QUIERO SER UN NIÑO NORMAL
QUIERO SER UN NIÑO NORMAL 1 Descubrir cómo viven la atención 3 2 Soy normal porque me tratan con normalidad 4 3 Normal y normalizadora 5 4 No es normal si no es oportuna y universal 6 5 Recursos que son eje de la inclusión o fuente de exclusión 7 2
La pobreza, aunque sea en la actualidad una especie de pandemia, no es una enfermedad que sufren los adultos y se contagie a niños y niñas. No están enfermos de pobreza ni sufren trastornos derivados. La hemos definido continuamente como una situación o contexto empobrecidos, privados, que empobrecen el mundo de los pequeños. Es decir, que privan de oportunidades y pueden generar malestares. Hemos afirmado también que, a pesar de la pobreza en la que tienen que vivir, habitualmente consiguen ser felices, pueden construir sus felicidades. Por ello, nuestra principal preocupación, al ocuparnos de la pobreza y la infancia, nuestra inquietud principal no es describir cómo están sino hallar de qué privamos injustamente y qué daños evitables producimos. 1 Descubrir cómo viven la atención Entre privaciones y daños están también las respuestas. Sabemos que no vale cualquier respuesta. Por ello nos hemos preguntado sobre las respuestas que verdaderamente pueden compensar y sobre las que pueden añadir dificultades o nuevas carencias. Continuamente nos preguntamos si las respuestas, las atenciones, las ayudas, son adecuadas o inadecuadas. Pero no es suficiente. Más allá de la bondad y eficiencia de las respuestas debemos pensar siempre, en primer lugar, cómo se sentirá el niño, el adolescente. Buscamos las formas de estar a su lado siendo útiles, sin que sienta, piense o experimente que lo ayudamos porque es portador de problemas, sin que de la atención deduzca que no puede ser un niño más entre los demás. Intentamos evitar que la pobreza que sufre o las respuestas que recibe lo estigmaticen. Sabemos que una forma de mirar desde la infancia es tratar de descubrir las vivencias de normalidad (lo que conformaba antes su vida o define la de la mayoría de sus compañeros) que el niño se resiste a abandonar. Con una expresión poco exacta (aunque sea polisémica y contradictoria no encontramos una mejor), intentamos actuar dejando claro que tienen derecho a respuestas Nos preguntamos sobre esas formas de estar al lado del niño o adolescente siendo útiles, sin que sienta, piense o experimente que es portador de problemas, que no puede ser un niño más entre los demás. 3
normalizadas y normalizadoras a sus necesidades, a sus malestares. No valen los argumentos adultos que justifican las intervenciones diciendo que actúan por su bien. 2 Soy normal porque me tratan con normalidad La vivencia de normalidad para un niño está especialmente asociada a la cotidianeidad, a lo que va sucediendo todos los días y le permite tener experiencias vitales significativas similares a las que van teniendo sus compañeros. Igualmente, las experiencias extrañas, los sufrimientos (los que cada existencia tiene de inevitables o los que aporta la pobreza), serán vividos dentro de la normalidad si puede encontrar explicaciones a ellos (si los adultos con sus atenciones lo ayudan a encontrarlas). Se convierten en maltrato, en sufrimiento excesivo si se vuelven absurdas, inexplicables, desequilibradoras, generadoras de caos. La experiencia de normalidad está asociada a la cotidianeidad, a lo que va sucediendo todos los días y le permite tener experiencias vitales significativas similares a las que van teniendo sus compañeros. Con la introducción de la idea de normalidad también asociada a las respuestas pretendemos decir, en primer lugar, que un niño vive como normal (como no extraño) cualquier atención que se produce en un contexto en el que tiene que estar, donde debe ir, donde está o va una inmensa mayoría de sus compañeros (en lo que podríamos definir como espacio natural de la infancia en cada momento). Por eso podemos decir, por ejemplo, que las respuestas que se den en el colegio tienen más probabilidad de ser vividas con normalidad y sin una contradicción especial. Comer en un comedor escolar, con pluralidad de niños y niñas que acuden a él, no le plantea ninguna otra dificultad que la batalla comuna de no querer comer lo que no le gusta. Ir a comer donde solo comen los pobres le calma el apetito mientras va incubando la vivencia de ser extraño. Una vivencia que los adultos hemos impuesto pretendiendo ocuparnos de su nutrición sin pensar en los efectos del cómo lo hacemos. 4
3 Normal y normalizadora La idea de respuesta normalizada tiene que ver con la vivencia de tener una determinada necesidad (llevar lápices de colores al aula) y ser satisfecha de modo similar para toda la clase, sin que aparezcan las diferencias en función del dinero de la familia (estar en una clase que cuenta con material compartido y poder ir a secretaría a pedirlo para el grupo al terminarse). Satisfacer la necesidad infantil de desear hacer un dibujo bien hecho no depende de que la madre haya tenido dinero esa semana. Es una respuesta que se da en un entorno normal (no tiene que ir a buscar un cheque para material escolar) y que normaliza puesto que refuerza las vivencias comunes y compartidas. La idea de normalizar con la respuesta considera que, al necesitar ayuda un niño (por ejemplo, la madre no sabe cómo ayudarme a hacer deberes), no lo obliguemos primero a reconocer que tiene problemas o forma parte de una categoría de sujetos con dificultades singulares (como la madre trabaja y no ha estudiado a nadie le importa si el colegio me va bien). Por ejemplo, normalizamos con las respuestas a las necesidades escolares si el taller de deberes que organiza el colegio está pensado dentro del programa de relaciones colegio-familia, para todas las familias. No se trata de organizar el apoyo escolar para las familias pobres. Si se organiza una tutoría entre iguales, tener un compañero que me ayuda a leer, porque mi padre sabe leer muy poco, no debe suponer sentir que mi padre no podrá ayudarme en nada. Puedo sentirme bien si mi padre, como todos, siempre sabe algo que mis compañeros y yo desconocemos y puede venir a explicarlo. La idea de respuesta normalizada tiene que ver con la vivencia de tener una determinada necesidad, por ejemplo escolar, y ser satisfecha de modo similar para toda la clase. En algunas de las experiencias no escolares de atención a la pequeña infancia y sus familias (con carencias y dificultades) hemos podido comprobar lo necesario que era que los niños y niñas encontrasen una palabra de su mundo para designar el recurso al que iban: vamos a la casa de los juguetes. Van a un lugar en el que pueden hacer lo que necesitan (jugar) mientras su madre prepara la cena y charla con las demás madres. Pero, como esta es una casa singular (no es exactamente como el espacio familiar de sus amigos), necesitan normalizarlo, valorarlo de 5
forma básica: pueden invitar a sus amigos a jugar, a la casita. Normaliza sus vidas el jugar y, a la vez, poder compartir su entorno de juego, viendo cómo a sus amigos les gusta. 4 No es normal si no es oportuna y universal Las respuestas a los empobrecimientos de los entornos infantiles no pueden escapar a los periodos evolutivos, puesto que la normalidad tiene que ver con la oportunidad. Eso significa que cada etapa tiene unas necesidades infantiles especialmente significativas que de modo alguno deberían ser afectadas por la pobreza familiar y, a la vez, que las respuestas deben ser oportunas (en su momento) y adecuadas. El pequeño bebé necesita sentir la vinculación y seguridad afectiva, lo que significa que tenemos que facilitar pañales, por ejemplo, pero en medio de un programa destinado a que la joven madre o el joven padre construyan vivencias de cariño mientras lo cambian con cuidado. Normalizar significa no prefijar una vía única de respuesta para cada necesidad y, menos aún, fijarlas singularmente para los niños pobres. Que las respuestas no estén fijadas y predeterminadas ayuda a que un niño no se viva a sí mismo como distinto. No está atendido porque alguien ha realizado antes un diagnóstico o evaluado una necesidad que los sujetos deben reconocer. En una posible visión de niño: Para lograr lo que necesitamos en casa mi madre va a un banco de alimentos, Como a veces me enfado mucho me llevan a un médico extraño, etc. En la versión de la madre, sería: Yo sufro pero nadie se fía de mí, Me solicitan comprobantes de renta a cada paso... Si en un territorio las respuestas son múltiples y los profesionales siguen una mínima lógica de trabajo en red, el niño podrá sentirse mejor ( Hoy hemos ido a unos grandes almacenes, Nuria de la ludoteca me ha ayudado a no sentirme triste ). Normalizar significa no prefijar una vía única de respuesta para cada necesidad y, menos aún, fijarlas singularmente para los niños pobres. 6
5 Recursos que son eje de la inclusión o fuente de exclusión Volvamos al ejemplo de la escuela. En la medida que ir al colegio es un derecho y una práctica universal representa una de las instituciones con mayor potencial normalizador. Muchas de las respuestas que se den en su entorno pueden ser vividas como normales y generar normalización vital. Pero eso, como hemos comentado en otros textos, tiene dos significativos inconvenientes que deben superarse en las respuestas. En primer lugar, el colegio tiene que ser un espacio abierto de colaboración entre profesionales del territorio, así como ser colegio fuera de las aulas. En segundo lugar, el colegio debe garantizar un funcionamiento normalizador e integrador para todo el mundo, tiene que ser el colegio de la diversidad (también social). Visto desde la propia historia de los niños y adolescentes sabemos también que buena parte de la integración de las experiencias vitales satisfactorias que pueden obtener en otros recursos y servicios pasan a integrarse porque su vida funciona bien en el colegio. El colegio puede ser el sitio en el que se sientan niños o donde ven acogidas sus incertidumbres adolescentes. Una institución no puede ser vivida como referencia de normalidad si en un territorio no se sigue un plan compartido con demás recursos y profesionales (ocuparse de la pobreza de un barrio precisa de un plan de entorno). Existen experiencias de éxito en las que los equipos de atención social primaria atienden a las familias en el colegio en lugar de ser enviadas por la directora a las oficinas del ayuntamiento a solicitar una beca-comedor. Hacer que los adolescentes se impliquen en la transformación de su barrio empobrecido resulta más fácil si el dinamizador juvenil puede trabajar en las aulas. Un instituto puede realizar una planificación de aprendizaje diversificado (también para los que tienen una familia empobrecida) si construye una propuesta de actividades y recursos a partir de las ofertas de su entorno. En cualquier caso, esta lógica de institución que puede vivirse como referencia de normalidad queda fracturada cuando en un territorio no se sigue un plan compartido con otros recursos y profesionales (ocuparse de la pobreza de un barrio precisa de un plan de entorno). Un ejemplo de no tener en cuenta la realidad 7
ha sido la implantación de los horarios compactados, solo por la mañana, en los institutos. Las tardes no son iguales para todo el alumnado y la orfandad educativa es mucho más probable entre las familias en situación de pobreza. De este modo, en algunos territorios se han puesto en marcha respuestas complementarias destinadas inevitablemente a los escolares pobres (desde otros comedores hasta refuerzos escolares atípicos). El colegio podía hacerlo (algunos lo llevan a cabo) pero no ha querido ser, antes que nada, un recurso flexible que tiene en cuenta las adolescencias del territorio. Así mismo, la escuela en crisis sometida a las crisis de la pobreza es una institución con una gran facilidad para segregar y estigmatizar grupos de alumnos que, por varios mecanismos, van situándose fuera de la cultura escolar y de su lógica académica. No será de extrañar que las respuestas a la pobreza que sufre su alumnado estén situadas fuera de sus muros. Normaliza exigir un derecho. Estigmatiza ser objeto de caridad. Para acabar de complicar su situación, incluso los colegios que desean ser integradores, normalizadores, se encuentran solos ante el sufrimiento. Tienen que recorrer a nuevas y viejas filantropías para poder ayudar a quien de ningún otro modo suele ser ayudado y está todos los días en el aula. No puede olvidarse que cuando las respuestas se dan de manera normalizada y acogedora, a partir de propuestas de las administraciones públicas (que no pueden desresponsabilizarse), se evita que la familia pobre pase de querer ejercer un derecho a ser demandante de caridad. 8
El proyecto Reflexiones: La pobreza vista desde la infancia es una iniciativa del Palau Macaya y CaixaProinfancia Organización: Palau Macaya Dirección científica: Jaume Funes Redacción: Jaume Funes a partir de las reflexiones y debates de los seminarios La pobreza vista desde la infancia, coordinados por Anna-Bel Carbonell, Marta Comas, Josep Torrico y Jordi Bernabeu, que también han hecho aportaciones a las redacciones finales. Estos agrupan temática y libremente ideas aportadas por una sesentena de profesionales, a lo largo de veinticinco encuentros de debate. Igualmente resumen ideas de las investigaciones e informes sobre pobreza infantil aparecidos en los últimos dos años. 9