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2 TRADICIONES Pamplona es una ciudad peculiar. Durante 356 días del año guarda las formas de una manera que se podría considerar recatada. Y los nueve restantes estalla en una fiesta, los Sanfermines, que no conoce mesura y en la que, pese al desmadre colectivo, no pasa casi nada de lo que podría llegar a pasar. Por eso hay pamploneses que afirman que, en realidad, los Sanfermines no existen. Sudor y vino Un grupo de integrantes de una peña disfruta de su propia fiesta de San Fermín, completamente ajenos a la faena del torero en el ruedo Texto de Jorge Nagore Fotos de Jordi Cohen 46 magazine

3 Una joven australiana se refresca con sidra en la plaza Consistorial poco antes del chupinazo (el 6 de julio). En su muñeca se observa una pulsera del tipo todo incluido que algunas agencias de su país ofrecen para acudir a los Sanfermines Lo bueno de los Sanfermines es que no existen. Son una cosa que viene del espacio y por el espacio se va, que explota una mañana de 6 en al aire y a la que se recibe con pañuelos secos al aire y a la que se despide una noche de 14 con pañuelos mojados al aire. De ahí su enorme éxito, claro, porque si fueran reales, como le sucede a todo lo real excepción hecha del Barça de Guardiola, la tortilla de patata y los orinales-, terminarían, antes o después, aburriendo. Al no serlo, pues no se corre ese peligro. De hecho, en las excepcionales imágenes que acompañan este texto aparecen personas, pero jamás han estado en Pamplona, puesto que Pamplona y Sanfermines son dos cosas Los Sanfermines son una cosa que explota una mañana de 6 en el aire y a la que se recibe con pañuelos secos y a la que se despide una noche de 14 con pañuelos mojados distintas, tan distintas que durante los 356 días al año que los Sanfermines no bajan del espacio para instalarse en Pamplona es aquí donde se vive en gravedad cero. Para fotografiar los Sanfermines, en consecuencia, hay que ir al espacio. O que el espacio venga aquí. En todo caso, un sitio acojonante. Bien, hechas las presentaciones y aquí un amigo y aquí nueve días que si terminas vivo querrás seguir viviendo para volver a vivirlos, vayámonos por unas horas a san Fermín, que era un santo. Esto es importante no olvidarlo, algo que sí hacen la práctica totalidad de los extras contratados para que los Sanfermines tengan lugar en algún punto entre Orión y Ganímedes. Nadie sabe ubicarlos con exactitud. Estos extras a nada que sean ustedes algo observadores, que lo serán son los mismos que abren botellas de champán en decenas de bares de polígono industrial al mediodía de cada 22 de diciembre. Una vez terminado el champán, los meten en camiones mal ventilados y los llevan de lugar en lugar para que los acontecimientos populares que en el mundo son queden bien en pantalla, así como tumultuosos. Los de Pamplona en Sanfermines no están, porque todo lo que sea desfase y beber y comer más de la cuenta o incluso que exista la mínima e infinitesimal posibilidad de ligar es algo que tiene que ver con acercarse a menos de diez centímetros de otro ser humano, se comenta no va con ellos, puesto que son una 48 magazine 3 de julio del

4 sociedad de costumbres y nada apegada a las tradiciones. Bueno, mentira, sí que hay una: se van a Salou, donde la gravedad también es cero. En definitiva, que los extras hacen por los navarros todo el trabajo sucio. Los extras, de cualquier manera, se lo pasan en grande. Son como niños pequeños. Veamos con qué juegan. Los toros. A nadie en su sano juicio y en la soledad de su váter le gustan los toros, del mismo modo que es incomprensible que nadie tenga un canario metido en una jaula o un abono del Osasuna doblado en la cartera, pero aquí no se está hablando de sano y juicio, sino de San Fermín. Con lo cual, los toros son el eje principal del festejo, como lo podrían haber sido la ingesta incontrolada de garrapiñadas o el lanzamiento de concejal. Sí que hay que puntualizar que la aparición del riesgo otorga muchos puntos para el éxito de los toros, pero tampoco hay que desdeñar que comer muchas garrapiñadas es peligroso, y no digamos lanzar concejales. Sobre todo, para los concejales. Así las cosas, que todas las mañanas de ocho en punto a ocho y poco, del día 7 al 14, corran por las calles seis toros del tamaño de los escoltas de Madonna con unos cuernos del tamaño de los del novio de Madonna es, se mire como se mire, impresionante, porque es sabido que si a tamaño se le suma velocidad pasa lo que pasa. Los extras, corran o no, se vuelven locos. Desgraciadamente, la irrealidad, aunque muy de cuando en cuando, se torna demasiado real, y hay ausencias que nos miran eternamente desde el espacio con una sonrisa. Cabe decir que, al igual que ocurre con la absoluta globalidad de la fiesta y cada uno de sus miles de pequeños y grandes detalles, hay elaboradas extensas y sesudas teorías, todas ellas respetables y hasta emocionantes. Pero, así para entendernos, se puede afirmar que el encierro ocurre en los minutos en los que si alguien grita en Navarra fuego nadie le hará ni caso, porque la gente está o corriendo o viéndolo en directo y el 96% que tiene la tele puesta es para ver eso, y el 100% de los que tiene prendida la radio. Lo dicho: gente de costumbres, para bien y para mal. Los toros son el eje principal del festejo, como podrían haberlo sido la ingesta incontrolada de garrapiñadas o el lanzamiento de concejal Arriba, imágenes de las peñas dando ambiente en la plaza. Abajo, a la izquierda, un turista foráneo se lanza desde la fuente de la plaza Navarrería, un acto que algunas agencias turísticas promocionan como uno de los hitos del 6 de julio. A la derecha, un joven se marca unas flexiones con un sólo brazo en el suelo de la plaza Consistorial poco antes del chupinazo 50 magazine 3 de julio del

5 La corrida se divide en dos partes: lo que pasa en el ruedo y lo que no. Y cuentan los que han estado que es un proceso adictivo A la izquierda, camisetas teñidas de calimocho secándose en el tendido de sol durante la corrida. Bajo estas líneas, un peñista aliviándose de la bebida en los urinarios de la plaza colmo: el año que viene vuelvo. Hay que decir que entre medias de encierro y corrida la gente ha seguido bebiendo y comiendo. Tonterías, en otra ventanilla. Irremediablemente, cada año surgen rumores ya se conoce cómo funcionan los rumores, que son como el amor o el Euribor: imparables que hablan de que se ha visto a alguien durmiendo o yendo a trabajar. Pero se puede afirmar sin temor a equivocarse que se trata más bien de efectos ópticos. La calle. Pamplona es, junto con Cádiz, la capital de provincia o comunidad autónoma más pequeña de este mecano llamado España y, a la fuerza, este hecho aviva el ingenio, amén de generar numerosos conflictos, porque ya se ha dicho que en Pamplona rozarse rozarse no se roza el respetable mucho, pero, eso sí, verse Hasta hartar. Las decenas de tribus urbanas aunque en realidad sean casi todos de pueblo a nada que se eche una generación o dos atrás y las numerosas, por llamarlo así, ideologías conviven en espacios muy limitados, lo que asegura el despiporre general y la chirigota, al margen de, muy de vez en cuando, unas cuantas hostias que son la excepción que confirma la regla y que suelen repartirse más que nada porque corra el aire. Así que esto de la acumulación y la densidad, en Sanfermines, se eleva a la enésima expresión ni máxima expresión ni enésima potencia, y las calles a escala que han diseñado los productores del programa para que los extras se mezclen y se expandan multiplican hasta por cinco su aforo habitual y en ellas florece lo mejor y lo peor de un segundo al otro. Esto ya era así cuando aparecía Hemingway e igual sigue siendo, aunque más sucio y en color. Vamos, como el mundo. Las fotografías lo han captado a la perfección: ríos de vino en el chupinazo del día 6, en los tendidos de la plaza, camisetas mojadas, alegría a borbotones, hasta el Rey Europeo con un asunto importante entre manos en los baños de la plaza de toros durante el cuarto toro la merienda arranca al terminar el tercero. Es la calle, abierta las 24 horas del día durante 216 horas, pero no es toda la calle. San Fermín también tiene espacio para los que no se manchan ni se exceden de lo habitual y lo viven con modélica satisfacción, lo que lleva a desear fervientemente el disponer de un agujerito en el que poder contemplarles el resto del año: no moverán ni las pestañas. En la calle, por seguir, Al 4% restante que no ve el encierro por televisión se le grava un punto más en el IRPF, por esnob. Luego, ya por la tarde, está la corrida, que es el otro verdadero motor de este anacronismo geográfico sobre el que se ha escrito mucho y, básicamente y como este texto, morralla, ya que no se puede capturar lo que no existe a no ser que seas Asimov. La corrida se divide en dos partes: lo que pasa en el ruedo y lo que no. Lo que pasa en el ruedo bien podría pasar en miles de plazas reales repartidas por el ancho y sobre todo basto con b planeta, mientras que lo que no pasa pasa en los tendidos, especialmente en el llamado de Sol, donde miles de mozos y mozas de las peñas celebran la vida a base de toda clase de comestibles, bebibles, lanzables y arrobas de ingenio, mientras bandas de música incansables madres de los mil instrumentos se dejan el alma en cada nota como si no fuera a haber una más. Cuentan los que han estado que es un proceso tan adictivo que incluso algunos antitaurinos que han caído por allá han sufrido el síndrome de Estoeselocurre de todo, y por lo general todo es tan bueno que contarlo es ridículo. Incluso aquello que llevan a cabo los extras australianos, que consiste en lanzarse desde la fuente de Navarrería porque ese acto hasta es anunciado como una atracción más por sus agencias de viaje locales. De tarde en tarde uno se parte la crisma, se le cuida como lo haría una madre y, en cuanto se recupera, de vuelta al camión y a hacer el manga en Ibiza para los programas de verano. También suceden hechos terribles, muy pocos para los que podrían tener cabida, la verdad, y en la plaza en los tendidos se recuerda con pancartas y con el pañuelo rojo en un puño a quien no está a causa de un asesino que no terminó de entender cómo funciona la vida para todos y todas. Encierros, toros, calle. La santísima trinidad. Hay, claro, decenas de actos más, ya sean religiosos, civiles, antiguos, nuevos, musicales, deportivos, lúdicos, entrañables, multitudinarios, pequeños. Todos ellos respetables y admirables en sí mismos, pero que, a fin de cuentas, bien podrían tener lugar, con sus lógicas adaptaciones, en cualquier otra parte. Y miles de extras elogiables en su mayoría que intentan controlar el caos, claro. Pero son esos tres hechos básicos los 207 x 68 mm que mutan una ciudad tranquila en una constelación ante la que todos los adjetivos palidecen. De ahí que la demanda para hacer de extra sea muy alta y que al llegar el día 15 duela todo el cuerpo y, al unísono, se oiga la misma frase: San Fermín, el año que viene va a venir a verte tu madre. Y yo, también!. Entonces la ciudad se desinfla y se calla y tampoco está mal y ya falta menos. Viva! 52 magazine