El sentimiento de sí: estudio de la subjetividad



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Transcripción:

El sentimiento de sí: estudio de la subjetividad Rosa Velasco Resumen Este trabajo trata de la evolución del sentimiento de sí de una persona en un tratamiento psicoanalítico. Como punto de partida de la función terapéutica se considera central el sufrimiento psíquico en relación al estado del self (el sentimiento de sí). La experiencia relacional establecida a través del esfuerzo empático del analista para comprender y validar los afectos revierte en la vivencia de un sentimiento de sí más integrado. El sentimiento de vergüenza es uno de los primeros afectos que aparece en el campo bipersonal del análisis; afecto de vital importancia en todo tratamiento psicoanalítico y especialmente en el tratamiento de las manifestaciones de la patología del no ser (sentimiento de no existencia). «Soy débil. No sé dónde apoyarme. Vacío está de todo ser el aire. No estás. No estoy. Qué giratorio cuerpo el de la nada.» J. A. Valente Introducción «El sentimiento de sí» (la consideración y el reconocimiento que uno tiene de sí mismo) influye de manera clara en el desarrollo de las capacidades personales. Su deterioro produce sufrimiento, inhibiciones y en muchos casos patología. El psicoanálisis es un método terapéutico de ayuda a la persona que sufre. La función terapéutica del análisis presentará más dificultades en aquellos pacientes que no pueden considerar su estado de necesidad y que tienden a disociar o denegar las experiencias afectivas. Uno de los primeros afectos que aparecen en la relación analítica es el sentimiento de vergüenza. En análisis, el momento emergente de la vergüenza contribuye al desarrollo de la identidad de la persona. Se presentará para su discusión la evolución del «sentimiento de sí» en el análisis (cuatro sesiones semanales) de una mujer que consulta a la edad de treinta y cuatro años. En su adolescencia sufrió una anorexia nerviosa restrictiva desde los catorce hasta los veintiún años, enfermedad que entonces no pudo ser tratada. En este análisis los primeros sueños son pesadillas. Éstas se pudieron pensar como la expresión de un conflicto intrapsíquico que en la relación analítica se configura con un contenido mental, expresado a través de imágenes, todavía con escaso desplazamiento. El interés que tiene para mí poder elaborar este trabajo se corresponde con la importancia de pensar como accesibles a un tratamiento psicoanalítico aquellos pacientes que presentan necesidades que no pueden considerar (negadas) porque la ayuda que tanto necesitan es vivida como un fallo (una herida en el amor propio). La vivencia de necesidad está debajo de un repliegue narcisista que durante tiempo, como en esta paciente, funcionó a modo de caparazón defensivo. Esta conflictiva narcisista, se corresponde con una experiencia relacional donde las necesidades emocionales en las diferentes etapas infantiles (aquí en cada caso encontraríamos particularidades) produjeron vivencias de fallo y de fracaso en los adultos que se ocuparon. Sabemos que los principales organizadores de la experiencia son los afectos, y la experiencia afectiva es regulada desde el nacimiento dentro de sistemas intersubjetivos de influencia mutua y recíproca (Stolorow, Brandchaft y Atwood, 1987). Actualmente no es infrecuente encontrar en la clínica personalidades que tienden a disociar o denegar las experiencias afectivas, derivándose de ello estados de desintegración que pueden manifestarse como aislamiento, bloqueo o estancamiento, como es el caso del ejemplo clínico que he escogido para mostrar la evolución del sentimiento de sí en el análisis. Diana (nombre figurado con el que me referiré a esta paciente en este trabajo), es una mujer de treinta y cuatro años que dice que está estancada tanto en el terreno personal como en el profesional. Ya en la 37

primera entrevista, después de referirse a que llevaba mucho tiempo pensando que tenía que telefonear y acordar esta primera cita, ella pudo expresar: Me planteo la pregunta de cómo es que no quieres tener hijos? Ya que siempre he pensado que yo no quería tener hijos. Tengo una relación de pareja desde hace ocho años. Compartimos la casa, el trabajo. Tenemos la misma profesión [los dos tienen la misma formación universitaria y ejercen su profesión]. [ ] Desde que mi hermana se marchó del país hace dos años yo me siento en la obligación de llenarle a mi ahijado ese vacío. Esta situación nos lleva a F. [su pareja] y a mí a pelearnos continuamente. [ ] También estoy estancada en la profesión. Trabajo con mi padre, siempre he trabajado con mi padre aunque es difícil trabajar con él. Si bien la enfermedad anorexia nerviosa no tiene una manifestación clínica como tuvo en la etapa adolescente, sí podemos decir que la situación actual de inhibición y estancamiento tal como ella se refiere a sí misma contiene efectos residuales de experiencias anteriores que han contribuido al deterioro de su sentimiento de sí. Existe una desadecuación entre su tiempo biológico (por ejemplo, biológicamente podría ser madre) y su tiempo psicológico (psicológicamente, está estancada, como ella misma dice). Esta desadecuación se irá resolviendo en el tratamiento, porque a medida que avanza el análisis se aumenta el proceso de subjetivación que estaba en déficit. Proceso de subjetivación En el análisis se desarrolla un proceso de subjetivación. Mitchell describe este proceso de la siguiente manera: «Que el self vital del paciente reviva depende de la disposición del analista a crear un medio estructurado totalmente por la subjetividad del paciente, en el cual el analista pasa a ser una creación del analizando, un objeto subjetivo» (Mitchell, 1988). El analista de carne y hueso es decir, el analista sujeto proporciona, con su actitud y con la interpretación, la experiencia de relación en la que el paciente pueda sentir la disposición del analista a ayudarlo. El desarrollo de la subjetividad del paciente (su manera de ver) revertirá, junto con el esfuerzo empático de entender, en la consideración y el reconocimiento que el paciente tiene de sí mismo (el sentimiento de sí). Desde el respeto a uno mismo, la denegación y la tendencia a la disociación se irán transformando en interés y necesidad de recibir ayuda para llevar a cabo legítimas aspiraciones, de tal manera que el refugio en la fantasía no será tan necesario (como lo fue en otro tiempo) para mantener una precaria sensación de existir, aun a costa de sufrir inhibiciones o adaptaciones. En este análisis la aparición de conflicto, expresado a través de síntomas (que ahora son considerados por ella misma como egodistónicos), de lapsus o de sueños, constituye una evolución porque significa que los antiguos «sistemas de seguridad» y de control se han flexibilizado a medida que la conciencia de preocupación por uno mismo ha ido aumentado, siendo éste un punto de partida para la aparición de la conciencia de preocupación por los otros; o sea, para que la atención y el cuidado por su entorno relacional sean auténticos, no en falso self. El sentimiento de vergüenza La vergüenza aparece en la relación intersubjetiva del análisis en el momento en que el paciente confía su intimidad. Dice Diana en análisis: «Me da vergüenza contarle esto: sabe? yo estaba muy mal, estaba sonada, pasaba hambre, no comía ni cenaba, y me decía a mí misma: no te comas esta chocolatina aunque te guste mucho, porque si te aguantas y no te la comes tu examen de mañana será de excelente». La crítica despectiva «estaba sonada» (como sinónimo de «estaba loca») se corresponde con un estado de necesidad que produce vergüenza, ya que el paciente está convencido (según sean las imágenes relacionales internalizadas que resultaron de experiencias emocionales anteriores) de que el analista sólo puede reaccionar con un rechazo y un desprecio secretos ante el estado de defecto que queda al descubierto. Después de un tiempo de análisis, ella puede decir: «Es como si a un boxeador le dan un golpe y queda sonado. Yo he quedado sonada durante mucho tiempo; me dejaba llevar, desde la anorexia en mi adolescencia hasta ahora, que con su ayuda puedo pensar». Lo que Diana al principio expresaba en forma de burla de sí misma, es decir negando su dolor y por lo tanto dándose a sí misma un mal trato, cuando atraviesa el campo bipersonal del análisis se transforma en un estado de necesidad, de daño sufrido. Esta transformación produce vergüenza. En el momento de vergüenza (cuando 38

ésta resulta tolerable y puede aparecer en la relación terapéutica) los ya conocidos «sistemas de seguridad» (mecanismos defensivos como la negación y la disociación) no sólo dejan de actuar, sino que se pueden reemplazar por una necesidad de relación en otro tiempo negada (ahora se puede considerar el estado de necesidad). Son momentos de cambio que contribuyen al desarrollo de la identidad de la persona. «El estudio, interpretación y elaboración de esta vergüenza así como de los principios organizadores de los que deriva, son cruciales en el establecimiento del vínculo terapéutico en el que el dolor emocional puede ser integrado y la grandiosidad defensiva se convierte así en menos necesaria» (Morrison y Stolorow, 1997). Con la expectativa de que las dolorosas reacciones emocionales pueden generar aceptación y comprensión, más que indiferencia o desprecio, se crea una zona de seguridad de manera que el paciente puede atreverse a expresarle al analista sus aspiraciones naturales, aspiraciones que surgirán de debajo de la barrera represiva. Podríamos decir, como diría Kohut (1979), que se puede acceder a lo que está debajo de la barrera represiva si se trabajó (en el análisis) primero con la barrera vertical o de escisión. Uno de los primeros afectos que a mi modo de ver organizan a la persona, que ahora se para a pensar sobre su subjetividad, es el sentimiento de vergüenza. Son muchos los autores que consideran el sentimiento de vergüenza como el afecto central del narcisismo (entre otros, Tous, 1991; Hernández, 1995; Morrison, 1997). Personalmente, considero que tiene un efecto pivote, actúa a modo de bisagra que permitirá que se abran puertas que rescatan a la persona de un estado de retraimiento y de indiferenciación. Podríamos situar este afecto (cuando resulta tolerable y aparece) en el vértice de la intersección de las dos barreras de Kohut (1979), la de escisión y la represiva. Es por ello que considero el momento emergente de vergüenza como un momento de integración que contribuye al desarrollo de la identidad de la persona. Podemos observar estos momentos en cada una de las etapas naturales de crecimiento de la persona, siendo la etapa de la adolescencia una de las más significativas para esta consideración. La primera vergüenza significativa en el niño, según Kinston (citado por Amati Sas, 1990) sería la de «funcionar por sí mismo», en el momento en que se pueden prescindir de los vínculos de fusión que acompañan a toda relación simbiótica sin el riesgo de la desintegración porque el vínculo es confiable y ya está creada una expectativa relacional distinta a la adaptativa. La primera vez que Freud se refiere a la vergüenza, en el mismo sentido al que yo me estoy refiriendo, es en el año 1900 en la Interpretación de los sueños. Aunque Freud la consideró desde la vertiente del exhibicionismo, en ese trabajo ya está implícita la tendencia a tapar y a esconder. La vergüenza es un estado afectivo que aparece si se siente expuesta la propia intimidad. Así como le sucede al pintor o al escritor con su obra, el soñante siente vergüenza delante de la posibilidad de reconocer como propias sus producciones oníricas. El paciente siente vergüenza cuando abre a la relación analítica su intimidad. La vergüenza es un afecto genuino de lo humano. El momento de vergüenza siempre es un momento de diferenciación. En la paciente que he escogido para ejemplificar mi punto de vista sobre el deterioro del sentimiento de sí, la vergüenza aparece no sólo cuando puede empezar a soñar (los primeros sueños son pesadillas que la despiertan con angustia, son sueños con poco desplazamiento), sino también en aquellos momentos de error (fallarse a sí misma o fallarle a alguien) en los que podrá reconocerse equivocándose y con necesidad de recibir comprensión de alguien. Sabemos que la vergüenza impulsa a tapar, a esconder. Cuando el sentimiento de vergüenza se hace tolerable y puede aparecer en la relación analítica, es porque se reconoce ahora el vínculo que sostiene. Son momentos que contribuyen al desarrollo de la identidad personal por lo que tienen de genuino y de real. En análisis, al reconocer las experiencias emocionales vividas accedemos a la historia infantil. Diana es la primera hija de una pareja formada por un padre, hijo único muy vinculado a sus padres, que se casa con una mujer inmigrante que no se sintió acogida por su familia política. La madre, al casarse, deja de ejercer su profesión. Diana recuerda a su madre siempre con nostalgia de su familia, así como de su lugar de origen. Diana lleva el nombre del segundo de los hijos que tuvieron los abuelos paternos, una niña que murió antes de cumplir el año. La madre de Diana no pudo defender para su niña el nombre que prefería. Cuando Diana tenía cuatro años, la madre entra en depresión coincidiendo con el nacimiento de su hermana, una niña que nace prematura (al sexto mes de gestación). A partir de este momento, Diana intensifica aún más el vínculo con sus abuelos paternos (como si estos fueran sus padres 39

adoptivos). La experiencia emocional es la de una niña sin mamá, como si fuera huérfana porque la madre estaba deprimida. Para la niña, con sus necesidades naturales, la mamá tiene la cabeza en otro lugar. El desamparo vivido la lleva a rechazar con irritación esta situación, produciéndose un deterioro importante del desarrollo de su sentimiento de sí. Continuamente tiende a demostrarse y a demostrar que es fuerte. La adopción por sus abuelos, asumida en la fantasía, deja a Diana sin lugar; tiene que esforzarse en ser la niña ideal (la preferida de sus abuelos). Actualmente ella fantasea en ocasiones con ser la hermana de su padre (los dos comparten la misma profesión). También en su fantasía, ella es ahora la mamá (adoptiva) de su sobrino. Se repite con esta situación la experiencia emocional vivida por Diana cuando era una niña. La herida narcisista sufrida por Diana cuando después de la muerte de sus abuelos el heredero por ley es el padre y no ella es muy grande; sobre todo porque ella cuidó de sus abuelos hasta que murieron, ocupando el lugar de la hija ideal más que el de una de las nietas. Una vez más Diana experimenta con dolor que ocupar un lugar ideal en realidad es no tener lugar. La función terapéutica del análisis: los sueños y los «sistemas de seguridad» Considero que la función terapéutica del análisis comprende: a) el reconocimiento del sufrimiento mental, b) la validación de los afectos y c) el análisis de las convicciones que transitarán por el campo bipersonal del análisis. Me centraré en el análisis de los sueños de los dos primeros años del tratamiento de Diana para considerar la perturbación, el dolor y el sufrimiento que ahora en el marco analítico tienen la ocasión de manifestarse. Actualmente pensamos que el sueño es un vehículo de procesamiento y de integración de emociones y de experiencias (Bodner, 2000; Greenberg y Pearlman, 1999), un vehículo más confortable que el síntoma o que el lapsus. En patologías con predominio de la defensa disociativa no siempre está disponible ese vehículo de transmisión. Dicho de otra forma, la expresión espontánea de conflicto depende del grado de diferenciación de la fusión primitiva. El análisis va a favorecer la aparición no solo de sueños sino también de lapsus. Asimismo, los síntomas que en otro tiempo podían ser vistos por la persona como egosintónicos se pueden transformar en egodistónicos. Es del todo comprensible que esto suceda, ya que ahora la persona tiene la ocasión de pararse a pensar sobre sí misma. Se favorece la disolución de la barrera de la escisión de Kohut porque, a través de su función integradora, la escucha analítica devuelve una imagen completa y no parcial del paciente. El riesgo que podríamos correr si el análisis es demasiado interpretativo y se dirige al conflicto precipitadamente, es que seamos parciales. Entonces, no solo no ayudaríamos al paciente, sino que podríamos alimentar la tendencia disociativa patológica. En este sentido, como diría J. Aragonés (1999), «primero discriminar y luego interpretar». Pienso que podemos discriminar, diferenciándonos en la situación transferencial, si se pudo construir en la relación un marco seguro y confiable. Los dos primeros puntos de mi consideración sobre la función terapéutica del análisis (el reconocimiento del sufrimiento psíquico y la validación de los afectos) contienen esta función integradora (función sostén de Winnicott, 1958; o continente de Bion, 1987; o la importancia del encuadre para Bleger, 1967). Sólo si este setting en construcción, a través de la relación bipersonal del análisis, es suficientemente seguro y confiable para el paciente; sólo entonces podremos observar, y por lo tanto tratar, el conflicto transmitido por cualquiera de los vehículos de transmisión disponibles (síntomas-lapsus-sueños). Los primeros lapsus que aparecieron en el análisis de Diana, aproximadamente a los seis meses de tratamiento, representaron para ella un verdadero sobresalto. Ocuparon la sesión entera en el esfuerzo de contener la sensación de extrañeza y la irritación que le producía la vivencia de estar muy enferma. Pudimos analizar la convicción de que a partir de ese momento yo la malconsideraría para siempre. Recuerdo el primer acto fallido-equivocación: Diana llegó media hora tarde a la sesión. A mi comentario sobre su retraso, fue tan grande su convencimiento de que la hora correcta era la que ella tenía en mente que le fue difícil ver distinto. Sólo cuando pudo ver distinto, apareció la irritación por la equivocación y la necesidad de disculparse, sin ninguna (o con muy poca) esperanza de ser bien comprendida. Todo ello inunda la sesión. Relacionaré esto con el tercer punto de la función terapéutica del análisis (el análisis de las convicciones). Con la experiencia vivida en esta sesión entraron en el campo del análisis convicciones derivadas de experiencias anteriores, que necesitaban ser tratadas en tiempo presente, a través de la interpretación. Sólo podrá sentirse acompañada cuando se equivoca, si pueden entrar 40

en el campo del análisis las convicciones en activo (rechazo, exigencia, trato peyorativo y burlón para consigo misma) que resultan de sus experiencias emocionales anteriores. Los síntomas que, ahora a la observación, son considerados como una forma de manifestar emociones y experiencias dolorosas (y no como un fallo por el que se recrimina a sí misma), pueden finalmente ser expresados por Diana como: vértigo, miedo a caer al vacío, insomnio (en sus palabras: «antes de empezar este trabajo de análisis, no podía dormir, me despertaba a media noche, cogía un bloc de notas y hacía listas de lo que tenía que hacer al día siguiente»), ideación obsesiva (ella dice: «no me puedo quitar de la cabeza esta idea, me martirizo con ello pero no lo puedo evitar, me quedo enganchada a una idea y no hay forma de poder descansar la cabeza»), hiperactividad (me dice: «no hay manera hoy no he tenido tiempo de sentarme, tampoco he comido, no he parado de hacer cosas pensaba: menos mal que a la hora de la sesión descansaré»). En este período de tratamiento únicamente ha abierto al análisis cinco sueños. En todos ellos hay poco desplazamiento, son pesadillas que la despiertan desconsolada en plena crisis de ansiedad. En sus palabras: «entonces me desperté chillando estaba bañada en sudor» o «he pasado tanto miedo que tengo miedo a que llegue la noche y dormirme, es horrible». Reproduciré lo más aproximadamente posible lo que explicó Diana de sus sueños para luego elaborar sobre ellos el conflicto, su experiencia vivida y su evolución en el análisis. El primer sueño aparece a los siete meses de análisis: He soñado que íbamos en taxi, mi madre estaba en el asiento delantero, al lado del taxista, yo iba detrás. El taxista empezó a decirle a mi madre palabras obscenas de contenido sexual, cada vez en un tono más grosero. Yo le dije al taxista que parara, pero él seguía. Luego el sueño tenía dos finales. En uno yo sacaba del bolso una navajita que siempre llevo, de esas de cortar uñas, ahora me parece ridículo, es una navajita tan pequeña! yo se la clavaba al taxista, le rajaba el cuello, después estiraba a mi madre que se había quedado bloqueada, estaba paralizada. En el otro final, yo abría la puerta del taxi, el taxista no paraba, yo arrastraba a mi madre y ella se moría era horrible. El final más horrible era el segundo. Ahora me estoy acordando de un tercero, otro final, se me había olvidado. En este yo levantaba el freno de mano y estiraba de mi madre paralizada» [hasta aquí el sueño]. Es horrible, hoy yo había quedado con mi madre al salir de la sesión para ir al cine, mi padre me ha llamado para decirme que mi madre salió de compras con una amiga y que no le iba bien quedar conmigo Es horrible. Hasta este momento en el análisis, Diana se había referido con sufrimiento a la situación actual de su hermana (que dejó a su familia y se marchó del país), y a su propia enfermedad, la anorexia mental, que se inicia cuándo era adolescente coincidiendo con un deterioro importante de las relaciones familiares en un momento de una grave crisis económica a la que tiene que hacer frente la familia (en sus palabras: «Tenía catorce años. Desde la ventana de mi colegio veía las pancartas de los trabajadores que se manifestaban en contra de mi padre. Era horrible Luego en mi casa mi madre, tan alarmista, tenía miedo de todo. Aquella atmósfera era insoportable»). La anorexia nerviosa, clínicamente de manifiesto (llegó a pesar 37 Kg.), termina en una clara ruptura con la madre (Diana tenía veintiún años, un día llegó tarde a casa después de haber estado con su novio, la madre entonces le dice que es una «puta». Tras una fuerte discusión la madre le dice que ya puede coger las cosas y marcharse de casa. Diana, desde ese mismo momento, se fue a vivir a casa de sus abuelos paternos). En muchas sesiones de su tratamiento se referirá a esta experiencia, todavía hoy, sin haberla podido resolver. Ella culpa a la madre de ser la causante de la ruptura. En sus palabras: «me fui de casa y todavía no he vuelto, no se habló nunca más de lo ocurrido, y ya han pasado más de catorce años». Volviendo al sueño, observamos cómo a través de él, se pueden procesar experiencias muy dolorosas (desamparo, rechazo, irritación, rabia ) que contribuyeron al deterioro de su sentimiento de sí (su no consideración de su feminidad, de su maternidad, y los peligros imaginados ante sus expectativas naturales). Como antecedente de este sueño, unos días antes, Diana consultó a su traumatólogo por un dolor de cadera, secuela de un accidente de moto que tuvo a los veinte años y que significó un impacto emocional para ella y para su familia. Conducía ella. A consecuencia del accidente, su amiga tuvo que ingresar en el hospital durante tres meses. Su amiga le retiró la amistad. «Sus padres no dejaron que nos volviéramos a ver. Fue horrible, me sentía responsable y no tuve el apoyo de mis padres». Diana vivió con culpa y aislamiento esta situación que ahora puede volver a pensar en el análisis. Ahora su traumatólogo le 41

recomienda una consulta ginecológica urgente porque en la exploración (resonancia magnética) se observa un quiste grande que se tiene que diagnosticar. A Diana le cuesta acordar la cita, se siente desatendida porque el titular de la consulta de ginecología no la puede recibir y la deriva a un colaborador. Recuerda la experiencia vivida hace diez años cuando por una displasia de cuello de útero (tratamiento ginecológico que llevó en absoluto secreto) fue atendida por una colaboradora de esa consulta: «una doctora que ya no está, debió durar poco, a lo mejor no me trató bien entonces y ahora me aparece un tumor». El análisis de este sueño incluyó el momento en que lo sueña (después de unas vacaciones de Pascua), sus expectativas naturales de maternidad y los temores imaginados, su sentimiento de desamparo y su necesidad de que alguien la contenga. Su irritación ante esta situación era tan grande que no se decidía a consultar y crecía la preocupación, consciente en su analista pero inconsciente en ella. Fue muy útil el diálogo que pudimos establecer a partir de este sueño. El resultado de la exploración ginecológica fue negativo en relación a la sospecha de la existencia de un tumor; no solamente no existía el tumor sino que la imagen radiológica observada se correspondía con el momento de la ovulación (quedando así constancia de que sus ovarios funcionan normalmente 1 ). De este momento del análisis, puedo pensar que se pueden ir tratando en tiempo presente secuelas emocionales que, junto con la situación actual, contribuían al bloqueo ante la posibilidad de cambio (expresado concretamente en este sueño en la imagen de la madre paralizada o muerta, como consecuencia de «haberse conducido» de forma violenta). Poder ver en el análisis que ella podía asociar consulta ginecológica a relaciones sexuales y a una preocupación por su fertilidad significó un alivio para ella en un momento de desbordamiento emocional, en un intento desesperado «de salvar a la madre», de rescatar su condición de mujer con capacidad para ser madre. El sentimiento de fracaso y de fallo (conflictiva narcisista, que la llevaba al aislamiento) se va sustituyendo por una experiencia de relación (el trabajo de análisis) en la que se puede sentir sostenida. Seis meses más tarde y poco tiempo después de las primeras vacaciones de verano: He soñado que estaba con F. [su pareja] paseando por un pueblo medieval como el Pueblo Español. 2 Aparece una urbanización de casas nuevas. Le digo a F. que vayamos a preguntar si quedan casas por ocupar. Él me dice que ya no quedarán y que si quedan serán muy caras. Le convenzo para que preguntemos. Nos acercamos y la recepcionista, una mujer mulata, nos dice que las casas están todas ocupadas. Cuando nos marchábamos él dice que tiene que decirme una cosa muy importante, pero no sabe cómo me lo voy a tomar. Finalmente me dice que esa mujer está esperando un hijo de él. Yo le escucho y en apariencia comprendo. No sé qué hacer Al final acabo adoptando al niño mulato. Estaba preocupada porque todo el mundo se daría cuenta que en realidad el niño no era mi hijo, ya que el niño era de color. Yo me adaptaba a la situación. Me he despertado empapada en sudor. Como antecedente de este sueño, antes del paréntesis de las primeras largas vacaciones (desde que iniciamos el tratamiento), Diana había conseguido explicar en el análisis, con muchas dificultades, que hace un tiempo su pareja le fue infiel con su hermana, tuvieron una relación sexual que consistió en una masturbación mutua. Él se lo explicó porque se sentía tan culpable que necesitaba el perdón de Diana. Lo cierto es que Diana lo escucha, «comprende», pero se adapta y evita la crisis, aunque por dentro está dolida con él y con su hermana. Hasta este momento no ha podido confiar su rabia a nadie; el sentimiento de burla y de falta a su persona es tan grande que necesita tapar su dolor y mostrar una actitud de que entiende con aplomo la situación. De tal manera que entra con su pareja en una relación ambigua y falsa. El resultado de este equilibrio precario es un estancamiento relacional que se sostiene en un resentimiento interior y en una adaptación «en falso», que genera desconfianza y aislamiento. Lo que sucede realmente por dentro no se muestra por fuera. Se mantienen y se buscan «sistemas de seguridad» que permiten mantener un equilibrio precario. Concretamente en este sueño la adaptación en falso se puede expresar a través de las primeras imágenes (el Pueblo Español, como «reproducción» de distintos pueblos de España), y a través del argumento mismo (aunque las casas nuevas que aparecen incluyen sus expectativas naturales de progreso, el sueño termina con la adaptación en falso adoptando el bebé mulato); al mismo tiempo se tramita a través de este sueño su preocupación de que «todo el mundo se daría cuenta» de la verdad («todo el mundo» en la sesión de análisis es «el psicoanalista»). Se procesa de esta forma el dolor que ella experimenta cuando encara sus conflictos de distinta forma a la adaptativa. Este sufrimiento se pone de manifiesto en la forma en que se despierta: se despierta sobresaltada, empapada en sudor; es un sueño de angustia. El 42

trabajo de integración es difícil y de momento los sueños son pesadillas, es decir que no están pudiendo ser del todo integradores aunque en sí mismos ya son procesadores de la experiencia. El análisis del sueño en la sesión ayudará a que se puedan ir integrando aquellas experiencias que contribuyeron al deterioro de su sentimiento de sí. Frente a los «sistemas de seguridad» adquiridos a través de las experiencias vivenciadas que han dañado el sentimiento de sí de la persona, una de las dificultades más grandes en el análisis, como he dicho al principio, es la no-consideración de las necesidades emocionales. Cuando podemos tener acceso a la realidad interna a través de los sueños, no sólo se abre la posibilidad de comprensión sino que, además, representa un aumento del grado de confiabilidad alcanzada en la relación terapéutica. Confiabilidad alcanzada después de un tiempo en el que se ha podido experimentar y reconocer una ayuda que fue atravesando los «sistemas de seguridad». Por ello la aparición de los sueños es señal de progreso aunque sean sentidos en sí mismos como desestabilizadores. La persona puede ir sustituyendo sus ya conocidos «sistemas de seguridad» (mecanismos defensivos como la denegación y la disociación) por otros (reconocimiento de la realidad interior, un estado de necesidad que se abre a la relación analítica) todavía sentidos como nuevos y, por lo tanto, generadores no sólo de expectativas sino también de incertidumbre e inseguridad. Esta observación la podremos ver en detalle no sólo en el análisis de los sueños sino también en el mismo diálogo analítico. Diálogo analítico A continuación transcribiré el diálogo que mantuvimos en la primera sesión de la semana, un lunes del mes de noviembre de 2000. Llevamos algo más de dos años de análisis. Es una sesión que se inicia con un sueño. Diana ahora tiene treinta y seis años, se casó en el pasado mes de julio y está embarazada (en el segundo mes) de su primer hijo. Desde hace poco, además de trabajar con su padre, ha empezado a colaborar en un nuevo despacho. Su hermana vive en el extranjero y la comunicación es escasa. En este momento se descubre que el padre tiene muchas deudas, aun teniendo un importante patrimonio familiar. Diana y su marido tienen que intervenir para ayudarlo. Por tanto en el momento del sueño existen tres preocupaciones: la preocupación por su padre, la preocupación por su embarazo y la preocupación por su ahijado (que ahora tiene nueve años), el hijo de su hermana que se había quedado emocionalmente «sin madre desde que ésta decidió separarse de su marido y marcharse del país con otro hombre» (en las palabras de la paciente). Diana llega diez minutos tarde a la sesión. DIANA: Esta noche he tenido una pesadilla, me he despertado angustiada, pensaba que en la sesión veríamos cómo se desdibujaba el sueño, sólo recuerdo una parte, como últimamente que he tenido pesadillas que después no he podido recordar. Era de noche, estaba en la calle, iba como de casa de mis abuelos a casa de mis padres, llevaba un bebé en brazos, el bebé tenía la cara de mi sobrino y lo más extraño es que tenía barba, una barba corta, pero barba. Yo iba deprisa porque me perseguía un hombre, era un delincuente; yo me tenía que ir escondiendo en los portales que iba encontrando entonces me desperté. [Se queda un momento en silencio y continúa diciendo]. A lo mejor he tenido esta pesadilla esta noche porque el sábado fui con mi sobrino de compras. Estuvimos en el Corte Inglés, la dependienta me dijo: Así, sólo tiene este hijo!. Yo le aclaré que no era mi hijo, que era mi sobrino, que yo estaba esperando mi primer hijo. Entonces la dependienta para acabarlo de arreglar le dijo: «tú no te preocupes, tu tía estará igualmente por ti aunque esté por llegar un bebé». Cuando nos fuimos mi sobrino me dijo: «Ahora cuando en los sitios nos pregunten si voy a tener un hermanito, tú no digas nada, yo diré que sí» [Unos minutos de silencio] ANALISTA: En el sueño el bebé que lleva en brazos tiene la cara de su sobrino y le extraña la barba. A quién se parece su sobrino? DIANA: Mi sobrino se parece a su madre y mi hermana se parece a mi padre. ANALISTA: Entonces podríamos pensar que de trayecto a casa, desde casa de sus abuelos, en el análisis, usted lleva en brazos a su bebé-sobrino-hermana-papá. DIANA: Sabe, no lo había pensado pero es así, esperaba a ver qué me decía usted del sueño para explicarle que este fin de semana F. [su marido] y yo hemos estado con mis padres. Anoche nos fuimos muy tarde a casa después de estar con ellos. F. me decía que nunca se hubiera imaginado que mi padre fuera tan inconsciente y que ahora empieza a ver de forma distinta a mi madre, ya que por lo menos ella pone en todo esto un poco de cordura y lo aguanta a él. [Es una de las pocas ocasiones en las que Diana se refiere a su madre con un afecto de consideración, de valorarla. Lo entiendo como una señal de progreso, la madre tiene un lugar]. ANALISTA: En el sueño la madre protege a su bebé de un delincuente, camino del lugar seguro, la casa de sus padres. En otro tiempo el camino estaba invertido, de casa de sus padres a casa de sus abuelos. Puede que 43

en su fantasía a usted misma le pasara lo que ahora dice su sobrino: cuando en los sitios nos pregunten si tú eres mi mamá, tú no digas nada, yo diré que sí. Usted era la niña de sus abuelos, una manera de protegerse de un ambiente precario, su mamá se deprimió sobre todo después del nacimiento de la hermanita. La niña de cuatro años tuvo que buscar refugio en casa de sus abuelos. DIANA: Es verdad, yo de pequeña me imaginaba siendo la niña de mis abuelos. Aquella casa era más segura, en la mía todo eran problemas. Ya le he dicho que yo era la preferida de mis abuelos, para ellos yo era su niña. [Recordemos que Los abuelos perdieron una hija que no llegó a cumplir el año. Diana lleva el nombre de esta niña]. Ahora hay problemas en mi casa, mi padre nos decía ayer: lo que me ha pasado a mí [se refiere a su inconsciencia en sus negocios] es igual que lo que le ha pasado a Clara [la hermana de Diana, con un severo desequilibrio psíquico], y lo decía sin nada de vergüenza, como si se tratara de algo gracioso, yo miraba al suelo, en ese momento no podía ni mirarlo ni mirar a mi madre. A mí se me caía la cara de vergüenza. [Unos minutos de silencio y continua diciendo] Mi padre es un poco Peter Pan bueno, sabe todos hemos sido un poco Peter Pan. ANALISTA: Peter Pan inconsciente adolescente su adolescencia una niña enferma de anorexia un Peter Pan asustado en su sueño un delincuente que la persigue la madre va corriendo esquivando al delincuente en busca de ayuda una ayuda que espera seguir obteniendo en su análisis. Hoy tuvo que esquivar dificultades, vino corriendo y llegó con diez minutos de retraso. DIANA: Siempre voy corriendo. En casa no hay tiempo ni espacio para hablar de mi bebé. Ya le dije que si tenía tanta prisa en que todo esto de mi casa se arregle [se refiere a la ruina del padre], es porque quiero que mi hijo nazca en un ambiente más tranquilo. Me decía F. [su marido] que si no habláramos con mis padres como lo estamos haciendo, que no venderían [se refiere a regularizar la situación económica, en donde existe un desfase muy grande entre el patrimonio familiar y la precariedad en la que viven], y así todo seguiría igual. Yo ahora veo un poco más. Antes no veía como veo ahora. Este trabajo de análisis me ayuda a ver, es así. [Ella había estado dudando mucho si prestarle al padre el dinero que éste debía para que así no tuviera que vender parte de su patrimonio, pero finalmente decidió que ese préstamo contribuiría a seguir falseando una realidad. Actualmente, por primera vez, en esta familia se puede empezar a hablar de reorganizar la economía familiar, la herencia de los abuelos]. ANALISTA: [es la hora] Dejémoslo por hoy aquí. Diana se despide hasta mañana dándome las gracias. Consideraciones finales Desde el inicio, una discriminación que permita el reconocimiento de las necesidades emocionales más primarias ha sido y está siendo el eje central sobre el que se está desarrollando este tratamiento. Los momentos de insight construidos en el campo bipersonal del análisis se siguen de momentos defensivos en los que se vuelven a activar los ya conocidos «sistemas de seguridad». Avanzar en análisis conlleva tener en cuenta los vaivenes emocionales que irán sucediéndose en el tiempo de cada una de las sesiones. En el ejemplo que nos ocupa, fueron muchos los momentos difíciles en donde la vivencia de humillación, de dignidad dañada, volvía a fortalecer los antiguos «sistemas de seguridad» (aislamiento, replegamiento, hiperactividad, así como los frecuentes retrasos a las sesiones de tratamiento ). La perseverancia de la propia paciente y una actitud de verdadero interés en comprender pueden disolver los momentos de impasse en la relación analítica. Estos momentos de salida del impasse, a través del análisis de un lapsus, un malentendido o un sueño, van seguidos de sensaciones y sentimientos que el análisis tiene que poder recoger para que no queden tapados o negados. Esto se corresponde con «el estancamiento» al que la paciente se referirá como principal demanda de ayuda. Uno de los afectos que aparece en estos momentos es el sentimiento de vergüenza. Son momentos donde la mentira defensiva da paso a la posibilidad de confiar la intimidad, al mismo tiempo que se le da valor no sólo a la realidad interior sino al vínculo que está permitiendo su expresión. Diana no sólo sueña poco sino que sus sueños, de momento son pesadillas que la despiertan con angustia. No tiene una clara sensación de diferencia entre lo soñado y lo construido mentalmente cuando se despierta. No diferencia del todo entre sueño y realidad. Cuando explica que el sueño tiene varios finales, me puede decir: «no sé si este final lo he soñado o lo he pensado para tranquilizarme». No los abre decididamente a la sesión, sino que aparecen (en nuestro diálogo) como por casualidad, aunque ese mismo sueño la desvelara y no la dejara continuar durmiendo la noche anterior, incluso los puede olvidar. Parecería que, sin darse cuenta, quisiera tapar lo soñado, como si no hubiera existido. Al mismo tiempo que manifiesta un aparente desinterés, ella también puede expresar directamente que el análisis del sueño en la sesión la tranquiliza. Se «desdibujan» sus terrores cuando puede explicar lo que ha soñado en la sesión. Sus convicciones, 44

como «pensarán que estoy sonada [loca]», «qué va a pensar la psicoanalista si le cuento lo que he soñado!», pueden ir cediendo a medida que atraviesan el campo del análisis, para quedar transformadas en una experiencia de relación que la llevará a recordar aquellas experiencias vividas, en las que sí se sintió sostenida. Como cuando pudo recordarse tiernamente con su madre, siendo ella una niña muy pequeña: «Todavía no debía de tener los cuatro años, mi madre y yo cantábamos en la cocina, una vecina nos escuchó, le decía a mi madre: qué bien canta la niña, qué bonita es» o «Por las tardes mi madre me llevaba de paseo hasta el despacho de mi padre, muchos días nos parábamos en la plaza de Cataluña para darle comida a las palomas. Luego, mi madre enfermó, con la depresión, cuando nació mi hermana, me acuerdo ahora de lo largos que eran los pasillos del hospital donde estaba mi hermana [su hermana estuvo tres meses en la incubadora], mi madre lloraba. Yo me recuerdo, desde entonces, siempre con mis abuelos. Es como si a partir de entonces yo era la niña de mis abuelos y mi hermana la de mis padres». Se hace ahora comprensible la preocupación de Diana por saber cuál es su lugar, como ella misma manifestaba ya en las primeras consultas («muchas veces no sé que lugar es el mío, es como si tuviera que ocupar muchos lugares a la vez»). Qué lugar ocupa? quiénes son sus padres? tiene una hermana pequeña o un hermano mayor (su padre)? es la niña (ideal) de los abuelos (una niña que perdieron y por la que ella lleva su nombre)? es la madre (ideal) de su ahijado? La filiación forma parte de la identidad de la persona. En esta paciente como en todos se hace imposible entrever una filiación futura (ser mujer, ser madre), sin que previamente ella pueda ocupar el lugar diferenciado que le corresponde (hija), con los conflictos que de él deriven. El análisis la está ayudando como ella misma reconoce a encarar una dolorosa realidad, la de reconocer sus propias limitaciones y las de sus padres (en tiempo presente, también las del análisis y las de su analista). En el camino de casa de los abuelos a casa de los padres, como en su sueño (página 9), queda atrás la idealización que durante tiempo la preservó y la privó de poder ocupar su lugar. Un lugar difícil, que ahora se corresponde con las dificultades que nos encontramos en cada una de las sesiones de análisis. Puedo pensar que se pueden integrar ahora experiencias anteriores que contribuyeron al deterioro de su sentimiento de sí; la madre no pudo escoger para su hija el nombre que prefería y los abuelos pensaron para ella el nombre de la hija que perdieron. Como ya he comentado anteriormente, ocupar un lugar ideal (la niña de los abuelos), en realidad es no tener lugar. En esta paciente los ideales enmascaraban un padecimiento que cristalizó en la anorexia nerviosa de la adolescencia y en un estancamiento (como ella misma dice ya desde la primera consulta), sustentado en los temores que se van tratando en el análisis. Actualmente Diana está ilusionada al mismo tiempo que preocupada. Ella lo puede expresar abiertamente en el análisis. En sus palabras y visiblemente emocionada: «Es muy importante estar esperando un hijo, pero lo más importante es que deseo tenerlo. Deseamos tenerlo. No me imaginaba que esto me pudiera suceder a mí». Un poco más adelante: Ahora mi niña se mueve cada vez más, noto sus patadas, pienso que el estar esperándola me ha ayudado a deshacer el vínculo que tenía casi obsesivo con las cosas de mis padres Claro que pensar en mi hija es pensar también en cómo me está ayudando usted. Es muy duro, pero es así. Si no fuera por este trabajo, o no me habría estabilizado con F. o no tendría a mi niña o si la tuviera no significaría para mí lo que siento ahora que significa. El sentimiento de sí de Diana ha cambiado. Ella se imagina con capacidad para ser madre y para atreverse a ejercer su profesión con más autonomía, porque se ha podido sentir sostenida. Es ésta una condición indispensable para el surgimiento del deseo. Deseo de ser mujer; de ser madre, ahora de la niña que está esperando; de ejercer con más autonomía su profesión, ahora empezando a trabajar en un nuevo despacho. En sus palabras: «He pensado que me gustaría arreglar a mi gusto este nuevo despacho [su tono de voz era inseguro, pero se atreve a decirme que se lo imagina más bonito], puede que lo haga Mi padre ya se ha llevado a su casa el teléfono del despacho [el viejo despacho que compartía con él]. Este despacho se está desmontando Si no me organizo puedo perder clientes. En fin» [su tono ahora era irritado y desconsolado]. «En fin [le señalé en aquella ocasión que], se siente ofendida porque vive la exclusión [el padre se está jubilando] como un desamparo terrible [ cómo me las arreglaré yo sola?] y que sufre una gran decepción porque en su fantasía, ella tenía que remontar el negocio familiar [en un intento de salvar al padre ]». Las dos sabemos que su dolor (un desamparo que la ofendía, un sentimiento de injusticia que la llevaba a pensar repetidamente que 45

podría haber sido distinto), al considerarlo en el tratamiento, ahora no la está privando de poder reconocer lo que necesita y lo que desea. Ese «nuevo despacho» puede empezar a ser «su» nuevo despacho. El análisis puede ser ya, para ella: «mi análisis, mi analista». En la medida en que se puede alcanzar la constancia de objeto 3, se abre un espacio mental para la inseguridad de la duda, libre de las viejas y arraigadas convicciones (sistemas de protección frente al sentimiento catastrófico de no existir). El estudio en profundidad de la subjetividad, en el trabajo de análisis, nos permite entender cómo un deterioro del sentimiento de sí de la persona detiene el desarrollo personal. El análisis contemporáneo tiene que poder considerar las distintas maneras de presentación del sufrimiento psíquico con el objetivo de poder acceder a su tratamiento. Finalmente el poema Soy (José Ángel Valente, 1992) que encabeza este trabajo, contiene en pocas palabras, como sólo pueden hacer los poetas, lo que yo he intentado transmitir. En este análisis queda mucho trayecto por recorrer. Pero se ha podido romper el círculo cerrado de la repetición. PD: A finales de Abril de 2001, Diana es madre de una niña preciosa. Notas Rosa Velasco C/París, 170 5º 2ª tel. 93 4102813 e-mail: 18098rvf@comb.es 1. La preocupación por el normal funcionamiento hormonal ginecológico, está presente en todas las pacientes y en la familia que han sufrido anorexia nerviosa. 2. El Pueblo Español es un lugar de interés turístico (en Barcelona) que reproduce los distintos pueblos de España. 3. Me refiero al sentimiento de existir con continuidad para alguien como dice Donna Orange. Bibliografía AMATI SAS, J. (1990): «La vergüenza por el camino de la ambigüedad». Rev. Argentina de psicoanálisis. Buenos Aires. ARAGONÉS, R. J. (1999). El Narcisismo como matriz de la teoría psicoanalítica. Buenos Aires: Nueva Visión. BARANGER, W. y BARANGER, M. (1969). Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires: Kargieman. BION, W. R. (1987). Aprendiendo de la experiencia. Barcelona: Paidós. (1992). Seminarios clínicos y cuatro textos. Buenos Aires: Lugar. BLEGER, J. (1967). Simbiosis y Ambigüedad. Buenos Aires: Paidós. BODNER, G. (2000). La actualidad del sueño. Trabajo presentado en la Fundación Vidal y Barraquer de Barcelona. BOFILL, P. (1961): «Estudio psicoanalítico sobre la Anorexia Mental». En: Trabajos del Dr. P. Bofill. Barcelona: [edición particular]. (1997). COROMINAS, J. y cols. (2000). Seminari de Psicologia i Psicopatologia arcaica: Comunicació d alguns dels seus resultats a L Institut de Psicoanàlisi de Barcelona. Trabajo presentado en el Instituto de Psicoanálisis de Barcelona. DE JUAN, J. L. (1999). Incitación a la Vergüenza. Barcelona: Seix Barral. S. A. FREUD, S. (1900). La interpretación de los sueños. Obras completas.tomo IV y V. Buenos Aires: Ed. Amorrortu. (1984). (1914). Recordar, repetir, reelaborar. Tomo XII. (1914). Introducción al Narcisismo. Tomo XIV. (1915). Duelo y Melancolía. Tomo XIV. FERRO, A. (1997): «El diálogo analítico. Mundos posibles y transformaciones en el campo analítico». Revista Intercanvis/Intercambios nº 2. Barcelona (1999). GREENBERG, R. y PEARLMAN, CH. A. (1999): «The Interpretation of Dreams: A Classic Revisited». Psychoanalytic Dialogues. Vol. 9, nº 6. GRIMAL, P. (1951). Diccionario de Mitología Griega y Romana. Barcelona: Paidós. (1994). HERNÁNDEZ, V. (1995): «Consideracions sobre la teoria dels afectes en psicoanàlisi: Vergonya i culpa». Rev. Catalana de Psicoanàlisi. Vol. XII- nº 1. Barcelona. KAUFMAN, G. (1994). Psicología de la vergüenza. Barcelona: Herder. KLEIN, M. (1937). Amor, culpa y reparación. Obras Completas. Vol. 1. Barcelona: Paidós. (1988). (1946). Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. Vol. 3. KOHUT, H. (1971). Análisis del Self. Barcelona: Amorrortu. (1977). (1979): «The two analyses of Mr. Z». International Journal Psychoanalysis. 60: 3-27. (1984). Cómo cura el análisis? Buenos Aires: Paidós. (1986). MITCHELL, J. (1988). Conceptos relacionales en psicoanálisis. Una integración. Madrid: Ed. Siglo XXI (1993). MORRISON, A. P. y STOLOROW, R. (1997): «Shame, Narcissism, and Intersubjectivity». En The Widening Scope of Shame. Londres: Ed. Lansky, M.R y Morrison, A.P. ORANGE, D. M. (1995). Emotional Understanding. Nueva York: The Guilford. Press. ; ATWOOD, G. E. y STOLOROW, R. D. (1997). Working intersubjectively: Contextualism in Psychoanalytic Practice. Nueva York: The Analytic. Press, Inc. Hillsdale. RAIMBAULT, G. y ÉLIACHEFF, C. (1989). Les Indomptables. Figures de l anorexie. París: Odile Jacob. ROSENFELD, H. A. (1987). Impasse e Interpretación. Madrid: Tecnipublicaciones, (1990). SÁNCHEZ FERLOSIO, R. (2000). El alma y la vergüenza. Barcelona: Destino, (2000). 46

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