EL ROBO DE LA MÁSCARA SAGRADA HORACIO CONVERTINI URANITO EDITORES ARGENTINA COLOMBIA CHILE ESPAÑA ESTADOS UNIDOS MÉXICO PERÚ URUGUAY VENEZUELA El robo de la mascara sagrada.indd 3
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CAPÍTULO 1 AQUEL VERANO Quién dijo que en los pueblos pequeños nunca pasa nada? Quién dijo que en ellos la vida transcurre sin sobresaltos, como si se deslizara sobre una superficie plana bañada en aceite? Quien lo haya dicho miente, o simplemente desconoce lo que sucedió en Villa Luppi aquel verano de 1971, cuando yo tenía doce años y creía que lo más asombroso que podía llegar a ver era el parpadeo tenue de las luces rojas de un avión que se había alejado demasiado de su ruta. Porque si algo caracterizaba a Villa Luppi era que estaba lejos de todo. Hablo de un grupo de casas en una inmensidad verde, junto a una laguna que para nosotros tenía la dimensión de El robo de la mascara sagrada.indd 5
6 un océano pero que no era más que una pequeña gota de agua marrón en la planicie infinita. Computadoras, consolas de juego? Ni siquiera se habían inventado. Televisores? Pocos y captaban un solo canal que se veía con más fantasmas que un cuento de terror. Ni hablar del cine. Lo más parecido que teníamos era la memoria de Don Severino, el dueño del almacén Vende Tutti, que entretenía a los clientes narrando las películas de detectives que había visto durante sus viajes a la capital. Silvina, mi mejor amiga, decía que los argumentos de Don Severino no tenían pies ni cabeza: Se debe de quedar dormido en medio de la función y después reemplaza las partes que se perdió con ocurrencias suyas. No puede ser que, de pronto, el ladrón se vuelva policía o que el culpable sea un personaje que nunca antes había mencionado. A mí, de todos modos, me gustaban los relatos del almacenero. Durante las noches de verano, cuando no había mucho para hacer y en las casas no se podía estar porque las paredes despedían el calor acumulado durante el día, iba con otros chicos a la puerta de su negocio a escuchar sus películas contadas. Alguien decía que en su juventud había sido actor y que por eso tenía facilidad para interpretar distintas voces, incluso de mujer o de niño. Me gustaba verlo estremecerse cuando hacía que le pegaban un balazo mortal y me causaba mucha gracia cómo se bajaba la visera de un sombrero imaginario para convertirse en un investigador duro de Nueva York. Sí, a veces los finales eran apresurados y torpes. Sí, a veces la trama estaba llena de agujeros tan grandes como los cráteres de la Luna. Pero el show valía la pena, tanto como la limonada que nos servía su esposa, Doña Antonia, siempre en el punto justo de frío y dulzura. El robo de la mascara sagrada.indd 6
Por todo eso la llegada de los Héroes del Ring fue un suceso extraordinario. Que una troupe de campeones de la lucha libre decidiera pasar por nuestro pueblo, y con el plan de quedarse una semana entera, era el acontecimiento más importante de la historia de Villa Luppi. Mucho más, desde luego, que la vez en que un jugador suplente de Boca se detuvo con su auto a cambiar un neumático pinchado en el taller de los hermanos Agostino. El entusiasmo parecía volar en las alas de los mosquitos, que en ese verano no dejaban piel sin picar. No se hablaba de otro tema que del espectáculo que se avecinaba: luchadores grandiosos en peleas espectaculares y la feria de diversiones que los acompañaba, con juegos de destreza, una bruja que adivinaba el futuro y puestos que vendían salchichas y copos de algodón de azúcar. Nadie esperaba otra cosa que siete días de entretenimiento para sacudir la pereza sofocante de nuestras vidas. Pero ocurrieron hechos todavía más inesperados. Hablo de un desafío, de un robo, de un misterio. Todo al mismo tiempo, para poner el pueblo patas para arriba. el robo de la máscara sagrada 7 El robo de la mascara sagrada.indd 7