Ilusión óptica o entusiasmo frente al futuro Textos: Paula Cadenas Fotografía: Guillermo Hung Desde hace ya más de tres décadas, Valencia avanza incansable desde el recogimiento franquista hacia la sensualidad del porvenir. En el centro, la ciudad renace de las aguas, y con la complicidad de los elementos, sorprende su apuesta a los espejismos futuristas. Sin embargo, con el arquitecto Santiago Calatrava la ilusión literalmente se concreta'. Se trata del ambicioso proyecto de La Ciudad de las Artes y las Ciencias. Y en el 2006 esta obra de inmensas proporciones se abre para los habitantes, y viene a formar parte íntima de la historia de cada uno. De hecho, toda la urbe parece sentirse parte integral del magnífico complejo arquitectónico que se ha ido construyendo desde 1991 hasta el 2005. Apuesta al futuro, pero con materiales tradicionales. Se trata de líneas y luces que recrean posibilidades para una comunidad arraigada a los felices naranjales. Y cada habitante asiste una y otra vez a la relectura de su ciudad, porque Calatrava ha creado un conjunto arquitectónico con y desde la ciudad, que la redefine en distintos momentos del día, en distintas épocas del año. Antes del mediodía o de la medianoche, la experiencia siempre es particular. Pasear en un día soleado entre ese blanco insólito, nos recuerda la estabilidad del presente y la fuerza enérgica del comienzo; mientras que al caer la noche son los vidrios y el agua los que cobran fuerza, allí la cita es con la fragilidad de los reflejos, de las proyecciones y apariencias. A paso firme en plena luz del día, o al disfrute titubeante que me convierte en un reflejo más, me pasa por la cabeza la idea de residir, de quedarme viviendo al abrigo de estos seres inusuales, y a la vez tan familiares. En el día, estoy bajo la luz del Mediterráneo, el intenso blanco del hormigón, los verdes de los estanques y ese cielo de azul crudo, habitado por los dioses que le hablan al sol - recuerdo a Camus- hacen reverencias al pasado que los soñó. En la noche, son las estructuras las que enaltecen a la ciudad y le devuelven brillo desde su interior.
Y si las imágenes fotográficas sorprenden, al recorrer la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, inquieta esa tranquilidad abismal o ese ritmo vertiginoso, tan bien captados por la cámara de Guillermo Hung. Ver o estar, experiencias que desafían la lógica espacial, pero con un equilibrio matemático. Siempre al borde de la contradicción. El paseante deviene parte esencial, los cinco sentidos, pero en especial el ojo, devuelven vitalidad a un escenario que bien pudo estar llamado a ser frío e inhabitable, pero es sólo a la distancia; es sólo en apariencia, pues ya inmersos en ese interior exageradamente abierto no nos sentimos solos. Allí, sin embargo, se siente intimidad, pero qué tipo de intimidad? Una bicicleta atraviesa de norte a sur, mientras una pareja conversa en un no-tiempo entre mesas al borde de un parque. Un viejo pasea lentamente al nieto en su coche, mientras el niño se entretiene con la piscina que acaricia el buzo con su red, guardián del estanque venido de no sabemos dónde.
La ciudad de las Artes y de las Ciencias es un complejo arquitectónico que se transforma ante los ojos. No predomina una sola figura, ni recuadros ni triángulos ni rectas continúas, la simetría se hace bosque ensortijado de seres únicos. Ya al anochecer o en plena mañana, sol o luna se descubren jugando con los perfiles. Estamos entre el tiempo y el espacio, redescubriendo lo mudable y lo duradero. Al final del día el ritmo de la ciudad se intensifica, se siente el vértigo a un lado del asfalto, el puente divide a través del festival de luces artificiales, los palacios, al extremo de la noche, los filosos ejes del Palacio de la Ópera. El agua ondula bordeando el centro de la Ciudad de las artes y las ciencias y lo completa, es L Hemisfèric, el gran ojo. Lo han llamado el ojo de la sabiduría. Un centro modernísimo de proyecciones. La obra no es la demostración ególatra de una persona, sino extiende un puente no en vano Calatrava en el maestro moderno de los puentes - entre la humanidad del que la creó y la necesaria participación de los paseantes-lectores. Y L Hemisfèric parece estar allí para recordarnos que esos espacios no son nada sin aquel que llega día a día a reconstruirlos y de-construirlos. Desde cada ángulo se nos anuncia que este mundo que habitamos sería sólo ruinas sin nosotros.
Ciencias, artes, música, naturaleza: estamos frente a un gran homenaje a la vida. A un nuevo humanismo? Acaso al hombre y a su capacidad de percepción, esto es de reconstrucción, pues Calatrava, gran ilusionista, insiste de manera sospechosamente evidente que su obra no sería posible sin el ojo humano. La experiencia que nos brinda la Ciudad de las Artes y de las Ciencias en Valencia parece estar llamándonos a la conciencia, a recordar nuestras capacidades para crear y convivir en armonía.