Doña Pepa se despide María Josefina Rodríguez González es una mujer de ochenta y nueve años que vive sola desde que murió su marido, en la planta baja de un piso céntrico en Madrid. Pepa, como suelen llamarle sus amigas, es delgada a pesar de su adicción al dulce, en especial al dulce de leche. A Pepa le encanta maquillarse. Según ella una mujer debe siempre lucir el rostro pintado aunque esté en su casa porque uno nunca sabe si puede venir una visita imprevista. Le encanta cardarse el pelo cuando tiene que bajar a hacer la compra y se viste especialmente guapa cuando va a la frutería de la esquina. Después de pagar siempre le guiña el ojo al frutero de forma descarada con una pequeña sonrisa en los labios y un ligero movimiento de hombro. La vida de Pepa esta llena de color. No sólo le gusta maquillarse sino también usar ropa llamativa. El fucsia, el amarillo y el verde pistacho son colores que utiliza con frecuencia (por separado o los tres a la vez). Como tiene tanto tiempo libre y una máquina de coser, a Pepa le encanta diseñar y confeccionar sus propios vestidos y batas. Normalmente va todos los meses a comprar telas a una tienda del barrio, le gusta comprar mucha cantidad aunque no lo vaya a usar todo. El vendedor la conoce desde hace mucho tiempo y le hace el favor de entregar en su casa las telas sin coste adicional. Pepa es una mujer inteligente. A pesar de haber sido ama de casa toda su vida y no haber asistido a la universidad es una devoradora de libros. Su biblioteca es casi tan grande como peculiar. Ella lee todo lo que llegue a sus manos. Si asomamos la vista por una de las baldas podemos encontrar ejemplares de revistas del corazón de los años ochenta, libros de corte y costura forrados con plástico, cuentos de ciencia ficción de esos que regalan en los quioscos cuando compras el periódico, folletos de depilación 1
láser, publicidad de restaurantes que llegan a su buzón y hasta trípticos informativos sobre enfermedades de transmisión sexual. La casa de Pepa es un bajo con vista a la calle. Un piso luminoso de cien metros cuadrados, tres habitaciones, un baño y un aseo. Como los sillones se han quedado antiguos Pepa ha confeccionado fundas de color fucsia que ha colocado ella misma con gran esfuerzo. Pepa parece una mujer frágil por su delgadez pero tiene una salud de hierro y cuando se propone algo lo lleva a cabo cueste lo que le cueste. Le aburre la monotonía y cada cierto tiempo mueve los muebles de sitio para darle un aspecto nuevo a su salón y encontrar la mejor combinación energética según el libro de feng shui que le regaló su mejor amiga Amparo en uno de sus cumpleaños. Una foto de autografiada de El Puma es único retrato que se puede apreciar en el salón, sobre una mesilla llena de calas, geranios y margaritas. Desde que vive sola y su hija se fue a Australia a vivir con su novio, las plantas son como su familia. Darles agua y verlas crecer forma parte de su rutina diaria (aunque muchas veces se muera alguna por sobredosis de agua y exceso de cuidados). Amparo siempre le trae algún bulbo o un hijo de alguna de sus plantas cuando la visita pues es una afición que comparten y conversan por teléfono todos los días. Un día de agosto del año 2008 Pepa toma una decisión que va a cambiar su vida para siempre. - Ya voy! exclama Pepa caminando por el pasillo mientras suena el teléfono-. Ya voy! Después de sentarse en el sofá se quita las gafas de ver de lejos y se pone las de ver de cerca que tiene colgadas al cuello. Mira el identificador de llamadas del teléfono fijo y dice: 2
-Cinco tres cuarenta y cinco. Esta tiene que ser Amparo- el teléfono sigue sonando- Hola? - Hola Pepa me tenías preocupada contesta Amparo. - Hola?- replica Pepa mientras ajusta el volumen de su aparato de audición. -Si Pepa, me oyes? Soy Amparo- su amiga responde automáticamente acostumbrada al problema de audición que tiene su amiga. -Ahora, ahora. De qué teléfono me estás llamando?- pregunta Pepa. Amparo resignada responde afectuosamente: -Del de siempre querida. Ambas amigas se dan los buenos días y conversan sobre el estado de sus plantas haciendo especial énfasis en la palmera sobredimensionada que tiene Pepa en la entrada de su casa y que le está robando toda la luz del sol que entra por la ventana. En mitad de la conversación Pepa se queda pensativa y después de hacer una respiración fuerte le confiesa a su amiga: -Amparo, he tomado una decisión. Me voy. Su amiga reacciona con templanza pues no es la primera vez que Pepa le dice algo así. Sin embargo esta vez Pepa tenía confirmada la fecha, el día veintiocho de agosto la venían a buscar. Después de colgar la llamada Pepa se dirige a la cocina y marca en el calendario con un rotulador rojo la fecha señalada. La cuenta atrás acaba de empezar. Con los armarios abiertos de par en par Pepa introduce en las maletas que están sobre la cama todo tipo de ropa y calzado. De forma dudosa mete y saca ropa pues no se puede llevar todo lo que quiere. Al final del día acaba tachando un día del calendario y se pone a coser en su máquina con una tela de color plata que le trajo el chico de la tienda con el resto del pedido. 3
A medida que van pasando los días la casa de Pepa se convierte en un mar de retazos de telas de colores, tijeras e hilos. Pepa dedica la mayor parte del día a coser a contrarreloj y a dar en adopción sus plantas entre los vecinos, las dependientas de las tiendas de su barrio y hasta el portero de su edificio. Todos miran a Pepa con ojos de compasión y le dan un buen abrazo. Reciben la planta como un gesto de amor y la miran apenados marcharse por la calle con su bata amarilla fosforito y sus alpargatas rosas. Pepa va tachando los días en el calendario mientras se dibuja una sonrisa en su rostro, es evidente que marcharse la hace feliz y su decisión no va a cambiar. -Llegó la hora de despedirse le dice a su pez naranja mientras éste la mira aterrado desde la pecera redonda Hasta siempre Don Gabriel. Pepa vacía la pecera en el váter y tira de la cadena. Pepa está sentada en su máquina de coser con unas telas de color plata y morado. Se quita las gafas de ver de cerca, se coloca las de ver de lejos y se da cuenta de la hora en el reloj de pared y apresura la marcha. La casa está totalmente recogida. Dos maletas sin ruedas forradas de tela verde espera en el descansillo de la puerta. Ni una sola planta se puede apreciar en toda la casa, hasta la palmera ha desaparecido (se la regaló al dueño de la tienda de telas que se la llevó en la furgoneta cuando vino a dejarle las últimas telas). Amanece en un duro día de invierno. Son las siete de la mañana y aún es de noche. Pepa abre los ojos y sonríe. Ha llegado el momento. Los zapatos de color verde pistacho se mueven nerviosamente al pie del sofá, la oscuridad absoluta reina en el salón, la mirada de Pepa escruta el ventanal que da a la calle con un brillo especial en sus ojos. Una carta a nombre de su hija yace en la mesita de entrada. 4
Una luz se acerca a la ventana poco a poco, cada vez es más fuerte hasta que ilumina completamente el salón. Pepa enfundada en un vestido de color plata con costuras moradas abre los ojos emocionada mirando desde dentro de la pecera vacía que lleva a modo de casco mientras sostiene una tortilla de patatas en las manos. Se abre la puerta de golpe y la fuerte luz solo deja apreciar dos siluetas que se adentran al piso. Detrás de Pepa, la pared está decorada con un gran cartel hecho con retazos de tela en el que se puede leer Bienvenidos a la tierra. Hay muchas telas circulares de todos los colores semejantes a planetas. Las telas llegan casi hasta el techo y forran el suelo. Los colores chillones toman vida con la luz que entra por la ventana y desaparecen por la sombra de los extraños visitantes. Una furgoneta aparcada frente al piso de Pepa se ha dejado las luces largas puestas. Sobre uno de sus costados se puede leer Samur Social. 5