Palabra de Dios. Tres ideas nos pueden permitir acercarnos a la oración con este texto:



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que parece importarle es su apariencia, su autosuficiencia y una alta falsa autoestima que la conduce a una vida de soledad y al abismo del vacío.

Transcripción:

Palabra de Dios Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no estamos aplastados; nos encontramos en apuros, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no estamos abandonados; nos derriban, pero no nos aniquilan. Por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque nosotros, mientras vivimos, estamos siempre expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra naturaleza mortal 2 Cor 4, 7-11 Tres ideas nos pueden permitir acercarnos a la oración con este texto: El tesoro no somos nosotros, ni nuestras palabras, sino que nosotros somos portadores de este tesoro que es la fe en Dios. Y por eso hemos de convertirnos (personalmente y como Iglesia) en barro para que se note más lo que somos: simples vasijas. Sólo percibiéndonos como barro débil notaremos que la verdadera fuerza viene de Dios. La manera para reforzarnos no consiste en cambiar el material de la vasija por uno más fuerte, sino uniéndonos con más fuerz al Tesoro que contiene la vasija. De muchas maneras podemos unirnos a este Tesoro, pero una de ellas siempre será el sufrimiento, que aunque no buscado, nos vendrá por el hecho de ser fieles a Jesús.

Como vela en la llama, en su fuego me derretí y al resplandor oscilante, sólo a Dios vi. Con mis propios ojos, a mí mismo me vi, pero al mirar con los ojos de Dios, sólo a Dios vi. Desvanecido en la nada, me diluí. Yo era la vida, el Universo y sólo a Dios vi Poeta derviche del s. XI nº 1 El aire de la almena Pistas para la oración personal DESCANSAR LA MIRADA EN DIOS Son muchas las maneras que tenemos de mirar. Hay miradas que analizan, miradas que buscan, miradas que atienden A lo largo de un día, si nos fijamos, utilizamos la vista de muy distintos modos. Pero hay un modo de mirar que no es muy corriente, aunque tampoco extraño a nosotros: descansar la mirada. Ocurre cuando nos deleitamos con aquello que miramos bien por su belleza, bien porque nos parece sugestivo o arrebatador. Es una mirada que goza y se complace con aquello que entra en su campo de visión. Decimos entonces que la mirada descansa, porque no necesita hacer ningún esfuerzo de atención, ni tiene que escrutar ni impacientarse buscando nada. Simplemente se dedica a descansar la mirada. Algo parecido sucede cuando hacemos oración. Cuando oramos vagamos atendiendo a cosas de nuestra vida, escuchamos palabras hermosas y tratamos de entenderlas, intentamos concentrarnos en una presencia Pero lo que más nos acerca a Dios es ese momento en que simplemente descansamos nuestra mirada sobre él. Ese arrebato que produce una obra bella (la belleza del arte, de la naturaleza, de un ser humano ) es el que busca la oración: quedarnos embobados ante lo que pide solamente una mirada que descanse. Para tal fin, hay veces que conviene empezar la oración con una preparación muy sencilla: mirando alguna imagen, algún icono o simplemente alguna fotografía sugerente. Sin más ánimo de analizar o comprender: simplemente descansando la mirada sobre ello. Movilizamos así nuestra capacidad de dejarnos arrebatar por Aquél que nunca deja de descansar su mirada sobre nosotros.

Señor, no estás conmigo aunque te nombre siempre. Estás allá, entre nubes, donde mi voz no alcanza, y si a veces resurges, como el sol tras la lluvia, hay noches en que apenas logro pensar que existes. Eres una ciudad detrás de las montañas. Eres un mar lejano que a voces no se oye. No estás dentro de mí. Siento tu negro hueco devorando mi entraña, como una hambrienta boca. Y por eso te nombro, Señor, constantemente, y por eso refiero las cosas a tu nombre dándoles latitud y longitud de Ti. Si estuvieras conmigo yo hablaría de cosas, del cielo, de la brisa, del amor y la pena. Como un feliz amante que dice sólo: "Mira qué pájaro, qué rosa, qué sol, qué tarde clara", y vierte así en la luz de los nombres su amor. Pero no. Tú me faltas. Y te nombro por eso. Te persigo en el bosque detrás de cada tronco. Te busco por el fondo de las aguas sin luz. Oh cosas, apartaos, dadme ya su presencia que tenéis escondida en vuestro oscuro seno! Marcado por tu hierro vago por las llanuras, abandonado, inútil como una oveja sola... Hombre de Dios me llamo. Pero sin Dios estoy. Debajo del manzano J.Mª Valverde 1. Comienza haciendo un silencio largo en tu interior. Relaja tu cuerpo y deja por un momento las preocupaciones. Puedes centrarte en la oración con las pistas que sobre la mirada encontrarás en la portada. Intenta reposar tu mirada sobre la presencia de Dios y sólo en ella. 2. Haz una primera lectura del poema de J. M. Valverde que te presentamos. Hazlo visualizando todas las imágenes que ofrece, es decir, recrea con tu imaginación las nubes, el sol, montañas, pájaros, rosas, etc. 3. Conecta ahora con ese sentimiento que transmite el poema: esa falta de Dios que sientes algunas veces. Repasa momentos de tu vida en que hayas notado de un modo especial esa ausencia de Dios. 4. Busca alguna palabra o frase en el poema que sintonice con lo que actualmente vives y repítela en tu interior hasta que la hagas tuya. 5. Trata de sentirte llamado a la búsqueda de Dios. Lo tuyo no es poseer a Dios, sino buscarlo. En silencio pide al Señor que nunca te falte este ánimo de búsqueda. 6. Termina dando gracias y con un acto de fe y esperanza en Dios. Él sostiene esta búsqueda, Él te sostiene incluso en los momentos en los que te parece ausente.

Signo de los tiempos UN HOMBRE O UN MITO? Quiero empezar manifestando mi reconocimiento a la figura humana y creyente del Papa Juan Pablo II, su integridad y coherencia, su ejemplar vivencia en muchos ámbitos de la vida humana. Y empiezo por ahí no por curarme en salud ante lo que vaya a decir después, sino porque tengo la impresión de que es justamente eso, el hombre, lo que hemos perdido en el camino durante estas últimas semanas. Sería iluso no admitir que buena parte de la iglesia y del mundo han despojado de su humanidad al papa para convertirlo en un ídolo. En muchos momentos he sentido que estábamos colaborando para dar a los medios de comunicación un espectáculo más, de ésos capaces de hacer subir la audiencia durante un par de semanas, de esos que a la tercera o cuarta semana nadie vuelve a hablar de ellos. Cierto: hemos tenido un protagonismo inusitado en los medios de comunicación, inusitadamente positivo también. Pero un protagonismo para hartarnos de ritos y dejarnos una vez más ausente la voz de Dios en los medios de comunicación; un protagonismo donde se repite hasta la saciedad la palabra cónclave, pero donde se les ha olvidado la palabra comunidad. Un protagonismo del grito santo, grito que apenas dejaba espacio para el auténtico Santo. No podemos dejar de preguntarnos por qué se valora tan positivamente casi por todos (sociedad, líderes políticos, medios de comunicación) la vida de un hombre cuya palabra y obra jamás suscitaron tal unanimidad, ni siquiera en el interior de la Iglesia. Y entonces la única respuesta que tengo es que el hombre y la mujer de nuestro tiempo está tremendamente fragmentado en su interior: hoy por hoy no extraño que alguien llore ante el televisor o pase horas esperando en la cola y a la vez lleve una vida moral y social completamente opuesta a aquél por el que se llora, se espera o se alaba. Lo grave es que muchos en la Iglesia, quizás aquellos que más poder tienen en ella, han querido olvidar tan flagrante contradicción y pretenden utilizar esta corriente positiva para construir castillos en el aire (o castillos muy terrenos, pero poco evangélicos). El camino para ello no ha sido otro que convertir en un ídolo a este ser humano que fue Juan Pablo II. Han seguido la corriente de unos medios de comunicación que buscaban un mito para vender, y le han dado un papa-mito. Han seguido la corriente de unos líderes políticos que hipócritamente se han arrodillado ante un líder mundial, y le han dado un papa-líder. Han seguido la corriente a unas masas que pedían un ejemplo en el que mirarse, y le han dado un papa-santo. Es esto lo que necesitamos en la Iglesia? Me gustaría que cuando pasasen todos estos días de vorágine mediática tengamos la suficiente tranquilidad para volver al hombre que fue este papa. Un hombre (ni mito, ni ídolo, ni líder) cuya integridad, coherencia, aprecio por la oración, valentía ante el sufrimiento y mil cosas más están fuera de toda duda. También un hombre (ni mito, ni ídolo, ni líder) que ha impuesto una determinada línea muy conservadora en la Iglesia, y por ello, para muchos católicos no ha estado a la altura de los tiempos en cuestiones como igualdad de la mujer, libertad de investigación teológica, democratización de la Iglesia o diálogo con el mundo. Un hombre con luces y sombras, como lo fue Pedro, como lo somos todos. Pues sólo lo humano es digno de admirar, sólo lo humano es digno de permanecer. Los mitos se los lleva el viento. A través de tu velo Acercarse a Dios desde el cine PELÍCULA: LAS HORAS (Stephen Daldry, 2003) Tres mujeres de tres distintas épocas del siglo XX, pero unidas por los mismos miedos y anhelos: el amor perdido, la muerte, la paternidad. Te invitamos a que desde la película te acerques y te dejes rozar por el más humano (y por ello, el más creyente) de todos los interrogantes: por qué vivimos, por qué morimos?

Señor, no estás conmigo aunque te nombre siempre. Estás allá, entre nubes, donde mi voz no alcanza, y si a veces resurges, como el sol tras la lluvia, hay noches en que apenas logro pensar que existes. Eres una ciudad detrás de las montañas. Eres un mar lejano que a voces no se oye. No estás dentro de mí. Siento tu negro hueco devorando mi entraña, como una hambrienta boca. Y por eso te nombro, Señor, constantemente, y por eso refiero las cosas a tu nombre dándoles latitud y longitud de Ti. Si estuvieras conmigo yo hablaría de cosas, del cielo, de la brisa, del amor y la pena. Como un feliz amante que dice sólo: "Mira qué pájaro, qué rosa, qué sol, qué tarde clara", y vierte así en la luz de los nombres su amor. Pero no. Tú me faltas. Y te nombro por eso. Te persigo en el bosque detrás de cada tronco. Te busco por el fondo de las aguas sin luz. Oh cosas, apartaos, dadme ya su presencia que tenéis escondida en vuestro oscuro seno! Marcado por tu hierro vago por las llanuras, abandonado, inútil como una oveja sola... Hombre de Dios me llamo. Pero sin Dios estoy. Debajo del manzano J.Mª Valverde 1. Comienza haciendo un silencio largo en tu interior. Relaja tu cuerpo y deja por un momento las preocupaciones. Puedes centrarte en la oración con las pistas que sobre la mirada encontrarás en la portada. Intenta reposar tu mirada sobre la presencia de Dios y sólo en ella. 2. Haz una primera lectura del poema de J. M. Valverde que te presentamos. Hazlo visualizando todas las imágenes que ofrece, es decir, recrea con tu imaginación las nubes, el sol, montañas, pájaros, rosas, etc. 3. Conecta ahora con ese sentimiento que transmite el poema: esa falta de Dios que sientes algunas veces. Repasa momentos de tu vida en que hayas notado de un modo especial esa ausencia de Dios. 4. Busca alguna palabra o frase en el poema que sintonice con lo que actualmente vives y repítela en tu interior hasta que la hagas tuya. 5. Trata de sentirte llamado a la búsqueda de Dios. Lo tuyo no es poseer a Dios, sino buscarlo. En silencio pide al Señor que nunca te falte este ánimo de búsqueda. 6. Termina dando gracias y con un acto de fe y esperanza en Dios. Él sostiene esta búsqueda, Él te sostiene incluso en los momentos en los que te parece ausente.

Signo de los tiempos UN HOMBRE O UN MITO? Quiero empezar manifestando mi reconocimiento a la figura humana y creyente del Papa Juan Pablo II, su integridad y coherencia, su ejemplar vivencia en muchos ámbitos de la vida humana. Y empiezo por ahí no por curarme en salud ante lo que vaya a decir después, sino porque tengo la impresión de que es justamente eso, el hombre, lo que hemos perdido en el camino durante estas últimas semanas. Sería iluso no admitir que buena parte de la iglesia y del mundo han despojado de su humanidad al papa para convertirlo en un ídolo. En muchos momentos he sentido que estábamos colaborando para dar a los medios de comunicación un espectáculo más, de ésos capaces de hacer subir la audiencia durante un par de semanas, de esos que a la tercera o cuarta semana nadie vuelve a hablar de ellos. Cierto: hemos tenido un protagonismo inusitado en los medios de comunicación, inusitadamente positivo también. Pero un protagonismo para hartarnos de ritos y dejarnos una vez más ausente la voz de Dios en los medios de comunicación; un protagonismo donde se repite hasta la saciedad la palabra cónclave, pero donde se les ha olvidado la palabra comunidad. Un protagonismo del grito santo, grito que apenas dejaba espacio para el auténtico Santo. No podemos dejar de preguntarnos por qué se valora tan positivamente casi por todos (sociedad, líderes políticos, medios de comunicación) la vida de un hombre cuya palabra y obra jamás suscitaron tal unanimidad, ni siquiera en el interior de la Iglesia. Y entonces la única respuesta que tengo es que el hombre y la mujer de nuestro tiempo está tremendamente fragmentado en su interior: hoy por hoy no extraño que alguien llore ante el televisor o pase horas esperando en la cola y a la vez lleve una vida moral y social completamente opuesta a aquél por el que se llora, se espera o se alaba. Lo grave es que muchos en la Iglesia, quizás aquellos que más poder tienen en ella, han querido olvidar tan flagrante contradicción y pretenden utilizar esta corriente positiva para construir castillos en el aire (o castillos muy terrenos, pero poco evangélicos). El camino para ello no ha sido otro que convertir en un ídolo a este ser humano que fue Juan Pablo II. Han seguido la corriente de unos medios de comunicación que buscaban un mito para vender, y le han dado un papa-mito. Han seguido la corriente de unos líderes políticos que hipócritamente se han arrodillado ante un líder mundial, y le han dado un papa-líder. Han seguido la corriente a unas masas que pedían un ejemplo en el que mirarse, y le han dado un papa-santo. Es esto lo que necesitamos en la Iglesia? Me gustaría que cuando pasasen todos estos días de vorágine mediática tengamos la suficiente tranquilidad para volver al hombre que fue este papa. Un hombre (ni mito, ni ídolo, ni líder) cuya integridad, coherencia, aprecio por la oración, valentía ante el sufrimiento y mil cosas más están fuera de toda duda. También un hombre (ni mito, ni ídolo, ni líder) que ha impuesto una determinada línea muy conservadora en la Iglesia, y por ello, para muchos católicos no ha estado a la altura de los tiempos en cuestiones como igualdad de la mujer, libertad de investigación teológica, democratización de la Iglesia o diálogo con el mundo. Un hombre con luces y sombras, como lo fue Pedro, como lo somos todos. Pues sólo lo humano es digno de admirar, sólo lo humano es digno de permanecer. Los mitos se los lleva el viento. A través de tu velo Acercarse a Dios desde el cine PELÍCULA: LAS HORAS (Stephen Daldry, 2003) Tres mujeres de tres distintas épocas del siglo XX, pero unidas por los mismos miedos y anhelos: el amor perdido, la muerte, la paternidad. Te invitamos a que desde la película te acerques y te dejes rozar por el más humano (y por ello, el más creyente) de todos los interrogantes: por qué vivimos, por qué morimos?