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Ricardo Benítez Araya
hace 7 años
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1 COLECCIÓN V I A J E S E N L A F I C C I Ó N Chiado Editorial chiadoeditorial.es

2 Un libro es más que un objeto. Es un encuentro entre dos personas a través de la palabra escrita. Éste es el encuentro entre autores y lectores que Chiado Editorial busca todos los días, trabajando en cada libro con la misma dedicación como si fuera el único y último, siguiendo la máxima de Fernando Pessoa "pon cuanto eres en lo mínimo que hagas". Queremos que este libro sea un reto para usted. Nuestro reto es merecer que este libro forme parte de su vida. chiadoeditorial.es 2013, Francisco J. Naranjo Benavides y Chiado Editorial chiadoeditorial@gmail.com Título: Las momias de Santiago el Mayor Coordinación editorial: Rosa Machado Composición gráfica: Noé Múrias Departamento Gráfico Cubierta: Francisco Rivas Departamento Gráfico Impresión y finalización: Break Print 1.ª edición: Febrero, 2013 ISBN: Depósito Legal n.º /12

3 FRANCISCO J. NARANJO BENAVIDES LAS MOMIAS DE SANTIAGO EL MAYOR Chiado Editorial

5 Cap. 1 Sobre la amarillenta pared del taller de reparaciones de motocicletas se destacaba con fuerza un gran calendario, al que el paso de los años había dejado sin hojas. Allí estaba ella mirándole fijamente a él; tan sólo a él, pensaba Juliano. Le seguía con la mirada mientras él, observándola de soslayo, se desplazaba lentamente por delante de la puerta del taller, dejándose ver por ella. Y le sonreía. Le sonreía sin parar, y su sonrisa dejaba ver unos dientes blanquísimos que contrastaban con el rojo intenso de sus labios. Unos pechos redondos y turgentes anunciaban con salirse por el generoso escote de una camiseta blanca que dejaba al aire sus modelados hombros, muy morenos. El pantalón muy corto, de suave cuero rojo, se le ajustaba en las ingles, remarcando con tanta fuerza su silueta, que el pubis aparecía ante los ojos de Juliano como una sabrosa almendra escondida dentro. Una de sus torneadas piernas se apoyaba en el pedal de una reluciente motocicleta, cuya marca nunca recordaría Juliano. Unas brillantes botas blancas contrastaban con el color del pantalón. Una vez que Juliano había pasado por la puerta, daba la vuelta para volver a contemplarla. Así, una y otra vez, hasta que presentía que alguien pudiera estar observándole. Entonces se marchaba. 5

6 FRANCISCO J. NARANJO BENAVIDES Pasaba por delante de la puerta del taller cada vez que podía. Y allí estaba ella esperándole para mirarlo y sonreírle desde el almanaque. Con tantas idas y venidas, aquella imagen se iba fijando inconscientemente en la mente de Juliano, hasta que, con el paso del tiempo, quedó clavada para siempre en algún lugar del, ahora, cerrado cerebro del joven. Y nunca ha podido salir de él. Se le había grabado tanto en la mente, que, en aquella etapa de su vida, la veía en sueños y despierto, por la noche y a cualquier hora del día. Y aunque, ahora, se le aparecía esporádicamente, lo hacía cuando menos lo esperaba y sin que él lo buscara. Le puso un nombre. Un nombre que solo existía para él. Mari Clara llamaba Juliano, en sus ensoñaciones de adolescente, a la muchacha del calendario. Y ella motivó sus primeras poluciones nocturnas de doce añero, y a ella estuvieron dedicadas sus primeras masturbaciones. Se había convertido en el referente femenino que lo acompañaría toda su vida. Aunque, conforme pasaban los años, fue distanciando sus idas y venidas por la puerta del taller, una especie de cataclismo interior le produjo ver un cuadrado blanco silueteado por la amarillenta pared del taller en el lugar que durante tanto tiempo había estado clavado el almanaque. Y mi Mari Clara? Y mi Clarita? Dónde está?, se preguntó confuso Juliano, que, por aquel entonces, ya estaba sufriendo en su mente las consecuencias de la dotación con la que le había obsequiado el dios Príapo. Ya no quiere verme! Seguramente no le gusto ya y se ha marchado. Se ha ido a otro sitio!, se dijo Juliano sin que su torpe cabeza fuera capaz de encontrar explicación alguna a la desaparición del almanaque. 6

7 LAS MOMIAS DE SANTIAGO EL MAYOR Completamente confundido, Juliano se marchó a su casa y se encerró en su habitación. Sentado a los pies de su cama, tuvo un ligero intento de recordar la imagen del almanaque, pero por su cerrada mente no apareció nada. En la entrepierna sufría una enorme presión. Para aliviarse de ella, se echó hacia atrás, y se quedó profundamente dormido. Unos suaves golpes en la puerta de su dormitorio le despertaron. Juliano, hijo, es la hora de cenar, le avisó su madre. Al cabo de un rato, Juliano apareció en el comedor, donde sus padres le estaban esperando. Su aspecto era lamentable. No dijo palabra alguna, se sentó en su silla y comenzó a tomar la cena, en silencio. Cuando terminó, se levantó y, sin decir media palabra, se volvió a su dormitorio. Qué pena de mi hijo!, se dijo Dª Juliana viéndole salir del comedor. Es ya un hombretón y cada día que pasa está peor. Qué pasará por dentro de su cabeza? Ni los médicos ni los psicólogos que lo están viendo parecen saber nada. Ay, Dios mío, Dios mío, qué dura prueba nos estás mandando!. 7

9 Cap. 2 El viento solano estaba en calma y la tarde de primeros de septiembre caía sobre Rútrea derritiéndose implacablemente sobre los tejados del pueblo. Era la hora de la siesta, y, en la casa de D. Julio el denso silencio reinante tan sólo era entrecortado por el ligero chorro de agua de la fuente del patio. La vela echada, que protegía del despiadado sol, y las pesadas cortinas, que cerraban los amplios arcos, daban a la galería de la planta baja una penumbra fresca y acogedora. Martina, la amiga de Julita, se revolvía en la cama sin poder conciliar el sueño. Había venido invitada a pasar la Feria del pueblo, y ambas amigas se habían acostado bien entrada la mañana, después de haber alargado la noche divirtiéndose con sus amigos. Miró a la cama de al lado y Julita dormía profundamente. Ya fuera porque extrañara la cama, ya por los excesos de la fiesta, ya por ambas cosas, lo cierto era que llevaba un rato dando vueltas sin volver a dormirse. Se levantó, y con cuidado de no hacer ruido abrió la puerta del dormitorio que daba a la galería que circundaba el patio principal de la casa. Con el mismo cuidado volvió a cerrarla. Miró hacia un lado y otro y no vio más que sillones de mimbre, cómodas, espejos dorados en las paredes, maceteros, cuadros y mesitas, envuelto todo por una suave penumbra. De la alta bóveda del techo colgaban, de trecho en trecho, grandes faroles de cristal y bronce 9

10 FRANCISCO J. NARANJO BENAVIDES reluciente. No se veía un alma por aquella parte de la casa, y Martina cubierta por un corto camisón de seda roja se sentó sin recato alguno en uno de los sillones más próximo a la puerta del dormitorio, y encendió un cigarrillo. Poco a poco, junto con el chapoteo del agua de la fuente, fue percibiendo el sordo arrullo de palomas, como si estuvieran dentro del patio. Echó la cabeza hacia su lado derecho para poder ver a través de la abertura que dejaban en medio las dos cortinas cerradas que había frente a ella. Efectivamente, al otro lado del patio, se encontraban varias palomas que buscaban algo por el suelo y se movían nerviosas como si esperaran alguna cosa. Se quedó observando y vio que, de pronto, las palomas comenzaron a competir entre ellas. Al rato, Martina pudo ver con total claridad que una pipa de girasol caía al suelo y las palomas volvieron a porfiársela. Por aquella abertura de las cortinas de allí enfrente alguien está echándoles de comer a las palomas, pensó Martina. Y como no tenía nada mejor que hacer para matar el aburrimiento hasta que su amiga se despertara de la siesta, se dirigió hacia aquella parte de la galería. Conforme avanzaba por el pasillo lateral pudo ver que, a través de la abertura de las cortinas, salía otra pipa de girasol en dirección a dónde se encontraban las palomas. Quien les esté dando de comer les está echando las pipas de una en una, y con parsimonia, se dijo Martina. Cuando, con cierta precaución, se asomó al ala de la galería de la que salían las pipas, sus ojos se abrieron de par en par y, ante lo que apareció delante de ella, intentaron escaparse de sus órbitas. Rápidamente se agachó tras el respaldar de uno de los sillones y miró alrededor por si alguien estuviera observándola. Escondida detrás del mueble, su cerebro intentaba procesar lo que acababan de ver sus ojos, pero no terminaba de dar crédito a lo visto. Había sido una visión tan rápida de algo tan inusual que sus células nerviosas 10

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