Emmi PIKLER y la Casa-Cuna de la calle Lóczy notas biográficas
Si cada ciencia y cada campo de estudio humano tiene sus hitos, sus momentos y sus personajes relevantes, Emmi Pikler supone, en el ámbito de la crianza y el desarrollo de los más pequeños, el equivalente a lo que Nicolás Copérnico supuso para la evolución de la Astronomía o Charles Darwin supuso para el desarrollo de la Biología. Entre otras aportaciones, sus descubrimientos sobre el desarrollo motriz del bebé constituyen la aportación más importante realizada en este terreno hasta el momento presente. Emmi Pikler, hija de padres húngaros, nació en Viena el 9 de enero de 1902. Su madre fue maestra y su padre artesano de la madera (ebanista). Vivió su infancia en Budapest y regresó a Viena, en los años veinte, para realizar sus estudios de medicina y especializarse en Pediatría en el Hospital Universitario de la misma ciudad. Por aquella época existían en Viena importante corrientes culturales progresistas y de «educación moderna»: el Psicoanálisis (Sigmund Freud) y la Escuela Nueva / Escuela Activa (Freinet, Montessori ), entre otros ]. Fue allí, ya, en el Hospital Universitario, donde Emmi Pikler se familiarizó con bastantes de los principios que luego ella misma pondría en práctica en Budapest, a su regreso: - La manera de brindar los cuidados pediátricos de modo que fuesen lo menos desagradables posible para los lactantes y los niños pequeños. Había que ejecutar el examen o el tratamiento, por más desagradable que fuera para el lactante o el niño pequeño, sin que llorase, tocándolo con gestos delicados, con dedicación, prestando atención al hecho de que se tenía entre manos a un niño vivo, sensible y receptivo. «Gyuszi tiene fiebre, hay que reconocerlo y, sin embargo, en este momento se resiste al examen. El Dr. L. toma un largo contacto con él, acepta su rechazo sin oponerse, le interesa en lo que va a hacer, le deja jugar con el estetoscopio o le da un depresor de lengua. Gyuszi se calma e incluso termina por cooperar un poco. Sin embargo, se irrita de nuevo durante el reconocimiento de la garganta; es el único momento en el que, no pudiendo lograr su acuerdo, se le obliga durante un instante, después de lo cual el Dr. L. hace las paces con él y no se despide hasta que recobra su tranquilidad». Igual que en el caso de los cuidados, un cronometraje preciso demuestra que el reconocimiento llevado a cabo así no es largo. En realidad es menos largo de lo que esta descripción podría hacer pensar. Tan verdad es esto que ganarse la colaboración del niño apenas lleva más tiempo que luchar contra él. - También, el hecho de que los niños enfermos, en función de la patología y de su estado, no eran obligados a pasar sus jornadas en la cama, sino en rincones de juegos especialmente arreglados, inclusive para los más chicos. - La vestimenta de los lactantes difería de lo habitual: las piernas no estaban fajadas y los pañales eran ajustados para que pudiesen moverse libremente. - Los niños, inclusive los lactantes, pasaban varias horas al día, aún en invierno, al aire libre, en pequeños balcones. Los niños estaban bien protegidos contra el frío, pero en 2
lugar de estar envueltos en las mantas, o bajo ellas, se encontraban en bolsas de dormir. - Y también lo que era una regla estricta en el hospital: la prohibición de dar, inclusive al lactante enfermo, una cucharada de más de lo que él aceptaba gustosamente. Como pediatra, se especializó en traumatología y ortopedia infantil. Ya en el mismo hospital universitario donde se formó, pudo constatar en la sección de traumatología infantil importantes diferencias en las estadísticas sobre accidentes infantiles. Entre los niños de los barrios obreros (niños que jugaban y corrían en las calles, trepaban a los árboles y se aferraban de los travesaños de los tranvías) se producían muchas menos fracturas y conmociones que entre los niños de familias más acomodadas, criados en un clima de disciplina y de sobre protección Finalizados sus estudios en Viena, trabajó durante dos años en Trieste, donde conoció al que fue su marido, un pedagogo progresista en cuyas ideas también apoyó su experiencia profesional. En Trieste pasaba mucho tiempo en la playa, observando el comportamiento de los niños y el de los adultos con ellos. Vio el amor infinito con el que los padres sentaban, ponían de pie o conducían de la mano a sus hijos; pero también vio, detrás de ese trato cariñoso, el apresuramiento, la desconfianza, la falta de fe en las capacidades de iniciativa y acción de los propios niños. Emmi Pikler regresó a Budapest donde continuó trabajando como pediatra de familia, hasta 1946. Con el nacimiento de su primera hija, tuvo la oportunidad de poner en práctica sus concepciones relativas a no acelerar el desarrollo, respetar el ritmo natural, confiar en las iniciativas propias del niño facilitando el movimiento y su actividad autónoma. Aunque apenas conocemos detalles de ello, se sabe que Emmi Pikler tenía vinculación con el movimiento comunista húngaro y asistía a las reuniones clandestinas que se celebraban en los bosques de los alrededores de Budapest. Además, al ser de origen judío, padeció, como otros muchos miles y miles de judíos, las consecuencias de vivir bajo un gobierno que fomentaba el antisemitismo; incluso antes de la ocupación alemana. En 1938 se promulgan en Hungría una serie de leyes antijudías. Leyes antijudías que impedían, por ejemplo, a los médicos judíos trabajar en hospitales. Influida por estas leyes o no, el hecho es que desde 1935 a 1945 Emmi Pikler trabaja como pediatra de familia y lo hace de una manera poco habitual: Emmi Pikler trabaja con el niño y 3
con la familia cuando no hay enfermedad. Como pediatra, estaba convencida de que las condiciones y el entorno de vida de los niños influía en su salud física. Emmi Pikler invita a las familias de cuyos bebés y niños se ocupa a intervenir mucho menos y a observar mucho más. Cada semana va a las casas de las familias, observa al bebé en presencia de su madre y habla con ella de los detalles, de las cosas de todos los días. Entre visita y visita, la mamá anota lo que va advirtiendo de la evolución de su hijo a lo largo de la semana. Emmi Pikler pudo así, durante unos 10 años, verificar algunas de sus ideas, experimentarlas, enriquecerlas y elaborar un conjunto de principios coherentes. En 1946, el gobierno húngaro le solicitó que dirigiese una Casa-Cuna de Budapest. Se trataba de un hogar para niños privados de sus padres; no necesariamente niños huérfanos, sino niños cuyos padres no podían hacerse cargo de ellos. La guerra acababa de terminar y había que dar un hogar a muchos niños huérfanos; pero también a niños que, por ejemplo, había que proteger del contagio a aquellos niños cuyos padres eran tuberculosos. En esta Casa-Cuna recibió a lactantes y trató de organizar los cuidados y toda la vida de la institución de tal modo que los bebés pudieran tener un desarrollo lo más parecido posible al de los niños que había observado creciendo armoniosamente en el seno de sus familias. Su primera preocupación fue, de manera absoluta, el bienestar físico, afectivo y psíquico de cada bebé y la búsqueda de las condiciones óptimas para el mejor desarrollo posible de cada uno de ellos. Su objetivo era ofrecer, a los pequeños que ahí se criaban, una experiencia de vida que preservase su desarrollo y evitase las carencias dramáticas que pueden crear la ausencia de un lazo significativo con los padres y la vida en una Institución. De aquellos primeros momentos como directora de la Casa-Cuna momentos claves de su puesta en marcha hay un suceso que nos puede dar idea del carácter, la personalidad y la determinación de esta pediatra húngara. Nos lo relata María Reinitz, estrecha colaboradora suya: Las nurses estaban llenas de desconfianza. El trabajo no era demasiado pero no les venía a la cabeza hacer algo con atención y con cuidado. Ellas no se ocupan de los niños, sino que los cambian, los hacen comer lo más rápidamente posible con el menor movimiento posible, y, si pueden, se lo encargan a las amas de leche o al personal de servicio. Según ellas, la tarea de las nurses está constituida por el `tratamiento de la ropa, porque había que `tratarla, distribuirla, retomarla, contar todo el tiempo las cantidades de ropa y tomar nota. Así ellas no tienen tiempo para los chicos. Esto no pudo durar mucho tiempo porque Emmi Pikler y María Reinitz no aceptaron este trabajo que continuaba las malas tradiciones: al tercer mes las echaron a todas. En lugar de nurses cualificadas buscaron jóvenes sin formación profesional, que no tenían demasiados estudios escolares, pero que se interesaban en la educación de los niños. Emmi Pikler y María Reinitz, ellas mismas, les enseñaron la manera de cuidar a los pequeños. 4
Para el plan de formación de las nuevas educadoras, y en los manuales elaborados para tal efecto, Emmi Pikler y María Reinitz concretaron, hasta el último detalle, los múltiples aspectos de la crianza y la vida cotidiana de los pequeños: Mobiliario: cómo tenía que ser el cambia-dor, cómo tenían que ser las cunas, cómo tenían que ser las mesas y las sillas donde iban a comer los niños, qué no era aconsejable y sobre todo, porqué El tipo de cubiertos (peso, profundidad de la cuchara ); la forma de los vasos; el uso de cuencos en lugar de platos Las prendas de ropa: la de los más pequeños; la ropa para dormir al aire libre y en el interior; la ropa para facilitar el movimiento El tipo de juguetes que había que poner a disposición de los pequeños Etc, etc Y si estas cosas no se podían comprar porque no existían tal como las querían para la Casa- Cuna, Emmi Pikler las mandaba confeccionar siguiendo las medidas y demás características especificadas. Este hogar, esta Casa-Cuna está ubicada en el nº 3 de la calle Lóczy, que es la que le ha dado el nombre por el que se la conoce familiarmente como Instituto Lóczy, o, simplemente Lóczy. En 1961 Lóczy se convirtió en un Hogar Infantil de Metodología Aplicada y, más tarde en el Instituto de Metodología, Puericultura y Educación. En 1970, el Instituto Lóczy se convirtió en el Instituto Nacional de Metodología de los Hogares Infantiles. Entre sus tareas, estaba la de ofrecer un sostén profesional y metodológico a las otras casas-cuna de Hungría. En la actualidad, se llama Instituto Emmi Pikler y es una Fundación que soporta buena parte de su supervivencia económica en donaciones internacionales provenientes de muchas partes del mundo. 5
El curso 2007 / 2008 Lóczy puso en marcha una Escuela Infantil 0-3 años, y en abril de 2011 en un momento en el que la solución de familias de acogida ha sustituido casi totalmente a los orfanatos se cierra la Casa-Cuna. Aunque no exenta de dificultades, la Escuela Infantil continúa su labor. No deja de ser un poco sorprendente que hayan pasado más de 60 años desde que Emmi Pikler se hiciera cargo de esta Casa-Cuna y que su trabajo y el de sus colaboradoras sea tan desconocido entre nosotros... o que lo haya sido hasta hace muy pocos años. Probablemente se deba en parte a que Hungría fue, hasta el desmantelamiento de la URSS, un País miembro del Pacto de Varsovia (una especie de OTAN comunista). La comunicación entre la Europa Occidental y la Europa del Este era muy deficiente y para nosotros era muy desconocido todo lo que ocurría más allá del llamado telón de acero. Cómo llega a conocerse el trabajo de Emmi Pikler y el Instituto Lóczy fuera de los paises de la órbita soviética? Ya he comentado antes que la primera preocupación de Emmi Pikler, al hacerse cargo de esta Casa-Cuna, fue la de ofrecer a los niños que allí vivían una experiencia de vida que preservase su desarrollo y evitase las carencias dramáticas que puede crear la ausencia de un lazo significativo con los padres. Entre 1951 y 1957, a partir de datos recogidos de todo el mundo, J. Bowlby realizó un estudio sobre las personas que, de niños, hasta los 2 o tres años, habían vivido en orfanatos u otro tipo de instituciones, fuera de un ambiente familiar normal. La conclusión del estudio fue muy desalentadora, ya que la mayoría de las personas examinadas presentaban trastornos importantes en diversas esferas de su vida. Por su parte, en Hungría, en 1963, Hirsch realizó un estudio similar a gran escala y las conclusiones fueron similares a las obtenidas por J. Bowlby No obstante, durante los reconocimientos, una veintena de niños llamaron la atención del equipo de investigadores. Eran niños que habían vivido en una institución, pero presentaban un desarrollo satisfactorio: Todos ellos habían sido criados en Lóczy. Tal vez fueron este tipo de cosas las que hicieron que los profesionales de Occidente pusiesen su mirada en esta Casa-Cuna de Budapest, y se preguntase qué pasaba allí para que no se produjesen aquellas consecuencias negativas que, casi, se consideraban como inevitables En 1971, una médico psiquiatra infantil Myriam David y una psicóloga Genevieve Appel, preocupadas por la situación de los orfanatos en Francia, visitan Budapest y analizan en profundidad el trabajo que se desarrolla allí. Fruto de esta visita, estas dos profesionales publican Le maternage insolite. La publicación de esta obra dio a conocer, en occidente, la existencia, y la labor, del Instituto Lóczy (en castellano se publicó en 1986 y ha sido reeditado en 2010 con el título con el título Lóczy, una insólita atención personal ). 6
Estos no son más que unos pequeños ejemplos que ilustran cómo Lóczy además de procurar a los niños que allí vivían, una experiencia de vida que preservase su desarrollo se convirtió, también, en un ámbito de investigaciones fundamentadas en numerosas observaciones, extremadamente minuciosas, concernientes a los diferentes aspectos del desarrollo del bebé. Tras una larga experiencia de más de 10 años en el trabajo con los bebés y sus familias, Emmi Pikler tuvo la oportunidad de profundizar en sus descubrimientos, verificarlos y enriquecerlos con la colaboración de las personas que se ocupaban de los niños junto a ella. Uno de estos descubrimientos tiene que ver con el desarrollo del movimiento en los bebés. Moverse en libertad. Desarrollo de la motricidad global es, hoy por hoy, el único libro de la propia doctora Pikler al que podemos acceder en castellano. Esta obra es el resultado de un trabajo de observaciones longitudinales sistemáticas, y extremadamente rigurosas, del desarrollo motor de más de 730 niños. De la investigación, realizada por la doctora Emmi Pikler y el equipo del Instituto Lóczy, relativa al desarrollo de la motricidad global (y que, en total, incluye la observación sistemática de más de 2.000 bebés), se extrae una doble conclusión fundamental para el tema que nos ocupa. En palabras de la propia doctora Pikler: La intervención directa del adulto durante los primeros estadios del desarrollo motor, (es decir, dar la vuelta al niño, sentarle, ponerle de pie, hacerle andar), no es una condición previa necesaria para la adquisición de estos estadios En condiciones ambientales favorables el niño pequeño consigue por sí mismo, por su propia iniciativa, con movimientos de buena calidad, bien equilibrados, volverse sobre el vientre y después, pasando por el rodar, el reptar y el gateo, sentarse y ponerse de pie. Volver al niño sobre el vientre, ponerle sentado o de pie, hacerle andar, bajo cualquier pretexto, forzándole así a mantenerse en estas posiciones con torpeza, un equilibrio muscular y tónico desorganizado, parcial o totalmente inmovilizado, impidiéndole llegar a formas de movimientos cada vez más activamente elaboradas, por su propia iniciativa es una práctica que no sólo no favorece el desarrollo infantil sino que resulta perjudicial. La idea de que el adulto tiene un papel enseñante importante en el desarrollo de la motricidad, está ampliamente admitida, tanto entre padres y madres como entre profesionales. La intervención del adulto es un comportamiento extendido por todo el mundo, aceptado y considerado como natural. Se trata de creencias espontáneas sobre la crianza que están profundamente generalizadas y arraigadas en nuestra mente en nuestro psiquismo, en su sentido más amplio y, por supuesto, en nuestros actos. Efectivamente, entre los factores relacionados con el desarrollo motor del niño, se da gran importancia al rol enseñante de la madre (o de quien la sustituya) a su ayuda, a su apoyo, a su acción, que se piensa influyen directamente en la adquisición por parte del niño de la posición sentada, la posición de pie y la marcha. Según este planteamiento, es preciso dar la vuelta al niño para que permanezca tumbado boca abajo, colocarle sentado, ayudarle a sentarse, mantenerle sentado, ponerle de pie, ayudarle a ponerse de pie y hacerle andar. Al obrar así, es preciso proporcionar una asistencia o una ayuda directa, que es muy importante al comienzo y progresivamente lo va siendo menos. 7
Sin embargo, las conclusiones a las que llega Emmi Pikler y el equipo del Instituto Lóczy, constituyen un conjunto de descubrimientos originales, poco conocidos, tanto entre padres y madres como entre profesionales, que ponen en cuestión este comportamiento tradicional de los adultos con respecto a la motricidad del bebé; prácticas cotidianas extendidas por todo el mundo, aceptadas y consideradas como naturales. Son conclusiones que nos hablan de una manera de ver al niño y estar con el niño, distinta, contraria, incluso, a nuestra manera de hacer; contraria, incluso, a lo que parece decirnos el sentido común. Este descubrimiento llevó a Emmi Pikler a desarrollar en Lóczy toda una pedagogía en la que uno de sus principios básicos es permitir que los niños, muy acompañados afectivamente, vivan una total libertad de actividad y movimiento. 8