La Hoja de Ruta: un nuevo intento en favor de la paz

Transcripción

1 La Hoja de Ruta: un nuevo intento en favor de la paz Pedro Cobo Pulido Hoy, cuando se escriben estas líneas frente a la Ciudad Vieja de Jerusalén, empezó la hudna (tregua) acordada por los grupos Hamas y la Jihad islámica. Durante tres meses, después de casi tres años de Intifada, con ataques terroristas palestinos y asesinatos por parte del ejército israelí, las armas dejarán paso a la diplomacia. Si las partes cumplen lo prometido, así lo aseguran unos y otros, la paz llegará a Oriente Medio. El Road Map, o la Hoja de Ruta como se le ha llamado en español, ya dio sus primeros frutos. La propuesta salió de los labios del presidente Bush el 24 de junio de 2002 y su redacción se envió a palestinos e israelíes el 30 de abril de A partir del 26 de mayo de ese año la Hoja de Ruta debía implantarse en tres fases sucesivas. En la primera, el gobierno israelí aceptaría explícitamente la creación de un Estado pa-lestino, y los palestinos reconocerían, también explícitamente, al Estado de Israel; Israel se comprometería a desmantelar los asentamientos ilegales de Cisjordania construidos a partir de marzo de 2003 cerca de cien, con algo más de colonos y los palestinos controlarían a su propia población con el fin de evitar cualquier tipo de atentado terrorista. En una segunda fase se celebrarían elecciones en Palestina y se iniciarían contactos diplomáticos y económicos entre israelíes y palestinos. En este punto se establecerían las fronteras provisionales para el Estado palestino. En la tercera fase, prevista para el año 2005, se llegaría a un Estado palestino soberano, con unas fronteras fijas y con acuerdos definitivos acerca del status de Jerusalén, de los refugiados y de los asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza. Si se examinan bien las propuestas, no difieren sustancialmente de anteriores planes de paz promovidos por el gobierno norteamericano. En concreto, el 133

2 Plan Mitchell de finales de 2000 es prácticamente igual, pero quedó en el olvido, y hoy, 30 de junio, tenemos en la mesa una esperanzadora tregua. Algunas cosas han cambiado en Israel, en Palestina y en la política internacional estadounidense para que se haya dado este paso. El Israel de Sharon ya no es el de finales de En ese momento la Inti-fada estaba empezando y no se preveía que su virulencia alcanzara los niveles que conocemos a la mitad de Cuando llegaron las recomendaciones de Mitchell, Barak estaba ya desahuciado y perdería las elecciones en favor de Sharon a principios de Por su parte, Sharon no tenía ninguna intención en aplicarlas, ya que implicaban el expreso reconocimiento de un Estado palestino, así como desmantelar la mayoría de los asentamientos en Gaza y Cisjordania con un total de colonos judíos. El sionismo militante no olvida que las tierras más ligadas a la historia del pueblo judío están precisamente en esas zonas. Jericó, Nablus, Belén o Hebrón son mucho más bíblicos que Tel Aviv o Haifa. Si esa ha sido siempre la posición del Likud, lo es más en el imaginario colectivo de los votantes religiosos que permitieron a Sharon formar un gobierno. Simplemente, las recomendaciones se escucharon y no se cumplieron, con la excusa de que los atentados terroristas continuaban. Sin embargo, a mediados de 2003 la situación interna reclamaba a gritos una actuación distinta a la de los últimos tres años. El uso masivo de la fuerza había dado algunos resultados positivos en cuanto al número de terroristas asesinados desde los Apaches o mediante disparos, pero el costo había sido muy alto: cientos de civiles palestinos muertos, gravísima crisis económica, desprestigio internacional y cerca de mil muertos israelíes como resultado de los ataques terroristas o en defensa propia de los palestinos. Como reconoció Reuven Rivlin, vocero de la Knesset, Sharon sigue pensando que Israel tiene derechos históricos sobre Gaza y Cisjordania, pero simplemente se ha dado cuenta de que no es posible gobernar a los más de dos millones y medio de palestinos que viven en ellas. En el campo palestino la situación ha variado bastante desde el lejano verano de 2000, cuando en Camp David, Arafat se negaba a firmar el acuerdo que Barak le ofrecía: el 97% de Cisjordania y Gaza incluyendo parte de Jerusalén Este. Arafat quería más. Deseaba el derecho al retorno de los cerca de cuatro 134

3 millones de palestinos refugiados y el control de las fronteras con Israel y con Jordania. Y esas peticiones, como él sabía, no las concedería Barak ni ningún otro gobernante israelí que quisiera permanecer en el gobierno durante más de veinticuatro horas. Arafat jugó fuerte y se opuso. Las consecuencias no tardaron en llegar. La Intifada, preparada de antemano, utilizó la excusa del paseo de Sharon por la Explanada del Templo en el fatídico 28 de septiembre de Arafat pensó que este segundo levantamiento masivo (el primero fue en 1987 y duró hasta los acuerdos de Oslo de 1993) le pondría en situación de conseguir mejores condiciones del gobierno israelí, pero se equivocó. La brutal respuesta de Sharon no sólo golpeó al pueblo palestino sino también a la credibilidad de Arafat que, encerrado en Ramallah, la fue perdiendo entre los propios palestinos, que poco a poco se fueron deslizando hacia grupos más activos, como Hamas y la Jihad islámica. Además, las pruebas de su participación en el apoyo económico a atentados terroristas y al contrabando de armas de gran calibre el caso del barco Karine A hicieron que el gobierno de Bush se negara a tratar con él. Arafat corría el peligro de pasar a ser una figura secundaria en el esfuerzo por conseguir un Estado palestino. Encerrado, con cada vez menos apoyos internacionales y con graves problemas económicos e, incluso, con el riesgo de ser asesinado por el ejército israelí, Arafat decidió, al fin, nombrar un primer ministro de la Autoridad Palestina con el propósito de salvar un barco que se estaba hundiendo. En plena invasión de Irak, Abu Mazen, antiguo militante de Fatah, tomó posesión del cargo. Al igual que Sha-ron, Arafat llegó a las conversaciones de paz no por convencimiento, sino por agotamiento. Pero más importante que el agotamiento de los dos contendientes ha sido el cambio en la política exterior estadounidense. Antes del 11 de septiembre, a diferencia de lo que hizo su antecesor Clinton, Bush no parecía dispuesto a embarcarse en el terriblemente problemático conflicto palestino-israelí. Sin embargo, el ataque en pocos meses a dos Estados de mayoría musulmana Afganistán e Irak era una jugada demasiado arriesgada que había que manejar con mucha precaución para evitar el pronosticado choque de civilizaciones de Huntington. El presidente Bush necesitaba mostrar musulmán que era amigo de los árabes y de los seguidores de Mahoma, y sólo enemigo de los terroristas, fueran de la religión que fueran. El presente que 135

4 resultaba ideal para convencerlos de lo anterior sería un Estado palestino. Si lo consiguiera, habría logrado, como mínimo, dos propósitos: que su gobierno no se viera por parte del mundo musulmán como un simple agente del sionismo y de los intereses petrolíferos, y acabar con el terrorismo de algunas organizaciones palestinas. Bush expresó claramente su apoyo a Abu Mazen: Dios me pidió atacar a Al Qaeda y les golpeé, y después me pidió hacerlo contra Sadam y lo hice, y ahora estoy dispuesto a resolver el problema en Oriente Medio. Si tú me ayudas, yo actuaré, y si no, las elecciones llegarán y me tendré que centrar en ellas. Sí, Bush tiene prisa por actuar, y gracias a esa prisa la Hoja de Ruta empezó casi en el tiempo previsto. La primera fase estaba planeado que se iniciara el 26 de mayo, y apenas diez días más tarde, el 4 de junio, en la playa de Aqaba, se encontraban Abu Mazen, Sharon y el mismo Bush como intermediario. Desde ese día llegaron a Israel, Colin Powell, John Wolf representante oficial de los Estados Unidos para Oriente Medio y Condolezza Rice. Si muchas cosas se le pueden achacar al gobierno del actual presidente norteamericano, no se le podrá acusar de no haber puesto todo su interés en solucionar el casi centenario conflicto entre palestinos e israelíes. La Hoja de Ruta inició su camino, pero su futuro es cuando menos incierto. Bush llevó a los máximos representantes de los pueblos palestino e israelí a que firmaran un acuerdo, pero es más que dudoso que realmente puedan llevarlo a cabo o, incluso, que realmente lo quieran. Los rabinos del Consejo de la Yeshah de las colonias en Gaza y Cisjordania piden una y otra vez a la población que no obedezcan y se nieguen a ceder ni un milímetro de la tierra donada por Dios al pueblo judío. Los colonos, con medidas pasivas, se niegan a retirarse de los asentamientos ilegales más de mil soldados fueron necesarios para derribar unas pocas casas prefabricadas y retirar a unos cuantos colonos. El mismo secretario de Estado para el Turismo del gobierno de Sharon, Benny Elon, no se detiene para afirmar una y otra vez que el único estado posible para los palestinos es Jordania. Por su parte, Abu Mazen tampoco la tiene fácil. El apoyo de Arafat a su política es, cuando menos, dudoso. Los más reticentes a firmar la tregua son los Mártires de Al Aqsa, dependientes de Fatah y en último término de Arafat, el máximo líder de Fatah. Incluso entre los que partici- 136

5 paron con Abu Mazen en las negociaciones de la Hoja de Ruta tienen serias dudas de que sirva para algo: Michel Tarazi afirmó a una periodista de Haaretz que prefería que Sharon no retirara ningún asentamiento ilegal y que, incluso, esperaba que se asentaran un cuarto de millón más. Según la periodista, las intenciones de Tarazi eran claras: hacer imposible la separación y esperar unos diez o veinte años para que los palestinos de los territorios consiguieran el derecho al voto. Eso llevaría a que Israel dejara de ser un Estado judío. El futuro es incierto, y es muy posible que Aqaba acabe siendo sólo un nombre más entre los intentos fallidos por conseguir la paz. Aun así, se están haciendo serios intentos para llegar a un acuerdo. La situación de desesperación es tal que todos lo necesitan. La cuestión es saber si esa desesperación ha llegado hasta el fondo y se está buscando una salida, o si los líderes de ambas partes creen que es posible agravar todavía más la situación a fin de llegar a la mesa de negociaciones con más cartas en la mano. 137