Primera edición: septiembre, 2009

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2 Un jurado compuesto por Josefina Martínez Álvarez de Alarcos, Juan de Lillo Cuadrado, José Mª Merino, Luis Mateo Díez y José Mª Martínez Cachero designó a Los libros luciérnaga, de Leticia Sánchez Ruiz, ganadora del IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos Llorach, que fue convocado por el Centro Asturiano de Oviedo, con la colaboración del Excmo. Ayuntamiento de Oviedo y la Caja Rural de Asturias. Primera edición: septiembre, 2009 Leticia Sánchez Ruiz, 2009 Algaida Editores, 2009 Avda. San Francisco Javier, Sevilla Teléfono Telefax algaida@algaida.es Composición: Grupo Anaya ISBN: Depósito legal: M Impresión: Lavel Industria Gráfica, S. A. Impreso en España-Printed in Spain Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

3 Ín d i c e Primera pa rt e Fuego Se g u n d a pa rt e Ulises Font y Melquíades Espí, los dos hermanos Lucía y Pian. La perversión intelectual Felipe, la revolución sigue pendiente Cuando el misterio es demasiado impresionante Entre Dios y el diablo vive Ana Anatomía nocturna de «El gato» El truco del prestidigitador Un plan para hacer la vida maravillosa Humedad Y Ulises vio (I) La profecía, el miedo y los abismos El arcón de las malas bestias Y Ulises vio (II) Siempre hacía que pareciese París Los secretos del magnesio Flora El generoso azar La noche y el momento Mundo escondido Los domingos nunca pasa nada ( o sí?) Fenexía Amanecer El campo de minas La que le planta cara al adversario

4 25. El esqueleto de la crisálida El amor es una guerra La ciega y el silencio No puede ser auténtico La palabra precisa El secreto de mi existencia El baladro del sabio Merlín Un mundo de cuatro paredes El rescate Una colección de ojos Martes Melaño Guardamos demasiado en las cosas Miércoles Alguien con quien compartir mi suerte Melquíades, rellenito de nieve La carta Aquellos años locos Una mujer de muchos placeres Milagros Expósito En la noche no viven monstruos, sólo nosotros Una cena de miradas cruzadas Jueves La señora Adela Redención Viernes La coherencia De cómo Melquíades se convirtió en traidor Sábado Todos los santos Paz, Caravia y Valdés Domingo Tango y Tom Waits El parque de las putas Dónde están mis palabras? Hierbas

5 61. Leer, la rebelión silenciosa La tertulia literaria del Tafarn y Plu Hay noches, hay mujeres Las cuidadoras de libros En el cerebro de Pian Tormenta Los supervivientes de un naufragio El día en que la compra se desparramó por la calle El sueño que sigue cuando te despiertas Microcosmos La hechicera prodigiosa El día que murió Pólvora La cena, la loca y la desaparición Las trece palabras El sanedrín Hablaron de las estrellas, entre otras cosas Fichas de dominó Mis primos terceros y cuartos El milagro en el que creen los ateos Las fichas de dominó comienzan a caer La compensación por la lluvia Ítaca «Había una vez una concubina» Nada Tercera pa rt e Cenizas

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7 A Magdalena Rodríguez Nora, que fue mi amiga, que no fue selva. A mi abuelo, que me enseñó a leer.

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9 PRIMERA PARTE

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11 Fu e g o Es ta historia empieza d o n d e terminaron m u c h a s. El fuego quemó las novelas y los códices, las palabras y los sumarios. Las llamas fueron abrasando los libros lentamente. En medio de la noche, la biblioteca de la Vieja Ciudad ardía. Y se iba quedando huérfana la Universidad. La inmensa hoguera alumbraba aquella madrugada de 1944 en la que no hubo lluvia. Las calles se fueron llenando de ceniza y nadie se despertó a pesar del infierno que se había provocado. A la mañana siguiente, cuando Margarita Pendás encontró la ropa que había dejado en el tendal cubierta de un polvo negro, maldijo a todos los santos que pudo recordar. Ni siquiera se dio cuenta del papel quemado que había quedado enganchado en una de las camisas de su marido. Era media hoja amarillenta con los bordes devorados por el fuego en la que estaban escritos garabatos incompresibles para ella, que era analfabeta. Margarita la tiró a la basura entre juramentos, y se puso en el lavadero de su casa a frotar nuevamente la ropa. El aire olía a humo y la señora Pendás acababa de tirar el pedazo más grande que quedaba del tesoro de la Universidad. A esa minúscula parte fue reducido.

12 16 Leticia Sánchez Ruiz Sesenta y tres años después todo se aclararía. Porque ese incendio fue lo mejor que le pudo pasar a la biblioteca de la Vieja Ciudad.