Capítulo XIV. Cerca del cielo

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Trinidad Moya Lagos
hace 8 años
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1 P á g i n a 60 Capítulo XIV Cerca del cielo El domingo llegó rápido. Nazarena pasó a buscarme por casa para ir al aeroclub que estaba a unos pocos kilómetros del pueblo. El día estaba nublado y el presagio de lluvia alentó mi oportunidad de salvarme de volar y enfrentar mi vértigo. Cuando llegamos al lugar había otras personas. Nazarena me comentó que eran parte de los miembros del aeroclub y que cada domingo se reunían ahí para volar y también comerse un asado. El humo del fuego se levantaba como una señal detrás del edificio del aeroclub. Más alejados, dos hangares con el logo de la institución escondían las máquinas voladoras. Eran las 11 de la mañana. Nazarena me preguntó si prefería volar antes o después de comer. Ni lo dudé. Primero el terror y después un poco de placer culinario criollo. Saludé a cada uno de los presentes como un amigo de Nazarena. Eran toda gente que conocía y que a partir de ese momento tendrían de qué hablar después que ya no estuviera. Porque en estos lugares chicos la amistad entre el hombre y la mujer es poco creíble. Basta que uno arroje la duda sobre la mesa para que en menos de media hora esa amistad sea un revuelto de sábanas. Un sexo disfrutado desde el diálogo y la envidia poco sana. Uno de los más jóvenes fue a sacar un avión del hangar. Son pájaros metálicos livianos que vuelan sólo con una hélice. El silencio me había devorado todas las palabras posibles camino a la avioneta. Nazarena se había dado cuenta de eso y prefirió no interrumpir ese instante. Pensé en buscar una excusa para no volar, pero me pareció infantil. Frente a la avioneta, el joven abrió la puerta del acompañante y me invitó a subir. Entonces pensé en subir en el asiento para dos de atrás, pero me indicó que lo hiciera en la butaca junto a la del piloto. Por la otra puerta subió Nazarena y se colocó frente a los controles.

Nazarena me comentó que eran parte de los miembros del aeroclub y que cada domingo se reunían ahí para volar y también comerse un asado.

2 P á g i n a 61 -Sí, soy piloto- dijo ella ante mi cara de sorpresa, la única que pude ofrecer en ese momento. - Te animás, no?- Sólo agaché la cabeza dando la afirmativa. El joven se puso frente a la avioneta y con todas sus fuerzas empujó la hélice, mientras Nazarena le daba arranque. Con una suavidad única dirigió la máquina hacia la pista de pasto recién cortado. El motor gritó con todas sus fuerzas mientras lo aceleraba para lograr la potencia máxima que nos elevara del suelo. Y entonces, metros antes del final de pista, la punta del avión apuntó al cielo y comenzamos a despegarnos del planeta contra toda ley de gravedad que quería retenernos. La sensación en el estómago sumada al miedo eran un cóctel que pensé no resistir. En pocos minutos estábamos a casi 200 metros de altura. Cuando estabilizó la avioneta, el ruido del motor bajó varios decibeles y pude observar la hermosa e increíble vista del horizonte. - Un poco mejor?- -Sí. Aunque a esta altura, si quisiera bajarme dependo exclusivamente de vos- Se rió y giró el timón para que diéramos una vuelta hacia la derecha. - A qué le tenés miedo? A que se estrelle y nos matemos? Inevitablemente en algún momento había pensado en eso. Pero lo negué rotundamente. Le dije que sólo era un poco de vértigo. -Nuevamente me mentís. Yo sé que cuando subiste pensaste que podíamos tener un accidente fatal. Se te notaba en el rostro. Es normal que le pase a una persona que siempre anduvo en suelo seguro, aunque sea donde más gente muere.- Asentí con la cabeza.

El motor gritó con todas sus fuerzas mientras lo aceleraba para lograr la potencia máxima que nos elevara del suelo.

3 P á g i n a 62 La hélice se detuvo y también el motor. Mi cara se transformó mientras el avión descendía poco a poco planeando en círculos grandes. - Qué cómico no? Recién me conocés, te invito a volar y morimos estrellados. No te parece ridícula la vida. Planificás todo y un buen día te salís de la rutina y la muerte te está esperando a la vuelta de la esquina. Me causa mucha gracia la existencia y esa obstinación por querer armar un destino que pueda ser halagado, bien visto por otros. Y en ese camino dejamos de lado nuestro lado animal, esa fuente de placer única que nos emparenta con lo primitivo y divino- El avión seguía cayendo. La paz en la cara de Nazarena me asustaba y me tranquilizaba a la vez. No podía articular palabra. Una de mis manos se aferró con fuerza al asiento como si eso pudiera salvarme de algo inevitable como la muerte. Y después de unos pocos segundos la risa, cabalgando sobre el miedo, llegó a mí. Tenía razón, la situación era cómica. Y más cómica aún porque por no negarme al vuelo y quedar como un valiente caballero estaba a punto de terminar con mi vida. Entonces, Nazarena, tocó una palanca y la hélice comenzó a girar. Inclinó el timón hacia su pecho y el avión volvió a trepar. -Estos aviones pueden planear sin motor. Tienen esa ventaja y los hace muy seguros- El alma que parecía suspendida contra el parabrisas de la avioneta regresó a mí cuerpo. Y recobré seguramente los colores de mi cara. - Mil perdones por la humorada. Pensaste que íbamos a morir? - Sí. Pensé lo peor. - Y decime, vos que trabajas a diario con la muerte, no te has podido quitar ese temor? - Yo pensé que sí, que lo había eliminado. Pero veo que no. - Te hubiera quedado algo pendiente si hubieras muerto hoy? preguntó Nazarena mientras hacía girar la avioneta para dirigirla de vuelta al aeroclub.

Me causa mucha gracia la existencia y esa obstinación por querer armar un destino que pueda ser halagado, bien visto por otros.

4 P á g i n a 63 -La parca se encarga de arruinarnos siempre algún plan. Si no quedara algo pendiente estaríamos muertos antes de que nos venga a buscar- Apuntó la avioneta hacia la pista y la dejó caer suavemente sobre ella. Las ruedas tocaron el pasto y la estructura tembló toda hasta que por fin estuvimos recorriendo el camino hasta cerca del hangar. Cuando bajé y mis pies tocaron la tierra, sentí un alivio único. El asado estaba muy sabroso y la charla se llevó buena parte de la tarde. Cerca de las tres regresamos al pueblo. Nos bañamos juntos en la ducha de su casa y luego hicimos el amor. Miramos una película abrazados y cuando la tarde comenzaba a caer le dije si quería que comenzara a cocinar algo para cenar juntos. Aceptó con gusto. Mientras reposaba la masa de la pizza, hicimos el amor nuevamente. Después cenamos con un buen vino y nos fuimos a la cama. Hacía mucho tiempo que no dormía en otro lugar que no fuera mi casa. Cerca de las tres de la mañana me desperté con sed. Nazarena no estaba en la habitación. Me levanté para ir a la cocina a buscar un vaso de agua y la vi sentada en el living con la notbook prendida. Se sobresaltó cuando aparecí y le pregunté si no podía dormir. Cuando me acerqué para besarla cerró nerviosa la computadora. Como si quisiera ocultar lo que estaba viendo. - Qué mirabas?- indagué. -Solo que no podía dormir y aproveche para revisar unos trabajos del estudio. Algo muy aburrido para los demás. No le creí y estaba con demasiado sueño como para pensar que podía ocultar la bella contadora de la que me estaba enamorando. Tomamos un café los dos en el sillón y nos dormimos ahí. Al día siguiente me levanté temprano. La despedí con un beso después de dejarle el desayuno a un costado de la cama y me fui para la funeraria. El día pasó sin mayores sobresaltos y cuando tuve un rato para descansar la mente comenzó su juego. Imaginé que en su computadora personal ocultaba cosas muy oscuras, todo lo más loco que se pueda pensar. Pero mi atracción por ella fue más fuerte y se despejaron todos los miedos.

Las ruedas tocaron el pasto y la estructura tembló toda hasta que por fin estuvimos recorriendo el camino hasta cerca del hangar. Cuando bajé y mis pies tocaron la tierra, sentí un alivio único.

5 P á g i n a 64 Camino a casa la llamé al celular para saber si quería pasar por casa un rato. Me dijo que lo lamentaba, que tenía un compromiso importante y que si quería nos veíamos el día siguiente. Me duché y luego me puse ropa cómoda para tirarme en el sillón a leer un libro. Sentí un ruido extraño en mi habitación. Me paré y con algo de temor fui hasta ella. De una minibiblioteca que tengo en ese lugar de la casa se había caído una caja. Allí adentro estaban unas fotos con Martina y una última carta que me había escrito. Junté todo y mientras miraba esos recuerdos, sentí que el universo entero me abrazaba y me ahogaba. Entonces, sin poder moverme, paralizado por el miedo, la vi a Martina parada frente a mí, llorando. Sus apariciones me estaban tratando de decir algo, pero no lograba comprenderlo. Después de un rato desapareció Martina y el miedo. Terminé de juntar todo lo que tenía la caja y no pude dejar de leer la última frase con que ella siempre cerraba sus cartas de amor: El cielo está cerca cuando estoy con vos. Cerca del cielo siempre estoy. Y lloré toda la noche abrazado al recuerdo de Martina.

De una minibiblioteca que tengo en ese lugar de la casa se había caído una caja. Allí adentro estaban unas fotos con Martina y una última carta que me había escrito.

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