Filosofía para todos Es verdad lo que me vas a contar? Sobre la veracidad en las relaciones humanas Por Mercedes Rovira y Luis Manuel Calleja Conocer la razón de las cosas, el porqué de los comportamientos, la necesidad de respetar algunas restricciones naturales, comprender la naturaleza humana, todo eso que en definitiva la filosofía ha estudiado una y otra vez, errando y volviendo a comenzar merece ocupar un espacio en nuestra Revista. Esta sección de Filosofía para todos pretende acercar a nuestros lectores una dimensión del quehacer de gobierno que no suele ocupar las agendas cargadas de urgencias. Confiamos que los temas y sus análisis sean no sólo de interés sino también de utilidad para la labor de dirección diaria. Es bueno o malo lo que vas a contar de alguien?, es verdadero o falso?, es necesario que me lo digas? Tres preguntas que fueron condiciones de Sócrates ante la insistencia de uno de sus discípulos en referirle algo sobre un tercero. Sería fantástico sabernos con las espaldas cubiertas ante la maledicencia, y ser nosotros también guardianes de la fama ajena. Si hay algo difícil de reparar, por no decir imposible, es precisamente la fama. Desde la infancia me quedó grabado el ejemplo que recibí de mis mayores para hacerme entender que lo que se dice de alguien, cuando es negativo, no tiene vuelta atrás. Me explicaban que si uno tira una piedra al aire en un espacio vidriado, es responsable de esos vidrios rotos que no se podrán volver a pegar. Así pasa con las habladurías: tengan éstas fundamento, o no lo tengan, el robo de la fama es peor que un robo material, pues no hay mercado en el que podamos volver a comprar el honor perdido. A Lord Harrods el de los almacenes del mismo nombre de Londres le preguntaban en una entrevista de la BBC: Si hubiera un incendio en los almacenes, qué cosa de valor se arriesgaría usted a rescatar?, y respondió: por ninguna cosa, pues lo que más vale de Harrods no arde en un incendio. El buen nombre, la marca, su prestigio, la buena fama, es su activo más valioso. Las mentiras o el falseamiento de la verdad acerca de las personas e instituciones tienen distintos grados. Todos ellos aunque son deplorables, se dan con harta frecuencia, pues se miente mucho. Y, como todo lo que sucede repetidamente suele producir acostumbramiento, llega un momento en que nos acostumbramos a que nos mientan y por qué no? también a mentir. El siguiente paso es cuidarnos de lo que nos dicen, desconfiar, decir lo que queremos que se interprete pero no ateniéndose a la estricta verdad. Pasamos a un lenguaje de códigos donde el primer supuesto es piensa mal y acertarás, y quien no sea tan listo y piense bien, probablemente será descalificado por ingenuo. Pero vayamos por pasos analizando esos falseamientos de la verdad que se dan en las relaciones humanas. 84
Filosofía para todos Esta sección la auspicia Y eso es justamente lo que la moral califica como juicio temerario: admitir como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral de alguien A la intención no se llega Mercedes Rovira. Doctora en Filosofía, Universidad de Navarra; Máster en Artes Liberales (Filosofía y Ciencias de la Educación), Universidad de Navarra; Profesora de Antropología y de Ética, Universidad de Montevideo. mrovira@um.edu.uy Luis Manuel Calleja. Máster en Economía y Dirección de Empresas, IESE, Universidad de Navarra; Licenciado en Ciencias Físicas, Universidad Complutense de Madrid; Profesor de Política de empresa, IESE, Universidad de Navarra, IEEM, Universidad de Montevideo. lmcalleja@iese.edu Se dice, me dijeron, todo el mundo lo sabe,...seguro que ya te enteraste, y a continuación el relato deformado, o unas pinceladas semidespiadadas que enchastran a una persona, o retazos de historias que usted puede hilvanarlas como guste, porque ya se sabe.... Parecería que la gente adulta adquiere ese grado de madurez cuando posee la habilidad de destrozar al prójimo. Y eso es justamente lo que la moral califica como juicio temerario: admitir como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral de alguien. Admitirlo en la conversación, con palabras, o incluso tácitamente. Yo diría que la mayor parte de las veces, en esta cultura de lenguajes reducidos, admitirlo con gestos: de asentimiento, de asombro, de complicidad, de pena, de... hipocresía en definitiva. Si nos esforzáramos en pensar bien de la gente, al menos hasta que se demuestre lo contrario, nos sorprenderíamos de los hechos y actitudes positivas que también se encuentran a nuestro alrededor: una persona que realiza una buena obra porque sí, porque le dio la gana hacerlo así, hacerlo bien; o alguien que actuó heroicamente solo por caridad, sin que nadie pudiera exigirle ese esfuerzo desproporcionado. Por qué presuponer intrincadas intenciones o motivos perversos en aquellas reacciones de generosidad? Por qué dar por supuesto que si se hace algo por encima de lo justo, ya sea por solidaridad, por compasión, por amor, hay que acompañar esa actuación con justificaciones o excusas para no ser mal interpretado? A veces parece que para hacer cosas buenas hay que pedir disculpas a los que están alrededor, no vaya a ser que se ofendan o interpreten esas actuaciones como un reproche a lo que ellos no hacen. Otras, simplemente, se tiene vergüenza para hacer el bien. Es más real, porque coincide con la conciencia y con la libertad humana, admitir que no debemos juzgar las intenciones de las personas. El primer motivo para no hacerlo es, justamente, porque no las sabemos y por eso no podemos hacerlo sin tener un porcentaje altísimo de equivocaciones. El que diga lo contrario, que reflexione un poco sobre sus verdaderas intenciones, y se dará cuenta que es dificilísimo que los demás puedan adivinarlas desde fuera. [continúa ] 85
Filosofía para todos Las personas serias, respetables humanamente, saben que si les toca por su cargo juzgar, deberán oír las dos campanas, y si es posible también al campanero En la empresa a veces se juzgan los motivos y se actúa en función de supuestos. En la discusión académica de casos incluso se discuten las motivaciones como si fueran claras, estables y conscientes. Así se llega a la versión oficial de algunas actuaciones, cosa que no deja de ser más que una convención cómoda o útil, pero no la verdad, con el agravante de achacar culpas a algún chivo expiatorio inocente. Viene al caso un reciente texto de Benedicto XVI: A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio 1. Como es lógico, mucho más importante aún será suspender el juicio ajeno por caridad, dar siempre una ocasión a salvar las intenciones porque todos podemos equivocarnos, y también todos podemos rectificar. Rectificar es de sabios reza un clásico adagio, y nos conviene repetirlo con frecuencia, porque rezuma sabiduría. Otro motivo más, aún, para no admitir malos pensamientos de los demás: a nosotros tampoco nos gusta que piensen mal de lo que hacemos. Si además lo que hicimos tuvo una buena intención y una mala interpretación, zás!, incluso puede ser que no levantemos cabeza con el desánimo que aquello acarrea. En fin, no ser crédulos con todo lo que va de boca en boca, de revistilla en revistilla superficial. Las personas serias, respetables humanamente, saben que no se puede dar pábulo a comentarios parciales, ni echar leña al fuego, y que si les toca por su cargo juzgar, deberán oír las dos campanas, y si es posible también al campanero. Insidia innecesaria vs. información correcta En ocasiones, los defectos, errores, acciones ajenas que se comentan son objetivos y verdaderos. Será oportuno darlos a conocer? Nos encontramos muchas veces con estas situaciones incómodas. Sin embargo, no es difícil distinguir la maledicencia, que así se llama a la manifestación de defectos ajenos sin necesidad, sin una razón de peso, y la información correcta que se requiere en determinadas circunstancias. Es necesario hacer un juicio prudencial sobre los bienes y derechos en juego de esa persona de la que se habla, y la justicia con la familia, la empresa, el eventual empleador de determinado candidato del que por algún motivo conocemos aspectos negativos que conviene advertir. Ahora bien, al decir por algún motivo habrá que distinguir, a su vez, pues puedo tener vías de información que no debo vulnerar, como son las del secreto profesional, o del secreto natural. Relatar algo que esté bajo rótulos de confidencialidad necesita una justificación muy severa; debo analizar a fondo los bienes de las personas en juego, y eventualmente también de la empresa. En un nivel muy diferente quedan los comentarios por superficialidad, por la complacencia de estar enterados de todo, por la ligereza en las conversaciones como si hablar de los demás, casi desollarlos fuera un deporte sano y permitido. Cuando se habla negativamente de alguien, quitándole la fama de modo injusto e ineficaz, la virtud de la justicia reclama la reparación proporcionada, que en este caso 86
Filosofía para todos Cando se busca que alguien reaccione tomando en cuenta lo que en la realidad está sucediendo, viene bien usar el criterio de la verdad soportable, o sea, decir el máximo de verdad que pueda encajar sin derrumbarse puede limitarse a equilibrar con otros comentarios positivos, por ejemplo la conversación anterior. También, cuando se trata de enfrentar actitudes equivocadas o defectos ajenos directamente con el protagonista, hay modos y modos de decirlo. Se pueden y deben, en muchos casos contar verdades en la cara a las personas, pero cuidando el modo de no herirlas innecesariamente. No se trata de arrojar las cosas a la cara, con una actitud ofensiva directa; eso, insistimos, se llama maledicción o maldición. Se debe decir la verdad con buenas maneras, y para evaluar si debemos o no decirle aquello negativo, el criterio al que hemos de acudir es el de la caridad. Cuando se trata de personas, la verdad no debe condicionarse con la conveniencia, sino con la caridad. Incluso con instituciones que permitirían mayor frialdad objetiva, se han de tener en cuenta las personas que la componen. Cando se busca que alguien reaccione tomando en cuenta lo que en la realidad está sucediendo, viene bien usar el criterio de la verdad soportable, o sea, decir el máximo de verdad que pueda encajar sin derrumbarse. Lógicamente se usa este criterio cuando se busca el bien de esa persona, de modo que es una versión próxima al ejercicio prudente de la caridad. En cambio, en el mismo ámbito del management lo que se busca no es la verdad, sino el bien posible. Incluso en la política, aunque se admitan exigencias de transparencia y escrutinio públicos, se deja un campo más ancho para la necesidad de decir las cosas, aunque habrá que actuar con las cautelas morales de no mentir nunca. Y la calumnia? Hoy se afina más en este campo, pues dañar la fama de otro diciendo lo contrario a la verdad puede acarrear, incluso, problemas económicos. La reparación de la calumnia es una obligación de justicia, y debe ser una rectificación explícita ante quiénes hayan sido testigos de esa difamación. No es verdad lo que dije el otro día de fulanito, era un engaño sobre menganito, o lo que sea, pero que se entienda que allí no hubo verdad. El honor no es valorable en términos económicos, tanto por razón de su naturaleza daña lo íntimo de la persona como por su incuantificable difusión. Ahora bien, aunque se exija en ocasiones una indemnización, ésta ya desde la época del Imperio Romano debe tener en cuenta, además del daño en que se ha incurrido, la capacidad económica del que ofende. Resulta insólito, como ocurre a veces, que se comercie hoy con estas indemnizaciones hasta el punto de facilitar ser deshonrado para ser... indemnizado. En las relaciones humanas no debe pesar más la utilidad que la verdad, por eso hay que rectificar y reconocer los propios errores, con prudencia y si así lo exigen las circunstancias con los matices que sean necesarios, pero que no deformen la realidad. El ámbito mercantil y del management parece el propio para los criterios de utilidad pero como ella la utilidad no es un bien absoluto, se han de tener 1. Carta de su Santidad Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia Católica. Vaticano, 10 de marzo de 2009. [continúa ] 87
Filosofía para todos Si los líderes demuestran de forma habitual que quieren oír algo más que palabrería vana y alaban a quienes tienen el valor y el tacto para expresar las verdades desagradables, la norma corporativa virará hacia la transparencia en cuenta otras condiciones propias de la persona humana que la distingan de lo que haría una rata o una serpiente. Eficacia con justicia serían condiciones a simultáneo del actuar humano. Cuando por peculiares situaciones del ámbito profesional, sus repercusiones, daños a terceros, se pone en duda si se debe reconocer públicamente un error cometido, han de ponerse en la balanza la justicia y la eficacia conseguir, efectivamente, la reparación que se busca pero inclinándose siempre más a rectificar que a silenciar. Un último aspecto relacionado con el falseamiento de la verdad es la tendencia a halagar y adular con el objeto de conseguir ventajas personales. Decir cosas positivas pero falsas de alguien, o deformar la realidad eufemismo cae dentro de la misma falta moral; es miembro de esa familia de defectos que se apartan de la verdad. Aplicaciones a la política de empresa Lo expuesto hasta aquí es un simple despliegue de la obligación de decir la verdad que tenemos todas las personas. Falsear la verdad, inducir a error, justificar las mentiras piadosas dos términos inconciliables entre sí, y todo aquello que sea echarle agua al vino, no tomarse la verdad tan en serio, corroe el tejido social. En los últimos tiempos del management, se ha puesto de moda hablar del valor de la confianza. Confianza para las relaciones financieras aunque parezca que los varios Madoff hayan echado por tierra toda credibilidad de la palabra, transparencia y franqueza con los clientes y el personal. Institucionalmente se puede juzgar la predisposición hacia la veracidad de una organización si sus normas, protocolos, controles y reglamentaciones lo favorecen razonablemente. Incluso sus intenciones pueden ser explícitas en sus declaraciones corporativas, pero una institución no es veraz ni confiable en sí misma. El objeto de confianza o desconfianza son las personas singulares y una institución será reputada confiable o veraz si las personas responsables de ella, a lo largo del tiempo lo ponen de manifiesto 2. Es lógico, pura consecuencia de que somos humanos y trabajamos con personas, que la actividad humana base su confianza en la veracidad de las personas. Las múltiples estrategias, procedimientos, métodos más o menos novedosos y exigencias sofisticadas de control o instalación, no son suficientes si no se cuenta con personas veraces además de toda su capacidad técnica en los puestos claves. Hay países, sectores y empresas cuya cultura de la franqueza y sensibilidad para la verdad es tan baja que la mayor parte del tiempo del CEO se emplea en comprobar si las informaciones que recibe son ciertas. No cabe duda de que la transparencia mejora cuando los líderes están comprometidos con ello, pero incluso aún oponiéndose la era digital impone una nueva transparencia que ya no es opcional. Piense el lector en YouTube, Google, las redes sociales, y la última campaña electoral norteamericana: cualquier persona puede comprobar la veracidad de una actuación o comentario pasado. La eficacia de la empresa, su mejoramiento, será difícil si no se agota y busca la verdad de las cosas. Es fácil darse cuenta que si hay dificultades para cono- 88
Filosofía para todos cer las cosas tal como son, los problemas con que se encuentra un sector, si los números no son claros del todo... las decisiones no podrán tomarse sobre la realidad de la empresa sino sobre una imagen deformada de ella. Sacar la foto exacta de la empresa equivale a una transparencia que reconoce errores, que sabe que la humildad corporativa le ayudará, pues se presentará el momento en que sin delirios artificiales de éxito hará falta un mayor esfuerzo generalizado para sacar adelante el trabajo de la empresa. El concepto más usual de estrategia se refiere al largo plazo; esto no ayuda a agotar la verdad largo me lo fiáis, diría el clásico castellano. En puridad, estrategia connota con las causas más profundas, que, si lo son, condicionarán el futuro, por eso agotar la verdad, no dejarse dominar por el miedo a ella, son condición de acierto estratégico. Hay quienes sostienen que admitir errores, estar vigilantes ante la realidad de los hechos aunque sean duros de llevar, no presentarse siempre con actitud de ganador, puede socavar su autoridad. Pero no; el respeto hacia ese jefe exitoso que no se equivoca es algo casi infantil. Si los líderes demuestran de forma habitual que quieren oír algo más que palabrería vana y alaban a quienes tienen el valor y el tacto para expresar las verdades desagradables, la norma corporativa virará hacia la transparencia. El principio de autoridad, por tanto, está íntimamente relacionado con la veracidad, en los hechos y en las palabras, de aquel que ostenta un cargo de responsabilidad. 2. Confianza. R. Spaemann. Conferencia dictada en el IESE, Madrid, mayo de 2005. Artículo basado en las disertaciones de D. Antonio del Moral, fiscal, en Madrid (diciembre de 2008). 89