y en lugar de replegarse con las tropas de este último, tomó a los emisarios bajo su protección y los llevó de regreso a la frontera norteamericana. Tampoco a Orozco le va bien en la descripción que Castillo hace de su intento por arrestar a Madero en ciudad Juárez, en 1911. En 1912, por un breve lapso, parece haber creído que Orozco podía ser el líder que realizaría el reparto agrario en Chihuahua. Después de todo, Emiliano Zapata había reconocido a Orozco como el líder supremo de la nueva revolución. Sin embargo, Castillo pronto se decepcionó de él al descubrir los cercanos lazos que mantenía con la oligarquía tradicional chihuahuense: Castillo esboza una imagen un poco más favorable de algunos de los líderes subalternos del movimiento orozquista, como Salazar; sin embargo, se decepcionó de ellos cuando decidieron pactar con Huerta. Sintió entonces que en forma cínica habían abandonado la causa revolucionaria y decidió no reconocer a Huerta ni unirse a sus antiguos camaradas, sino continuar la revolución por su cuenta. Inspirado por el ejemplo zapatista y considerándose su representante norteño, Castillo empezó a dividir las tierras de seis haciendas de Terrazas entre sus aparceros y arrendatarios. En este momento decidió unirse a Villa, pero éste no sólo rechazó su apoyo, sino que envió tropas para que lo combatieran. Una de las principales razones de la oposición de Villa a Castillo se puede recoger, con dificultad, de fuentes norteamericanas. En contraste con Villa, Castillo no limitó sus ataques a los hacendados mexicanos y a la oligarquía mexicana en el estado, sino que también atacó propiedades estadounidenses. Esto fue algo que Villa, desde el primer día que se unió a la revolución, quiso evitar a toda costa, ya que necesitaba armas y apoyo norteamericanos. Fue quizás esta, la diferencia en política, más que

cualquier otra cosa, lo que distanció a ambos. A los ojos norteamericanos Castillo era un ladrón, y Villa quería demostrar que protegería sus propiedades y erradicaría el bandidaje en Chihuahua. Cuando al final se encaminó hacia los Estados Unidos, prácticamente solo, sin amigos, a principios de 1914, Castillo salió de la revolución como entró: pobre y sin dinero. La imagen de bandido que con tanta frecuencia se le ha aplicado, sólo la contradice el testimonio de eminentes historiadores como Francisco R. Almada, quienes aclaran que Castillo nada tuvo que ver con el incidente sangriento de la Cumbre, así como el hecho de que, a diferencia de muchos otros, nunca utilizó el poder y los recursos a su disposición durante los días de la revolución para enriquecerse. Su recuerdo, en verdad, merece ser rescatado del olvido, y estas memorias contribuirán en gran medida a lograrlo. Constituyen un testimonio viviente de la historia de la gran revolución popular que arrasó a México, y en especial Chihuahua, desde 1910 en adelante.