Versión estenográfica. Evento: Día del Maestro. Ceremonia de Entrega de Preseas a Maestros con 30 y 40 Años de Servicio Educativo. Saltillo, Coahuila de Zaragoza 15 de mayo del 2013 Discurso pronunciado por el Gobernador Rubén Moreira Valdez. Quiero que mis primeras palabras sean para felicitarlas a ustedes maestras, a ustedes maestros, en este 15 de mayo: Felicidades, en verdad. Decirles, maestras y maestros, que hace un momento tuve una reunión con la dirigencia sindical, con lo secretarios de la Sección 5 y 38; con los representantes del maestro Juan Díaz, y comentamos, como aquí se adelantó, algunas cosas a las que me voy a referir rápidamente. La primera. Hoy 15 de mayo es un momento de festejo, es un momento de reconocimiento para ustedes que cumplen un ciclo de ejemplo, de entrega, de trabajo; debe de ser, seguramente, para sus familiares un momento de satisfacción ver pasar a sus papás, a sus mamás, abuelos o abuelas, y recibir una constancia detrás de la cual hay 30, 40, 28 años de esfuerzo; una constancia que ahí estará en la casa, pero que está formada por trabajo, por disciplina, por entrega; como se dijo hace unos
momentos, por mucho más que una jornada dentro del salón. Pero tiene que ser para la sociedad mexicana y para nosotros, la autoridad, un día de reflexión sobre el trabajo en la escuela, sobre el trabajo en el aula, sobre la importancia de la educación como un papel transformador; tiene que ser para todos un momento de serenidad en el cual analicemos el proceso educativo. No puede ser un momento de disputas, menos de descalificaciones, mucho menos de tratar de generalizar la conducta de alguien poniéndola como una conducta de todas y todos. Hace unos días analizaba yo con el señor Secretario de Educación y con algunas personas, líderes de opinión, algunas de nuestras escuelas, su desempeño, y cuando esto se hace de forma serena, se comprende la grandeza del Magisterio coahuilense y la grandeza del Magisterio nacional. Lo primero que destaco es que ahí, en donde no hay otro profesionista, ahí en donde a veces no estamos como autoridad, ahí en donde no hay otro programa social, ni otro servicio, está una profesora y un profesor, ahí con sus muchachos. Ahí en la lejanía del desierto o allá en la dificultad de alguna de nuestras colonias, llega muy temprano una profesora y un profesor a dar clase.
En una jornada que no termina cuando suena la campana, que no termina en el momento en que los muchachos se van, porque en frente de nosotros los tengo a ustedes: maestras y maestros con experiencia; que sábados y domingos ponen sobre la mesa del comedor las grandes cantidades exámenes y se ponen a revisar, y sale seguramente una sonrisa de satisfacción cuando ven que un joven saca 100, y sale también una sonrisa de satisfacción cuando ven que van avanzando. No se termina la jornada a la una, o a las doce del día, a las seis de la tarde, la jornada sigue en las noches, cuando ustedes están preparando la clase del día siguiente; la jornada sigue cuando muy temprano en la mañana se despiertan pensando en esa alumna o en ese alumno que saben que tiene una dificultad. Porque en la escuela pública todas las niñas caben y todos los niños caben. Esa es la grandeza de la escuela pública: todos los niños caben. Nunca le cerramos la puerta a un niño y le decimos tú no tienes para la colegiatura. Nunca le cerramos la puerta a un niño y le decimos tú no nos conviene que entres porque vas a variar nuestro promedio. En la escuela pública todos los niños caben. Nunca decimos a tal comunidad no nos conviene ir. Allá en Cuates de Australia, ahí hay un profesor y hay una profesora, que además abrazó a su comunidad, y si su comunidad no tiene agua, él tampoco bebe agua; y si su comunidad no tiene
energía eléctrica, él tampoco la disfruta; y si su comunidad hace seis hora para llegar, él hace las mismas horas para llegar; y si su comunidad apenas tiene para comer, él se sienta junto a ellos a comer lo mismo. Ese es el Magisterio nacional. Esa es la fuerza que hoy dice, Rubén Delgadillo, no hemos podido transmitir. A eso convoco al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, a que destinemos una parte del tiempo a decirle a México que lo mejor que tenemos son las maestras y los maestros. Me da mucho gusto verlos a todas y a todos. Me da satisfacción ver en el público, en ustedes, a compañeros míos de la primaria, de la secundaria. Ver que cumplieron su anhelo de ser profesores, de ser profesoras. Ustedes escogieron la mejor carrera que hay. Hace algún tiempo se dijo que quitáramos esa parte de decir que el profesor y la profesora eran un apóstol, que dijéramos que era un profesional. Yo no estoy de acuerdo con eso, porque ya sabemos que el profesor es un profesional, que estudia, que va a la Normal, que no se para frente a un grupo de muchachos a decir no sé qué cosa, sino que antes práctica por muchas horas. Es un profesional. Pero también es un apóstol; pero también es el que sabe, desde que se registra en la Normal, cuál va a ser el alcance de la retribución que va a tener, porque ustedes lo sabían.
También sabe, ese maestro, las dificultades que va a haber, pero es más su amor por sus semejantes, que las satisfacciones materiales, las que los llevaron a las normales de Coahuila. A la dirigencia sindical, mi reconocimiento. Acá las escuelas están funcionando, gracias a ustedes. A la dirigencia sindical, mi beneplácito porque se puede trabajar con alguien responsable en la construcción de políticas públicas. Si no tuviéramos una dirigencia sindical en frente, una dirigencia sindical responsable en frente, cómo instrumentaríamos cualquier política pública. Recibí de ellos, hace unos días, sus demandas laborales. Las vamos a estudiar y vamos a hacer el máximo de los esfuerzos por corresponder a la exigencia de la dirigencia sindical y a su trabajo. Quiero terminar diciéndoles a todos y a todas, que tuve la fortuna de estudiar en la escuela Normal, tengo la fortuna de ser profesor, que estoy orgulloso de ser profesor. Es, en verdad, una profesión espléndida, es una profesión, además, que nos hace tener sensibilidad. Muchas gracias.